Con ocasión de las expulsiones de Francia de gitanos rumanos y búlgaros, se están publicando una serie de artículos sobre el aumento de la xenofobia y del racismo en España con motivo del acelerado y casi repentino incremento de la presencia de musulmanes y sudamericanos en nuestro país. De ser un país de emigración no hemos convertido en uno de inmigración en sólo unos años.
Uno de los artículos más destacados del fin de semana sobe este asunto lo ha escrito Jose Antonio Zarzalejos en El Confidencial.com, donde liga el crecimiento de estos sentimientos negativos con un hipotético aumento de la extrema derecha en española, y donde refleja los datos de una encuesta sobre el elevado antisemitismo y el rechazo a los musulmanes. Para mi Zarzalejos, y tantos otros periodistas cometen dos errores a la hora de valorar la situación:
El primer error se produce cuando afirma que "Sería regresivo que un país que como el nuestro que ha sabido contener la convulsión xenófoba e hipernacionalista que condiciona en Europa a los grandes partidos -de centro derecha y socialdemócratas- rompa con una tradición democrática impecable. Compatible, por cierto, con políticas de inmigración rigurosas".
En España sí existe ese hipernacionalismo, pero no a nivel nacional sino de comunidades autónomas, fomentado por los políticos sólo por intereses electorales y que nos está llevando a que unos españoles miren con recelo, incluso odien, a otros españoles sólo por su lugar de residencia o nacimiento, aunque su cultura y religión sean exactamente iguales. Es decir, el caldo de cultivo para el racismo ya existe, y ha sido creado por políticos pretendidamente demócratas como socialistas y nacionalistas.
En España sí existe ese hipernacionalismo, pero no a nivel nacional sino de comunidades autónomas, fomentado por los políticos sólo por intereses electorales y que nos está llevando a que unos españoles miren con recelo, incluso odien, a otros españoles sólo por su lugar de residencia o nacimiento, aunque su cultura y religión sean exactamente iguales. Es decir, el caldo de cultivo para el racismo ya existe, y ha sido creado por políticos pretendidamente demócratas como socialistas y nacionalistas.
Segundo. Dice el autor que "Como en Alemania con la CDU, en España el Partido Popular se puede apuntar el logro de aglutinar en una organización de espectro muy amplio -y por ello existen tensiones en su seno- a toda la derecha. ¿Por cuánto tiempo más? En mi opinión, no demasiado, porque la crisis económica, el desempleo y la insolidaridad favorecen el cuarteamiento de los espacios políticos e ideológicos. Y porque entre el electorado del PP existen síntomas, expresados indirectamente en determinados discursos mediáticos, de que el esfuerzo de cohesionar a grupos tan diferentes resulta excesivo e ineficiente. El Partido Popular -y el grueso natural de su electorado- no son de chicle".
A esta afirmación hay que contestar que qué manía tienen algunos de asociar racismo y xenofobia con extrema derecha. Le Pen obtuvo sus votos y creció exponencialmente entre los trabajadores de los barrios humildes de Marsella, en los barrios obreros de Montpellier o Lyon. Los votantes de los partidos xenófobos y racistas se encuentran entre la izquierda, entre los comunistas, entre los obreros que ven amenazado su precario modus vivendi por los emigrantes que se instalan entre ellos, que pretenden cambiar sus costumbres y que compiten con ellos por puestos de trabajo. La xenofobia no crece más entre la derecha, sino entre los afectados por la llegada masiva de inmigrantes, es decir, entre los votantes tradicionales de izquierdas, abandonados por sus políticos.
Si los políticos quieren evitar problemas y un auge del racismo y el radicalismo deben empezar por crear programas que impulsen y obliguen a la integración, como sucede con polacos o búlgaros, y no deben acogerse a la idea del multiculturalismo, un invento que no sirve más que para que esos instintos considerados primitivos crezcan desaforadamente debido al choque de culturas que en ocasiones son completamente antagónicas, como la democracia y la defensa de ciertos valores del Islam.
Si los políticos quieren evitar problemas y un auge del racismo y el radicalismo deben empezar por crear programas que impulsen y obliguen a la integración, como sucede con polacos o búlgaros, y no deben acogerse a la idea del multiculturalismo, un invento que no sirve más que para que esos instintos considerados primitivos crezcan desaforadamente debido al choque de culturas que en ocasiones son completamente antagónicas, como la democracia y la defensa de ciertos valores del Islam.
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