Volviendo al tema de los intelectuales españoles, a los que criticamos en un post anterior sobre George Orwell, hoy recordamos un libro que en líneas generales puede resultar un tanto cansino en lo que son los objetivos centrales de su crítica, Ian Buruma y Tariq Ramadan (en la foto), pero que pone el acento en cuestiones que sí son de interés general.
El libro se titula "The Flight of the Intellectuals", escrito por Paul Berman, en el que partiendo de un largo artículo suyo publicado en The New Republic hace tres años titulado Who's afraid of Tariq Ramadan?, nos ofrece algunas conclusiones sobre la ingenuidad o la complicidad de los intelectuales occidentales de izquierda (los que en el mundo anglosajón califican como intelectuales liberales) con y ante nuevas versiones del Islam, defendidas por gente como Ramadan, que no son más que las versiones más tradicionalistas disfrazadas de modernidad y moderación para poder ser aplicadas lentamente en Occidente sin levantar mayores suspicacias entre la población.
El salafismo reformista defendido y difundido por Ramadan es considerado por muchos de esos intelectuales de izquierda, españoles incluidos, como un versión amable del islamismo radical que representan los wahabistas saudíes o los terroristas islamistas. No hay que olvidar que ese salafismo reformista tiene sus orígenes en Hassan al Banna, fundador de los Hermanos Musulmanes, y abuelo materno de Ramadan.
Según Berman la principal amenaza para Occidente no procede de los islamistas violentos, sino de sus primos los autodenominados islamistas moderados que tienen capacidad para atraer hacia sus postulados a un sector izquierdista de la sociedad, en lo que sería un abrazo envenenado. Además, estos moderados rechazan la violencia de forma parcial ya que ni rechazan la dirigida contra las tropas occidentales en Iraq y Afganistán ni la ejercida contra el Estado de Israel.
Estos moderados no violentos desafían con frecuencia a los gobiernos y sociedades occidentales reclamando el respeto y el derecho a regirse por leyes y costumbres propias, todas de origen religioso, que se dirigen contra los principios básicos de la sociedades democráticas, que traicionan los pilares de la Ilustración.
De hecho, su amenaza procede en parte de que no podemos defender la democracia sin estar preparados para defender el derecho de los movimientos islamistas a participar y ganar elecciones, grupos político-religiosos que tienen una agenda que se enfrenta con el mismo concepto de democracia y de respeto de los derechos humanos que defendemos en Occidente. Son el embrión que crece en el seno de nuestro sistema político y de valores, defendidos por ese mismo sistema al que están dispuestos a devorar lentamente.
Para Berman aceptar y promover estos grupos islamistas moderados en las sociedades occidentales es una solución a corto plazo para el problema de la radicalización de las juventudes emigrantes, un cortafuegos frente al extremismo en aumento en las mezquitas de Occidente, pero es un serio problema a largo plazo ya que estos moderados pueden aceptar el sistema democrático pero no aceptarán nunca el modo de vida basado en las libertades del mundo occidental. No se puede descartar que en el futuro se conviertan en movimientos más modernos, más progresistas (en el buen uso término) a través de la participación en los procesos sociales y políticos democráticos. Pero por ahora nada asegura que esa evolución positiva sea previsible al cien por cien.
Berman considera que el nuevo término "islamofascismo", tan denostado por algunos intelectuales, es una descripción justificada y necesaria de un movimiento islamista de expansión, corriente que se inició en los años treinta (Hermanos Musulmanes, por ejemplo, fue creada en 1928), que bebió de las fuentes del fascismo alemán y que posteriormente ha ido creciendo en poder en paralelo al incremento de las fuentes de financiación de los países del Golfo gracias al petróleo.
Del libro lo más destacado que podemos extraer de lo afirmado por Berman es que muchos intelectuales de izquierda son culpables de equivocarse con su tratamiento de la radicalización del Islam. Para Berman una especie de masoquismo cultural se ha entrometido entre los principios y las prioridades tradicionales de la izquierda, por lo que esos intelectuales deberían repensar donde depositan sus lealtades. Por ejemplo, su tradicional laicismo, su pretensión de una frontal separación de la Iglesia y el Estado, se enfrenta actualmente a su apoyo a los islamistas moderados entre los cuales la religión se encuentra al frente de todo su ideario político.
En la revista especializada en política internacional, Foreign Affairs, posiblemente la más importante del mundo, y de tendencia liberal (en su sentido cultural, no político), se publicó una dura crítica al libro de Berman, realizada por Marc Lynch, que nos ofrece varias razones por las que estos islamistas moderados deben ser comprendidos e incluso apoyados en su papel de moderador de las sociedades musulmanas residentes en Occidente.
La cuestión es ¿podemos mezclar el agua con el aceite? Es evidente que los gobiernos occidentales tienen que tomar una posición ante el aumento imparable de la población musulmana en sus respectivos territorios, entre la que parece observarse un lento incremento de las tendencias radicales a pesar de que sus habitantes disfrutan de libertades inimaginables en sus lugares de procedencia.
¿Pueden ser estos islamistas el contrapeso a los radicales o no son más que una versión edulcorada pero con la misma finalidad? No podemos saberlo, pero ante la inevitabilidad de la mezcla de razas y religiones en las ciudades europeas y americanas sería muy conveniente que estos empezaran por hacerse oír claramente en sus respectivas lugares de residencia, y los que tienen un nombre conocido a nivel internacional, como Ramadan, debería convertirse en guías de unas poblaciones desorientadas propensas a la radicalización.
El libro se titula "The Flight of the Intellectuals", escrito por Paul Berman, en el que partiendo de un largo artículo suyo publicado en The New Republic hace tres años titulado Who's afraid of Tariq Ramadan?, nos ofrece algunas conclusiones sobre la ingenuidad o la complicidad de los intelectuales occidentales de izquierda (los que en el mundo anglosajón califican como intelectuales liberales) con y ante nuevas versiones del Islam, defendidas por gente como Ramadan, que no son más que las versiones más tradicionalistas disfrazadas de modernidad y moderación para poder ser aplicadas lentamente en Occidente sin levantar mayores suspicacias entre la población.
El salafismo reformista defendido y difundido por Ramadan es considerado por muchos de esos intelectuales de izquierda, españoles incluidos, como un versión amable del islamismo radical que representan los wahabistas saudíes o los terroristas islamistas. No hay que olvidar que ese salafismo reformista tiene sus orígenes en Hassan al Banna, fundador de los Hermanos Musulmanes, y abuelo materno de Ramadan.
Según Berman la principal amenaza para Occidente no procede de los islamistas violentos, sino de sus primos los autodenominados islamistas moderados que tienen capacidad para atraer hacia sus postulados a un sector izquierdista de la sociedad, en lo que sería un abrazo envenenado. Además, estos moderados rechazan la violencia de forma parcial ya que ni rechazan la dirigida contra las tropas occidentales en Iraq y Afganistán ni la ejercida contra el Estado de Israel.
Estos moderados no violentos desafían con frecuencia a los gobiernos y sociedades occidentales reclamando el respeto y el derecho a regirse por leyes y costumbres propias, todas de origen religioso, que se dirigen contra los principios básicos de la sociedades democráticas, que traicionan los pilares de la Ilustración.
De hecho, su amenaza procede en parte de que no podemos defender la democracia sin estar preparados para defender el derecho de los movimientos islamistas a participar y ganar elecciones, grupos político-religiosos que tienen una agenda que se enfrenta con el mismo concepto de democracia y de respeto de los derechos humanos que defendemos en Occidente. Son el embrión que crece en el seno de nuestro sistema político y de valores, defendidos por ese mismo sistema al que están dispuestos a devorar lentamente.
Para Berman aceptar y promover estos grupos islamistas moderados en las sociedades occidentales es una solución a corto plazo para el problema de la radicalización de las juventudes emigrantes, un cortafuegos frente al extremismo en aumento en las mezquitas de Occidente, pero es un serio problema a largo plazo ya que estos moderados pueden aceptar el sistema democrático pero no aceptarán nunca el modo de vida basado en las libertades del mundo occidental. No se puede descartar que en el futuro se conviertan en movimientos más modernos, más progresistas (en el buen uso término) a través de la participación en los procesos sociales y políticos democráticos. Pero por ahora nada asegura que esa evolución positiva sea previsible al cien por cien.
Berman considera que el nuevo término "islamofascismo", tan denostado por algunos intelectuales, es una descripción justificada y necesaria de un movimiento islamista de expansión, corriente que se inició en los años treinta (Hermanos Musulmanes, por ejemplo, fue creada en 1928), que bebió de las fuentes del fascismo alemán y que posteriormente ha ido creciendo en poder en paralelo al incremento de las fuentes de financiación de los países del Golfo gracias al petróleo.
Del libro lo más destacado que podemos extraer de lo afirmado por Berman es que muchos intelectuales de izquierda son culpables de equivocarse con su tratamiento de la radicalización del Islam. Para Berman una especie de masoquismo cultural se ha entrometido entre los principios y las prioridades tradicionales de la izquierda, por lo que esos intelectuales deberían repensar donde depositan sus lealtades. Por ejemplo, su tradicional laicismo, su pretensión de una frontal separación de la Iglesia y el Estado, se enfrenta actualmente a su apoyo a los islamistas moderados entre los cuales la religión se encuentra al frente de todo su ideario político.
En la revista especializada en política internacional, Foreign Affairs, posiblemente la más importante del mundo, y de tendencia liberal (en su sentido cultural, no político), se publicó una dura crítica al libro de Berman, realizada por Marc Lynch, que nos ofrece varias razones por las que estos islamistas moderados deben ser comprendidos e incluso apoyados en su papel de moderador de las sociedades musulmanas residentes en Occidente.
La cuestión es ¿podemos mezclar el agua con el aceite? Es evidente que los gobiernos occidentales tienen que tomar una posición ante el aumento imparable de la población musulmana en sus respectivos territorios, entre la que parece observarse un lento incremento de las tendencias radicales a pesar de que sus habitantes disfrutan de libertades inimaginables en sus lugares de procedencia.
¿Pueden ser estos islamistas el contrapeso a los radicales o no son más que una versión edulcorada pero con la misma finalidad? No podemos saberlo, pero ante la inevitabilidad de la mezcla de razas y religiones en las ciudades europeas y americanas sería muy conveniente que estos empezaran por hacerse oír claramente en sus respectivas lugares de residencia, y los que tienen un nombre conocido a nivel internacional, como Ramadan, debería convertirse en guías de unas poblaciones desorientadas propensas a la radicalización.
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