domingo, 19 de junio de 2016

EL MOMENTO POPULISTA

Podemos ha encontrado el punto crítico en que una sociedad está dispuesta a aceptar una descomunal mentira

Acaso no esté lejano el día en que alguien tendrá que estudiar por qué y en qué momento una sociedad de apariencia estable, madura y equilibrada se lanzó por la pendiente autodestructiva del populismo demagógico. Qué clase de factores de psicología colectiva han hecho posible el exponencial crecimiento de una prédica mentirosa hasta convertirla desde la cháchara televisiva en alternativa de poder. Cuándo la plausible voluntad de regeneración de una política colapsada se transformó en un ciego impulso de ruptura revanchista. Cómo seis millones de ciudadanos en su mayoría cultos e informados han podido deslizarse hacia un seguidismo acrítico refractario a toda prueba de contradicción o de contraste.

Porque lo más llamativo del éxito de Podemos es el modo en que sus simpatizantes aceptan sin la menor reticencia la gigantesca impostura de sus líderes, cada vez más desacomplejados en el transformismo ideológico y menos cuidadosos con su coherencia retórica. Si hay algo que Pablo Iglesias y sus compañeros de partido jamás han ocultado es su incendiario discurso rupturista, la inspiración bolivariana de su proyecto y su sesgo de radicalismo autoritario. Cientos de vídeos, miles de páginas escritas por ellos atestiguan el pensamiento extremista que animó su aventura política. El cuajo con que ahora se presentan como moderados patriotas reformistas no se puede explicar ni siquiera desde una inmensa seguridad en sí mismos; es necesario que se sientan también muy convencidos de que su identidad recién adoptada iba a gozar en la opinión pública de una acogida complaciente y hasta sumisa.

Eso no se consigue sólo mediante el dominio carismático de la propaganda y la política-espectáculo. Hace falta una poderosa intuición de las condiciones en que una sociedad o parte de ella está dispuesta a consumir sin reparos una verborrea oportunista. Podemos ha sido capaz de percibir la necesidad social de autoengaño para levantar un relato de falacias y asentarlo como un estado de ánimo, haciendo valer con todo aplomo una descomunal mentira. Ha establecido el diagnóstico ficticio de un país catastrófico y ha propuesto un tratamiento de curanderismo rayano en el pensamiento mágico. Todo ello con la aquiescencia de millones de electores decididos a utilizar su voto como la pedrada nihilista con que lapidar a un sistema al que han sentenciado como culpable de sus males. Lo que les seduce no es tanto el flamante camuflaje edulcorado de Iglesias sino su primigenia condición de macho alfa alzado para liderar una impetuosa catarsis.

Su mayor logro consiste en haber detectado la oportunidad y darle expresión emocional mediante la construcción de un conflicto a medida. Lo describió recientemente la politóloga belga Chantal Mouffe, viuda del teórico posperonista Laclau: España ha alcanzado el punto de crisis democrática perfecto para que cuaje el momento populista.

ABC 19/06/16 IGNACIO CAMACHO

INSTRUCCIONES PARA VOTAR

O para no votar, que es una forma de hacerlo.

Las campañas electorales, lejos de aclarar las ideas a la gente, las oscurecen. Hasta el más listo de la clase se queda perplejo al oír las mismas cosas dichas por líderes políticos que acusan a los otros líderes de decir cosas diferentes y piden el voto para un partido, el suyo, cuyo ideario es prácticamente igual al del partido opuesto.

Primera instrucción... Cobren conciencia de que en España todos los partidos, menos uno, son socialdemócratas (o fingen que lo son), esto es, partidarios de la intromisión de lo público en lo privado y del predominio de los intereses de ese Leviatán (Hobbes) u ogro filantrópico (Octavio Paz) que es el Estado sobre los intereses de ese Cándido (Voltaire), labriego de la propia huerta, que es la persona entendida como individuo. Quien no sea socialdemócrata, y tan legítimo es serlo como no serlo (aunque a mí me parezca más digno lo segundo que lo primero), sólo dispone de una opción a la que acudir sin violentarse a sí mismo: la de Vox y Santi Abascal.

Segunda instrucción... Lo más juicioso, ahora y siempre, aquí y en todas partes, es apostar por el sentido común. No se puede decir que éste brille por su presencia en ningún partido, pero carecen por completo de él todos los que ignoran (o fingen ignorar) que cualquier subida de impuestos frena la prosperidad, en el mejor de los casos, y conduce a la bancarrota, en el peor. Voten a quien prometa bajar los impuestos, aun a sabiendas de que probablemente no lo hará. Cabe, al menos, confiar en que no los subirá.

Tercera instrucción... No voten pensando en Europa y en el euro. El uno y la otra, con Brexit o sin él, no tienen más destino que el marcado por la segunda ley de la termodinámica.

Cuarta instrucción... El populismo siempre es demagogia, pero cuando se suma al nacionalismo conduce al totalitarismo. Me da igual la bandera que se esgrima. Voten por ese rebaño de porras y de churros conducido por lobos si les gusta sentir sobre el cogote el peso de las botas claveteadas. Estas elecciones son plebiscitarias. Lo que en ellas cuenta es cerrar el paso a los tribunos de la plebe.

Dicho lo cual, me lavo las manos con aguarrás en el lavabo de Pilatos. Las jornadas electorales casi siempre me pillan en lugares muy distantes de las urnas. ¿Por qué será?

domingo, 12 de junio de 2016

EL COSTE DE LA HIPOCRESÍA NACIONAL

Existe una literatura casi infinita sobre el descontento de los españoles con el funcionamiento del orden político, económico e institucional vigente. Este lamento no deja de ser hipócrita. Ellos son los clientes del sistema. Determinan la asignación de los recursos. Eligen a sus gobernantes. Soportan el entorno que alimenta una determinada forma de hacer política, y tienen la oportunidad de modificarlo con su sufragio. La clase dirigente no está formada por marcianos. Es un fiel reflejo de la sociedad

La hipocresía hispana respecto a la cosa pública se refuerza con un factor adicional: los españoles exigen cada vez más beneficios de la acción estatal y miran hacia otro lado cuando se habla de sus costes. En suma, la irresponsabilidad en la toma de las decisiones no está sólo en el lado de la oferta (políticos), sino en el de la demanda (votantes). Ambas se retroalimentan, es una espiral destructiva.

La dinámica expansiva de la acción estatal está debilitando la democracia porque se han asignado a ésta finalidades ajenas a su esencia, a su razón de ser, el procedimiento consensuado para sustituir a los gobernantes sin derramamiento de sangre. El principio mayoritario es moralmente aséptico. No cabe utilizarlo como prueba irrefutable de la bondad o de la verdad de una cuestión, de la deseabilidad o no de una política. La democracia es un medio no un fin y, por tanto, atribuirle la consecución de metas concretas es un engaño o un autoengaño. Recordarlo es vital para entender por qué han pasado muchas cosas en la vieja Piel de Toro y por qué el panorama tiene pocas probabilidades de cambiar.

El sistema democrático patrio ha mutado a un gigantesco aparato redistributivo. Extensos sectores de la población obtienen rentas directa o indirectamente del Estado y quieren seguir haciéndolo. Por ello, la presión para incrementar las funciones de los poderes públicos se ha disparado y ahí empiezan las dificultades. Como los recursos son por definición escasos, la tendencia a un incremento de la oferta-demanda de mayor gasto estatal tiende a generar un endeudamiento crónico. Esta situación se agravará porque la evolución demográfica de España ampliará el desequilibrio entre los derechos sociales del sector público y la obtención-búsqueda de los recursos precisos para satisfacerlos.

Todos los partidos han colaborado y colaboran para crear en España, no una sociedad de realidades, sino de expectativas. Los ciudadanos se sienten titulares y acreedores de derechos materiales -pensiones, sanidad, educación, prestaciones por desempleo, vivienda, dependencia, etc.- pero no recuerdan que su gozo y disfrute están condicionados por la cuantía de los fondos disponibles y alguien ha de pagar la fiesta solidaria. Esto es imposible sin un vigoroso crecimiento y éste se ve lastrado por la elevada fiscalidad que se precisa para sostener el sistema y porque los protegidos tienen mayores incentivos para impulsar políticas de reparto que de creación de riqueza. Es más rentable y requiere menos esfuerzo capturar el aparato estatal que asumir los riesgos de operar en un mercado abierto y competitivo. Cada minoría, cada grupo de interés puede perder más por las medidas que benefician a otras de lo que gana con las que ella obtiene, pero nadie tiene incentivos para preocuparse por el efecto acumulativo, agregado de las prebendas concedidas por las administraciones. Después de todo, ¿no es más agradable cumplir que rechazar los deseos del electorado? Ni al Gobierno ni a la oposición les interesa votar contra un proyecto concreto de dádivas estatales si ello les hace impopulares, mientras que hacerlo a favor les privará de muy pocos votantes y les hará ganar más.

Este espectáculo alcanza tintes esperpénticos cuando las formaciones políticas que critican el sistema se autoproclaman sus regeneradores y plantean con una catónica indignación su urgente revisión o su sustitución por no se sabe muy bien qué, no sólo no están dispuestos a reducir -Ciudadanos- sino a aumentar -Podemos- la oferta de pan y circo a los españoles. Pero no se llamen a engaño. Este enfoque ni es sofisticado ni es moderno. Es más de lo mismo y una actualización de una tendencia secular: los milenarios hábitos hispanos de acudir a abrevarse en el manantial de la gracia real contribuyeron a crear esa mística de ilusiones, confianzas, exigencias, temores, orfandades que han llegado a caracterizar al estatismo nacional.

El apoyo creciente a los movimientos antisistema, tipo Podemos, refleja una profunda incomprensión de las causas que hacen posible la libertad y la prosperidad. En España mucha gente quiere «vivir como yanquis y pensar como cubanos», valga la caricatura, lo que es una singular manifestación de esquizofrenia colectiva que afecta de lleno a los partidarios de esa formación y, en menor medida pero también, al votante de partidos tradicionales. Lo de los podemitas reviste mayor gravedad porque para ellos, la democracia liberal es una democracia falsa, burguesa y capitalista. La auténtica está más allá de las libertades formales y engañosas del liberalismo. Por ello reclaman en nombre del pueblo un incontrolado poder para el Estado, gestionado por una nueva nomenclatura cuya tarea es conducirnos al paraíso. La degradación del componente liberal en la democracia española corre el riesgo de transformarla en un edificio de cartón piedra que, merced a la ficción del Gobierno de la mayoría, puede llegar a consagrar situaciones despóticas. 

Una nación no puede sobrevivir con instituciones que no se enfrentan al problema esencial de la escasez. Éste es uno de los hechos de la vida. Si los políticos y la ciudadanía no lo aceptan, se amenaza la existencia de una sociedad próspera y libre. La política española se ha convertido en una ensalada de reivindicaciones caciquiles, aderezada por los partidos para dar satisfacción a los distintos y contrapuestos intereses privados que desfilan por la escena disfrazados de defensores del interés público. Sus propuestas no responden a principios superiores ni siquiera al vago humanitarismo de los antisistema. Son los subproductos de la flagrante promiscuidad política, el botín de un expolio organizado y perpetrado en los templos profanados de la democracia patria. El Estado ha degenerado en un bazar, en un zoco cuyos recursos fiscales y legales son saqueados gracias al juego del caciquismo y al intercambio de favores. Y... los outsiders quieren participar en el reparto o, mejor, controlarlo ellos.

sábado, 4 de junio de 2016

LA CORRECCIÓN POLÍTICA: UNA BOMBA A PUNTO DE EXPLOTAR


El fenómeno Donald Trump, o el ascenso de la extrema derecha en algunos países europeos, surgen tras décadas de imposición de la corrección política.

Muchos intelectuales e informadores han descrito el irresistible ascenso de Donald Trump. Pero muy pocos se han tomado la molestia de analizarlo con rigor, de determinar cuál es la corriente de fondo que impulsa con fuerza al magnate neoyorkino. Diríase que la dimensión del “fenómeno Trump” es directamente proporcional a la estupidez de no pocos analistas, mucho más dispuestos a escandalizarse, a rasgarse las vestiduras, que a investigar sus verdaderas causas.

Que un personaje histriónico, con peinado ridículo y bronceado naranja fosforito, capaz de pronunciar las sentencias más altisonantes, obtenga el apoyo de millones de ciudadanos, obliga a un análisis mucho más profundo y objetivo, libre de aspavientos y lamentos de cara a la galería. Trump no sólo gana apoyos en la “América profunda”, sino también en el nordeste, incluso en regiones tan industriales y prósperas como Virginia y Massachusetts. Sus seguidores crecen en el Norte y en Sur, en el Oeste y en el Este: en todas partes. Así pues, la clave está en el origen de esa potente mar de fondo que no sólo está generando turbulencias en EEUU sino también al otro lado del Atlántico.

¿Qué está sucediendo?

Nada puede entenderse sin tener en cuenta la perversa acción de los políticos durante las pasadas décadas: su intromisión en la vida privada de los ciudadanos, su insistencia en legislar basándose en lo que llamaron derechos colectivos y, especialmente, su pretensión de imponer a la población una nueva ideología: la corrección política. Todo ello ha acabado comprometiendo la libertad individual, la igualdad ante la ley, los principios, la honradez, el juego limpio, el pensamiento crítico y, por supuesto, el bienestar económico. Y de aquellos polvos, estos lodos.

Durante décadas, los políticos han aprovechado el viento de popa de la prosperidad económica para desviarse de sus obligaciones y dedicarse a "defender al ser humano de sí mismo", de su avaricia y capacidad de destrucción. Han utilizado la seguridad, la salud y el medio ambiente como coartadas para perseguir sus propios intereses. Para ello, han promulgado infinidad de leyes y normas que se inmiscuyen cada vez más en el ámbito privado de las personas e interfieren de forma inexorable en sus legítimas aspiraciones. Las consecuencias más evidentes de esta deriva son, por ejemplo, los enormes obstáculos administrativos para abrir una empresa, por modesta que sea, o simplemente encontrar un trabajo decente.

El imperio de los "derechos" colectivos

Los políticos descubrieron que dividir a la sociedad en rebaños, en constante pugna entre ellos, es la mejor forma de tenerla controlada. Por ello, la política ha primado los derechos colectivos en detrimento de los derechos individuales, unos derechos grupales que implican, por definición, la prevalencia de unos grupos en perjuicio del resto. La consecuencia más grave, sin duda, ha sido la quiebra de la igualdad ante la ley. Pero también, dado que lo que cuenta no es el mérito individual sino la pertenencia a un colectivo, el decaimiento del esfuerzo y la eficiencia. O la desaparición de la responsabilidad individual: al fin y al cabo, si los sujetos se ven obligados a compartir el fruto de sus aciertos, ¿por qué habrían de cargar con los costes de sus errores? El sistema de favores, prebendas y privilegios acaba deformando la mentalidad de muchas personas, genera ciudadanos infantiles, acostumbrados al paternalismo, a reivindicar más que a esforzarse.

El sistema de derechos por colectivos no sólo discrimina; también favorece la picaresca

Así, la adhesión a grupos interesados constituye la vía más directa hacia la ventaja y el privilegio. El sistema de derechos por colectivos no sólo discrimina; también favorece la picaresca cuando los beneficios se asignan con criterios meramente burocráticos. Al final, muchas personas no encuentran trabajo, simplemente por no conocer a nadie que les consiga un certificado de discapacidad, por no haber denunciado a su pareja, o por no pertenecer a alguno de los múltiples colectivos con ventajas para ser empleados o subvencionados.

La tiranía de la corrección política

Lo más grave, con diferencia, es la pretensión de políticos y burócratas de moldear la forma de pensar de las personas para evitar que se resistan a la arbitrariedad, al atropello. Generaron, para ello, una ideología favorable a los intereses grupales, una religión laica: la corrección política, que arroja  a la hoguera a todo aquel que cuestiona su ortodoxia. Esta doctrina determina qué palabras pueden pronunciarse y cuales son tabú, aplicando el principio orwelliano de que todo aquello que no puede decirse... tampoco puede pensarse. Propugna que la identidad de un individuo está determinada por su adscripción a un determinado grupo y dicta que la discriminación puede ser buena: para ello la llama “positiva”. Pero toda persona consciente sabe en su fuero interno que ninguna discriminación es positiva. 

En los países con convenciones democráticas consolidadas, con una sociedad civil desarrollada y consciente de sus derechos y obligaciones, celosa de sus principios y convicciones, el avance de esta mentalidad ha sido lento, aunque inexorable. En España, sin embargo, carente de tradición democrática, con una mayoría que cree que la democracia consiste solo en votar, la ortodoxia de lo políticamente correcto progresó a una velocidad vertiginosa, convirtiéndose en dogma de general aceptación a izquierda y derecha en tiempo récord.

Asistimos a una reacción exacerbada, puramente irracional y desmesurada, contra la imposición de los códigos políticamente correctos

Pero, tarde o temprano, estos sistemas, como cualquier otro basado en la mentira, acaban saltando por los aires. En ocasiones, porque la crisis lleva a una reducción del botín a repartir, con el consiguiente choque entre grupos interesados. Otras, por el hartazgo de muchas personas productivas cansadas de tanta trampa y marrullería que les impide ganarse la vida dignamente, o cansadas de que otros vivan a su costa. Pero también por una reacción exacerbada, puramente irracional y desmesurada, contra la imposición de los códigos políticamente correctos. Es lo que se conoce en psicología como reactancia, una reacción emocional que se opone a ciertas reglas censoras, vistas como absurdas y arbitrarias por reprimir conductas e ideas que el sujeto considera justas y lícitas.

Así, el péndulo oscila al extremo contrario, la tortilla se voltea, y muchos ciudadanos acaban apoyando posiciones indeseables, igualmente alejadas de la razón o la moderación. El fenómeno Donald Trump, o el ascenso de la extrema derecha en algunos países europeos, surgen tras décadas de imposición de la corrección política, por el hartazgo de muchos ciudadanos que, tan cabreados como desesperados, se pasan al extremo opuesto. Cierto es que, cuando una campaña es puramente emocional, la racionalidad es lo de menos. Pero millones de personas no caen a plomo en el error por obra y gracia de una campaña de marketing sino por la verdad que en ese error se encierra. Y mucho menos en contra del statu quo, si no existe un caldo de cultivo adecuado, una potente causa de fondo: mentiras que han estado golpeando sus oídos, y su conciencia, durante años. 

Próximas elecciones: ¿la misma cantinela?

Más vale prevenir que lamentar. Para lograr en España un sistema justo, eficiente y racional, debemos cambiar las leyes, simplificarlas, retirar muchas trabas administrativas, eliminar las normas que conceden prebendas, restaurar la igualdad ante la ley. Pero ello no basta: hay que desterrar la nefasta corrección política, esa ideología justificadora de privilegios grupales y sustituirla por convenciones sanas: honradez, inclinación al juego limpio, ética, libertad y responsabilidad individual, igualdad de todos los ciudadanos ante la ley.

Cada vez son más las personas hastiadas de tanta majadería, que desean ser ellas mismas, no clones sin identidad dentro del grupo asignado

Es una pésima noticia que los principales partidos concurran a las próximas elecciones con un enfoque que se mantiene dentro de lo políticamente correcto, haciendo promesas muy similares que, en todo caso, difieren en la dosis prescrita. Cierto, España no es Estados Unidos, ni siquiera Austria. Aquí, el control que ejerce el establishment alcanza cotas inaceptables en aquellas latitudes. Y muy pocos medios osan desafiar sus directrices. Pero lo que pudiera parecer un seguro en el corto plazo generará, a la larga, tensiones extraordinarias. Cada vez son más las personas hastiadas de tanta discriminación y tanta majadería, que desean ser ellas mismas, no clones sin identidad dentro del grupo asignado. Y podría llegar el día en el que el fenómeno Trump, en comparación, nos parezca una minucia.

Así pues, es deseable que ciertas mentes pensantes de algún partido comiencen a plantar cara de forma decidida a lo políticamente correcto. Pronto se percatarán de que no es tan difícil. Que es rigurosamente falso que la verdad no venda. Los monstruosos guardianes de la ortodoxia no son más que desgastados y achacosos tigres de papel. Se puede romper el tabú si se hace con convicción, explicándolo con argumentos razonables, y ganar a la larga el apoyo de un enorme sector de la población, hasta ahora silente. Recuerden: en una época de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario. Pero deben darse prisa, no sea que algún Donald Trump versión española, con tupé o sin él, asalte el poder y se haga con los mandos.

PODEMOS Y LA SONRISA DE LA GIOCONDA, MENTIR PARA GANAR

La propuesta electoral de Podemos regresa a la emotividad: el lema de su campaña es “La sonrisa de un país”, cinco palabras de naturaleza blanda para diluir el “discurso del miedo”

La Gioconda de Leonardo da Vinci, colgada en uno de los muros más universales del museo del Louvre, es el retrato renacentista más inquietante de los grandes maestros de la pintura. Y lo es porque la Mona Lisa parece que sonríe y que lo hace de manera sardónica. No es la suya una sonrisa plácida sino afectada por una alegría malsana. Seguramente si la mueca de la Gioconda no se prestase a tantas interpretaciones -y sensaciones- su retrato, de dimensiones reducidas, no hubiese seducido como lo hace. La sonrisa tiene tantos registros como intencionalidades la motivan. De ahí que ante la sonrisa haya que ponerse en guardia y practicar una indagación perspicaz sobre las causas que la provocan.

Muchos líderes de Podemos -véase el documental “Política, manual de instrucciones” dirigido por Fernando León de Aranoa, estrenado ayer- abordan el discurso político desde perspectivas muy poco convencionales y, de entre ellas, la más relevante es la que prima los factores emocionales. Pedro Sánchez no podrá olvidar cómo le advirtió Iglesias -también sonriendo- de que la posibilidad de que fuera presidente del Gobierno con el apoyo de Podemos era como “una sonrisa del destino”. Lo que vino después ha marcado, efectivamente, el destino político del secretario general del PSOE, pero no precisamente con una sonrisa.

La propuesta electoral de Podemos regresa a la emotividad: el lema de su campaña es “La sonrisa de un país”, cinco palabras de naturaleza blanda y manejable para diluir el llamado “discurso del miedo” que propalan sus adversarios para combatirlo en las urnas el 26-J. De nuevo la sonrisa pero esta vez acompañada de un logo en el que la letra “o” de Unidos se sustituye por un corazón multicolor que, de nuevo, apela a los sentimientos mucho más que a los raciocinios y enlaza con los discursos naif de personalidades de referencia para los morados, como los de Manuela Carmela que hace de la elementalidad dialéctica una potentísima arma de persuasión. Con ese lema la transversalidad alcanza la nada ideológica porque tampoco nada dice de lo que es y quiere Podemos, al contrario de sus socios de IU que siguen exhibiendo banderas comunistas y republicanas como advertencia de lo que son y de lo que pretenden.

Con ese lema la transversalidad alcanza la nada ideológica porque tampoco nada dice de lo que es y quiere Podemos, al contrario de sus socios de IU

Se ha escrito que la sonrisa es un idioma general, universal, que toda gente y en todo lugar se entiende. También que para arrugar la frente hay que poner en movimiento 40 músculos pero sólo 15 para sonreír, y William Shakespeare escribió que “es más fácil conseguir lo que se desea con una sonrisa que con la punta de la espada”. Cómo será la sonrisa de benéfica que tiene un día mundial asignado: el primer viernes del mes de octubre de cada año. Si se combina la sonrisa con la representación simbológica del amor -un corazón- el efecto emocional del mensaje progresa geométricamente hasta provocar el bienestar sentimental de sus receptores. Y eso es lo que ha urdido Podemos para presentarse en esta campaña electoral.

¿A qué conclusiones conducen estas reflexiones? A varias. La primera es que los responsables de Podemos saben manejar determinados mecanismos de emoción colectiva que movilizan y que buscan la empatía. La segunda es que Podemos ha detectado que frente a los discursos que le connotan como una amenaza para la democracia, como expresión de un nuevo totalitarismo, como una organización destructiva, era más eficiente responder con expresiones mullidas y gratas que con exabruptos. La tercera es que el partido morado ha medido bien que en España hay un déficit de afectos colectivos por la política y de respeto por el ejercicio del poder, que se presenta huraño y cejijunto, y combate ese distanciamiento con una simulada adolescencia dialéctica que les diferencia de los otros partidos.

Pero la cuarta y más importante de las conclusiones de la formulación de esta campaña buenista consiste en que los dirigentes de Podemos anteponen la estrategia de “asaltar” el poder a cualquier otro principio ideológico o de diferente naturaleza. La estrategia es siempre instrumental y, por lo tanto, contingente. Ni “la sonrisa de un país” (como en su momento “la sonrisa del destino”), ni la transformación de un logo en un corazón multicolor, incorporan mensajes ideológicos, ni trasladan conocimientos o información, solo sensaciones, emociones, percepciones fugacísimas. De tal modo que esa estrategia se convierte así en nuestro contexto político en una estratagema, es decir, en una “acción hábil y engañosa para conseguir algo”.

El lema de campaña de Podemos y su logo son, pues, muy emotivos, muy sentimentales y muy empáticos. Pero suponen lisa y llanamente una argucia porque ambos son como sacos terreros tras los que se camuflan artefactos ideológicos que, de traducirse en políticas concretas, nada tendrían que ver ni con sonrisas ni con corazones de colores. Por eso, la sonrisa que Podemos propone al país va mucho más allá del 'marketing', se infiltra en el engaño y es como la de la Gioconda de Leonardo da Vinci: inquietante y sardónica.

JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS

PODEMOS PRIORIZA LA ESTRATEGIA, NO LA IDEOLOGÍA, LA ESCONDE Y LA DISFRAZA

'Política, manual de instrucciones' disecciona la evolución de la formación de Iglesias

Podemos arranca la campaña con un documental sobre los hitos del partido desde su asamblea fundacional, celebrada en octubre de 2014. Política,manual de instrucciones, de Fernando León de Aranoa, confirma que la formación ha centrado su proyecto en la estrategia política, primando el tacticismo para captar votos de amplios sectores y con una prioridad: polarizar la pugna con el PP e ignorar al PSOE. El filme da cuenta de las crisis atravesadas por el partido, el choque entre Íñigo Errejón y Juan Carlos Monedero y el control de daños ante las críticas.

El documental repasa la génesis de la organización, sus antecedentes en el 15-M, el discurso utilizado para competir con el PSOE y los choques entre sus dirigentes. El elevado nivel de acercamiento a Pablo Iglesias, Íñigo Errejón, Juan Carlos Monedero o Carolina Bescansa, las principales voces del metraje, y el acceso a muchas reuniones muestran el entusiasmo de sus cuadros pero también que el camino de Podemos ha estado marcado esencialmente por la estrategia y las encuestas. Irene Montero, jefa de gabinete de Iglesias, defiende lo que considera como ejercicio de transparencia. “No tenemos nada que ocultar. Creo que ningún partido dejaría que se grabe como se nos ha grabado a nosotros. Hay muchos elementos de autenticidad. No hemos controlado nada”, asegura.

Ni república ni maltrato animal. Queda demostrado en las más de dos horas de película que el equipo fundador de Podemos trata de aplicar esquemas teóricos académicos, primero para fortalecer su poder internofrente a las que fueron figuras críticas como la de Pablo Echenique, ahora hombre de confianza de Iglesias, o la líder de la formación en Andalucía, Teresa Rodríguez— en segundo lugar para convertirse en maquinaria electoral. El hecho de que el nacimiento del partido sea “resultado del fracaso del régimen” da pie a una estrategia que busca desmarcarse de la izquierda tradicional. Eso obliga a la dirección a hacer equilibrios constantes incluso con sus propios principiosNo queremos discutir sobre el maltrato animal”, afirma Iglesias en una reunión del consejo ciudadano; equilibrios que se extienden a la opción entre monarquía o república. “Tratamos de elegir un escenario en el que podemos ganar. Si hablamos de desahucios, ganamos”, mantiene. Montero, no obstante, asegura a este períódico que la estrategia no choca con el programa. “Claro que tenemos debates políticos, claro que Podemos tiene teoría y estrategia, no vamos a lo loco. Pero no es incompatible con el programa”.

América Latina. ¿Dónde se ha inspirado la cúpula de Podemos? Sus principales dirigentes han sido criticados por los vínculos mantenidos en el pasado con los Gobiernos de Venezuela, Ecuador y Bolivia. “En América Latina aprendimos que se puede ganar”, asegura Iglesias, poniendo el acento en que esas relaciones fueron esencialmente académicas y tuvieron que ver con la superación de la dialéctica entre la izquierda y la derecha.

León de Aranoa sigue a Iglesias hasta Ecuador y presencia un encuentro con el expresidente uruguayo José Mujica. La identificación con el universo latinoamericano no gusta en Podemos; como tampoco gustan ahora las comparaciones con el primer ministro griego, Alexis Tsipras, otra de las voces del documental. Por eso, en el partido reconocen ante las cámaras: La inspiración de los modelos latinoamericanos se nos ha ido de las manos”.

Choques internos. El documental refleja las diferencias que existen entre distintos sectores del partido, la rebelión de varios líderes territoriales por el sistema de primarias y el pulso sobre el proyecto, mantenido sobre todo entre Errejón y Monedero, quien reconoce “diferencias radicales”. En el filme, que culmina el 20-D, no queda reflejada la posterior disputa entre las corrientes partidarias del líder y su número dos.

MATAR AL PADRE
Podemos existe porque existe el PSOE y porque los socialistas se han visto debilitados por la crisis del bipartidismo. Pablo Iglesias lo expresa a las claras en el documental de Fernando León de Aranoa: “El PSOE es la piedra angular de nuestra estrategia. Mano tendida, pero no hay que nombrarle. Lo fundamental es confrontar con el PP, porque nos interesa una simplificación política”.

Pese a que las encuestas previas al 20-D reflejaban una caída de Podemos, su responsable de análisis, Carolina Bescansa, destaca del CIS preelectoral que “Pedro Sánchez se ha muerto”. E Íñigo Errejón recurre al psicoanálisis para explicar que para “hacer una revolución” hay que “matar al padre”.