jueves, 21 de octubre de 2010

¿EXISTE ESPAÑA O EXISTE EXPAÑA?

Ayer se publicaron dos artículos en El Confidencial sobre el mismo tema, España y sus problemas como nación, si es que todavía lo es.

En los foros de un periódico donde normalmente las noticias sobre la "nación catalana" o los problemas territoriales suelen atraer decenas de mensajes, en ocasiones superan los doscientos, ayer entre las dos columnas de opinión se enviaron sólo 39 mensajes. Esto, que para muchos no significa nada, para mi es una nueva muestra del desdén ciudadano hacia la nación española, la puesta en duda del carácter de España como país o nación ni siquiera ha despertado un debate intenso entre lectores que normalmente suelen tratar temas similares.

Puede ser que ese desinterés sea consecuencia del hartazgo de la población ante la continua puesta en solfa de nuestro país; puede ser que realmente España ya no interese a casi nadie más que como un territorio donde vivir que es gobernado por unos políticos que elegimos; pero no deja de ser significativa la falta de interés sobre un tema que en otros países provocaría un enorme caudal de opiniones.

Por su interés se transcriben algunos párrafos de ambos artículos:


En Francia, cuando la fiesta nacional, hacen sardinadas, celebran verbenas y tiran fuegos artificiales. ... La cosa cambia en España, tierra de acomplejados (ya lo señalamos aquí en un post anterior). Para empezar, la Hispanidad se califica de “genocidio” y se considera una idea añeja y demodé. Luego, para darle fuste formal, se mezcla con el Pilar y así, con la misa, la cosa parece más seria. Por último, se hace el desfile del Ejército y, claro, los españoles rectos se sienten atragantados y ven con aprensión la ostentación de las fuerzas militares.... (no entiendo muy bien lo de los españoles rectos, quizás quiere decir el autor que el resto, a los que sí les atrae la parada militar y que sólo la consideran una parte más de una tradición, un acto habitual en todas las capitales nacionales en sus respectivos días nacionales ¿son idiotas?)

La patria .... ya sólo logra ponernos los pelos de punta con las victorias deportivas. Así debe ser en una buena democracia: que funcionen las cosas sin sentimientos y que los sentimientos se dejen para el balón
(no me parece buena idea confundir nación y sistema político, eso es precisamente lo que han hecho las dictaduras toda la vida, comunistas y fascistas, identificar el país con su sistema; nosotros somos, o no, españoles y también demócratas, habrá quien se siente demócrata y no español y viceversa. El sistema político sólo es una manera de gestionar un país, no es el país en sí).

Sólo el nacionalismo necesita ganar los campeonatos cada poco y alimentar su negocio con la asadurilla removida del personal
(la alegría por los éxitos deportivos se siente no sólo en España y no está relacionada con un nacionalismo caduco como da a entender el autor, sino que es un sentimiento compartido tanto por los países más modernos y menos nacionalistas, políticamente hablando, como por los países más radicalmente nacionalistas). O, si acaso, se aprovecha un accidente y se hace piña de almas .... Las honras a los muertos por la patria suelen tener aquiescencia general y contribuyen sin duda a la irritación vellosa. Los abucheos a Zapatero han disgustado a muchos por haberse producido mientras las honras fúnebres. Las honras a los muertos por la patria se contemplan con semblante muy serio y gestos de hipócrita magnífico. Pero la defensa del rito, la defensa seria y racional, periodística, hace caer la caretilla y enseña las trazas de la pura banalidad, tan peligrosa cuando se desatan los sentimientos y se buscan culpables. Y la gente, en plena crisis, mira la pantalla, piensa en sus cosas y dice ¡pandilla de ladrones!, mientras paga en negro al fontanero con unas pocas risas (vuelve a confundir el autor los ritos tradicionales de homenaje a los caídos con el hartazgo político y la hipócrita actitud política; los actos de homenaje a los caídos se hacen para la población, no para los políticos, estos son meros figurantes, y su actitud hipócrita no desmerece el acto. La particular apreciación de banalidad de estos actos cambia cuando el fallecido en acto de servicio es un amigo o un familiar, pero incluso cuando es un desconocido, el fallecido merece nuestro respeto y homenaje, y no es cuestión de sentimientos nacionalistas sino de educación y agradecimiento por su entrega. La discusión del acierto o no de los abucheos durante el acto sí que es una banalidad, porque lo que se discute no es sí el momento escogido para realizarlos, eso es sólo una excusa para criticar algo que el Gobierno no sabe ni está preparado para consentir, los propios abucheos).

...
La nación, se dice, suele fundarse en unas gentes que tienen ciertas afinidades por vecindad histórica. Pero las gentes, en la manada, tienden a arrasar: si no se hacen deportes o toros con que se dé vía de escape a tales ganas de arrasamiento, el vecino correrá serio peligro. De ahí las sanguinarias guerras civiles o las obsesiones de los pueblitos con las cosas propias del Estado al que quieren rehuir y, si pudieran, aniquilar (siguiendo su razonamiento me surge una pregunta: países tan civilizados como Holanda, Noruega, Finlandia, Suecia, Suiza, Dinamarca, Luxemburgo y otros, donde no existe este tipo de fiesta nacional sangrienta como los toros, y donde en los dos o tres últimos siglos no se han producido guerras civiles ni de agresión, sólo de defensa contra invasiones exteriores, que se consideran asimismos como naciones, algunos de ellos desde hace siglos, ¿estos países no pueden existir como naciones sin sangre, sin toros, sin fútbol, sin guerras, sin invasiones? Creo que la historia desmiente este argumentario, típico del intelectual de izquierdas que es incapaz de ver más allá de los Pirineos para comprobar que somos los españoles los que aplicamos mal las ideas y los conceptos que en muchos casos son universales, amoldando éstos a nuestros propios defectos).

La segunda columna de opinión, escrita por Javier Benegas, me parece mucho más interesante así que el tijeretazo ha sido mínimo:


... en pleno siglo XXI, los españoles seguimos tal cual, impregnados de ese rancio aroma a fatalismo, como si el tiempo se hubiera detenido aquel año de 1629. Casi cuatro siglos después nos comportamos en lo esencial del mismo modo que aquellas gentes, lamentándonos beatamente o interpretando cual afectados naturalistas nuestro infortunio, dando por sentado entre diatriba y diatriba que todo está ya escrito. ¿Para qué molestarnos entonces?....

En cualquier país -no ya vertebrado sino con una mínima identidad- cuando todo falla, y desde las ruinas de la nación política lo único que se genera es aún más caos, surge entre los ciudadanos un sentimiento de unidad espontáneo cuyo objetivo no es la exaltación patriótica sino preservar a la sociedad de su extinción.
Es un mecanismo de defensa primitivo, cuyo función consiste en hacer que los ciudadanos reaccionen y refuercen los lazos que les unen con el legítimo fin de sobrevivir. Esa unión, fruto de la más estricta necesidad, es el germen que antaño dio lugar al Estado y que en momentos excepcionales puede reaparecer para deslegitimar a los políticos y poner en valor a los sufridos contribuyentes.


La amenaza procede del interior

Pero España no es un país cualquiera, y aquí nada sucede como debería. El grado de deterioro es tal que, lejos de aflorar ese instinto de supervivencia, cada vez estamos más divididos.
Y hasta el ciudadano más modélico termina por preguntarse si España no será en realidad la mera denominación de un país sin alma por el que no vale la pena luchar y comprometerse.


La confusión general, y en las cuestiones políticas e ideológicas en particular, ha generado singularidades patrias como el hecho de que seamos el único país de Occidente en el que ser liberal equivalga a ser de derechas, o que nos resulte irrelevante que tanto los políticos de izquierda como los conservadores compartan en la práctica idéntica animadversión hacia la libertad individual. Estas peculiaridades, sumadas a otras muchas, nos han llevado a rebajar nuestras exigencias hasta tal extremo que sólo alcanzamos a demandar de cuando en cuando mejores gestores, sin comprender que la desastrosa situación en que nos encontramos es el resultado de aplicar las ideas equivocadas, por encima, incluso, de la gestión deplorable de personajes incompetentes y mezquinos.

A un país que carece de alma no lo salvan ni los más brillantes gestores, y conviene ir avisando de ello. Si no existen de fondo ideas y compromisos que vayan un poco más allá del consabido plato de garbanzos, es decir, las reformas económicas, la desintegración se convierte en un proceso inexorable. El Estado, al igual que no es asunto de la divinidad ni de la naturaleza, tampoco depende sólo de la gestión eficiente: su supervivencia está íntimamente ligada a la existencia de un compromiso inquebrantable con la Libertad y la Justicia. Y es en la crítica defensa de estos valores cuando un país demuestra tener o no tener alma.

En esta España del presente,
el verdadero peligro no está en la inmigración, ni siquiera en la amenazante y turbadora islamización. Tampoco está en los tiburones de las finazas, ni en los especuladores sin entrañas de esta economía globalizada. La mayor amenaza no procede del exterior sino del interior. La actitud intransigente, cobarde y oportunista de nuestros políticos, con la inestimable ayuda de nuestra supina ignorancia, es lo que da alas a los desalmados, sea cual fuere su procedencia, para parasitar en la sociedad y valerse de nuestras instituciones.

Por eso es importante evitar caer en la confusión y recordar que no son las personas a las que hay que combatir sino las ideas equivocadas, las políticas que las perpetúan y las falsas creencias que terminan por corromperlo todo.
Cinco siglos de infancia parece un tiempo más que razonable para alcanzar la madurez. Y deberíamos tener muy claro a estas alturas en qué consiste el Estado, para qué se creó y cuáles son las líneas rojas que hay que marcar a aquellos que ejercen el poder desde sus instituciones. Un relevo de gestores es insuficiente.

Los problemas que desde mucho tiempo atrás venimos arrastrando no son problemas de gestión sino de concepción. Que suframos pésimos gestores es la consecuencia de un equivocada concepción del Estado, de una falta alarmante de democracia, de la ausencia casi total de control directo de los electores, de la no separación de poderes y de la regresión que todo ello está provocando en nuestra sociedad, cuya expresión más visible es la vuelta a un modelo de Estado Natural, una economía de acceso restringido y la consiguiente reducción de la riqueza.
......

En todo caso me sugiere una última pregunta: ¿no seremos los propios españoles nuestros más enconados y peligrosos enemigos?



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