jueves, 31 de diciembre de 2015

CINCO RAZONES PARA NO TEMER UN GOBIERNO SOCIALPODEMITA

La alianza de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias para formar Gobierno es una de las posibilidades que pueden surgir en el proceso de investidura. España no está preparada para semejante catástrofe –de hecho ningún país lo está–, pero si hemos de beber ese cáliz, mejor apurarlo cuanto antes y pasar página.

De lo que no cabe duda es de que los votantes más atolondrados saldrían de la experiencia vacunados contra el marxismo populista para varias décadas. He aquí los cinco beneficios que un acuerdo socialpodemita nos reportaría a los españoles… en caso de que sobrevivamos a la experiencia:

1. Los bolivarianos serían vistos como unos traidores por sus votantes. Gobernar un país implica dejar a un lado las ocurrencias asamblearias de adolescentes jugando a la política. Nuestra pertenencia a la Unión Europea y la propia dinámica institucional son incompatibles con llevar a cabo los disparates que Pablemos incorpora en su programa electoral. Iglesias se hará un Tsipras y los senderistas que quieren ver la ejecución televisada de Rodrigo Rato y disponer de una paguica mensual sin salir de casa montarán en cólera. Igual que su colega griego, el líder podemita se daría de bruces con la realidad, y eso duele. Especialmente cuando has convencido a cinco millones de votantes de que los unicornios no sólo existen, sino que además son de color morado podemita.

2. El desastre económico vacunaría a los españoles para un par de décadas. No cabe ninguna duda de que un gobierno de socialistas y podemitas sería la garantía del desplome de los principales indicadores económicos del país. La desconfianza de los actores de la economía, las pretensiones del nuevo gobierno de acabar con todas las medidas que han demostrado su eficacia para comenzar a salir de la crisis y su apuesta decidida por un aumento salvaje del gasto público pondrían de manifiesto el carácter destructivo de la izquierda en materia económica. El batacazo sería recordado durante lustros por todos los votantes.

3. Las carmenadas serían un dechado de rigor al lado de las charlotadas de los ministros podemitas. La capacidad de los miembros de Podemos para el disparate no tiene un límite conocido. Las ocurrencias antisistema de los ministros podemitas y sus meteduras de pata, junto a la cuota de pajines que el bando socialista incorpora siempre en sus gobiernos, convertirían la lectura diaria de la prensa en una de las actividades más divertidas de este comienzo de 2016.

4. El PSOE amortizaría a Sánchez e iniciaría el largo camino a la socialdemocracia. Los barones harían una carnicería de consumarse ese pacto de Sánchez con Iglesias. No porque mantengan diferencias programáticas con los podemitas (García Page, uno de los más críticos con una alianza con Podemos, gobierna gracias al apoyo de este partido), ni porque crean que es perjudicial para España, sino porque una decisión de este calado dañaría al PSOE y las consecuencias las pagarían también sus líderes territoriales. Sánchez saldría a patadas del PSOE y habría alguna posibilidad de que el partido señero de la izquierda española algún día se convirtiera en una formación homologable a la socialdemocracia europea.

5. Los conflictos entre socialistas y podemitas obligarían a convocar elecciones anticipadas. Las dos formaciones llegarían a esos comicios completamente desprestigiadas ante sus respectivos votantes. Los podemitas por no haber sido suficientemente radicales y los socialistas por haberse aliado con unos comunistas descerebrados. Sería la oportunidad para que triunfaran las ideas conservadoras y liberales, las más decentes en este perro mundo y las únicas que aseguran la propiedad privada, la libertad individual y el camino a la prosperidad.


LIBERTAD DIGITAL  30/12/15 PABLO MOLINA

lunes, 28 de diciembre de 2015

PUTIN SEDUCE A LOS ULTRAS EUROPEOS, FASCISTAS Y COMUNISTAS

En el pulso con Occidente, Rusia ha adoptado la estrategia de “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Solo así se explica que un país que sigue haciendo campaña contra el fascismo extienda lazos de amistad y colaboración con las fuerzas más reaccionarias que han emergido en Europa.



Según el Centro de Inteligencia Eurasiática, en esta lista de partidos antieuropeos, con frecuencia xenófobos y casi siempre antiliberales, destacan hasta cinco formaciones relacionadas con Rusia: el UKIP (Reino Unido), el Partido Nacional Democrático (Alemania), el Jobbik (Hungría), los polémicos ultras de Amanecer Dorado (Grecia) y el Frente Nacional (Francia). Da igual si son separatistas o partidarios de la exaltación nacional, las condiciones básica son: desdén por la UE y antiamericanismo.

Como pruebas sobre la mesa quedan las reuniones de miembros del Gobierno griego de Syriza con Aleksandr Dugin, considerado el ideólogo del neoimperialismo ruso. Pero el espectro de amistades de Dugin es amplio y también se ha reunido con los ultraderechistas de Amanecer Dorado. Y el de Syriza tampoco es estrecho, como quedó claro después de que un grupo de hackers desvelase sus correos electrónicos con Konstantin Malofeyev, que ha financiado a los nacionalistas separatistas del Donbás.

JOBBIK
La empresa rusa Lukoil ha aportado, según han denunciado medios locales, fondos a campañas electorales en Europa central, le ha publica los libros a Milos Zeman, el controvertido presidente checo (que ha rechazado las sanciones a Rusia). Y los líderes de Jobbik, un partido radical húngaro que viste con estética nazi y habla contra los judíos y los liberales, han sido recibidos en Moscú por miembros de la Duma (Parlamento ruso). De acuerdo con la web Capital Político, de los 24 partidos derechistas-populistas que están representados en el Parlamento Europeo, 15 están “comprometidos” con Rusia.

El caso más claro está en París. El partido ultraderechista Frente Nacional fue marginado por los bancos de Francia. Su líder, Marine Le Pen, logró el año pasado un préstamo de un banco ligado al Kremlin en un momento crítico para ella, tras vender sus oficinas en el centro de la capital por culpa de las deudas contraídas en pasadas épocas de mala racha electoral.
Marine Le Pen
Se trata del banco ruso First Czech Russian Bank, como ella misma reconoció. “La familia Le Pen tiene muchos lazos íntimos con los oligarcas rusos”, explica Cecile Alduy, autora del libro 'Marine Le Pen, descodificando el discurso del Frente Nacional’. 

Fueron en total nueve millones de euros cortesía de una entidad presidida por Roman Popov, un financiero con estrechos lazos con el Gobierno ruso, aunque algunos medios franceses han dicho que se ha negociado una cifra mucho mayor.

El Frente Nacional no se ha alejado del anticomunismo, pero se ve atraído por una Rusia que resurge, porque la ve como un reducto del nacionalismo y el conservadurismo que les gustaría poner en marcha en Francia”, explica Emmanuel Grynszpan, periodista francés afincado en Moscú: “Además, Putin es un líder global del antiamericanismo, que es bastante fuerte en Francia especialmente entre las fuerzas que se oponen a la democracia”.

El Kremlin ofrece respaldo a Le Pen a través de sus medios de comunicación públicos. La cadena rusa Russia Today (RT), que emite en inglés, español y árabe, ha tachado de “fascistas” a buena parte de los representantes ucranianos, pero ha ofrecido una generosa y amigable cobertura a Le Pen, difundiendo ampliamente sus postulados más reaccionarios.

Sputnik, RT y otros medios públicos son totalmente favorables a Le Pen”, asegura Grynszpan, que cree que una victoria de Le Pen es posible si hay atentados terroristas en Francia en 2017 [el año de las elecciones], y un FN en el poder bloquearía definitivamente la política exterior de la UE: podrían romper con la OTAN, la UE y la Eurozona. Esto no serían malas noticias para el Kremlin, que “ve a la UE como un rival poderoso que trata de erosionar la influencia de Moscú en la zona de la vieja unión soviética: Ucrania, los estados bálticos, Bielorrusia, Moldávia, Georgia o Armenia”. Moscú quiere que estos países tengan una soberanía limitada, y Rusia apoya a todas las fuerzas, de derechas o izquierdas, “con la esperanza de que la UE se resquebraje”.

Como ha investigado el escritor Marcel H. Van Herpen, desempeña un papel clave en esta trama el joven Timur Prokopenko, subjefe de Política Interior en la Administración Presidencial, un ‘cachorro’ del Kremlin criado en las juventudes putinistas. Anonymous llevó a cabo una filtración masiva de sus correos. Los mensajes revelan que Prokopenko pidió a Konstantin Rikov, un productor ruso muy nacionalista, si podría traer a Marine Le Pen como observadora a Crimea. Rikov contestó al día siguiente diciendo de Le Pen estaba ocupada con la campaña pero que iría alguien en su lugar. Finalmente su asesor para asuntos internacionales, Aymeric Chauprade, el que apareció por la disputada península. El diario francés ‘Liberation’ preguntó al entorno del asesor de dónde había venido la invitación, y respondió que del Observatorio Eurasiático de Democracia y Elecciones, “que es una entidad con sede en Bélgica comandada por el activista de ultraderecha Luc Michel”, señala Anton Shekhovtsov, un investigador de la extrema derecha en el Instituto Legatum.

La lucha contra los "oligarcas judíos"
Este año ha denunciado que dos organizaciones rusas de extrema derecha, el Movimiento Imperial Ruso y el partido Rodina, empezaron a construir un movimiento nacional-conservador a escala mundial. Stanislav Vorobyov, líder del Movimiento Imperial Ruso, se reunió en septiembre en Estocolmo con los jefes de Resistencia Nórdica, un partido filofascista. Aunque los medios públicos rusos han difundido la idea de que Ucrania está en manos de fascistas, los ultraderechistas rusos se mueven con libertad llamando a la lucha contra los “oligarcas judíos de Ucrania” y “la estrategia sionista en Oriente Medio”, defendiendo unos “valores occidentales que están en peligro”.

Vorobyov, pese a su dimensión ultraderechista, no es un apestado en Rusia. Puede presumir y presume de tener buenas conexiones y fue uno de los primeros en llegar desde Moscú a Crimea durante el proceso de anexión orquestado por Rusia el año pasado. Llegó un día después de que el Parlamento de la entonces península ucraniana fuese ocupado y, según ha narrado él mismo, lo hizo acompañando “a instructores militares que iban a organizar el movimiento de resistencia local”.

En una entrevista en 2011 con el diario ruso ‘Kommersant’, Marine Le Pen se declaró una admiradora de Putin y anunció que si ganaba las elecciones presidenciales francesas de mayo de 2012 Francia saldría de la OTAN. Ahí reside otro importante nudo en esta relación: tanto el Frente Nacional como la élite del Kremlin son muy críticos con EEUU y contrarios a la Alianza Atlántica. Pero estas alianzas están llenas de contradicciones. Los nacionalistas ucranianos de Svoboda, señalados por Moscú y sus medios como el mascarón de proa del nuevo fascismo europeo, se reunieron con Le Pen antes de que esta empezase su ‘flirt’ con Moscú.

El panorama de coqueteos antinatura ente ambos lados revela que hay mucho en juego, como siempre en relación entre la política europea y la vertical de poder rusa. Era habitual que en tiempos de la URSS Moscú influyese sobre otros partidos comunistas occidentales, casi siempre con dinero pero otras veces con intrincados juegos de poder subterráneos. Ahora la apuesta del Kremlin es sobre todo por extremistas y nacionalistas. Al fin y al cabo, el 20% del Parlamento Europeo está compuesto actualmente por diputados de partidos que quieren disolver la UE. Y Rusia es el empujón que están buscando.


El autor parece olvidar otras relaciones anti natura entre el Kremlin, los fascistas rusos, los nuevos fascistas comunistas conocidos como Nazbols, y partidos fascistas europeos. Aquí os contamos un poco más de estos NAZBOLS.



LA SINÉCDOQUE CATALANA - EL TRIUNFO DEL FASCISMO POR EL SILENCIO Y LA COBARDÍA

Creo que fue Italo Calvino el que dijo que en Italia empezó el fascismo a ganar cuando un demócrata guardó silencio ante las peroratas que un fascista decía en un tren. Ese silencio permitió a los fascistas pensar no solo que su pensamiento era compartido por más gente de la que los apoyaba, sino que hablaban representando los auténticos intereses de los italianos. Cambiando los términos, algo parecido ha ocurrido en España con los nacionalistas catalanes, que tradicionalmente han hablado como si solo ellos fueran los representantes del pueblo catalán y sin que los demás les hayamos discutido ni esa representación, ni su forma de ver las cosas.

Mirando atrás, se encuentran múltiples casos en los que la visión nacionalista salió triunfante por incomparecencia de los unionistas. Así, está muy difundida la idea nacionalista de considerar que la sentencia del Tribunal Constitucional 31/2010, que anuló varios artículos del Estatut de 2006, fue un ataque a la democracia y una ruptura del pacto entre el “Congreso” y “Cataluña”. Pocas voces se animaron a señalar, como Francesc de Carreras, que el Estatut era, en realidad, una enmienda a la Constitución que, a pesar de cumplir el requisito formal de haber sido aprobado por la mayoría absoluta del Congreso, rompía la costumbre constitucional de hacerlo por consenso. La victoria de la visión nacionalista ha sido tan abrumadora que hasta el PP parece arrepentido de haber recurrido el Estatut.

Otro tanto cabría decir de la inmersión lingüística, una política educativa de la Generalitat basada supuestamente en la Ley de Normalización Lingüística de 1983; la cual, sin embargo, garantizaba la educación en la lengua materna de los estudiantes. Durante muchos años, se sacrificó este derecho y se convirtió en una verdad incontrovertible que la inmersión tenía las ventajas de evitar la segregación social y garantizar la pervivencia del catalán, sin riesgo para el castellano. Y así nos remontamos a los días en que el nacionalismo empezó a triunfar: como en la Transición ningún demócrata le podía discutir su lucha contra el franquismo, sin darnos cuenta fuimos tomando la parte por el todo, cometiendo una sinécdoque nada literaria. Por eso, nos habituamos a preguntar ¿qué quieren los catalanes? cuando en realidad queríamos decir “nacionalistas catalanes”; el Congreso permitió la formación de un grupo denominado “Minoría catalana”, como si sus miembros fueran los únicos catalanes de esa Cámara, etcétera.

El nacionalismo tuvo su particular Marcha sobre Roma el 30 de mayo de 1984, cuando tras la segunda investidura de Jordi Pujol (con AP votando a favor) se produjo una gran manifestación en “desagravio” y “apoyo a Cataluña” por la querella que habían presentado contra Pujol dos fiscales progresistas por el caso Banca Catalana. Los partidos, el Estado y la opinión pública quedaron como petrificados ante la rotundidad con la que Pujol afirmó que “en adelante, de ética y moral hablaremos nosotros”. El “oasis catalán” daba la impresión de disfrutar de un consenso político y social que no era real; un ejemplo de lo que la socióloga alemana Noelle-Neumann ha llamado “la espiral del silencio”: la minoría calla porque no se atreve a expresar su opinión, no porque comparta las opiniones de la mayoría.

Si algo tiene de bueno la delicadísima situación actual es que esa espiral se ha roto y ya muchos discuten los dogmas nacionalistas. Es verdad que la sociedad catalana corre el riesgo de fragmentarse, pero también es verdad que está surgiendo una Cataluña distinta a la nacionalista, que ha perdido ya ese marchamo de superioridad democrática que se le atribuía. Por eso, el desafío independentista debe combatirse jurídicamente cuando se exceda de los marcos constitucionales, como sucede con la declaración de independencia por etapas. Pero también se le debe hacer frente en el campo de las ideas. Si se logra, su retroceso electoral puede ser tan espectacular como el de los nacionalistas quebequenses en los últimos años. Y los resultados electorales del 20-D demuestran que es posible: los independentistas solo han obtenido 17 escaños frente a los 30 de los unionistas. Y a pesar del heterogéneo resultado final, no cabe descartar un nuevo pacto entre unos y otros sobre el autogobierno de Cataluña, incluso con reforma constitucional. Pero sabiendo, eso sí, que todos los firmantes del pacto serán iguales, porque ya se ha acabado (parafraseando a ese gran enamorado de Cataluña que fue George Orwell) que unos catalanes sean más catalanes que otros.

Agustín Ruiz Robledo es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Granada. El País - 28 Diciembre 2015

DON QUIJOTE CONTRA LA AUSTERIDAD - LAS MENTIRAS DE LOS POPULISTAS Y MARXISTAS

«La austeridad es un eslogan populista que traduce al lenguaje común la vieja tesis de la explotación marxista del proletariado por los capitalistas»

Rechazo frontal «Los Estados que rechazan la austeridad sufren una recesión y un empeoramiento del desempleo»

Las falsas ideas son difíciles de erradicar y, por eso, las elecciones españolas, como las de Portugal y las de Polonia estos últimos meses, se interpretan a menudo como una derrota de las políticas llamadas de «austeridad». Se trata de un término que no tiene ningún significado, creado por las oficinas ideológicas del marxismo, que han perdido su capacidad de ganar elecciones, pero que siguen en disposición de infectar las mentes, manipular a la opinión pública y poner en circulación una moneda falsa que desplaza a la buena. Este término de austeridad ha sido hábilmente escogido, ya que funciona en todos los idiomas europeos. En sí mismo, no significa nada, pero transmite un mensaje implícito: el de que los dirigentes políticos, en connivencia con los capitalistas, los bancos cosmopolitas y las organizaciones internacionales, imponen a los más pobres y los más débiles una restricción del poder adquisitivo mediante impuestos adicionales y bajadas de salarios con el fin de obtener unas ganancias que benefician a la oligarquía.

La austeridad, en realidad, es un eslogan populista que traduce al lenguaje común la vieja tesis de la explotación marxista del proletariado por los capitalistas. De hecho, los movimientos que rechazan la «austeridad» son antiguos partidos marxistas rebautizados como Podemos o, en el caso de Polonia, partidos populistas, antiliberales, anticapitalistas y antieuropeos.



Admitiendo que estas políticas llamadas de «austeridad» existan de verdad, nos preguntamos por qué los Gobiernos impondrían a los pueblos una purga tan cínica. ¿Supondría eso que la democracia –como escribe Karl Marx– es una mascarada y que los gobiernos elegidos son los lacayos de las fuerzas oscuras del capitalismo? Esta tesis, como es absurda, seduce; cualquier teoría de la conspiración atrae a un gran número de personas. El mito de la austeridad también prospera en Europa (pero no en Estados Unidos, ni en Alemania, ni en Gran Bretaña, ni en Suiza) debido al burdo desconocimiento de la economía en el sur de Europa.

Las influencias convergentes del marxismo y del catolicismo en España, Portugal, Francia e Italia, especialmente, han marginado el conocimiento y la legitimidad de la ciencia económica y de la economía de mercado. En realidad, ningún Gobierno, en ningún lugar, impone austeridad alguna, y lo que los marxistas y sus víctimas manipuladas designan con ese término no es más que la gestión racional que permite que los precios y los salarios sean coherentes con las reglas del mercado, tanto si ese mercado es un puesto de frutas y verduras en la plaza local o el mercado mundial. Observaremos, por otra parte, que estas políticas, puesto que son racionales, conducen a unos resultados positivos en líneas generales, ya que resulta que los Estados menos endeudados (a los que se acusa de practicar la austeridad) coinciden con los que tienen una mayor prosperidad y un nivel de empleo más elevado. Los Estados que rechazan la austeridad, como Grecia, Francia o Italia hasta una fecha reciente, sufren una recesión y un empeoramiento del desempleo.

¿Qué les importan estas realidades a los enemigos de la austeridad? Entre ellos, algunos que niegan ser marxistas revenden su mercancía ideológica en el mercado de segunda mano, con la denominación vagamente científica de keynesianismo o, mejor aún, neokeynesianismo, como si su pescado fuese fresco del día. El keynesianismo es una teoría que data de la década de 1930 y que tiene la gran virtud de que nunca ha sido demostrada o es indemostrable. El keynesianismo, si se reduce a su más mínima expresión, parte de la premisa de que el Estado, mediante el incremento del déficit presupuestario, aumenta el poder adquisitivo de la sociedad, lo que incita a los consumidores a consumir y, por tanto, a los empresarios a invertir.

Cuando esta teoría mágica se probó por primera vez, a partir de 1974, se produjo una subida masiva de los precios porque ni los consumidores, ni los productores, se dejaron engañar por esta artimaña monetaria. Cuando el Gobierno estadounidense de Barack Obama intentó, después de 2008, sacar a Estados Unidos del estancamiento mediante el mismo procedimiento, tampoco ocurrió nada debido a la incredulidad de los actores económicos. ¿Cómo contraatacaron algunos keynesianos como Krugman o Stiglitz? Diciendo que como el déficit no había sido lo suficientemente masivo, no dio los resultados esperados. Es una réplica absurda y, por tanto, no comprobable.

La economía no es un circo de ilusiones que responda a los prestidigitadores; solo la innovación real hace que se mueva. A la supuesta austeridad no se le puede hacer frente con otra política real, que sería la antiausteridad; el único motor del desarrollo es la innovación científica transformada en productos y servicios consumibles a un precio aceptable, que es lo que el economista francés Jean-Baptiste Say escribió ya en 1804 en el primer curso de Economía que se publicó, y lo que afirmó el austriaco Joseph Schumpeter en 1940, en una famosa clase en Harvard, cuando definió el crecimiento como un «proceso de destrucción creadora», en el que, como lo nuevo expulsa a lo antiguo, la economía progresa, los salarios aumentan y se crea empleo.

Por tanto, el papel fundamental de cualquier Gobierno (e incluso François Hollande lo ha entendido, aunque no lo aplique todavía) es el de seguir unas normas a largo plazo que permitan que los empresarios innoven, con una moneda estable, unos principios de competencia claros, un derecho del trabajo que no frene las contrataciones, unos impuestos previsibles a largo plazo y unos tipos de interés compatibles con la inversión. También corresponde a estos Gobiernos explicar en términos sencillos lo que hacen y por qué lo hacen, a contracorriente del pensamiento mágico del keynesiano-marxista. La tarea no es fácil porque el principio de realidad es menos atractivo que la literatura novelesca: Don Quijote resulta atractivo, pero quien tiene razón es Sancho Panza.

GUY SORMAN – ABC – 28/12/15

RUSIA NO ENTIERRA A STALIN - CRÓNICAS DESDE EL INFIERNO SOVIÉTICO

A los rusos les sigue costando expresar un punto de vista sobre alguien que fue en buena medida el padre del país.

"Mi abuela tiene un retrato de Stalin en su dormitorio. No es comunista, de hecho sabe que fue un régimen criminal. Pero para ella es algo íntimo y personal, mientras que para mí es algo ofensivo", explica Natalia Volodimirova, crítica literaria, mientras remata con gesto amargo el último sorbo de té. Esa encrucijada doméstica es una reproducción en miniatura de la espesa madeja de amor y resentimiento con la que Rusia mantiene envuelto su pasado reciente. Los comunistas han declarado el año que entra como "el año de Stalin", pues la constitución que redactó en 1936 cumple 80 años. De ella el líder soviético dijo que era "la más democrática del mundo", aunque en realidad fue el punto de partida para unas purgas a gran escala que segaron millones de vidas


Los comunistas rusos han inaugurado este mes en Penza, una localidad situada a 600 kilómetros de Moscú, un centro de Stalin para "rehabilitar" el nombre del dictador y promover su labor al frente de la Unión Soviética. El objetivo es "lavar el nombre de Stalin tras décadas de calumnias", explica su director, Gueorgui Kamnev, líder del Partido Comunista de la región de Penza. Haber frenado al mal absoluto del nazismo no impide que muchos rusos echen una mirada crítica al pasado, pero a los rusos les sigue costando expresar un punto de vista sobre alguien que fue en buena medida el padre del país. El 24% de la población cree que la muerte de Stalin supuso la pérdida de un gran líder, según una encuesta hecha por el Centro Levada el año pasado. En Rusia están presentes de manera constante las dos caras del líder soviético: fue capaz de derrotar a Hitler, pero al mismo tiempo mató a unos 20 millones de personas. Por eso el 37% apoyaba que se hiciese un monumento a Stalin al celebrar en verano los 70 años del fin de la II Guerra Mundial, pese a que un 46% de los rusos relacionan la muerte de Stalin en 1953 con el final del terror y la represión en masa.

"Todavía está viva una generación que creció con una idea del Estado como padre protector", reflexiona Maya, compositora rusa que va a cumplir 30 años y pertenece por tanto a esos nuevos rusos que no recuerdan el comunismo pero fueron educados por unos padres que no conocían otra cosa. "El problema es que ese papá protector era al mismo tiempo autor de multitud de crímenes y abusos contra sus hijos y esa idea de padre abusador, aunque sea plenamente cierta, no es nunca fácil de asimilar", añade. Natalia, que va a cumplir 40, recuerda la seguridad de la URSS y la zozobra de la llegada del capitalismo, pero no puede conformarse con la visión de sus mayores, como Alexander, traductor de 56 años, que cree que es "la historia y no la gente la que tiene que juzgar a Stalin". 

Aunque para el Gobierno ruso el sucesor de Lenin dista mucho de ser una referencia, dos aspectos han devuelto este año su obra a un incómodo primer plano. 

Por un lado el conflicto con Ucrania, un país diezmado por la hambruna causada por Stalin (Holodomor) que Moscú negó durante años, y por otro la consiguiente escalada de tensión con Occidente, en la que Moscú ha intentado aferrarse al reparto de poder que deparó el fin de la Segunda Guerra Mundial. Este año, durante una rueda de prensa con la canciller alemana, Angela Merkel, el presidente ruso, Vladimir Putin, defendió el polémico pacto Molotov-Ribbentrop, bautizado con el nombre de los ministros de exteriores de Stalin y Hitler, que el 23 de agosto de 1939 acordaron lo que en la práctica suponía un acuerdo de no agresión, pero que incluía una cláusula secreta que establecía que ambas potencias se repartirían Europa central: el resultado de aquello fue la deportación o directamente el exterminio de millones de personas. 

Historiadores como Robert Coalson, fallecido este año, señalaron el pacto como el elemento que allanó el camino para que Hitler invadiese Polonia y la URSS ocupase los países bálticos en 1940. Para Putin sin embargo el pacto "tenía sentido en la medida que garantizaba la seguridad de la URSS". Y eso que en diciembre de 1989, tras años de negar que tal protocolo oculto existiese, el Congreso de los Diputados del Pueblo de la Unión Soviética lo condenó en una resolución. Pero el encontronazo con Occidente ha rebajado hoy la pulsión autocrítica que existía en Rusia. Y vuelve a hablarse de esferas de influencia rusa y, necesariamente, del instrumento con el que se lograron: el régimen de Stalin, que significa "hecho de acero" en ruso. 

"Es cierto que provocó muchas víctimas inocentes, son errores que nunca se deben repetir", admite Kamnev. "Pero el estalinismo es también sinónimo de grandeza del país, de protección social, de éxitos científicos y culturales, así como de victoria en la II Guerra Mundial", puntualiza. La misión de este nuevo Centro Stalin es conceder becas a estudiantes de Historia, distribuir retratos del líder y organizar conferencias, sobre los logros del estalinismo. Las autoridades rusas han denunciado oficialmente el terror de Estado que llevó a cabo Stalin durante los años 30 hasta su muerte en 1953. En 2007 Putin se sumó por vez primera a la condena de las represiones políticas soviéticas. Pero la ofensiva separatista patrocinada por Moscú en el este de Ucrania ha devuelto los grandes retratos de Stalin a las calles de Donetsk, la capital tomada por los rebeldes prorrusos. Porque el lúgubre líder soviético sigue siendo el combustible del empuje ruso hacia el oeste. Al fin y al cabo el dictador continúa enterrado frente al Kremlin, en la Plaza Roja. Para conmemorar su cumpleaños o la fecha de su muerte se dan cita una treintena de fieles con flores rojas a primera hora de la mañana. Aunque son conscientes de que los tiempos han cambiado, contemplan la gesta de Stalin como una lucha entre el bien y el mal que tiene una dimensión global y que sigue sucediendo. Por eso tras descubrir a un periodista español junto a la sepultura lo interrogan como si toda la sangre roja se hubiese derramado anteayer y en clave rusa: "Díganos tan sólo si en su guerra civil usted iba con los rojos o los blancos".

XAVIER COLÁS Moscú 27/12/15 El Mundo





Crónicas del infierno

«Soy historiadora de almas». Así se define Svetlana Aleksiévich, Premio Nobel 2015. Sus últimos libros trazan un puente de horror sobre Rusia, de la II Guerra Mundial a la «Perestroika»

«¿Quiere saber por qué no juzgamos a Stalin?». El interlocutor de Svetlana Aleksiévich, uno de los cientos de anónimos ciudadanos rusos a los que la cronista bielorrusa ha ido entrevistando desde los años de la Perestroika, pone la tragedia al desnudo, de un modo que no admitiría consuelo. «Se lo diré… Juzgar a Stalin implicaba juzgar también a nuestros conocidos. A nuestros seres más próximos. A mi familia, por ejemplo». Se lanza entonces en una de esas historias espeluznantemente cotidianas de cuyo horror están tejidas las dos obras de la escritora bielorrusa, reciente Premio Nobel de Literatura ahora traducidas al español: «La guerra no tiene rostro de mujer», dedicada a la tragedia de las mujeres rusas que combatieron durante la Segunda Guerra Mundial en el Ejército Rojo, y «El fin del “Homo sovieticus”», que recorre las miserias que vinieron de la mano misma de la Perestroika y que duran hasta hoy. Un puente de horror ininterrumpido se tiende entre ambos momentos. Nos dice hasta qué punto, para un ruso, lo peor es siempre.

«¿Por qué no juzgamos a Stalin?». El interlocutor es un pequeño contrabandista. Trapichea con electrodomésticos occidentales y se bandea razonablemente. Su historia es la de tantos: padres represaliados, Gulag, familia destruida. «Los verdugos eran personas normales», cuenta, «no parecían especialmente terribles. A papá lo denunció nuestro vecino, el tío Yura. Y, según mamá, lo hizo por una tontería. Yo tenía siete años entonces. El tío Yura nos llevaba a pescar a sus hijos y a mí, y nos llevaba a montar a caballo. También se ocupaba de arreglarnos la tapia. ¿Se da cuenta? Es una imagen del verdugo distinta, era una persona corriente, incluso bondadosa. Una persona como cualquier otra. Unos meses después del arresto de papá se llevaron a su hermano. Una de las denuncias contra él estaba firmada por la tía Olia, su sobrina… ¿Entiende lo que trato de decirle? No existe un mal químicamente puro. El mal no eran sólo Stalin y Beria. El mal son también el tío Yura y la hermosa tía Olia».

Negrura sin alivio
De la lectura de los libros de Aleksiévich (Stanislaviv, 1948) no es posible salir indemne. Todo en ellos habla de un carácter primordial del mal que no cambia, que emerge siempre a través de las rendijas de los discursos épicos, de las retóricas políticas. Y que, al final, acaba por ganar la partida. En 1937 como en 1993.

El mal. Aún dulcificado por cierta veneración épica hacia las heroínas rusas de la Segunda Guerra Mundial, en «La guerra no tiene rostro de mujer». Allí, incluso lo espantoso preserva cierta esperanza de grandeza histórica. Aunque mienta. El segundo libro, el dedicado a la caída de la Unión Soviética, es de una negrura para la cual no hay alivio. Late en él que la pudrición del alma rusa por esos tres cuartos de siglo de tiranía socialista no tendrá jamás cura.

Otra historia. La narra uno de esos jóvenes rusos de los años noventa. Aleksiévich lo identifica tan sólo como «el hijo», en contraposición a la previa narración de «la madre», que, nacida en 1937, vivió la peculiaridad soviética de idéntico salvajismo. En esta historia el joven pasa la sobremesa hablando con el abuelo de su prometida. Es uno de esos viejecillos inofensivos que buscan ser escuchados. Pero en Rusia, advierte el narrador, «esos viejos no son inocentes».

Es la suya la historia de un matarife. De un tétrico funcionario de la NKVD. Narra con inocente detalle sus muy profesionales sesiones de tortura, la difícil tarea de borrar del cuerpo el pegajoso perfume de la sangre, lo pesado que es tener que pasarse una jornada ejecutando presos a punta de pistola: «Hacías que el condenado se hincara de rodillas y le disparabas a quemarropa en la sección izquierda de la nuca, justo detrás de la oreja. Al término de la jornada, el brazo te colgaba como un trozo de cuero. El dedo índice era el que más sufría. Como cualquier otro trabajador de la URSS. Nosotros también teníamos una norma que cumplir cada día. Como si trabajáramos en una fábrica». Una fábrica de muerte, por supuesto. Igual que lo fue Auschwitz.

Lo más difícil
El joven huyó de su pueblo después de aquella plácida sobremesa junto al benévolo abuelo. Nunca más quiso saber qué fue de aquella muchacha con la cual estaba a punto de casarse. Pero recuerda muy bien que nadie condenaba a los que entonces torturaron y asesinaron. Ni siquiera los miraban mal. Los compara con las joviales fotos de los oficiales nazis de Auschwitz: «¿Alguien se ha puesto a mirar atentamente las fotografías de nuestros chekistas en las paredes de los museos. Mírelas algún día… También en ellas verá rostros juveniles y risueños. Siempre nos dijeron que eran unos santos».

«Soy historiadora de almas», escribe de sí misma Svetlana Aleksiévich. Idéntico es su proceder en los dos libros. Un cúmulo muy largo de grabaciones con quienes vivieron lo más difícil de ser dicho. Y una construcción literaria, luego, donde la sobriedad es exigida para dar énfasis cero a algo que cualquier enfatización trivializaría. «Por un lado, estudio a la persona concreta que ha vivido en una época concreta y ha participado en unos acontecimientos concretos; por otro lado, quiero discernir en esa persona al ser humano eterno. La vibración de eternidad. Lo que en él hay de inmutable».

Y es eso, con exactitud, lo que resulta al cabo de estas crónicas: la eternidad de Rusia. La dimensión teológica de sus momentos más oscuros. Los que un viejo estaliniano reivindica ante su entrevistadora: «Sólo se nos puede juzgar según las leyes de la religión. ¡De la fe! Algún día nos envidiaréis. ¿Qué tenéis vosotros de sagrado? ¿Eh? Nada». Nada. Por eso Stalin pervive.



GABRIEL ALBIAC - @ABC_Cultural - 23/12/2015

domingo, 27 de diciembre de 2015

EL DESPRECIO DE PODEMOS A LA DEMOCRACIA

El desprecio de Podemos a los votantes de PSOE y PP da fe de un talante "totalitario".

Verín, pueblo fronterizo en la raya de Orense y Portugal, es célebre por sus aguas minerales, su castillo y sus vinos de Monterrei, llamados a ser de los mejores de España (bueno, ya lo son). En estos días navideños, en sus calles han aparecido pegoteados unos carteles en los que la Marea, la franquicia gallega de Podemos, da las gracias a quienes los votaron el día 20. Resulta interesante, porque desde su modestia resumen un talante, una forma de ver el mundo. El cartel dice: «Gracias por votarnos. Gracias por ser valientes. Gracias por ser libres. Gracias a tod@s».

Al igual que sus líderes nacionales en la noche electoral, lo que están haciendo ahí es despreciar e insultar a los votantes cobardes que durante 30 años han elegido libérrimamente a PP y PSOE (o a PNV, ERC, BNG, Izquierda Unida…). Todos ellos serían acémilas sin libre albedrío, pastoreadas por la casta y que no han sabido ver que solo hay un credo correcto: el neocomunismo televisivo. Asoma así la entraña totalitaria de un partido que proclama la ridícula idea de que hasta que aparecieron ellos la democracia no había llegado a España.

Toda ideología ajena es declarada ilegítima con un rictus altivo y perdonavidas. Algo nada sorprendente en un movimiento que creció al calor del autoritarismo venezolano y que es incapaz de condenar sus crímenes contra la disidencia, incluido el encarcelamiento y tortura de estudiantes en prisiones de espanto. Un movimiento de queja perpetua y fantasías económicamente mendaces, cuyo empalagoso líder se rebaja a utilizar como púlpito una televisión de la teocracia iraní, uno de los regímenes más regresivos del mundo.

Luego el cartel explica los objetivos por los que van a «luchar». «Una sanidad y una educación gratuitas» (algo que ya existe y comparten todos los partidos). «Trabajos dignos para tod@s» (pero los empleos los crean las empresas y las recetas antieconómicas de Podemos son estricnina). «Pensiones más justas» (como siempre sin explicar cómo se financian). «Un país sin corruptos ni ladrones» (visión infantil y angélica de la condición humana, que es falible, como ya se vio en la alegre picaresca de Errejón con su beca no trabajada y de Monedero con sus monedas venezolanas despistadas al fisco).

En un país con cuatro millones de parados es comprensible un voto del puro enfado, la papeleta de la protesta, expresada mediante partidos populistas que venden cuentos irrealizables y viven del pataleo (no solo pasa en España, el ultraderechista Frente Nacional de Le Pen se parece al fenómeno Podemos mucho más de lo que pensamos). Comprendo que un cincuentón con hijos al cargo, arrasado por un ERE y que no encuentra empleo, elija a Iglesias como un puntapié al sistema, o que lo haga un chaval que se ha visto forzado a emigrar de camareta a Londres.

Pero Iglesias y las mareas no arreglarán ni el más mínimo de sus problemas, porque es charlatanería sectaria, alérgica a los números reales, con sobadísimos tics marxistas, que allá donde se aplican siempre traen lo mismo: pobreza y pisoteo de la libertad, algo que ya asoma en su asco hacia quienes no pensamos como ellos.

LUIS VENTOSO – ABC – 27/12/15

EL PROGRAMA COMÚN DE LA IZQUIERDA

El programa común de la izquierda está escrito antes de las elecciones y sólo tiene tres palabras: echar al PP.

La única posibilidad real de que Pedro Sánchez no sea presidente del Gobierno en febrero consiste en que Pablo Iglesias prefiera elecciones anticipadas. En ese caso mantendrá alzado el listón del referéndum de autodeterminación en Cataluña y el PSOE no podrá saltarlo. Como previamente habrá fracasado la investidura de Rajoy, las urnas tendrían que abrirse de nuevo en mayo.

Pero si el líder de Podemos considera que le conviene una legislatura corta en la que pueda mantener a los socialistas como rehenes, los apoyará para formar un Gabinete, más probable en minoría que en coalición; pactará con ellos leyes de su iniciativa y los dejará caer cuando estime que estén maduras las condiciones del asalto definitivo. Los soberanistas no votarán en contra porque les favorece cualquier solución que desaloje del poder a la derecha.

El programa común de la izquierda está escrito antes de las elecciones y tiene tres palabras: echar al PP. A partir de ahí pueden encontrar fórmulas de entendimiento como sucedió en las capitales y las autonomías. Las reticencias de los barones territoriales del PSOE tienen más de postureo que de realidad; quieren evitar que Sánchez capitalice el acceso al poder poniéndole condiciones para consentirlo. Pero salvo Susana Díaz, todos han pactado con los populistas.

La renuncia a la consulta catalana es el arancel simbólico que han de cobrar a Podemos para no parecer humillados, y Podemos lo pagará a cambio de otras exigencias. A menos que Iglesias decida tumbar el tablero y volver a iniciar la partida. Él tiene la llave. No encontrará un aliado más débil y bizcochable que un Sánchez con 90 diputados y serios problemas internos para sostener su liderazgo.

Las negociaciones de las próximas semanas van a ser puro formalismo: la resolución del confuso veredicto del 20-D está en manos de la extrema izquierda. A Rajoy no le cuadran las cuentas, ni aun con el concurso de Ciudadanos y el PNV. El PP sólo podría mantener el Gobierno ofreciendo la cabeza del presidente o negociando ¡¡con Artur Mas!! un quid pro quo de mutuas abstenciones en las respectivas investiduras. Ambas opciones son más que improbables, casi disparatadas. Un acuerdo del PSOE con C’s necesita el visto bueno de Podemos y eso liquidaría a Rivera, cuyos votos proceden en su mayoría del centro-derecha.

La salida más estable y sensata, la de un pacto reformista de tres fuerzas moderadas, tropieza con la criminalización ideológica del PP que ha decretado la izquierda. Ése es el verdadero hecho diferencial de nuestra política: un insólito estigma estampado no sobre una organización antisistema, sino sobre un partido democrático. Al aceptar ese marco de sectarismo cainita, los socialistas van a quedar condenados a la elección diabólica que pronosticó Alfonso Guerra: si pacta con la derecha se hunden ellos y si lo hacen con Podemos se hunde España. Con ellos dentro, claro.

IGNACIO CAMACHO – ABC – 27/12/15


LA GRAN COALICIÓN

Un pacto entre las tres fuerzas inequívocamente democráticas, proeuropeas y modernas —PP, PSOE y Ciudadanos— exige realismo, generosidad y espíritu tolerante.

Todo el mundo parece de acuerdo en que las recientes elecciones en España acabaron con el bipartidismo y una inequívoca mayoría parece celebrarlo. Yo no lo entiendo. La verdad es que ese período que ahora termina en el que el Partido Popular y el Partido Socialista se han alternado en el poder ha sido uno de los mejores de la historia española. La pacífica transición de la dictadura a la democracia, el amplio consenso entre todas las fuerzas políticas que lo hizo posible, la incorporación a Europa, al euro y a la OTAN y una política moderna, de economía de mercado, aliento a la inversión y a la empresa produjo lo que se llamó “el milagro español”, un crecimiento del producto interior bruto y de los niveles de vida sin precedentes que hizo de España una democracia funcional y próspera, un ejemplo para América Latina y demás países empeñados en salir del subdesarrollo y del autoritarismo.

Es verdad que la lacra de esos años fue la corrupción. Ella afectó tanto a populares como socialistas y ha sido el factor clave —acaso más que la crisis económica y el paro de los últimos años— del desencanto con el régimen democrático en las nuevas generaciones que ha hecho surgir esos movimientos nuevos, como Podemos y Ciudadanos, con los que a partir de ahora tendrán que contar los nuevos Gobiernos de España. En principio, la aparición de estas fuerzas nuevas no debilita, más bien refuerza la democracia, inyectándole un nuevo ímpetu y un espíritu moralizador. Acaso el fenómeno más interesante haya sido la discreta pero clarísima transformación de Podemos que, al irrumpir en el escenario político, parecía encarnar el espíritu revolucionario y antisistema, y que luego ha ido moderándose hasta proclamar, en boca de Pablo Iglesias, su líder, una vocación “centrista”. ¿Una mera táctica electoral? Tengo la impresión de que no: sus dirigentes parecen haber comprendido que el extremismo “chavista”, que alentaban muchos de ellos, les cerraba las puertas del poder, e iniciado una saludable rectificación. En todo caso, el mérito de Podemos es haber integrado al sistema a toda una masa enardecida de “indignados” con la corrupción y la crisis económica que hubieran podido derivar, como en Francia, hacia el extremismo fascista (o comunista).

¿Y ahora qué? El resultado de las elecciones es meridianamente claro para quien no está ciego o cegado por el sectarismo: nadie puede formar Gobierno por sí solo y la única manera de asegurar la continuidad de la democracia y la recuperación económica es mediante pactos, es decir, una nueva Transición donde, en razón del bien común, los partidos acepten hacer concesiones respecto a sus programas a fin de establecer un denominador común. El ejemplo más cercano es el de Alemania, por supuesto. Ante un resultado electoral que no permitía un Gobierno unipartidista, conservadores y socialdemócratas, adversarios inveterados, se unieron en un proyecto común que ha apuntalado las instituciones y mantenido el progreso del país.

¿Puede España seguir ese buen ejemplo? Sin ninguna duda; el espíritu que hizo posible la Transición está todavía allí, latiendo debajo de todas las críticas y diatribas que se le infligen, como han demostrado la campaña electoral y las elecciones del domingo pasado que (salvo un mínimo incidente) no pudieron ser más civilizadas y pacíficas.

Sólo dos coaliciones son posibles dada la composición del futuro Parlamento, el PSOE, Podemos y Unidad Popular, que, como no alcanzan mayoría, tendría que incorporar además algunas fuerzas independentistas vascas y/o catalanas. Difícil imaginar semejante mescolanza en la que, como ha dicho de manera categórica Pablo Iglesias, el referéndum a favor de la independencia de Cataluña sería la condición imprescindible, algo a lo que la gran mayoría de socialistas y buen número de comunistas se oponen de manera tajante. Pese a ello, no es imposible que esta alianza contra natura, sustentada en un sentimiento compartido —el odio a la derecha y, en especial, a Rajoy— se realice. A mi juicio, sería catastrófica para España, pues probablemente las contradicciones y desavenencias internas la paralizaría como Gobierno, retraería la inversión y podría provocar un cataclismo económico para el país de tipo griego.

Por eso, creo que la alternativa es la única fórmula que puede funcionar si las tres fuerzas inequívocamente democráticas, proeuropeas y modernas —el Partido Popular, el Partido Socialista y Ciudadanos—, deponiendo sus diferencias y enemistades en aras del futuro de España, elaboran seriamente un programa común de mínimos que garantice la operatividad del próximo Gobierno y, en vez de debilitarlas, fortalezca las instituciones, dé una base popular sólida a las reformas necesarias y de este modo consiga los apoyos financieros, económicos y políticos internacionales que permitan a España salir cuanto antes de la crisis que todavía frena la creación de empleo y demora el crecimiento de la economía.

El espíritu que hizo posible la Transición late debajo de todas las críticas y diatribas.

Esto es perfectamente posible con un poco de realismo, generosidad y espíritu tolerante de parte de las tres fuerzas políticas. Porque este es el mandato del pueblo que votó el domingo: nada de Gobiernos unipartidistas, ha llegado —como en la mayoría de países europeos— la hora de las alianzas y los pactos. Esto puede no gustarle a muchos, pero es la esencia misma de la democracia: la coexistencia en la diversidad. Esa coexistencia puede exigir sacrificios y renunciar a objetivos que se considera prioritarios.

Pero si ese es el mandato que la mayoría de electores ha comunicado a través de las ánforas, hay que acatarlo y llevarlo a la práctica de la mejor manera posible. Es decir, mediante el diálogo racional y los acuerdos, con una visión no inmediatista sino de largo plazo. Y ver en ello no una derrota ni una concesión indigna, sino una manera de regenerar una democracia que ha comenzado a vacilar, a perder la fe en las instituciones, por la cólera que ha provocado en grandes sectores sociales el espectáculo de quienes aprovechaban el poder para llenarse los bolsillos y una justicia que, en vez de actuar pronto y con la severidad debida, arrastraba los pies y algunas veces hasta garantizaba la impunidad de los corruptos.

España está en uno de esos momentos límites en que a veces se encuentran los países, como haciendo equilibrio en una cuerda floja, una situación que puede precipitarlos en la ruina o, por el contrario, enderezarlos y lanzarlos en el camino de la recuperación. Así estaba hace unos 80 años cuando prevaleció la pasión y el sectarismo y sobrevino una guerra civil y una dictadura que dejó atroces heridas en casi todos los hogares españoles. Es verdad que la España de ahora es muy distinta de ese país subdesarrollado y sectarizado por los extremismos que se entremató en una guerra cainita. Y que la democracia es ahora una realidad que ha calado profundamente en la sociedad española, como quedó demostrado en aquella Transición tan injustamente vilipendiada en estos últimos tiempos. Ojalá que el espíritu que la hizo posible vuelva a prevalecer entre los dirigentes de los partidos políticos que tienen ahora en sus manos el porvenir de España.

MARIO VARGAS LLOSA – EL PAIS – 27/12/15

AUSTRALIA, LA HISTORIA DEL PACÍFICO ESPAÑOL "ROBADO" POR LOS INGLESES

James Cook siguió en 1769 calcadas las rutas de los mapas españoles del XVI y XVII, robados en Manila por Alexander Dalrymple, que conducían al misterioso continente austral.

La conquista británica de Manila en 1762 supuso el colapso de buena parte de la memoria de la presencia española en Asia/Pacífico: más de 200 años de navegación y relaciones con culturas y civilizaciones. Asimismo, inició una guerra cultural cuya pervivencia sorprende todavía en nuestros días: una política consciente de eliminación de las huellas hispánicas y su sustitución por un discurso hegemónico británico. Esa «guerra» comienza con el último gobernador británico de Manila: Alexander Dalrymple. Espía, cartógrafo y estadista revolucionario de la East India Company, fue una de las figuras intelectuales que configuró el denominado segundo imperio británico.

Más allá del saqueo de la ciudad, el último gobernador británico de Manila, Dalrymple, ordena la toma de la mayor parte de los fondos documentales de la ciudad. Dalrymple sabe lo que hace. Manila era el centro documental y cartográfico más importante del Pacífico. En mi investigación, presentada en el Museo Naval el pasado 17 de diciembre gracias a la hospitalidad de la Armada española, he podido confirmar qué documentación y de qué archivos se apropia Dalrymple. Así, saquea sobre todo la importantísima biblioteca del gran convento agustino de San Pablo. Allí pudo obtener un tesoro bibliográfico y cartográfico: toda la labor mapística de Urdaneta, quien fue agustino, documentación que, perfeccionada, seguía en uso por los marinos españoles de entonces y que mayormente sigue desaparecida. Las órdenes religiosas hacían competencia por acrecentar los descubrimientos y liderar proyectos de evangelización. Este acto de espionaje fue también de destrucción y supuso la eliminación del enorme registro cultural que existía, incluso el diplomático. Algunas obras maestras de la cultura española y universal desaparecen.

Plan secreto, nuevo imperio
Dalrymple se da inmediata cuenta del alcance de esta documentación para su país y en 1765 regresa a Londres para obtener respaldo de la dirección de la East India Company para la colonización de la llamada entonces Terra Australis Incognita.

Las anteriores expediciones inglesas al Pacífico habían sido un fracaso, salvo algunas depredaciones corsarias. Dalrymple reconoce en sus escritos que en los primeros sesenta años del siglo XVIII no había nada que la navegación inglesa hubiera aportado a la geografía del Pacífico. Esto iba a cambiar y se haría con mapas españoles.

El plan era delicado y con una potencia con la que se había firmado una paz justo entonces. Así que la ocasión, que protegería el secreto, la dio la Royal Society: estaban organizando una serie de mediciones, por todo el planeta, a propósito del tránsito de Venus (para determinar la distancia Tierra-Sol) por iniciativa del Almirantazgo. La expedición política y exploratoria planeada por Dalrymple, recurriría a un subterfugio científico: el viaje a Tahití para complementar las observaciones de Venus.

Pero Dalrymple, espía y estadista, es precisamente el principal problema de su plan. Los españoles no admitirían al saqueador de ciudades y de mapas, navegando en el Mar del Sur. Además, para el Almirantazgo, Dalrymple representa los intereses de la Compañía Británica de las Indias Orientales una entidad político mercantil con la que tenían graves conflictos como se vio en la toma de Manila. Su condición de civil, además, disminuía las posibilidades soberanistas y políticas del viaje.

Cook, la solución discreta
El Almirantazgo buscó a otro hombre, alguien anónimo, que supiera de cartografía y que no levantase sospechas. Lo encontró en el Máster James Cook. Con 39 años, no era todavía teniente, cargo al que se podía postular desde los 20. El hombre perfecto para el viaje secreto y político más importante del siglo XVIII. Fue nombrado teniente sólo para esta expedición a despecho de Dalrymple, más joven y conocedor del Pacífico y respaldado por la Royal Society. Los dibujos de Cook sobre el tránsito de Venus, demuestran que este no era desde luego buen observador y sus gráficos son inconsistentes. Obviamente no fue ésa la misión del teniente James Cook.


Entonces, ¿cómo se utilizó la cartografía española en el viaje de Cook? Ahí entran en juego unas instrucciones secretas que le dio el Almirantazgo. La cartografía española definió el rumbo y el éxito del gran marino. El resto lo hizo una enorme actividad publicista diseñada con entusiasmo.

Dalrymple dispuso de mucho material cartográfico español, la narración fundamental, se encuentra en el denominado Memorial de Arias: relata el viaje del piloto Juan Fernández en 1576, quien en un viaje desde Chile y ciñéndose a la latitud 40º constante, llega a una tierra que Dalrymple no duda que es el continente Austral. Será ese derrotero el que el Almirantazgo imponga a Cook, en las instrucciones secretas que después de dejar claro el carácter político del viaje expresan: «Debe dirigirse hacia el Sur para descubrir el Continente antes mencionado hasta que llegue a la Latitud de 40°(...) entre la Latitud que acaba de decirse y la Latitud de 35° hasta que lo descubra». Cook se ciñe repetidamente a esa latitud hasta alcanzar Nueva Zelanda. Al comprobar que es una isla, continúa hasta Australia.

Cook: Nace la leyenda
La leyenda se creó inmediatamente después. El primer Lord del Almirantazgo contrató, por una cifra fabulosa entonces, 6.000 libras, al escritor de moda: John Hawkesworth quien convirtió a Cook en un personaje que sobrepasa al navegante y al militar, que acaba encarnando para Gran Bretaña las leyes históricas y morales, equiparadas a las leyes de la naturaleza. Dalrymple luchó como pudo e hizo imprimir un libro sobre las navegaciones españolas en el pacífico en 1767, que además viajó con Cook.

El cardenal Francis Moran denunció en 1905 el uso manipulado de la historia para justificar la discriminación de los católicos en el imperio Británico y argumentaba que fue el católico Quirós el primer europeo que descubre Australia y era injusta esa postergación.

El eclipse que vio Quirós
Lo cierto es que la incierta medición de la longitud impidió la reconstrucción del viaje de Quirós. Leyendo los distintos diarios de navegación advertí que se describía un evento astronómico, en concreto un eclipse de luna, del que se hicieron varias observaciones. Se me ocurrió que la descripción de la observación hecha por los distintos pilotos en ese viaje podía servir para determinar cuál era su posición. Era una propuesta inédita que en algunos casos podría ser de gran utilidad para los historiadores. Solicité ayuda al Observatorio Astronómico Nacional y allí obtuve el apoyo técnico de un importante astrónomo: Tomás Alonso. El eclipse precede a su llegada a Vanuatu, por lo cual no sería él quien vio Australia, sino su compañero de viaje, Váez de Torres.

PEDRO FERNÁNDEZ DE QUIRÓS,
MONUMENTO EN CANBERRA FRENTE
AL MINISTERIO DE ASUNTOS EXTERIORES
El problema de la determinación de la longitud en un momento concreto no fue resuelto hasta muy tarde en el siglo XVIII. Esa incertidumbre nunca pudo ser cerrada, al 100%, en la controvertida reconstrucción del viaje de Quirós. Las conclusiones del cálculo histórico efectuado por Tomás Alonso son que:

- El primer circulo aparece con el inicio de la fase parcial del eclipse, observada a 37º de elevacion,

-El segundo anillo aparece al inicio de la fase total. Con la Luna a 52.5º de elevación.

- Toda la zona de interseccion entre +9 y -10º de latitud es astronómicamente compatible con los datos de los diarios de navegación, suponiendo 1º de error y la banda de tiempo para las 20h con 1h de error.

La posición en longitud mas compatible con latitud de 10º sur seria, aceptando 15 minutos de retraso en la observación, de 176.4º Este. La conclusión fue que Quirós no llegó a alcanzar Australia.

He aquí un resumen de las bases que demuestran la persistencia del prejuicio, y de que este es parte de un discurso oficial que oculta uno de los viajes más planificados y secretos de la historia. Podríamos sumar las acusaciones de alteraciones de yacimientos arqueológicos, la sustitución –por defecto– de exploraciones españolas por portuguesas u holandesas. Una guerra cultural que debe superarse.

viernes, 25 de diciembre de 2015

¿Vuelven las dos Españas?

INTRODUCCIÓN DE JAVIER ELORRIETA


Supongo que muchos jóvenes, y no tan jóvenes, se sorprenderían que entre el autor de éste magnífico análisis, quien os lo remite, y algún otro miembro del Patronato de la Fundación, acumulen más saldo de represión en la época del Franquismo que todos los dirigentes de Podemos; de Izquierda Unida y de los partidos secesionistas juntos. Saldo ajustado a años de cárcel y exilio, a Sumarios del TOP, a sumarios y sumarísimos militares,a penas de muerte…… No me parece inoportuno este apunte ante tanto totalitario disfrazado de antifranquista sobrevenido, tanta demagogia barata, tanta astracanada política, que quiere convencernos que la política de “progreso” se hace colocando iletrados familiares en Ayuntamientos e Instituciones, cambiando nombre de calles y desmembrando la Nación para alegría de una especie de Confederación de Chirigoteros sin fuste político que, casi siempre y casi todos, han vivido de los presupuestos públicos, desgraciadamente amparados y animados por periodistas y políticos profesionalmente frívolos y políticamente irresponsables. Cordiales saludos.
JAVIER ELORRIETA

¿Vuelven las dos Españas?

EDUARDO ‘TEO’ URIARTE

Es muy posible que las dos Españas quedaran superadas con la llegada al Gobierno de Felipe González y la consiguiente solución del problema militar. A ello se sumaba un partido comunista fiel a la reconciliación nacional y una derecha que había puesto en marcha la desarticulación del franquismo con sincera búsqueda de la democracia. Ahí quedó sellada, tras la Constitución, la convivencia que permitiría la democracia en España.

Sólo un pequeño rescoldo revanchista cada vez más apagado quedó dormido en las filas de la izquierda. Sin embargo, una espiral de terrorismo se elevaba desde el nacionalismo vasco en una especie de repetición de la agresión que todo progreso liberal había padecido por el carlismo en el pasado. Significativo el hecho de que Pablo Iglesias recientemente haya puesto en valor que el mundo de ETA no se dejara seducir por esta falsa democracia. Él parece provenir de aquel pequeño rescoldo izquierdista de revanchismo al franquismo, aunque sólo lo conozca de oídas, y en la apariencia de enfrentarse a él, como lo hacía ETA, lo que en realidad hace es enfrentarse a la democracia. Por consiguiente, en tiempos de Felipe eran muy pequeños los focos que desde la izquierda mantuvieron el rechazo de la democracia puesta en marcha desde la Transición, prueba de ello fue que casi todos los partidos de izquierdas, desde maoístas a trosquistas, y alguno nacionalista, acabaran en la casa común del partido socialista de González.

Sin embargo, desde los tiempos de la secretaría general en el PSOE de Rodríguez Zapatero, esos rescoldos fueron irresponsablemente avivados. Ley de Memoria Histórica, publicitario derribo de los monumentos franquistas que sobrevivían en el olvido, inconstitucional Estatuto de Cataluña, desmesurada negociación con ETA, demanda de un cordón sanitario con la derecha en un continuado ataque a ésta como si no formara parte importante del sistema surgido en la Transición, volvió a levantar una ideología cainita que fue aprovechada en cuanto la crisis estalló, en toda su coherencia y consecuencias, por Podemos. Ideología de enfrentamiento y desunión que muchos creyeron formaba parte del patrimonio de la izquierda, cuando en realidad sólo unos pocos nostálgicos y nacionalistas la habían mantenido. Fue el irresponsable giro asumido por el PSOE lo que cambió profundamente la actitud e ideología de la izquierda ante el compromiso constitucional. El primero que puso en entredicho la Transición -desenterrando el franquismo-, la Nación -“concepto discutido y discutible”-, y hasta la Constitución, tanto en el Estatuto catalán como en la negociación con ETA, fue un PSOE sumiso al giro que aplicara Zapatero. Ahora su electorado se le escapa hacia Podemos.

En esta formación, Podemos, sí se encuentra claro y sin ambages el posicionamiento político para desmantelar territorial y socialmente todo el sistema. Todos los aspectos instituidos del Estado democrático están en entredicho por este movimiento, pues no se trata de una fuerza marxista tradicional que respetaría alguno de ellos, como la unidad territorial, sino que muy influido por las ideologías antisistema desmantela todos los aspectos del actual Estado. Si alguien jugó, o quiso manipular los peores instintos políticos de las masas, ahora se ve sobrepasado por ellos, porque lo que en primer lugar califica al votante de Podemos es el odio por lo existente, incluido a un PSOE que no deja de formar parte de lo existente.

Desde que el socialismo español iniciara el rumbo antisistema éste se ha visto cada vez más pronunciado. Podemos le presiona ahora a muy pocos votos de distancia de él. Tras estos años de continuada fobia hacia la derecha, casi único elemento amalgamador de un PSOE en profunda decadencia, hoy, ante la inexistencia de mayoría parlamentaria, se abre todo tipo de incógnitas respecto a su comportamiento. Hace años no lo hubiéramos pensado demasiado, el partido de Felipe hubiera sido responsable y dejaría gobernar a la lista más votada, pero tras más de una década de irresponsable política de tierra quemada, puede seguir el curso y llevar su rechazo a la gobernabilidad, hasta el punto de provocar nuevas elecciones. Todavía el PSOE no ha comprendido que el principal perjudicado en la estrategia de ruptura es él mismo, pues la acerada condena a la derecha que ha desarrollado no la capitaliza sino Podemos, y él mismo queda incluido en ella con riesgo a desaparecer.

Ciudadanos, que ha realizado una campaña electoral mala, demasiado cansina y, lo que es peor, contradictoria con su talante de facilitar la gobernabilidad y la estabilidad, en una errónea respuesta a los ataques del PP, haciendo declaraciones de rechazo a pacto con la derecha en un estilo más propio del comportamiento montaraz y sectario de la actual izquierda, hundió su resultado. Sin embargo, no ha dudado la misma noche del recuento en declarar su apoyo a una fórmula de gobernabilidad, lo que ocurre que su apoyo no es suficiente, hace falta el PSOE. La contribución racionalista y regeneradora dentro del sistema que Ciudadanos supone se ha quedado corta en su presencia parlamentaria para garantizar un futuro político sin convulsiones.

No hay mal que por bien no venga.


El PSOE haría mal en esperar el apoyo de Podemos, no lo va tener. No sólo debido a las rápidas declaraciones de Iglesias poniendo unas condiciones difíciles de atender, sino porque Iglesias no desea compromiso alguno que le acerque a la política, pues le podría suponer la ruptura de su multicolor movimiento. Iglesias quiere evitar cualquier acercamiento a la política, todo lo que no sea el discurso demagógico y metas imposibles lo evitará, porque su actual objetivo es que su horda no se deshaga. Ir de la mano del PSOE sería ese primer compromiso arriesgado, es como ir de la mano del PP porque le causaría similares problemas, por lo que está descartado. Lo que ha hecho es encastillarse en su feudo con ese aparente programa de condiciones expuesto esperando, como de costumbre, que el PSOE en su descerebrada pugna con la derecha, le traiga en bandeja el poder.  Su labor  es la prédica áulica, la acción se la hace otro.


Así pues, no se trata de que Podemos, en su marcha hacia la Moncloa, esté ansioso de superar esos 340.000 votos que le separan del PSOE y quiera mediante el activismo sobrepasarle, ni que el soberanismo periférico esté ansioso de apoyarlo (incluidos los presos de ETA), Podemos ni tiene prisa ni la necesita. Puede esperar desde su cuartel de invierno a que el PSOE en su incapacidad de aceptar la política moderada prosiga con su estrategia de tierra quemada (sus reticencias a la sucesión del monarca o sus nauseas a facilitarle la gobernabilidad al PP lo delatan) le haga gran parte de su futura campaña electoral: “ved esa democracia ajena a los intereses de los españoles y sólo preocupada por el interés egoísta de cada uno de los viejos partidos”. Podemos, ante la actual estrategia socialista sólo tiene que ir a recoger las nueces del suelo. Por lo tanto, además, no tiene que meterse en el lío de acompañar al PSOE, lo que alborotaría su propio gallinero. Lo óptimo es esperar a que los viejos partidos fracasen.

Sin embargo, para el PSOE, aceptar un pacto de gobernabilidad con el PP sería entrar de una puñetera vez, dejando a un lado el guerracivilismo, en Europa, en la civilidad política de Europa. Sería la ocasión de transformar una encrucijada trágica para la ciudadanía, pues ante la inestabilidad política cada día que pasa la crisis económica se revuelve y nos hace más pobres, en la ocasión para alcanzar un consenso que no sólo ofrezca la inmediata gobernabilidad del país sino que inicie las reformas de naturaleza constitucional que se observan necesarias, que permita abrir los que algunos denominan ya un proceso reconstituyente.

Sin embargo, el hito urgente e importante sería, abandonando el maniqueísmo de Zapatero, llegar a un acuerdo de gobernabilidad, lo que nos alejaría de una vez del fantasma de las dos Españas y nos introduciría en las dinámica de convivencia política de nuestros vecinos, como en Francia, Alemania, Italia, etc. Sería iniciar positivamente una nueva etapa desde una actitud constructiva, una manera, por demás, de detener los profundos retos que los avances antisistema y secesionistas están amenazando nuestro futuro. Sencillamente, hay que convertir la trágica encrucijada pluripartidista en el punto de inflexión hacia un nuevo marco para el acuerdo de convivencia. Todo ello, sin aventurar, además, que unas elecciones anticipadas por el fracaso del acuerdo, además de engolfarnos aún más en el enfrentamiento, llevaría tanto al PSOE como a Ciudadanos al fracaso electoral, reforzando los dos polos de la contradicción cada vez más profunda, Podemos y el PP.

Llegar a unas nuevas elecciones supondría definitivamente el suspenso de los partidos del bipartidismo y la confirmación auspiciada por Podemos de la crisis del sistema de la Transición. Confirmaría, también, la deriva “chavista” del PSOE. Sería el punto final de aquel sistema para el encuentro inaugurado en la Transición y la declaración descarada del sálvese quien pueda, sin importar las consecuencias de todo tipo que supondría para la sociedad. No sólo el riesgo de secesiones consumadas se acrecienta, también el del enfrentamiento civil, similar al de los Balcanes, a  más de treinta años de  que se superara ese riesgo a la salida del franquismo, por una generación poco preparada para la política pero que sí sabía de primera mano lo que supone un enfrentamiento civil y la posterior pérdida de la libertad.

Estamos en un punto crítico, o avanzamos en el acuerdo o todo el poder para Podemos.

FUNDACIÓN PARA LA LIBERTAD 26/12/15