martes, 8 de agosto de 2017

EL DESQUICIAMIENTO CONTRACULTURAL

La tecnocracia ha encontrado en la contracultura un aliado de un valor excepcional, con ella la industria política puede crear nuevos mercados, generar nuevas necesidades aun a costa de interferir en los aspectos más sagrados de nuestra privacidad.

Si había una característica específica de la civilización occidental era la capacidad de revaluarse constantemente, de hacer crítica y rectificar cuando era imperativo. Y aunque la memoria colectiva fuera frágil y estuviera al albur de los cambios generacionales, el reconocimiento de nuestra Historia nos servía para en última instancia evitar descarrilar.

Este espíritu crítico es lo que nos ha permitido avanzar mediante la prueba y el error, convirtiendo nuestra civilización en la más racional. Evidentemente, no hay civilización perfecta. Pero esta capacidad de reevaluación nos ha permitido rectificar y progresar, evitando quedar atrapados en un bucle temporal sin solución como ha sucedido con otras civilizaciones o, mejor dicho, culturas.

Entre los 60 y los 70, la capacidad de reevaluación occidental se transformó en la negación de lo que somos

En efecto, la característica de la sociedad occidental es la crítica y la renovación continua, una virtud tan antigua como la Controversia de Valladolid, de 1550. Sin embargo, esta crítica se desquició, derivando en una ruptura total en los años 60 (desconexión con la tradición). Entre los 60 y los 70, la capacidad de reevaluación occidental se transformó en la negación de lo que somos; dejó de servirnos para avanzar, para descartar lo que no funcionaba, y empezó a desconectarnos de nuestro pasado. Y se estableció el complejo de culpa colectivo, un nuevo creacionismo según el cual todos los occidentales llegaban al mundo con un pecado original, cuando la culpa sólo puede relacionarse con los actos de cada individuo, no con las acciones de terceros; mucho menos con hechos que ocurrieron cuando uno no había ni nacido.


En la actualidad, las instituciones -formales e informales- están siendo demolidas, de tal suerte que nuestro marco de entendimiento común ha quedado gravemente dañado. Y las democracias cada vez son menos racionales y más peligrosamente emocionales, imponiéndose la subjetividad del deseo a la razón. Ya nada es real y, a la vez, cualquier cosa puede serlo si el individuo lo necesita para sentirse bien. Es el triunfo de la “cultura del victimismo” frente a la “cultura de la dignidad.

La contracultura 

Si hay un entorno donde la contracultura manda y mucho, más que en la universidad, es en el periodismo. Ocurre que, en la era de las redes sociales, los grupos organizados han ganado un enorme poder en la difusión de contenidos. Y el “clickbait” que estos grupos proporcionan queda a tiro de piedra si se defiende sus dogmas, pero no si se dice la verdad. Por eso abundan los medios y profesionales cuyos contenidos refuerzan valores contraculturales, como la creencia de que el género es una construcción social, mientras que la realidad científica es hurtada al gran público.

Si hay un entorno donde la contracultura manda y mucho, más que en la universidad, es en el periodismo

La prueba del algodón es que muy rara vez un periodista se hará eco de estudios como Brain Connectivity Study Reveals Striking Differences Between Men and Women, de Ragini Verma; Addressing Sex as a Biological Variable, de Eric M Prager; Sex/Gender Influences on the Nervous System: Basic Steps Toward Clinical Progress, de Claudette Elise Brooks y Janine Austin Clayton; Understanding the Broad Influence of Sex Hormones and Sex Differences in the Brain, de Bruce S. McEwen y Teresa A. Milner; Why Sex Hormones Matter for Neuroscience: A Very Short Review on Sex, Sex Hormones, and Functional Brain Asymmetries, de Markus Hausmann; Sex, Hormones, and Genotype Interact To Influence Psychiatric Disease, Treatment, and Behavioral Research, de Aarthi R. Gobinath, Elena Cholerisy Liisa A.M. Galea; Effects of Chromosomal Sex and Hormonal Influences on Shaping Sex Differences in Brain and Behavior: Lessons From Cases of Disorders of Sex Development, de Matthew S. Bramble, Allen Lipson, Neerja Vashist y Eric Vilain; Gender Differences in Neural Correlates of Stress-Induced Anxiety, de Dongju Seo, Aneesha Ahluwalia, Marc N. Potenza y Rajita Sinha…

En la neurociencia el consenso es atronador: el género está a mil jodidas millas de ser una mera construcción social

Podría seguir añadiendo referencias hasta llenar folios enteros, porque, asómbrense, en la neurociencia el consenso es atronador:el género está a mil jodidas millas de ser una mera construcción social. Una sociedad sana debería aceptarlo, y de forma positiva, porque la diferencia no es un problema sino una ventaja. Hombres y mujeres no son mejores ni peores sino complementarios, y la inteligencia o la estupidez se encuentran equitativamente repartidas entre ambos sexos. Esta es la realidad

Pero no sucede así. La contracultura prevalece. Las diferencias son producto de los estereotipos. Y amén. Quien argumente lo contrario será acusado de estar en “fase de negación”.

Así, explicar por qué la expresión "niños transexuales", tan habitualmente utilizada en los medios, es incorrecta, puede acarrearnos un disgusto. Sin embargo, lo cierto es que un niño no puede ser transexual por la sencilla razón de que es condición imprescindible y previa la maduración sexual. Todo transexual es adulto, nunca niño.

Crear falsas expectativas a sabiendas no es bondad sino crueldad

Cuestión distinta es la disforia de género. Pero aquí la American Academy of Pediatrics revela que, aunque del 2% al 5% de los varones y del 15% al 16% de las niñas llegan al convencimiento de que pertenecen al sexo opuesto, la prevalencia final es sólo del 0,01% (1 entre 10.000 a 30.000). ¿Decir esto es odiar a los transexuales? No, es evitar la confusión. Por el contrario, crear falsas expectativas a sabiendas no es bondad sino crueldad.

La industria de la política

Pero no sólo es el género. La contracultura avanza en todos los frentes, condicionando los hábitos alimenticios, alterando la jerarquía entre animales y personas, distorsionando el ordenamiento territorial (secesionismo), expropiando las ciudades, invirtiendo los principios del Derecho, manipulando la educación, liquidando la autoridad de los padres y la Autoridad en general y, ahora, también se dispone a demonizar el turismo. En definitiva, la contracultura primero generó una neolengua, pero después se tradujo en reglas informales hasta que, finalmente, ha interferido la acción legislativa y se ha inmiscuido en los más recónditos rincones de la vida privada de las personas.

La contracultura es un mecanismo de control descontrolado del que viven periodistas, políticos, expertos, empresarios y activistas de todo tipo y condición

Hay quien prefiere llamar a todo esto marxismo cultural, pero a mi juicio esta denominación es un error. La contracultura es un fenómeno que se reproduce en todo el espectro político. Y asociarlo en exclusiva al marxismo puede inducir al error de que nos enfrentamos a un puñado de fanáticos. Y que, por lo tanto, la alarma es exagerada o está sesgada.

El verdadero peligro es que la tecnocracia ha encontrado en la contracultura un aliado de un valor excepcional, con ella la industria política puede crear nuevos mercados, generar nuevas necesidades aun a costa de interferir en los aspectos más sagrados de nuestra privacidad. Además, la endiablada capacidad de mutación de la contracultura la ha llevado a escapar al control de sus presuntos ideólogos. Hoy es un mecanismo de control descontrolado del que viven periodistas, políticos, expertos, empresarios y activistas de todo tipo y condición. Infinidad de gente cuyo denominador común es alcanzar notoriedad y bienestar material liquidando el marco de entendimiento común y empujando a la sociedad occidental al desquiciamiento. Así, cada vez que escuchen aquello de "hemos avanzado bastante, pero aún queda mucho por hacer", prepárense para lo peor.

Javier Benegas vozpopuli 08.08.2017 

martes, 1 de agosto de 2017

El oscuro secreto del secesionismo

"Hay que cambiar no ya cuarenta años, sino quinientos años de la Historia de España". 

La frase, pronunciada por Jordi Pujol en 1979, desvela el oscuro secreto de un nacionalismo que, al contrario que el viejo catalanismo, no tenía como fin preservar los particularismos culturales, sino destruir la identidad española.

El pasado jueves 27 de julio, en la tercera del diario ABC firmaba Antonio Garrigues Walker la pieza titulada "Una solución digna y civilizada". Con un equívoco tono moderado, el autor apelaba al entendimiento y el diálogo entre los catalanes y el resto de españoles. En realidad, el ruego iba dirigido al gobierno del Estado español y, a lo que parece, en nombre de la Generalitat.

La pieza generó gran indignación, ya que no sólo abundaba en la supremacía catalana, sino que, en base a este argumento, exigía al Estado español una compensación. Así, la pieza nos regalaba párrafos de la siguiente factura

Cataluña tiene que sentir la profunda admiración del resto de España por todo lo que ha hecho –más sin duda que ninguna otra comunidad– en el proceso de desarrollo, modernización y enriquecimiento de nuestra vida democrática, económica y cultural. Sin Cataluña hubiera sido absolutamente imposible alcanzar el grado de progreso actual. Cataluña tiene que sentir además que respetamos sin reservas –e incluso con cierta envidia– la pasión por su identidad, por su lengua, por su cultura, por su historia y también sus deseos de alcanzar las máximas cotas posibles de autogobierno.”

Los nacionalistas catalanes deberían respetar la pasión que los españoles tienen por su identidad, por su lengua, por su cultura y por su historia

Podríamos, como muchos articulistas han hecho, indignarnos o recurrir a invertir los términos y afirmar, con mucho más fundamento, que el concepto de España debería ser respetado y valorado por todos. Que Cataluña jamás habría sido la región próspera y pujante que en su día llegó a ser si no hubiera sido por la nación española. Y que los nacionalistas catalanes deberían respetar la pasión que los españoles tienen por su identidad, por su lengua, por su cultura y por su historia. Pero esto sería abundar en un debate trillado. Es hora de ir más allá y desvelar el oscuro secreto del nacionalismo.

España como tabú
Lo primero que conviene aclararle a Garrigues Walker, y a otros muchos que se prestan a ejercer de dragomán, es que, durante la Transición, la idea de España como nación se convirtió en tabú, incluso la mera denominación quedó proscrita. De hecho, para evitar pronunciar la palabra prohibida, empezaron a utilizarse diferentes acepciones, como “este país”, “el Estado español” o “el gobierno de Madrid”. España fue degradada a la categoría de mera Administración que, claro está, se troceó convenientemente, estableciéndose de manera formal una jerarquía administrativa que, sin embargo, podía ser renegociada informalmente una y otra vez. Por eso, cuando Pedro Sánchez afirma que España es una nación de naciones lo que nos dice en realidad es que es España es, a lo sumo, una administración de administraciones.

Esta conversión de la nación en un concepto puramente administrativo y enajenado de la comunidad fue utilizada por la oligarquía catalana para, de manera progresiva, convertir su demarcación territorial en administración independiente. Y aquí es oportuno citar la última frase del párrafo de Garrigues Walker, donde propone como solución “alcanzar las máximas cotas posibles de autogobierno”. Porque ¿qué otra cosa puede significar “las máximas cotas de autogobierno” sino la independencia?

El nacionalismo es contracultura
"Hay que cambiar no ya cuarenta años, sino quinientos años de la Historia de España". Esta frase, pronunciada por Jordi Pujol el 10 de junio de 1979, desvela el oscuro secreto de un nacionalismo que, al contrario que el viejo catalanismo, no tenía como fin preservar los particularismos culturales, sino destruir una identidad española que en esencia era también la catalana.

El nacionalismo es un movimiento intrínsecamente contracultural. Tan contracultural como lo fue la “New Left”

O como hoy lo siguen siendo unas mutaciones de las que el propio Theodor Adorno abjuró en la década de los 60.

En efecto, el nacionalismo catalán ha progresado bajo las reglas de la Corrección Política que dividen a los individuos en víctimas y verdugos, grupos fuertes y grupos débiles, y con las que numerosos grupos de interés someten a la sociedad. El recurrente y falso victimismo de los nacionalistas lo certifica.

¿Es Jordi Pujol un marxista? Sí, pero de Groucho Marx
La corrección política es considerada como una suerte de marxismo cultural. Se vincula su origen a la Escuela de Fráncfort y su Teoría Crítica. Sin embargo, hablar de marxismo cultural es un reduccionismo que no se corresponde con la realidad. Cierto es que cuando el desarrollo tecnológico y la evolución social dejaron inservible la teoría de la confrontación entre proletarios y capitalistas, la izquierda tuvo que idear nuevos grupos de explotadores y explotados, opresores y oprimidos, verdugos y víctimas. Sin embargo, la Corrección Política ha terminado propagándose por todo el espectro político.

Tanta discriminación por resolver, tanta víctima por resarcir justifica la intervención arbitraria de los políticos

Tiene su lógica. Tanta discriminación por resolver, tanta víctima por resarcir justifica la intervención arbitraria de los políticos y, también, abre la puerta a un ejército de expertos, académicos y burócratas que, por sí sólo, impulsa una industria siempre ávida de recursos que, de otra forma, no se podría justificar. Una máquina de ingeniería social que se sirve a sí misma y que crea infinitas oportunidades de negocio a costa de una sociedad cada vez más polarizada, alienada e infantil.

En este nuevo contexto, la opresión, la división entre víctimas y verdugos ha adoptado formas cada vez más nebulosas, difíciles de apreciar de manera inequívoca, incluso de demostrar, que la clásica explotación del trabajador. Esta confusión es lo que ha permitido la entrada de nuevos jugadores. Primero, en efecto, fueron las mutaciones de la vieja izquierda. Pero más tarde otros grupos, como los nacionalistas, que vieron en la dinámica de la Corrección Política la forma de alcanzar sus objetivos. De ahí la proliferación de retorcidas y destructivas teorías sociológicas que la gente acaba asumiendo tras abrumadoras campañas de propaganda. Incluso disparates como la “plurinacionalidad” que demuestran cómo, en esta industria emergente, no existen límites a la imaginación.

Se ha liquidado el principio de la igualdad ante la ley, cualquier marco de entendimiento común y, en consecuencia, la comunidad que da lugar a la nación

Así, el nuevo feminismo no busca como antaño la igualdad, sino la identificación de la mujer como grupo víctima al que hay que proporcionar un orden legal diferenciado y, en consecuencia, una dotación presupuestaria siempre creciente. O la defensa de un multiculturalismo que no pretende la integración del forastero, sino su derecho a la segregación cultural al albur de políticas sociales con una sed insaciable de recursos. Todo esto, además de convertir el feminismo, el multiculturalismo y el nacionalismo en negocios políticos, ha liquidado el principio de la igualdad ante la ley, cualquier marco de entendimiento común y, en consecuencia, la comunidad que da lugar a la nación.  

Hoy es más acertado hablar de contracultura que de marxismo cultural, puesto que de la Corrección Política se sirven grupos de interés que no es que carezcan de raíces marxistas, es que son incompatibles entre sí. Su único denominador común es, precisamente, la Corrección Política. El nacionalismo catalán es uno de estos grupos. De hecho, cuando Jordi Pujol pronunció aquella frase en 1979, el movimiento nacionalista catalán era bastante menos que marginal, y la sociedad catalana, aun con sus particularismos, era profundamente española. Lo lógico es que, con el tiempo, el nacionalismo hubiera desaparecido por completo. Hoy, sin embargo, el secesionismo se ha convertido en una amenaza tan disparatada como real.

Era cuestión de tiempo que la apuesta de la oligarquía catalana por depurar su identidad española la dejara a merced de una izquierda loca

Pero los viejos nacionalistas en el pecado llevan ya la penitencia. Al fin y al cabo, además de aflorar su corrupción, era cuestión de tiempo que la apuesta de la oligarquía catalana por depurar su identidad española la dejara a merced de una izquierda loca que, además de ser pura y dura contracultura, ha probado las mieles del presupuesto.

Lamentablemente, mientras la integridad territorial de España se ve seriamente amenazada, todos los partidos políticos han considerado prioritario dedicar sus esfuerzos a suscribir un Pacto de Estado contra la Violencia de Género… en uno de los países del mundo donde este tipo de lacra es más residual

Es decir, mientras los turcos asaltan la ciudad, el emperador Constantino discute con los teólogos sobre el sexo de los ángeles.