Finales de enero. Por una vez los sondeos han atinado: el PP ha ganado, con casi 130 diputados. Pero Rivera, fiel a lo que ha venido diciendo en campaña, decide abstenerse en la votación de investidura de Rajoy. España repite entonces lo que acaba de ocurrir en Portugal: ganó la derecha y gobernará la izquierda. Las puertas de La Moncloa se abren para una gran coalición «progresista», que nos librará por fin de Rajoy -«el de los recortes, la corrupción y el plasma»- y permitirá llevar a cabo «auténticas políticas de izquierda» y «abrir la segunda Transición». Pedro y Pablo, que en su día ya se asociaron sin problemas en los ayuntamientos, alcanzan rápidamente un acuerdo para formar un Gobierno de coalición PSOE-Podemos.
Se acabó la austeridad. Llega la hora de las «políticas sociales de progreso». Pedro y Pablo suben las pensiones, amplían la cobertura del desempleo, crean una renta de emancipación para los jóvenes, aumentan el salario mínimo, duplican la contratación en hospitales y escuelas públicas, derogan la reforma laboral, retiran el copago de fármacos, reponen las primas para la energía verde y prohíben la presencia de clérigos en los funerales de Estado (salvo si son mahometanos). A cambio, se aumenta el IRPF a las clases medias, se cruje fiscalmente a los más pudientes y se sube el impuesto de sociedades; «caña al capitalismo de amiguetes», como bien dice Pablo. La «segunda Transición» también avanza. Se cambia la Constitución, para que conste por escrito que los catalanes son más altos, más rubios y más guapos que el resto y además recibirán más parné.
¡Mira que era fácil! En dos meses, Pedro y Pablo le han dado la vuelta a España.
A finales de año el déficit público se ha desbocado. La inversión en España ha caído en picado, porque la nueva legislación laboral y la nueva fiscalidad retraen a las empresas. El paro y la prima de riesgo suben. Las cuentas se despendolan. Merkel frunce el ceño. Pedro y Pablo reciben una llamada apremiante de Junker y Donald Tusk: una amenaza en toda regla para que viren de inmediato y retornen a la consolidación fiscal, como ha hecho Tsipras. En cuanto a la nueva España federal, al final los aguinaldos para Cataluña no han servido de nada: los separatistas responden que el tiempo del federalismo ya ha pasado y que a ellos solo les sirve la independencia. La ruptura de España es más plausible que nunca.
La cosa se ha puesto chunga para Pedro y Pablo. Al final era verdad: en el marco de la UE y con un país fuertemente endeudado no había margen para un vuelco alternativo. ¿Qué hacer ahora? Pedro y Pablo se reúnen en La Moncloa con Jordi Sevilla, César Luena, Errejón, Echenique, Carmen Chacón, ministra de Defensa, y Rubalcaba, que también ha vuelto. Tras una productiva tormenta de ideas intensa, Pedro y Pablo comparecen juntos para anunciar solemnemente una decisión histórica: el Gobierno de progreso ha decidido desenterrar a Franco y chapar el Valle de los Caídos. Pablo, tierno como él solo, declama unas citas de Gramsci. Una lágrima emotiva y perlada rueda sobre el lunar de su mejilla. La prima de riesgo sube a 470 y el paro corre en moto. La casta ya es historia.
Luis Ventoso / ABC, 19 de diciembre de 2015
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