Poco antes habíamos puesto otro post sobre el regreso y entierro casi a escondidas de los militares españoles caídos en operaciones militares en el extranjero.
Con el asesinato de dos oficiales de la Guardia Civil en Afganistán tenemos la oportunidad de comprobar nuevamente la actitud de nuestros gobernantes respecto a la presencia de las tropas españolas en Asia Central y cómo recibirán los cadáveres de los dos militares caídos en acto de servicio. La muerte hoy de estos dos agentes eleva a 92 el número de españoles fallecidos pertenecientes a la misión desplegada en Afganistán desde 2002 dentro de la Fuerza Internacional de Seguridad y Asistencia (ISAF), ocho de los fallecidos murieron en ataques armados, 79 en accidentes aéreos (62 en el Yak-42 y 17 en el helicóptero Cougar), dos en accidentes de tráfico y uno por infarto de miocardio. Esta misión es la que más vidas ha costado a España, seguida de la misión de Bosnia-Herzegovina, con 23 muertos.
No es baladí señalar que después del atentado y de la muerte del terrorista por disparos de otros militares, la población de Qala-i-Naw intentó asaltar la base para recuperar el cadáver del afgano, dando sobradas muestras del poco aprecio que tienen por la presencia de la unidad militar española en su ciudad.
Eduardo San Martín en su blog explica claramente lo absurdo de la discusión sobre la calificación de guerra o no, que sólo se produce por puro márketing electoral en el que el PSOE suele ser un maestro:
¿Cree el Gobierno que a los españoles les importan distinciones bizantinas sobre la naturaleza de una misión cuando sus compatriotas militares empiezan a caer como chinches? Lo que exigen es que alguien les informe de que, a pesar de todo y cualquiera que sea su nombre, la misión de las Fuerzas Armadas españolas en un país tan distante, inhóspito y, en apariencia, tan distante de nuestros intereses, merece la pena. Si el Gobierno volcase todos sus esfuerzos en explicar esas razones a los españoles, en lugar de aplicarlos a lavar su mala conciencia con argumentos inútiles que suenan a sarcasmo frente a los féretros de otros dos españoles muertos, tal vez habría un gran número de ciudadanos dispuestos a escucharles. Mientras, no saldrán de su estupor. Y unos cuantos, de su cabreo porque les estén tomando el pelo.
En esta batalla dialéctica el Gobierno tiene fieles escuderos en la prensa y los medios amigos que en ningún momento utilizan la palabra guerra para definir el conflicto armado que se está desarrollando allí. El diario El País no utiliza prácticamente la palabra conflicto (tiene mucho cuidado en dejar claro en un editorial que las tropas españolas están desarrollando misiones de reconstrucción mientras otras unidades militares de otros países sí están realizando operaciones bélicas) y de hecho, para Público, las tropas españolas no están allí para combatir insurgentes. Varias mentiras en la misma frase. Y El Plural, por ejemplo, publica una breve noticia donde se ofrecen los menores detalles posibles y nada de antecedentes, excepto para culpar a Aznar."Vamos a dejarnos de historias y de este lenguaje buenista y mentiroso de “misiones de paz” y otras zarandajas al uso. No podemos enviar a nuestro soldados y a nuestros guardias civiles a los combates y decirle a la opinión pública que poco menos que se dedican a repartir caramelos. No . Allí se lucha, allí hablan ante todo las armas y allí se muere. Y no por accidente, sino porque nos dispara el enemigo".
Al menos los comunistas españoles no siguen la misma doctrina de los socialistas en este caso, según Cayo Lara: "Tras casi una década de ocupación, proseguir con la colaboración en esta misión sólo justifica los intereses estratégicos y económicos de Estados Unidos y comporta riesgos inaceptables para nuestros soldados y guardias civiles. Estamos ante una invasión con todas sus consecuencias, que ha provocado una guerra que dejará la peor de las herencias: una guerra civil". Reconocen que estamos en una guerra, pero su única oposición a la misma es porque la planeó, inició y dirigió y dirige Estados Unidos. Nuestros comunistas nunca se sintieron especialmente afectados por la guerra de Chechenia ni la anterior guerra de Afganistán, ambas organizadas y dirigidas desde Moscú.
Convergencia i Unió, cuando no está planeando insumisiones fiscales o procesos independentistas y leyes discriminatorias, tiene asomos de lucidez como el siguiente: Duran i Lleida ha pedido que se abra "de una vez por todas" el debate para valorar el papel que desempeña el ejército español y ha añadido que el Ejecutivo debe cambiar la manera de abordar este tema ya que ha asegurado que lo hace "como si el ejército hiciera de ONG en Afganistán e ignorando la existencia de una guerra que, muy posiblemente, la comunidad internacional tenga perdida". Duran ha recordado que el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, "aún tiene pendiente una comparecencia" en el pleno del Congreso.
Curiosamente, cuando se habla de la presencia española en Afganistán o en Iraq, los socialistas españoles y sus medios amigos nunca recuerdan la guerra de Yugoslavia, donde aviones F-18 españoles bombardearon instalaciones civiles servias, matando a ciudadanos desarmados, sin autorización de Naciones Unidas, siguiendo simplemente las órdenes recibidas de la OTAN que arrogó para si misma, sin consultar a otras instituciones internacionales, la legitimidad para entrar en guerra con la Servia de Milosevic.
No se trata de criticar la participación en esa guerra, que fue necesaria para poner fin a los asesinatos y la limpieza étnica de los Balcanes, que se inició en un conflicto interno no en una guerra bilateral, pero la legitimidad de Occidente para intervenir en terceros países sin respaldo de Naciones Unidas o se acepta para todos los casos o para ninguno. La Coalition of the Willing tampoco contaba sólo con tres países como pretenden hacer creer los socialistas con sus declaraciones sobre las Azores, sino que era una alianza internacional con más de 40 países donde se encontraban 13 estados miembros de la actual Unión Europea, Australia, Nueva Zelanda, Japón, Turquía (la de la Alianza de Civilizaciones), y siete países iberoamericanos.
Las guerras pueden ser justas o injustas (ver la obra de Michael Walzer sobre el tema aquí y aquí), legales o ilegales, pero los criterios de calificación deben ser siempre los mismos.
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