lunes, 16 de marzo de 2015

¿TODOS SOMOS DE DERECHAS?

«Todos somos de derechas»

En España se proclama que se es de izquierdas, pero se confiesa que se es de derechas

«Todos somos de derechas», le hacía decir Mingote a uno de sus figurones en La Codorniz a finales del franquismo. Era medio en serio, medio en broma. Muchos eran de derechas, otros tenían que serlo y otros se cuidaban de aparentarlo. Hoy parece cierto todo lo contrario. Nadie quiere o reconoce ser de derechas. Ni siquiera la derecha.

España es el único país que no tiene lo que viene a ser una sana, razonable, lógica, amable, sensata y democrática derecha política. Orgullosa de serlo y de defender su ideario y su proyecto. Aquí no hay ya una opción política que se distinga por su defensa de la propiedad y la libertad, de la ley y el Estado de Derecho, la unidad y sus símbolos y las instituciones, el respeto a la tradición y el culto a la historia común, de la libertad religiosa, del derecho a la vida, los fundamentos judeocristianos, culturales y de civilización, libertad económica y guerra a la fiscalidad abusiva, fin del despilfarro y racionalización de la administración y territorialidad, defensa de la libertad de educación y de los derechos inalienables del individuo y un compromiso inequívoco en la defensa occidental. Que proclame, sin salvedades y sin pedir perdón, sin explicaciones alambicadas, que la libertad, la dignidad y la propiedad son pilares de su proyecto político que defiende con toda firmeza y entusiasmo.

En España, de momento, se proclama que se es de izquierdas, pero se confiesa que se es de derechas. Al menos de momento esa derecha no existe. El complejo del franquismo tiene paralizados a los políticos que se saben de derechas en la intimidad. Que creen en la libertad como fuente de felicidad, pero también de riqueza. Que creen en algo muy distinto a la redistribución para el igualitarismo. O que creen creer en otra cosa. Porque a los complejos tradicionales se une la debilidad de los conceptos y del criterio de una derecha que no crea necesario disculparse con cada ley o cada defensa de sus principios. Porque lo que hemos visto en estos pasados años ha sido la renuncia a las señas de identidad en aras de la comodidad y la adaptación a un paisaje general que consideran poco amable, de la permanente huida del conflicto con las fuerzas en principio adversarias.

Electoralismo
Cuando no es pensamiento débil, la falta de convicciones y de estructuras conceptuales y andamiaje argumental, es puro miedo. Pero es cierto que ni para pedir el voto se atreve ya el PP a presentarse como la derecha española, a postularse como la derecha. Y por tanto como legítimo representante de esos millones de españoles que siempre respondieron a las promesas de hacer política de derechas.

Con dos mayorías absolutas en poco más de una década. Los votantes están en la mayoría en el centro pero fueron programas de la derecha los que recibieron las dos mayorías absolutas en España. Con el resultado de que solo la izquierda, sin haberla tenido, ha impuesto todos sus postulados ideológicos en los últimos diez años. Y ahora se prepara para asaltar el sistema.

El PP ha jugado a ser el único representante de la derecha en la tierra española. Pero de una forma sobrentendida. Y creyendo poder mantener secuestrado ese voto mientras practica una política de asimilación a la izquierda. Los que se decían siempre de centro-derecha, son ya desde hace mucho tiempo solo «centristas». Su corrección política es tan exquisita que todos parecen haber haber interiorizado esa superioridad moral y cultural de la izquierda y repiten todos los tópicos y las frases hechas, el mantra y las cantinelas de la misma.

Nadie está dispuesto a librar la batalla de las ideas con la izquierda española, la más primitiva y falsaria probablemente de toda Europa, si exceptuamos a Grecia. No son capaces de rebatir ni denunciar ni desenmascarar como algunas de las causas más evidentes de los problemas de las sociedades occidentales en la actualidad.

El PP está hoy tan lleno de gente «centrista» que parecen estar allí solo porque en otros partidos les sería más difícil medrar. La vicepresidenta del Congreso, Celia Villalobos advierte en el PP que no hay sitio para quien no es partidario del aborto. Nadie de la dirección la desmiente. Sin duda, es un caso extremo, Villalobos. Como lo es su marido Arriola, quizás el principal adalid del relativismo total en el seno del PP y causa probablemente de su deriva hacia la nada ideológica.

Pero bajo una dirección políticamente neutra, de quienes pretenden ser más que nada gestores del poder durante el mayor tiempo posible. Cualquier definición ideológica es sospechosa. Y los propios miembros del PP utilizan esa arma arrojadiza de la izquierda de llamar facha a quien consideran a su derecha. No hay contenido ideológico, convicciones ni ideas que se puedan adivinar.

En cuanto han surgido unos rivales políticos como Ciudadanos y Vox se han visto los nervios por la ausencia de un discurso cuajado y homogéneo. Lanzar ahora un mensaje coherente desde el centro derecha que no pueda ser rebatido de inmediato con las experiencias de años pasados no será fácil. Ha sido demasiado el desprecio a los contenidos programáticos de su partido durante estos años como para ahora pedir una renovación de la confianza sobre las mismas bases.

¿Ha tenido España alguna vez la oportunidad de librarse de ese complejo del franquismo y de esa mentira antifranquista de la izquierda que la mantiene paralizada? Por esa mentira obscena, según la cual el heroico pueblo resistente español pasó 40 años en lucha permanente y aplastado brutalmente por cuatro generales y diez curas derechistas que además, eran los padres del actual PP.

Quizás pudo haberse iniciado esa liberación bajo José María Aznar. Quizás podía haberse comenzado la construcción de esa fuerza con vocación y temple liberal, con el acervo de la sabiduría conservadora, moderada pero firme, reformista y rigurosa, sensata y rotunda en su convicción de defender los mejores valores y principios de la mejor sociedad posible. Aunque visto el carácter del entonces nombrado por el dedo providencial de Aznar, haya motivos para dudarlo.

La posibilidad, en todo caso, estalló en mil pedazos con las bombas en la mañana del 11 de marzo de 2004. Entonces descarriló la posibilidad de una reforma hacia la modernización no traumática de España y de su derecha. Una derecha abierta y democrática y tan tolerante como firme en sus convicciones. Si la legislatura de Rajoy puede apuntarse como luz su éxito de parar el naufragio de la nave causado por Rodríguez Zapatero, su sombra han estado en ese fracaso político. Que no es solo no haber lanzado el proyecto de regeneración que se esperaba de él. Sino también el previsible fin del PP como partido integrante de todas las corrientes que pudieran hallarse entre la socialdemócrata y la derecha.

Mientras las mentiras continúen y no se pierda el miedo a la intimidación permanente con el franquismo, la derecha española se mantendrá en esa existencia clandestina hasta cuando gobierna.

HERMANN TERTSCH
ABC  16/03/2015

domingo, 15 de marzo de 2015

ENTRE LA IZQUIERDA LA DERECHA NO HAY NADA

El elector no se equivoca: vota derecha o izquierda aun cuando él mismo no se considere, abiertamente, de derecha o izquierda.

Sabemos o hemos olvidado que los términos derecha e izquierda tienen su origen en la Revolución Francesa y en el azar. Los diputados del pueblo, en 1791, se organizaron de manera espontánea según su afinidad política: a la derecha los partidarios de la monarquía absoluta, y a la izquierda, los de la monarquía constitucional. ¿No es sorprendente que un acontecimiento local y remoto haya pasado a formar parte del vocabulario universal? No hay una sola democracia que no se haya adherido a esta distinción, y los votantes, en todos los países, se clasifican de manera espontánea según estas dos categorías. Por supuesto, las etiquetas partidistas tienen su origen en la historia local, al igual que las estrategias electorales: los términos «popular», «democrático», «unión nacional» e incluso «socialista» van y vienen de izquierda a derecha.

Pero los electores no se equivocan: votan derecha o izquierda, aun cuando ellos mismos, en ocasiones, no se consideren abiertamente de derechas o de izquierdas. Hay países –España, Francia– en los que se ha demonizado intelectualmente a la derecha hasta el punto de que se evita esa denominación. Por el contrario, en Estados Unidos ningún candidato que desee ser elegido se atrevería a declararse de izquierdas.

¿No es asombroso que, en todo el mundo, las fuerzas de derechas y de izquierdas se equilibren hasta el punto de que, en cualquier democracia, las elecciones se decidan siempre por un ínfimo margen de diferencia? No hay ningún lugar donde los llamados partidos de centro consigan acabar con la alternancia entre la derecha y la izquierda; en la política, el centro no existe y, sin duda, no responde a ningún sentimiento popular significativo.

¿A qué se deberá este equilibrio repartido entre derecha e izquierda? ¿Será un fenómeno sociológico, biológico? ¿Estas dos concepciones del mundo vienen dictadas por la condición humana, como opinan los marxistas y sus clones, o por la naturaleza humana, como observan los antropólogos? Sinceramente, nadie sería capaz de afirmar que la derecha sea el partido de los ricos, y la izquierda, la expresión de los oprimidos; este determinismo no existe. Se nace de derechas o de izquierdas, o se llega a ser de derechas o de izquierdas: la naturaleza y la cultura están sin duda muy entremezcladas. Pero cada una debería, en el terreno que sea, dar muestras de una enorme modestia, porque cada una de ellas solo está en posesión de la mitad de la verdad. La derecha, en este sentido, me parece más tolerante que la izquierda, que a menudo pretende acaparar toda la verdad.

Puesto que cada una posee solo media verdad, o media realidad, es vital que cada una en su terreno defienda con entusiasmo su parte de verdad. Pero ¿cómo? La izquierda, en este combate, se encuentra más cómoda porque esgrime grandes eslóganes unificadores, como la justicia social, la igualdad, el progreso, etc. Esta izquierda está también más capacitada para definir los objetivos que para precisar y aplicar las medidas necesarias para hacer realidad sus nobles aspiraciones. La derecha suele ser más hábil enunciando las medidas que logrando que se sueñe con sus ideales. ¿Una izquierda idealista y una derecha pragmática? Esta distinción refleja en parte la oposición entre derecha e izquierda, pero muy superficialmente. Conviene profundizar más: la derecha se basa en una determinada concepción del hombre en la sociedad y del hombre en la historia.

La responsabilidad personal

El principio fundamental de la derecha es la responsabilidad personal: para que haya justicia, y una buena sociedad, cada persona debe tener tanta libertad de elección como sea posible. La derecha cree en la virtud de la responsabilidad personal. La izquierda cree menos en ella, o nada en absoluto. Lo que la derecha califica como virtud y responsabilidad la izquierda lo condena, al considerarlo egoísmo y miopía histórica. La izquierda sustituye a la persona por la colectividad y, como esta no existe en realidad, son el partido o el Estado los que actúan en nombre del bien común.

Los cargos electos de la izquierda empujan al pueblo hacia el progreso, o lo que ella define como tal, mientras que la derecha acompaña al pueblo. Retomando la famosa distinción que hacía el filósofo británico Friedrich Hayek, la izquierda es el partido del orden decretado, y la derecha, el del orden espontáneo: esta noción de espontaneidad es esencial para la derecha. Y como también subrayaba Hayek, apenas hay espacio en el centro, ni un punto medio entre el error y la verdad. Los partidos del centro solo pueden falsear la alternancia, embarullar las opciones; al no proponer ni análisis ni solución, el centro perjudica el buen funcionamiento de la democracia.

La belleza de la democracia (nacida en Atenas según unos y en los monasterios románicos según otros) radica en que permite la alternancia sin violencia; sustituye la guerra civil por las elecciones; reconoce los derechos de las minorías; admite que la mayoría ejerce en efecto el poder, pero no está en posesión de la verdad.

Tal vez, en la derecha se debería explicar y expresar todo esto de una forma más clara. Pero no confundamos la función del filósofo con la del político, cuyo deber consiste primero en ser elegido. Recordemos que el concepto del filósofo-rey es una invención de Platón, quien también sería, según Karl Popper (en «La sociedad abierta y sus enemigos»), el fundador del despotismo. Hoy, Platón ocuparía un escaño a la izquierda de Aristóteles, el observador de lo real, que se sentaría a la derecha.

GUY SORMAN, ABC – 15/03/15