domingo, 7 de junio de 2015

HALLADO EN CARTAGENA EL PALACIO DE ASDRÚBAL EN EL CERRO DEL MOLINETE

Las ruinas de un monumental edificio púnico con veintidós siglos de antigüedad se confunden entre maleza, escombros y muros de construcciones más modernas en las laderas del cerro del Molinete, en pleno casco histórico de Cartagena, a dos pasos de su bulliciosa Puerta de Murcia y a cuatro del puerto al que estos días llegan miles de turistas a bordo de trasatlánticos. Quien más claro las ha visto es el doctor en Arqueología Iván Negueruela (Valladolid, 1951), que lleva quince años ensimismado en el estudio de esos vestigios. Sus conclusiones las ha plasmado en el libro «El magnífico palacio de Asdrúbal en Cartagena (Cerro del Molinete)», que acaba de editar la Real Academia de la Historia. Sus primeras presentaciones públicas están previstas el próximo otoño en Madrid y Túnez.

La obra recopila con criterio científico la investigación que el actual director del Museo Nacional de Arqueología Subacuática (Arqua), inició a raíz de una cita clásica. El historiador helenístico Polibio de Megalópolis visitó la Cart Hadasht púnica a mediados del siglo II antes de Cristo y dejó escrito que en el actual cerro del Molinete se encontraban «los magníficos palacios reales» de Asdrúbal Barca.

La Policía y el arqueólogo
Esa referencia bibliográfica fue la que motivó a Negueruela a iniciar en el verano del año 2000 una discreta campaña de prospecciones en las laderas de la colina, una de las cinco sobre las que en el año 227 antes de Cristo el propio general cartaginés de la dinastía bárcida erigió la actual Cartagena aprovechando las ruinas de la Mastia ibera. La modesta y breve empresa del arqueólogo -apenas una semana para confirmar lo que había visto durante sus paseos por el Molinete- no estuvo exenta de dificultades: pese a disponer de los preceptivos permisos de la Dirección General de Cultura de la Comunidad Autónoma, tuvo que lidiar con fuertes reticencias municipales evidenciadas por la continua visita de agentes de la Policía Local. La zona está afectada por un gran proyecto urbanístico aprobado en marzo de 2001 y que está a medio ejecutar.

Pese a los contratiempos, Negueruela se propuso arrojar luz sobre esta etapa: la Cartagena púnica es terreno ignoto para muchos arqueólogos que han intentado conquistarlo. Salvo algunos tramos de muralla puestos al descubierto a los pies del cerro de San José, o las trazas de calles en el propio Molinete, los vestigios púnicos siguen ocultos bajo los niveles de la posterior y aparentemente más esplendorosa Carthago Nova de los romanos.

Excavado en la roca
En distintos puntos de las laderas norte, sur y oeste del Molinete (que en la antigüedad fue conocido como Arx Asdrubalis), Negueruela realizó hace quince años una campaña de excavaciones que permitió encontrar tramos de roca madre y trazas de muros milenarios reutilizados en épocas posteriores. Muchos de ellos sustentaron hasta no hace demasiados años los techos de las casas del desaparecido barrio chino de la ciudad. Una de sus primeras conclusiones fue que el palacio bárcida era en realidad un conjunto de construcciones rupestres. Es decir, un gran edificio excavado en la propia roca de las laderas de la colina, previamente preparadas en forma de terrazas para permitir la superposición de alturas. «Un edificio excavado en la roca en esa época es una novedad en todo el Mediterráneo», asegura el arqueólogo.

La plasmación de esas estructuras antiguas en los planos de un monte con unos 25.000 metros cuadrados de extensión también permitió al investigador llegar a otra conclusión asombrosa: se encontraba ante un edificio de planta triangular, algo insólito en aquella época. En concreto, un triángulo escaleno con una hipotenusa de 250 metros, lo que da idea de sus colosales dimensiones. Tampoco había estudiado nada parecido en sus muchos años de trayectoria profesional en España y los países ribereños del Mediterráneo.

Historia de los vencedores
Negueruela sostiene en su investigación que pocos edificios de la Antigüedad habían alcanzado dimensiones tan importantes como el palacio de Asdrúbal. «Ninguno en la Península Ibérica ni en los países de Occidente. Más grandes sí los hubo, pero en los imperios del Próximo Oriente: Babilonia, Persépolis, pero este último tras sucesivas ampliaciones».

Esas proporciones consolidan la hipótesis de que la dinastía Barca quiso hacer de Cartagena la capital de su imperio en la Península Ibérica. «Es evidente que a lo mejor habría que revisar la historia, pues esta la escriben los vencedores, los romanos, y por tanto no tenemos referencias a todo esto», advierte el arqueólogo. Negueruela abunda en otras ideas que refuerza con el uso de planos, como que la planta del palacio de Asdrúbal encierra un complicado entramado de conocimientos en disciplinas como la geometría, la aritmética, la geodesia y la astronomía. Nadie hasta entonces en el Mediterráneo había sido capaz de aterrazar los distintos lados de una colina, construir y excavar en ellos para habilitar diferentes dependencias, hacerlo de manera intencionada y proporcionada, y orientar las dedicadas al culto con intención astronómica.

A ello se suma el dominio de la geometría que tenían sus arquitectos. El investigador destaca como únicos elementos disonantes en la composición de triángulos del palacio la ubicación del templo de la diosa Atargatis coronando la cima y una serie de habitaciones lejanas a este pero dentro del complejo. Intentar darle sentido a esa ruptura ha sido una misión complicada para él durante los últimos años. Piezas de un puzle al que va dando sentido de manera muy lenta.

A falta de que expertos en geometría puedan proporcionar nuevas interpretaciones, el autor del libro cree que las estancias de carácter religioso tienen orientaciones vinculadas a razones astrológicas. De todas las claves ocultas que pudo encerrar el edificio, Negueruela intuye detalles constructivos que quedaban ocultos a los ojos de la población que habitaba a los pies de la cara sur de la colina. Cita como ejemplo la orientación de las salas destinadas al culto divino y la entrada de los primeros rayos de sol por la puerta del templo de Atargatis, cuyos escasos vestigios se pueden ver en el actual parque arqueológico del Molinete.

El estudio de estas ruinas augura futuras investigaciones sobre el papel que jugó Cartagena antes de la dominación romana. ¿Por qué el arquitecto del palacio de Asdrúbal rompió los esquemas cuadrados y rectangulares conocidos hasta entonces? ¿De dónde procedían sus conocimientos? ¿Cómo resolvió arquitectónicamente el conflicto entre el poder terrenal -los Barca- y sobrenatural -Atargatis-? «Responder a todo ello puede dar para cien años», asegura Negueruela.

FOTO AÉREA DEL MOLINETE
Este investigador inquieto, de verbo atropellado y fama de independiente (dos veces fue destituido de su puesto de director del Museo Nacional de Arqueología Marítima por sendas ministras de Cultura y dos veces fue repuesto en el cargo por sentencias judiciales) está acostumbrado a ir a contracorriente. Él insiste en probar la existencia de restos del palacio cartaginés en un lugar donde sus colegas no vieron lo que él ha hallado.

Las elecciones del pasado 24 de mayo pusieron fin a veinte años de mayoría absoluta del Partido Popular y de su alcaldesa, Pilar Barreiro, en el Ayuntamiento de Cartagena. El próximo alcalde puede cambiar la valoración del urbanismo en un casco que desde 1981 tiene la consideración de Conjunto Histórico-Artístico y que ahora, en esta zona, se debe proteger hasta que se aclare la relevancia de Cartagena en la historia antigua de España. Lo dejó escrito Polibio hace dos mil años. Ahora lo reivindica Negueruela

.ABC 07.06.2015

jueves, 4 de junio de 2015

LA BATALLA DE PENSACOLA

La inolvidable batalla de Pensacola: eran pocos, pero tenían mucha decisión

En el difícil siglo XVIII español, las fronteras estaban demasiado sobreexpandidas. La batalla de Pensacola fue el último esfuerzo español por reconquistar las Floridas de manos de los ingleses

La intervención española en la Guerra de la Independencia norteamericana fue decisiva para la emancipación de las colonias alzadas, aunque a la luz de los posteriores comportamientos de esta nación para con la nuestra, pudiera ser que hubieran sido asaltados por un extraño episodio de amnesia, pues su conducta para con una nación –la española–, cuyo apoyo en su alumbramiento a la historia fue crucial, no ha hecho nunca honor a la palabra agradecimiento.

Esta intervención de España elevaría la crudeza de la Guerra de Independencia contra los ingleses a unos niveles insoportables, haciendo insostenible su presencia en el continente.

La guerra es fea. La guerra es la madre de la carta blanca. La guerra destierra los principios ante la abrumadora presencia de la impunidad, y la certeza de que el castigo nunca llegara por vía divina, si no humana. Se puede matar legalmente en nombre del todo vale. No hay excusa que sea indulgente con los actos de los hombres en la guerra, más allá del miedo atroz al adversario y en muchas ocasiones, al propio mando. Es un escenario de barbarie donde la compasión tiende a brillar por su ausencia. Huérfanos, viudas, violaciones de la intimidad más profunda, mutaciones rotundas y radicales en la percepción de la engañosa realidad, ausencia de un Dios digno de tal nombre, llantos por doquier, la tempestad del horror y los odios extremos, hacen de la guerra el único escenario posible en el que se puede localizar el infierno, y no en lejanas latitudes u otros inciertos lugares.

Al otro lado del Atlántico, un hombre de una pieza, Bernardo de Gálvez, aunaba talento y optimismo ante retos enormes. Pero lo más terrible de la guerra es que no suele obedecer a factores fortuitos como idea general; siempre está programada al detalle. Es un teatro con una tramoya muy sorprendente si fuéramos capaces de descorrer los velos anestésicos de nuestra estulticia.

En el difícil siglo XVIII español, las fronteras de aquel fabuloso imperio estaban demasiado sobreexpandidas y la elongación de las líneas de comunicación y abastecimiento eran en ocasiones encajes de orfebrería que oscilaban entre la necesidad de evitar la engorrosa piratería y la indispensable y pantagruélica voracidad de las arcas de la metrópoli.

Al otro lado del Atlántico, un hombre de una pieza aunaba talento y optimismo ante retos enormes. Esto era una teoría clave en el particular abecedario del militar español Bernardo de Gálvez en sus expeditivas actuaciones en el sureste de lo que hoy es la Norteamérica anglosajona y que en su tiempo España llegaría a ocupar en más de la mitad de su actual territorio continental, en lo que antaño fueron parte de sus extensos dominios, y que si trazáramos una línea imaginaria sobre ellos, nos dejaría más que descolocados. Casi la mitad exacta de los actuales EE.UU fueron abarcados, hollados, peleados y colonizados por peninsulares de una talla inusual enfrentando retos colosales. Recordemos, sin ir más lejos, la odisea de Cabeza de Vaca.

Nunca tantos debieron tanto a tan pocos, ha quedado en el imaginario público como una frase del ilustre y controvertido líder político inglés, Winston Churchill. Más, cualquier español de la época (siglo XVIII) y de hoy, podría suscribir perfectamente esta famosa frase en relación con el protagonismo de un puñado de hombres y los hechos acontecidos en un remoto lugar de lo que bastantes años después sería otro poderoso imperio.

En aquella época, y para variar, los ingleses andaban ramoneando por aquellas latitudes mientras jugaban al despiste, hasta que dieron con la horma de su zapato.

Para situarnos en un contexto, deberíamos remontarnos a la Guerra de los Siete Años (1756-1763), ganada por el Reino Unido a Francia y España. Tras esa guerra, la España de Carlos III y la Francia de Luis XV, y poco después, de Luis XVI, aguardaban con heridas aún sin cicatrizar, ojo avizor una oportunidad para devolver el golpe a Inglaterra.

La sublevación de las Trece Colonias hacia 1775 en lo que se ha dado en llamar la guerra de la independencia norteamericana; que veían cómo sus cargas impositivas, aumentaban y aumentaban sin cesar, colmaría su paciencia tras el nuevo impuesto del té que daría origen a un motín en Boston que cambiaría la historia, pariendo uno de los imperios más potentes conocidos hasta la fecha.

España ayudaría económicamente a los rebeldes norteamericanos desde sus primeros balbuceos. Esta práctica de "mover la cuna" mirando para otro lado, era algo normal entre naciones adversarias que deseaban erosionar a otras sutilmente, alejarlas o disuadirlas de pretensiones incompatibles con los propios intereses, entiéndase, del plato propio.

El 28 de febrero de 1781 salía de La Habana la expedición española con 36 buques de guerra y más de tres mil infantes de marina.

Pero España tenía un dilema; su enorme imperio empezaba a acusar los embates de la vejez y obsolescencia a la vez. La pregunta era: ¿debía de intervenir militarmente, o por el contrario mantenerse al margen? Comparativamente, la Francia de Luis XVI acuciada por las solicitudes de intervención de Benjamín Franklin e impelida por un rencor sanguíneo, vería una oportunidad de barrer del mapa a su archienemiga del otro lado del canal, y actuó en consecuencia.

Carlos III entendía que España se encontraba en una posición más delicada. Las tesis del Conde de Floridablanca, que abogaban por la neutralidad so pena de desencadenar un efecto dominó de reivindicaciones en las colonias españolas eran reflexiones más que sesudas puestas en valor a la luz de un razonamiento estratégico. Su contraparte, el Conde de Aranda, embajador de España en París, veía una oportunidad de oro si apoyaban a las Trece Colonias. También es cierto que el monarca francés era afamado por atacar copiosamente los paladares del cuerpo diplomático con los excelentes vinos de sus reputadas bodegas, lo cual actuaba de manera muy persuasiva cuando las inhibiciones quedaban algo desarboladas por el convencimiento de los caldos locales. El caso es que la cosa estaba indecisa y el tiempo apremiaba.

Finalmente se impusieron las tesis del Conde de Aranda y hacia 1779 España declararía la guerra a Gran Bretaña. Inglaterra se vería obligada a multiplicarse y tanto frente le acabaría dando la puntilla. Por un lado en aquella guerra que era más marítima que otra cosa –el océano Atlántico era un trasiego de naves con vituallas y logística para alimentar los frentes–, el Reino Unido aportaba al esfuerzo de guerra cerca de 120 navíos y 100 fragatas, por el otro lado, Francia con 60 navíos y 60 fragatas seguía siendo de temer, España, atada a una miríada de islas y enormes superficies continentales, “solo” aportaría 60 navíos y 30 fragatas.

No hay que olvidar que en el contexto de la Guerra anglo-española (1779-1783) coincidente con la de Independencia Norteamericana (1775-1783) y partiendo de la información proporcionada en una actuación brillante por los servicios de inteligencia españoles, una flota combinada hispano-francesa dirigida por el almirante Don Luis de Córdova, consiguió apresar sesenta naves inglesas que se dirigían en ayuda de sus destacamentos continentales un 9 de agosto del año 1780 causando el mayor desastre logístico jamás infligido por potencia alguna a este país hasta esa fecha y probablemente, en toda su historia naval, incluyendo las sufridas por el convoy PQ 17, perdido frente a fuerzas alemanas, durante la Segunda Guerra Mundial.

En aquel entonces, el 1.000.000 de libras esterlinas en lingotes y monedas de oro que pasaron a manos españolas, provocarían fuertes pérdidas en la Bolsa de Londres, poniéndola Gran Bretaña al borde de la quiebra técnica.

Pero poco antes y en el marco de esta atroz guerra, Bernardo de Gálvez, que en 1776 estaba destinado en la plaza de Lousiana decide librar contra el Inglés una batalla a muerte.

Cuando llegó el momento clave
Su objetivo era recuperar Pensacola, pero antes caerían las posesiones británicas de Baton Rouge –en la desembocadura del río Mississipi– y Mobile en Alabama (1779). El círculo se estrechaba así en torno al último reducto en manos de los “casacas rojas”, tal que era la capital de Florida. No obstante, el acceso al  estrecho con su escasa profundidad impedía acometer tamaña empresa.

El jefe de cartógrafos destacaría sobre esta operación lo inverosímil de su elaborada complejidad. El 28 de febrero de 1781 salía de La Habana la expedición española con 36 buques de guerra y más de tres mil infantes de marina. Por tierra otras tropas españolas a las que se añadiría más tarde un nutrido destacamento francés, esperaban el desembarco para sellar cualquier posibilidad de escape desde la plaza de Pensacola. La apertura de un frente en el flanco sur sería crucial para la victoria de los independentistas.

Una estrategia de avalancha sin concesiones trituró a los sorprendidos ingleses que se las prometían felices tras una larga y cómoda estancia

Pero para cuando llego el momento clave del asalto, las discrepancias con José Calvo al mando de la escuadra, comprensibles por otra parte, habida cuenta de la monumental tormenta tropical que se avecinaba, crearon momentos de tensión y fisuras de difícil encaje. Como bien argumentaba este marino, se negaba en rotundo a atravesar el estrecho, habida cuenta de que al factor anterior había que añadir el hecho de que había una batería situada en el fuerte de las Barrancas Coloradas que seguía activa y podía causar problemas serios a la flota. Ergo, en consecuencia se largó.

Finalmente el tema se resolvió con la marcha de Calvo que entendía haber cumplido con sus obligaciones al trasladar a la tropa desde Cuba, pero la inmensa mayoría de la flota se puso del lado de Gálvez. Había ganas de aplicarles un correctivo a los anglos.

Tras el ataque inicial que a título personal y con poco más de un centenar de hombres llevaría Gálvez de forma muy comprometida para él y su tropa, una fuerza terrestre española tomó posiciones para asediar Pensacola. Pero esos no serían los únicos refuerzos que recibiría Gálvez. En ese mes llegaría una nueva escuadra de navíos, comandados por José Solano y Bote que acudían a socorrer a Gálvez. Con esta flota eran cerca de 8.000 los hombres preparados para iniciar el asalto contra de los 3.000 ingleses. Además, en un golpe de fortuna, los asaltantes también se les unirían cuatro fragatas francesas con casi 800 soldados.

La tormenta imperfecta
Tras entrar en la bahía, todo dependía en adelante de las fuerzas terrestres comandadas por José de Ezpeleta. Este tenía órdenes de tomar los tres fuertes que defendían Pensacola, y así actuó en consecuencia. El de la «Media Luna», el del «Sombrero» y el del «Rey Jorge», cayeron como piezas de dominó. Una estrategia de avalancha sin concesiones, trituró a los sorprendidos ingleses que se las prometían felices  tras una larga y cómoda estancia. Ezpeleta y Galvez, les devolvieron a la realidad. Poca resistencia ofrecieron los rubicundos británicos, estaban muy apoltronados en su dolce far niente.

En menos de diez días Pensacola se rindió a los españoles.

La infantería de marina española (la más antigua del mundo), en el siglo XVIII, en el Siglo de la Luces, en aquel momento de la historia tan intenso y luchado por nuestra nación, escribió una página inolvidable digna de recordar.

Entre tropa, oficiales y civiles ingleses, más de seis mil prisioneros fueron capturados y aunque en los asaltos iniciales y los cuerpo a cuerpo inevitables hubo excesos de “calentamiento”, el trato dado a los británicos se puede calificar de impecable.

La importancia de la Batalla de Pensacola estriba en el apuntalamiento directo y decisivo en el proceso de independencia de EEUU. Fue una batalla clave que desvió ingentes recursos ingleses, que a la postre los dejaron exhaustos.

El modus operandi de Bernardo de Gálvez era muy simple: ante acontecimientos adversos, actitudes de altura

Nuestro pasado está repleto de hechos gloriosos de los que debemos sentirnos orgullosos como españoles y que deben ser rescatados del «baúl de los recuerdos» dado que constituyen un excelente ejemplo de valores eternos en tiempos duros como los que habitamos.

Aquellos hombres en un contexto lejano, con el único amparo de su convicción, cambiaron el curso de la historia endosándole una severa derrota al entonces hegemon .

El modus operandi de Bernardo de Gálvez era muy simple; ante acontecimientos adversos, actitudes de altura. Para sacar a nuestro país de este trance, podríamos aplicarnos esa regla: ¿A qué esperamos?

A Joaquin Rodrigo, el famoso compositor ciego, autor del celebrado Concierto de Aranjuez, le preguntaron en una ocasión que era peor que nacer ciego , y el respondió; nacer con vista pero sin visión.

LAS PITADAS CONTRA EL HIMNO.MUCHO MÁS QUE UNA PITADA. ESPAÑA SE DESINTEGRA.


No existe ninguna democracia en el mundo, y con mayor razón ningún régimen autoritario, en donde millones de personas a través de la televisión asistan al denigrante espectáculo de contemplar cómo 100.000 espectadores, al inicio de la final de un campeonato, pitan al himno nacional y al jefe del Estado. Pero en España esto sí es posible; caso único, por tanto, en el mundo.

¿Cómo hemos podido llegar a esta situación tan deplorable? Por supuesto, se pueden tomar medidas sancionatorias contra unos u otros, pero una ley de hierro de la política establece que no se puede resolver un problema creando otro mayor. Lo que sucedería, por ejemplo, en el supuesto de suspender el partido, sur-le-champ, según una ley que se aprobó en Francia en tiempos del presidente Sarkozy, por la sencilla razón de que España no es Francia. Si el mandatario galo pudo hacer algo así es porque Francia es un país unitario, sin amenazas separatistas, y con unos símbolos nacionales que todos comparten por encima de sus ideologías. Pero esto no ocurre aquí a causa de dos motivos que paso a exponer y que son los que explican el lamentable suceso del pasado sábado.

Por una parte, se comprobó una vez más que el Estado de las Autonomías ha fracasado si tenemos en cuenta que todo su entramado se aprobó para resolver el llamado problema catalán y, consecuentemente, también el vasco; es decir, para superar los excesos nacionalistas de esas dos regiones españolas. Pues bien, sin tener que recurrir a más razonamientos, basta contemplar el panorama resultante de las recientes elecciones autonómicas y locales. Sus resultados son desalentadores en este aspecto, pues junto a los tradicionales nacionalismos de vascos y catalanes ha emergido también una mayoría abertzale en Navarra y un potente nacionalismo valenciano, bajo el nombre de Compromís -del que no sabemos cuál es su auténtico objetivo-, aderezado todo ello con la poliédrica naturaleza de Podemos que todavía no ha definido su modelo es Estado, si es que lo tiene.

En otras palabras, tras las elecciones del pasado día 24, España se contempla como un país desintegrado cuyo futuro es cada vez más incierto. Sin embargo, a pesar del inmenso error que fue la adopción del sistema autonómico de la II República, se podía haber enderezado el entuerto mediante la reforma de la Constitución a fin de dejar zanjado el modelo definitivo de Estado que necesitábamos. Sin embargo, todo se dejó abierto, elevando a principio constitucional básico el llamado principio dispositivo, mediante el cual cada región podía iniciar su proceso de autogobierno cuando quisiera y solicitar, sin tiempo límite, las competencias que deseara. Semejante regla, que conducía a la inestabilidad y al desbarajuste del Estado, ha sido elogiado por muchos y alguno ha llegado a decir que «constituye la característica más destacada de nuestra Constitución, que la distingue de todas las demás del mundo, hasta el punto de ser considerada las más original aportación de los constituyentes de 1978 al constitucionalismo universal…».

Los resultados de tamaña filigrana desintegradora se han comprobado en el Nou Camp: los catalanes y vascos nacionalistas no quieren este Estado ni a sus símbolos, empezando por el jefe del Estado. Pero lo grave es que nuestros gobernantes de UCD, del PSOE o del PP no han hecho nada para impedir esta aberración constitucional, cuando se hubiese podido solucionar hace años mediante la oportuna reforma constitucional.

Pasemos ahora a la segunda razón de lo que pasó en Barcelona el sábado. Es sabido que España es el primer país europeo que alcanza su unidad como Estado, a pesar de ser una nación plural que se unificó por encima de basarse en varios reinos, varias culturas y varios idiomas. Esa unificación se hizo a través de un solo Estado y de la Monarquía, la cual llegó en una primera fase hasta la I República, en una segunda, desde 1874 hasta 1931, y de una tercera, desde 1975 hasta nuestros días. Sea como fuere, el caso es que para haber logrado un Estado sólido, por encima de los regímenes políticos, era necesario que hubiesen existido unos símbolos del Estado fuertes, compartidos por todos.

Como señala Balandier, «el poder no puede ejercerse sobre las personas y las cosas, más que si recurre, junto a la coerción legítima, a los medios simbólicos». Porque, en efecto, los símbolos del Estado que necesita cualquier organización política, ejercen cuatro decisivas funciones
  1. En primer lugar, sirven para exaltar al propio Estado, porque se considera que es la primera y principal institución del país. 
  2. En segundo lugar, tratan de instruir a los ciudadanos sobre la Historia común a todos. 
  3. En tercer lugar, tienen como fin primordial mantener cohesionado el grupo, favoreciendo la lealtad individual hacia los intereses generales del conjunto. 
  4. Y, por último, sirven para despertar emociones positivas en el seno de la población, fomentando el sentimiento de pertenencia y de identidad.

Así las cosas, España nunca ha tenido símbolos totalmente admitidos por todos, por lo que es difícil, si no imposible, que cumplan la función principal que éstos deben ejercer en toda sociedad, logrando el sentido de pertenencia de los ciudadanos a un territorio, a una cultura, a una lengua… De cualquier modo, los símbolos materiales más importantes en España -la bandera, el escudo, el himno y el Día nacional- no han sido fomentados por nuestros gobernantes

Comenzando por la bandera es ridículo que se siga considerando la roja y gualda como franquista, por lo que muchos recurren a la que adoptó erróneamente la II República, pues la I República mantuvo la que procede de la época de Carlos III. A nadie en Francia, por ejemplo, se le ocurrió cambiar de bandera tras cada cambio de régimen. 

Lo mismo ocurre con el escudo o emblema nacional que a veces se incluye en la bandera y que aquí también se modifica en cada cambio de régimen, en lugar de mantener el mismo.

En cuanto al himno, teniendo en cuenta que es una partitura que procede también del reinado de Carlos III, hay que destacar principalmente dos cosas. Por una parte, que no es un himno franquista, aunque muchos lo creen así y prefieren el himno de Riego adoptado por la II República. Y, por otra, es también una originalidad mundial que no disponga de una letra, lo que debilita su fuerza integradora en eventos como, por ejemplo, los deportivos, en los que suelen usarse a veces los himnos regionales que sí tienen letra. 

Y, por último, la fiesta nacional, que es el día de la patria común, es otro error que cometieron nuestros dirigentes, pues en lugar de haber establecido una fecha aceptada por todos como, por ejemplo, la del 15 de junio -las primeras elecciones democráticas-, se escogió el 12 de octubre, que tiene otra significación y que algunos rechazan como fiesta nacional.

En definitiva, tras lo que acabo de exponer no resulta sorprendente que los asistentes al partido de la final de la Copa rechazasen el himno español, porque no se ha hecho gran cosa en España para fortalecer los símbolos del Estado, a fin de que fuesen asumidos por todos o, al menos, por la inmensa mayoría de ciudadanos. Aquí no se ha pensado en decisiones como, por ejemplo, la que se tomó en Francia con la Ley Fillon que estableció en 2005 la obligación de que los escolares aprendiesen de memoria La Marsellesa con el objeto de que desarrollasen su sentimiento de integración y solidaridad en una sociedad común para todos. Aquí, por el contrario, lo que rige es el localismo, lo que separa a los españoles, en lugar de buscar lo que nos une a todos tras varios siglos de Historia. Y así vamos.

Jorge de Esteban es catedrático de Derecho constitucional y presidente del Consejo Editorial de EL MUNDO.



LENTO SUICIDIO DE ESPAÑA

NO es la primera vez que ocurre. A lo largo de la Historia, España ha protagonizado varios intentos de suicidio con la misma fiera determinación con la que en otras ocasiones ha llevado a cabo gestas transformadoras del mundo. Nunca como en estos años, empero, tuvo en su mano tantos triunfos susceptibles de impulsarla hacia un futuro luminoso y los dilapidó en el afán de liquidarse al mismo tiempo como nación, sociedad y proyecto compartido de progreso colectivo.

Vista desde la distancia geográfica y emocional que proporciona el alejamiento físico, España es hoy un país en trance de descomposición avanzada cuya deriva produce pena, estupefacción, preocupación e incredulidad a partes iguales. Una realidad antaño sólida que se diluye cual azucarillo en un magma corrosivo. Explicar a un extranjero el porqué de lo que nos está sucediendo resulta prácticamente imposible. ¿De verdad no quieren ser españoles tantos catalanes, vascos y ahora también navarros y valencianos, dotados de amplias competencias autonómicas y beneficiarios de las ventajas que otorga pertenecer a la UE? ¿Cómo es posible que en el aeropuerto de Barcelona el castellano sea la tercera lengua, detrás del catalán y el inglés? ¿Realmente ha ganado las elecciones a la alcaldía de la Ciudad Condal la líder de un movimiento antidesahucios conocida por encabezar escraches y decidida a inclumplir las leyes que ella considere injustas? ¿Los dos grandes partidos de izquierda y derecha vertebradores de la nación han llegado a tal grado de podredumbre que ven a sus tesoreros, presidentes autonómicos, ministros y cargos públicos, algunos todavía en activo, presos o imputados ante la Justicia por robar a los contribuyentes? ¿Apoyan los electores de forma significativa a fuerzas que se niegan a condenar el terrorismo y hasta lo justifican con mayor o menor impudicia? ¿Respaldan a grupos entusiastas de regímenes liberticidas como el chavismo? ¿Todo eso sucede en un país llamado España, con un pasado determinante en la Historia Universal, una cultura no menos influyente, un formidable potencial parejo a su privilegiada posición en el mapa y una modélica transición de una dictadura a una democracia hace apenas cuarenta años? Al interlocutor versado en política le cuesta encajar tanto «sí» en un esquema argumental lógico.

Y es que por las venas de España corren venenos de acción lenta, aunque letal, que nosotros mismos segregamos: corrupción, ignorancia, revanchismo, relativismo, cainismo, envidia, abuso de poder, picaresca, amiguismo, sectarismo, cobardía... Venenos para los cuales producimos antídotos únicamente en las situaciones extremas, dejando que vuelvan a fluir en cuanto pasa el peligro. Ahora hemos llegado a un punto de enfermedad terminal debida a la acumulación de tóxicos.

Ni el PSOE, ni el PP ni tampoco IU, y mucho menos los nacionalistas, se han mostrado capaces de poner coto a una corrupción desmedida que ha laminado la confianza de los gobernados en los gobernantes y dado alas de gigante al «sálvese quien pueda» territorial. La respuesta de Podemos a este colapso es un vaso lleno de odio y revancha que pretenden hacernos tragar a todos, a fin de «socializar» la miseria de la que ellos se nutren para lanzar su definitivo asalto al cielo de la democracia. Ciudadanos vacila a la hora de tomar partido, atrapado en sus propias exigencias, obligado a elegir entre lo malo y lo peor sin contar tampoco entre sus filas con la experiencia y la excelencia que serían necesarias. Y así vamos avanzando, derechos a la consunción, lastrados por la herencia que dejó un Zapatero devastador, compendio de ineptitudes, y la que ha acumulado en tres años este Tancredo Rajoy, campeón del inmovilismo.

ISABEL SAN SEBASTIÁN EN ABC




miércoles, 3 de junio de 2015

CUANDO ERAMOS INVENCIBLES, UN LIBRO PARA ENTENDER QUÉ FUE EL IMPERIO ESPAÑOL

«Cuando éramos invencibles», 36 hazañas para entender lo que fue el Imperio español

El periodista Jesús Ángel Rojo Pinilla publica un completo libro sobre los principales relatos heroicos del pasado de España. «La lectura y difusión de libros así haría que el nacionalismo tuviera los días contados», opina el pintor catalán Ferrer-Dalmau, quien se encarga de ilustrar la obra y firmar su prólogo

El Imperio español no desapareció en el Desastre de 1898, al menos no su legado. El director y fundador del periódico madrileño «El Distrito», Jesús Ángel Rojo Pinilla, presentó el pasado martes el libro «Cuando éramos invencibles» en el Casino de Madrid. Un repaso a los episodios más increíbles acontecidos entre los más de 400 años del Imperio español. Acompañando los textos del periodista, el pintor Augusto Ferrer-Dalmau se encarga de ilustrar gran parte del libro con algunos de sus cuadros más conocidos, como el Milagro de Empel o la carga del Regimiento de Asturias. «Una persona que conoce su pasado y está orgulloso de él, como debe estarlo la gente del nuestro, se convierte en alguien menos vulnerables a los ataques y a las manipulaciones», afirmó Jesús Ángel Rojo durante un acto donde hubo espacio para analizar las raíces de la irrespetuosa pitada al himno en la final de la Copa del Rey de fútbol

A través de 36 relatos de historia, que abordan desde la batalla de las Navas de Tolosa hasta la Conquista del indómito Oeste de Norteamérica, Jesús Ángel Rojo se embarca en la aventura de narrar los principales hechos heroicos ocurridos durante los 400 años de existencia del Imperio español. Bernardo de Gálvez, Blas de Lezo, María Pita, Hernán Cortés o Francisco Pizarro, entre otros, protagonizan estos episodios que han quedado relegados de los libros escolares. «Buscamos poner de manifiesto episodios que se ocultan o minimizan en una obra escrita desde el punto de vista de un periodista, lo cual añade el aliciente de hacerla más accesible y amena», afirmó Gerardo Hernández, editor de «Cuando éramos invencibles».

Así, el libro nace con la pretensión de revertir la imagen negativa que se tiene en nuestro país sobre el Imperio español y su herencia, donde solo las derrotas son conocidas en profundidad. En este sentido, el Alto Comisionado del Gobierno para la Marca España, Carlos Espinosa de los Monteros, también presente en el acto, tiró de actualidad para reseñar que Argentina, Venezuela y la propia España sean los lugares donde hay peor imagen de España y su historia. «En Francia, cuna de los republicanos, los Reyes de España están recibiendo innumerables muestras de respeto en la visita de esta semana; mientras tanto, el pasado sábado 90.000 energúmenos chillaban y silbaban cuando tocaban el himno nacional en la final de la Copa del Rey. Es un problema de desconocimiento sobre nuestra historia y de educación», concluyó Espinosa de los Monteros, quien ve el origen del problema en las carencias en conocimientos de Historia de muchos escolares españoles.

«Me entristece que los marines y otros soldados extranjeros a los que he acompañado en misiones sepan más de nuestra historia que nosotros mismos», sintetizó el pintor Ferrer-Dalmau, quien además de las ilustraciones se encarga de firmar el prólogo del libro. Sobre lo ocurrido el sábado, el pintor catalán mostró su vergüenza por la actitud de una minoría que no leen y «no representan al pueblo catalán, que es un pueblo muy respetuosa». En su opinión, la lectura y difusión de «Cuando éramos invencibles» y otros libros similares haría que «el nacionalismo tuviera los días contados».

Como no podía ser de otra forma, el libro editado por El Gran Capitán Ediciones reserva un importante espacio a la hazaña del marinero guipuzcoano Blas de Lezo, cuya defensa de Cartagena de Indias cambió el devenir de los acontecimientos. «Blas de Lezo representa para los colombianos un campeón de la Hispanidad. Fue un mutilado físico, pero un gigante mentalmente, que se enfrentó a fuerzas muy superiores para preservar la cultura hispánica en lo que hoy es Colombia», defendió Fernando Carrillo Flórez, embajador de Colombia en España. Asimismo, el Marqués de Ovieco y Valdegema, descendiente primogénito del marino vasco y autor del epílogo del libro, aprovechó la ocasión para reclamar a las autoridades colombianas un nuevo esfuerzo para encontrar los restos de un hombre que «murió solo, lejos de su familia y amigos, y sin apenas aliados». Encontrar su tumba sería el reconocimiento más elemental.

ESTATUA DE BLAS DE LEZO EN MADRID

Jesús A. Rojo: «España es el único país del mundo donde se recuerdan más los fracasos»

-¿Cómo surge la idea de crear este libro?
Soy un aficionado a la Historia que fui descubriendo episodios y héroes como Blas de Lezo, los cuales no aparecían en mis libros escolares. Mi intención es mostrar a la sociedad que existen estos héroes olvidados para que la gente se sienta orgullo de sus raíces.

-¿Qué ha fallado en la educación española para que estemos a estas alturas redescubriendo fragmentos de nuestra historia?
-La educación se ha dividido en 17 miniconsejerías que han destruido la historia común. Luego, además, existen zonas de España que más que Historia enseñan educación del odio hacia el resto de España. También es cierto que buena parte de la sociedad ha hecho suya la leyenda negra que vertieron los enemigos de España en un contexto de guerra. El resultado final hace que España sea el único país del mundo donde se recuerdan más los fracasos que los éxitos.

-Pero además de una leyenda negra traída desde el exterior, se necesita que la gente la asuma voluntariamente desde el interior del país.
-España es el país de Europa con la historia y las gestas más importantes, pero ha olvidado quién fue. Es culpa de la negatividad de los españoles y de los complejos de unos políticos que no han defendido los intereses comunes de España en fechas recientes.

-En los últimos años se han publicado grandes obras sobre el Imperio español, ¿qué presenta de novedoso el libro «Cuando éramos invencibles»?
-Es un libro que descubre episodios sobre los que se ha escrito muy poco. Desde la primera ciudad europea en Norteamérica, que también fue el primer santuario para los esclavos negros que huían de los ingleses; la navegación por el Océano Pacífico, conocido como el Gran Lago español; el asedio de Melilla por parte de los musulmanes, que los reyes españoles planearon abandonar pero finalmente consiguieron conservar con muchos sacrificios. Pero sobre todo el libro descubre que nuestra armada ha sido una de las más potentes del mundo. No es cierto que los ingleses nos hayan vencido sistemáticamente. La Contraarmada, la batalla de la Isla de las Flores o la hecatombe en Cádiz en 1625, narradas en el libro, demuestran al lector la realidad de la rivalidad con los británicos.

-De los 36 episodios que conforman el libro y que vertebran la historia del Imperio español, ¿por cuál episodio recomendarías al lector que empezara el libro?
-Por el dedicado a la Contraarmada, que es un hecho completamente desconocido en nuestra sociedad frente a lo archiconocida que es la mal llamada Armada Invencible.

-El pintor Ferrer Dalmau se encarga de poner muchas de las ilustraciones del libro. ¿Cómo ha sido la participación del pintor en este proyecto?
-El contar con el mejor pintor de batallas del mundo es un privilegio. Personas como él son las que hacen grande a este país. En un principio nos pusimos en contacto con él para simplemente emplear sus ilustraciones, pero luego hemos mantenido el contacto. De hecho, el prólogo lo firma Ferrer-Dalmau.

-Precisamente, uno de los episodios del libro está dedicado a la aventura del Glorioso, sobre la que Ferrer-Dalmau pintó recientemente un cuadro. ¿Habéis compartido documentación o ha influido el cuadro en tu relato?
-Es un escrito que hicimos en común Gerardo Hernández, editor del libro, y yo inspirándonos directamente en el cuadro de Ferrer-Dalmau. Es muy fácil escribir con un material visual así. Fue un texto también empleado en un congreso de la Marina del siglo XVIII y Blas de Lezo. Si la gente de España descubriera la aventura del Glorioso algo empezaría a cambiar en este país.

-¿Hay riesgo de que pasemos del desconocimiento absoluto de los episodios a lo contrario, que se terminen mitificando algunas historias?
-Nos queda mucho por descubrir todavía.Basta con hurgar en los libros para encontrar cosas impresionantes. El otro día sin ir más lejos me topé con la figura del capitán Solano, conocido como «el Terror del Atlántico», que apresó más de 80 barcos mercantes ingleses. De momento, la mitificación se la dejamos a los nacionalistas, que se inventan la Historia.

-Después de Blas de Lezo, al que se le ha levantado una estatua en Madrid, de que héroe español debería ser ahora el turno para homenajearle.
-Ferrer-Dalmau y Salvador Amaya están preparando una escultura de Bernardo de Gálvez, muy conocido en EE.UU. por ser el héroe de la revolución y se van a organizar varias exposiciones en torno a su figura. («Este año es año Gálvez», añade Ferrer-Dalmau situado en segundo plano durante la entrevista).

-Los últimos capítulos, «Cataluña: la nación imaginaria que nunca existió» o «El genocidio de la cultura hispánica en Filipinas», tienen un carácter más político.
-La gente tiene que saber que Cataluña es un reino que nunca existió, que Rafael Casanova murió tranquilamente en su casa sintiéndose muy español, y que el «derecho a decidir» no tiene espacio en ningún ordenamiento jurídico internacional.