jueves, 12 de agosto de 2010

DESASTRES NATURALES Y DÉFICIT DEMOCRÁTICO

En los últimos meses hemos sido testigos de varias catástrofes naturales que han producido decenas de miles de muertos y desaparecidos, centenares de miles de desplazados y familias sin hogar. Entre estas catástrofes baste recordar el terremoto de Haití en enero de 2010 (con más de 220.000 muertos), el de Chile en febrero de este mismo año (con sólo 500) y las recientes riadas y corrimientos de tierras en Pakistán y China.

Un interesante artículo de Foreign Affairs intenta explicar la relación entre las consecuencias de las catástrofes naturales y la gestión de los desastres por los diferentes gobiernos que han sufrido estas "venganzas de la naturaleza". En Disaster Politics, titulo del artículo, se hacen las siguientes consideraciones:

Partiendo de los ejemplos de los terremotos de Chile y Haití, el primero mucho más violento que el segundo pero con un número de víctimas infinitamente inferior, recuerda que la aprobación de leyes y normas sobre los procedimientos y requisitos en el sector de la construcción, y la gestión política posterior a las catástrofes, son dos puntos importantes que marcaron las diferencias en el balance de fallecidos. En Chile existían previamente esas leyes sobre seguridad en la construcción mientras en Haití no, la ayuda internacional y nacional se gestionó bien por el gobierno estable de Bachelet, mientras en Puerto Príncipe el gobierno era una quimera en un estado fallido, y las autoridades responsables del reparto y distribución de la ayuda aprovecharon la ocasión para enriquecerse.

Los gobiernos no puede prever ni evitar los desastres, pero pueden prepararse para minimizar sus efectos como demuestran los países que sufren con mayor o menor asiduidad este tipo de desastres, como Japón y EE.UU., así como el resto de países democráticos donde la supervivencia del gobierno depende en ocasiones de sus respuestas a situaciones críticas.

La aprobación y puesta en práctica de leyes y códigos en el sector de la construcción son parte de esa estrategia de minimización de riesgos, que habitualmente las democracias adoptan pero las dictaduras desprecian. Existen excepciones como fue el caso del Huracán Katrina en EE.UU., pero los gobiernos democráticos aprenden las lecciones necesarias para aplicarlas en hipotéticos desastres posteriores.

La superviviencia de las dictaduras no depende del apoyo popular de sus ciudadanos. Mientras los líderes electos democráticos son sensibles a la pérdida de vidas humanas consecuencia de los desastres naturales, los líderes de los regímenes antidemocráticos no lo son, por lo que su efectividad ante estas situaciones críticas es nula. Hay decenas de casos ilustrativos, pero señalaremos dos recientes, el Ciclón Nargis en Birmania en 2008 (138.000 muertos), el terremoto de Bam en Irán en 2003 (30.000 muertos).

En estos países el lugar más seguro, ante una catástrofe natural, es en las cercanías de la capital o de los importantes centros industriales o de población ya que incluso los regímenes no democráticos temen las reacciones violentas de la población en esas zonas. Por ejemplo, en el terremoto de Qinghai en China en 2010 el gobierno prácticamente no reaccionó, aplastando además las protestas populares, mientras en el terremoto de Sichuan de 2008 la diligencia de Pekín fue modélica. En este sentido, la disponibilidad de medios materiales y humanos, como en el caso chino, no tiene ninguna influencia en los resultados siempre que las autoridades no se sientan obligadas a utilizarlos.

Así, generalmente, ante un elevado número de víctimas, los gobiernos autoritarios no sienten peligrar su posición, por lo que los políticos no se ven políticamente forzados a utilizar esos medios (China), situación opuesta a la de los regímenes democráticos (Chile).

A menos que las prebendas y privilegios de los dirigentes dependan de sus ciudadanos, de las hipotéticas víctimas, éstos no gestionarán de forma efectiva ni las ayudas post-desastre ni adoptarán las medidas de prevención necesarias, no sentirán ninguna necesidad de dedicar recursos materiales a la prevención y gestión, sino que destinarán esos recursos al mantenimiento del clientelismo que les mantiene en el poder. Es más, cuanto más elevado sea el número de víctimas y las pérdidas materiales, más elevada será la ayuda internacional y más oportunidades tendrán las autoridades estatales y locales de robar lo que sus ciudadanos necesitan con urgencia, facilitando su permanencia en el poder.

Se puede caer en la tentación de afirmar que la prevención y gestión sólo es una cuestión de la riqueza nacional de los países afectados, pero esa atractiva afirmación es falsa. En la probablemente única gestión en la que Cuba es merecedora de elogios, su sistema de protección civil frente a los continuos huracanes que golpean el país periódicamente ha evitado durante años que el número de víctimas civiles sea elevadísimo. De hecho es ínfimo, más aún cuando se compara con las consecuencias de los huracanes en los países vecinos de la Cuenca del Caribe. Existen otros ejemplos, pero en este blog que habitualmente critica con ferocidad al régimen cubano, hoy hay que rendirse a la evidencia de esta política preventiva de pérdida de vidas humanas.

Por otra parte, The Australian informa del incremento de las catástrofes naturales por causas atmosféricas como consecuencia del cambio climático. En los últimos treinta años se han producido el doble de catástrofes que en los treinta años anteriores, asegurando el artículo que este tipo de desastres seguirán en aumento en los próximos años siguiendo el calentamiento global.

Si esta "profecía" se cumple, y es muy probable que así sea, en los próximos años veremos como en los países no democráticos el número de víctimas se dispara de forma alarmante a no ser que sus dirigentes adopten las medidas oportunas. Y eso sí que es escasamente probable.

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