Esta semana se ha comentado mucho en la prensa el libro de memorias de Tony Blair, el ex Primer Ministro británico, en el que hace una referencia a José María Aznar y a su posición negociadora en la Unión Europea.
En las negociaciones para el nuevo Tratado de Amsterdam de la Unión Europea, en 1997 y cuando Aznar llevaba sólo un año al frente del Gobierno español, Aznar exigió que España fuese considerada un "país grande entre los grandes europeos" a lo que Kohl y Chirac, el Primer Ministro alemán y el Presidente francés y dos de los tres pesos pesados de la Unión Europea, se negaban. Ante el callejón sin salida de las negociaciones, ya que las decisiones del Consejo Europeo se debían tomar por unanimidad, Blair trató de mediar ante Aznar, pero éste se levantó para decir que "había expuesto sus condiciones y se iba al cuarto de al lado a fumarse un puro mientras decidían si las aceptaban o no".
Cuando Blair le siguió después para pedirle flexibilidad invocando la decepción general se lo encontró fumando, y a su petición Aznar respondió que le quedaban muchos puros todavía para fumar, por lo que finalmente el resto de primeros ministros y presidentes de los Estados miembros de la Unión tuvieron que aceptar las exigencias del Primer Ministro español. Gracias a esa postura de dureza de Aznar, en las negociaciones del Tratado de Niza España logró un posición destacada casi al mismo nivel que las cuatro grandes economías europeas y que además on miembros del G-8.
Con las negociaciones llevadas a cabo por Zapatero en posteriores acuerdos y en especial en el Tratado de Lisboa que entró en vigor el 1 de diciembre de 2009, España ha perdido posiciones en el concierto europeo hasta ser un país irrelevante excepto por el peso que su demografía le concede en el voto ponderado.
Desde la llegada de Aznar al poder en España se fijó como meta situar a España en el pelotón de países importantes en el mundo consciente de que la marca España en política internacional tiene también importantes repercusiones en la política económica ya que atrae inversiones, vende en el exterior más productos, y se consolida la imagen de país serio y fiable que puede ser socio en cualquier aventura empresarial.
Para ello Aznar negoció con dureza en Europa, intentó incluir a España en el G-8 y convertirlo en G-9 (y muy cerca estuvo, le faltó algo más de tiempo en la Presidencia), y se unió a la Coalition of the Willing para la invasión de Iraq, liderándola junto a Bush y Blair en la famosa foto de las Azores.
Ese empeño en convertir a España en una potencia de cierto peso a nivel internacional y sacarla del grupo medio, donde estamos desde hace doscientos años, fue lo que acabó por costarle el poder, atentado terrorista del 11-M mediante, al Partido Popular, no a él que desde la toma de posesión en su primera legislatura ya anunció que no se presentaría a una tercera elección.
Siempre se acusa a Aznar de "meter a España en la guerra" por simple ambición personal, política o económica, pero lo cierto es que su objetivo no era otro, como en el caso de la Unión Europea, que situar a España en un escalón superior al que ocupaba en la escena internacional cuando él llego al poder. Y lo consiguió, pero a cambio en España él sólo cosechó un odio hábilmente fomentado por el partido socialista y sus medios de comunicación afines, además de ver como poco después Zapatero derribaba su trabajo con sólo dos o tres acciones infantiles.
En las negociaciones para el nuevo Tratado de Amsterdam de la Unión Europea, en 1997 y cuando Aznar llevaba sólo un año al frente del Gobierno español, Aznar exigió que España fuese considerada un "país grande entre los grandes europeos" a lo que Kohl y Chirac, el Primer Ministro alemán y el Presidente francés y dos de los tres pesos pesados de la Unión Europea, se negaban. Ante el callejón sin salida de las negociaciones, ya que las decisiones del Consejo Europeo se debían tomar por unanimidad, Blair trató de mediar ante Aznar, pero éste se levantó para decir que "había expuesto sus condiciones y se iba al cuarto de al lado a fumarse un puro mientras decidían si las aceptaban o no".
Cuando Blair le siguió después para pedirle flexibilidad invocando la decepción general se lo encontró fumando, y a su petición Aznar respondió que le quedaban muchos puros todavía para fumar, por lo que finalmente el resto de primeros ministros y presidentes de los Estados miembros de la Unión tuvieron que aceptar las exigencias del Primer Ministro español. Gracias a esa postura de dureza de Aznar, en las negociaciones del Tratado de Niza España logró un posición destacada casi al mismo nivel que las cuatro grandes economías europeas y que además on miembros del G-8.
Con las negociaciones llevadas a cabo por Zapatero en posteriores acuerdos y en especial en el Tratado de Lisboa que entró en vigor el 1 de diciembre de 2009, España ha perdido posiciones en el concierto europeo hasta ser un país irrelevante excepto por el peso que su demografía le concede en el voto ponderado.
Desde la llegada de Aznar al poder en España se fijó como meta situar a España en el pelotón de países importantes en el mundo consciente de que la marca España en política internacional tiene también importantes repercusiones en la política económica ya que atrae inversiones, vende en el exterior más productos, y se consolida la imagen de país serio y fiable que puede ser socio en cualquier aventura empresarial.
Para ello Aznar negoció con dureza en Europa, intentó incluir a España en el G-8 y convertirlo en G-9 (y muy cerca estuvo, le faltó algo más de tiempo en la Presidencia), y se unió a la Coalition of the Willing para la invasión de Iraq, liderándola junto a Bush y Blair en la famosa foto de las Azores.
Ese empeño en convertir a España en una potencia de cierto peso a nivel internacional y sacarla del grupo medio, donde estamos desde hace doscientos años, fue lo que acabó por costarle el poder, atentado terrorista del 11-M mediante, al Partido Popular, no a él que desde la toma de posesión en su primera legislatura ya anunció que no se presentaría a una tercera elección.
Siempre se acusa a Aznar de "meter a España en la guerra" por simple ambición personal, política o económica, pero lo cierto es que su objetivo no era otro, como en el caso de la Unión Europea, que situar a España en un escalón superior al que ocupaba en la escena internacional cuando él llego al poder. Y lo consiguió, pero a cambio en España él sólo cosechó un odio hábilmente fomentado por el partido socialista y sus medios de comunicación afines, además de ver como poco después Zapatero derribaba su trabajo con sólo dos o tres acciones infantiles.
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