martes, 5 de julio de 2016

NEOLIBERALISMO NEOPOPULISTA

El liberalismo ha estado en contra de todo tipo de absolutismos, del aristocrático al democrático, aunque, en ocasiones, ha sentido la contradictoria tentación del absolutismo liberal: la idea de que una élite tecnocrática sabe mejor que el pueblo lo que le conviene

Para ello, pensadores liberales han despreciado al pueblo calificándolo de “masa”, una mezcla de ignorancia enciclopédica y sesgos cognitivos que haría que sus juicios estuviesen condicionados por la pereza, la cobardía y/o la estupidez. Los liberales se dejan llevar, entonces, por la impaciencia y la pedantería, arrogándose la paradójica misión de convertirse en “vanguardia de la burguesía” para llevar a los supuestamente indocumentados y errados votantes, consumidores y ciudadanos hacia lo que verdaderamente es bueno para ellos.

Un ejemplo de esto lo tenemos en el referéndum que ha conducido al Brexit. En lugar de reflexionar sobre todo lo que se ha hecho mal en la Unión Europea, una indigestión de elefantiasis burocrática y voluntarismo utópico, para que los británicos lo hayan rechazado, se ha preferido satanizar a los votantes euroescépticos tildándolos de “viejos”, “paletos” y otras lindezas clasistas por parte de unas supuestas élites que, para empezar, ni se han tomado la molestia de votar porque, supongo, creen que votar no es cool ya que, mordiéndose la cola, votar es de viejos y paletos. ¡Cómo comparar la anodina y vulgar urna electoral con la intensidad y la emoción de un concierto en Glastonbury! O un discurso del “brexiter” Nigel Farage (seguramente el político más infravalorado del panorama europeo) con otro del “bremainer” Thom Yorke, cantante de Radiohead (posiblemente el grupo más sobrevalorado de la última década).

La muestra más significativa de esta peligrosa tendencia entre los liberales para tratar de vencer mediante argucias retóricas, cuando no han sido capaces de convencer en el debate mediático, la ha protagonizado el filósofo inglés A. C. Grayling que ha enviado una carta a todos los parlamentarios de Gran Bretaña en la que justifica un golpe de estado intelectual contra el plebeyo referéndum. Invoca Grayling una serie de razonamientos que justificarían la negativa del Parlamento a llevar a cabo el mandato de las urnas. Es realmente patético que Grayling considere que por realizar algunos referéndums la democracia representativa no sólo no se mejora sino que degenera en “oclocracia”. La cuestión que legitima tanto los referéndums como la misma democracia representativa es si los mecanismos de debate son limpios, transparentes y se ha dado la oportunidad a todas las voces relevantes para expresarse en igualdad de condiciones. Y mal que le pese a Grayling, Gran Bretaña se parece en ese aspecto más a Suiza que a Venezuela. Una vez que se ha perdido no cabe, en fair play democrático, tratar de negar las reglas del juego sino empezar a trabajar para que a la próxima oportunidad se haga más y mejor campaña.

En todo caso, sería la Unión Europea el más acabado ejemplo de cómo pervertir la democracia representativa. Con Angela Merkel ejerciendo de facto de Presidenta de los “Estados Unidos de Europa” y con instituciones como el Banco Central Europeo o el Tribunal de Estrasburgo que convierten las pesadillas institucionales de Kafka en un anime al estilo de Heidi, los “grandes burócratas” y “altos funcionarios” como Jean-Claude Juncker ven espantados como les crecen los enanos, esos ciudadanos a los que desprecian pero que pagan con unos impuestos cada vez más exorbitantes unas instituciones sobredimensionadas y sufren unas leyes de laboratorio sobre las que nadie les pide opinión, no digamos voto. Cuando fue nombrado Juncker presidente de la Comisión, el muy poco bolivariano Bloomberg escribió

"Siempre fue una mala elección para el puesto, impuesta a los 28 Gobiernos nacionales por un Parlamento Europeo deseoso de ampliar sus poderes

El referéndum británico, así como todos los que se están planteando a lo largo y ancho de la Unión Europea, es, en realidad, un grito de reivindicación democrática al estilo del “No taxation without representation que recogía las quejas de los colonos de las Trece Colonias hacia las autoridades británicas a finales del siglo XVIII. Todavía estoy esperando que me envíen el ejemplar de la Constitución europea que solicité cuando el referéndum sobre la misma. Y eso que han pasado más de diez años. 

De ahí el éxito de los populismos a derecha e izquierda. Son la expresión de una legítima y razonable demanda por parte de los ciudadanos de que su voz sea tenida en cuenta. Es ridículo criticar los referendos, como hace Mark Leonard, porque en ellos se pidan cosas contradictorias. Claro, como si los políticos profesionales no lo estuvieran haciendo día sí y otro también. El argumento de Mark Leonard no se dirige, entonces, contra las consultas populares sino contra el núcleo de la democracia representativa y hace emerger, en el horizonte de su argumentación, la sombra de la “dictadura de los sabios” platónica, el sesgo por excelencia entre los filósofos, como evidencia el caso Grayling. En este caso, la “tiranía suave” a la que aspiraba Jacques Delors.

Por todo ello, el liberalismo en una vertiente “populista”, es decir, radicalmente democrática, es la única receta que puede cortar este nudo gordiano, combinando los clásicos parámetros de la acción política liberal -la separación de poderes, las libertades individuales, el Estado de Derecho, la propiedad privada- con la satisfacción de las demandas populares ante las que hacen oídos sordos los caudillos tecnocráticos de Bruselas o Frankfurt. 

Este liberalismo populista promueve la democratización, favorece a las clases medias y bajas, minimizando el poder de los lobbies de presión ligados a élites extractivas, corporativistas y caudillistas. Por ello, este neoliberalismo neopopulista critica tanto al gobierno como a las empresas, y la colusión que se realiza, en el contexto español por ejemplo, entre el BOE y el IBEX 35, favoreciendo a los organismos independientes que vigilan por el cumplimiento de la competencia, defendiendo a los más desfavorecidos contra los que detentan el poder, de la CNMV a la CNMC. 

Porque a diferencia del populismo de extrema izquierda, carismático y voluntarista, el neoliberalismo neopopulista favorece las instituciones despersonalizadas y la racionalidad como método. Entre la oclocracia de Pablo Iglesias y la tecnocracia de Grayling, cabe una neodemocracia neoliberal y neopopulista, no donde reine el “Sapere aude!” kantiano que nos libre tanto de filósofos apocalípticos como de integrados.

¡VIVA EL NEOLIBERALISMO!


Ni es una secta de peligrosos extremistas ni está arruinando el planeta. Al contrario. Sus ideas han hecho posible el periodo de mayor crecimiento que ha vivido la humanidad. Arrumbarlas sería una irresponsabilidad.

La bestia negra de la izquierda: el neoliberalismo. La palabra ha terminado asociada a una defensa tan extrema del mercado que incluso sus promotores renunciaron a usarla. El propio Milton Friedman, que tituló con ella un artículo en 1951 ("El neoliberalismo y sus perspectivas"), se refería a sí mismo como monetarista o, simplemente, liberal. Lo paradójico es que el movimiento surgió como un compromiso entre la planificación soviética y el individualismo exacerbado. En el encuentro que se convocó en París en 1938 para establecer una nueva agenda liberal, se discutió mucho sobre el nombre que debía adoptar la nueva corriente. A aquella cita asistieron Ludwig Von Mises y Friedrich Hayek, que no son conocidos por sus medias tintas, pero el punto de vista que prevaleció fue el mucho más moderado de Alexander Rüstow, que propuso el adjetivo neoliberal para dejar claro que no se trataba del liberalismo manchesteriano.

El término reaparecería casi medio siglo después, impulsado esta vez desde la izquierda. Charles Peters, un admirador confeso del New Deal, publicó un Manifiesto neoliberal en el que expresaba su desencanto por la impotencia de las respuestas keynesianas ante los "problemas que empezaban a asolar el país en los años 70: la caída de la productividad, las fábricas cerradas y las carreteras llenas de baches [...], las agencias gubernamentales ineficientes".

Esta corriente moriría de éxito. Bill Clinton y Tony Blair incorporaron casi todos sus planteamientos, salvo la etiqueta. Ellos siempre prefirieron presentarse a sí mismos como la "tercera vía". Neoliberal era una palabra contaminada.

¿De dónde le viene tan terrible reputación? Desde luego, no de los contenidos que intentaron adjudicarle sus defensores, de derechas o de izquierdas. Lejos de ser peligrosos extremistas, unos y otros instaban a suavizar las aristas de manchesterianos y keynesianos. Pero la propaganda socialista ha logrado identificarlos en el imaginario popular con un complot para desmantelar los impresionante avances de la posguerra.

Una vez más, la evidencia no avala su denuncia. "El balance de Milton Friedman es muy positivo", afirma en la revista el historiador de la economía Gabriel Tortella. Si el neoliberalismo es el ideario que domina nuestras vidas, como apuntan sus detractores, la humanidad no puede por menos que estarle agradecido. No solo los cientos de millones de asiáticos, latinoamericanos y africanos que han salido de la miseria. En Occidente tampoco nos ha ido mal. Basta entrar en cualquier web de macro economía para comprobar que el PIB per cápita no ha dejado de crecer desde los años 80, ni en Estados Unidos ni en Europa ni en España.

Para desmontar los ataques contra la llamada revolución conservadora, resulta especialmente ilustrativa la comparación entre Reino Unido y Francia. En vísperas de la Segunda Guerra Mundial el PIB per cápita de los británicos era un 12% superior al francés (5.406 dólares anuales frente a 4.793). Las posiciones se invirtieron tras la política dirigista y nacionalizadora iniciada por Clement Attlee en la posguerra. En 1979, cuando Thatcher llegó a Downing Street, los galos eran un 11% más ricos (14.240 dólares frente a 12.828). La Dama de Hierro empezó entonces a desmantelar la herencia laborista al mismo tiempo que su vecino del Elíseo, François Mitterrand, se dedicaba a regular y expropiar y, tres décadas después, la renta de los ingleses era nuevamente un 10% mayor que la francesa (23.777 dólares frente a 21.477).

Por mucho que cenizos como Paul Krugman o Pablo Iglesias reiteren que la humanidad es un desastre, la realidad objetiva es que nunca estuvo mejor. ¿Y no cabe la posibilidad de que hayamos tocado techo? ¿No ha sido la Gran Recesión un siniestro aldabonazo, la advertencia de que "el neoliberalismo se está cayendo en pedazos", como escribe en The Guardian George Monbiot? "Muchos americanos piensan que sus hijos vivirán peor que ellos", explica Warren Buffett en su última carta a los accionistas de Berkshire Hathaway. "Es una opinión totalmente errónea: los niños que están ahora mismo naciendo en Estados Unidos son los más afortunados de la historia". De hecho, a muchos de ellos "ya les va muy bien. Todas las familias de mi vecindario de clase media alta disfrutan de un tren de vida superior al que llevaba John D. Rockefeller cuando yo vine al mundo". 

Y concluye: "Durante 240 años ha sido una terrible equivocación apostar contra Estados Unidos, y ahora no es el momento de empezar".