Palabras sin eco
«Hemos hecho historia», dijo tres veces Pedro Sánchez la noche del domingo. En cierto modo sí. Zapatero había perdido 4,3 millones de votos en la legislatura anterior, en la que puso al sufrido Rubalcaba a comerse el marrón. En ésta, Rajoy ha bajado en 3,6 millones, mientras él sólo ha perdido 1,4. Es un triunfo, si se mira en términos relativos.
Los barandas de los dos grandes partidos se postularon en su primera comparecencia para continuar al frente de lo suyo. A Rajoy le ha salido Aznar, que con exquisitas maneras le ha invitado a organizar un congreso abierto para elegir a la nueva dirección. Pedro Sánchez había anunciado 10 días antes de la cita electoral: «Si el PSOE no gana las elecciones para mí será un fracaso».
¿Y qué consecuencias tiene eso? Ninguna. Palabras que no dejan eco. El zapaterismo ya había ensayado esta hermenéutica durante «el proceso de paz», cuando el ministro del Interior o la propia Ejecutiva calificaban los atentados de ETA como «incompatibles» con el alto el fuego o el proceso de diálogo, sin que la incompatibilidad afectara lo más mínimo al diálogo ni al proceso, que seguían las mismas pautas.
El PSOE gestiona ahora el legado de Zapatero, que es el odio al adversario, la fobia, como elemento definitorio del nosotros. A los aspirantes a militar en el partido se les somete a la misma prueba que a Brian el Frente Popular de Judea en el circo de Jerusalén: «Para entrar en la casa del pueblo hay que odiar de verdad a los romanos». «Yo los odio». «¿Ah, sí? ¿Cuánto?». «Mucho». «Admitido».
Los Monty Python no podían imaginarse algo tan vistoso como Podemos. Su secretario general se había adelantado a Snchz al contarle a Évole que a él sólo le interesaba el triunfo máximo: «A lo mejor no tiene sentido presentarse si no es para ganar». Y nadie podrá discutirle coherencia: sin necesidad de presentarse ya se había sentado en el escaño del presidente, un niño en su visita guiada al Congreso hace 20 días. Después de las elecciones que le dieron un honroso tercer puesto, lo debió de interpretar a lo Maduro, al anunciar: «Voy a iniciar una ronda de conversaciones con los partidos», sin que se descojonaran suyo los mojojones (© Karlos Arguiñano).
El SPD alemán hizo canciller a Merkel para no pactar con Lafontaine. Hollande votó a Sarkozy y viceversa en las regionales para cortar el paso a los antisistema de Le Pen. Pdr está dispuesto a negociar con los antisistema; ya les dio en mayo las grandes alcaldías de España, sin ganar a cambio el más mínimo respeto. Recuerden lo que decía Iglesias del mismo Carmona que hizo alcaldesa a Carmena: «Hace falta ser subnormal». Estas cosas me fueron apartando del socialismo hace tiempo: si no saben defender su dignidad, ¿qué harán con la mía? No parece que los barones y la señora baronesa se lo vayan a poner fácil para auparse en Podemos. Tampoco Iglesias.
Pedro Sánchez no es un macho alfa. Que haya llegado a verse como presidente alternativo en un pacto con PI lo asemeja más al macho de la mantis religiosa en el momento preciso de la cópula nupcial.
SANTIAGO GONZÁLEZ – EL MUNDO – 23/12/15
La estrategia del asalto
Pablo Iglesias se ha despojado del ropaje socialdemócrata como un actor que acaba una función agotado del disfraz.
Se han venido arriba. Con 69 diputados creen haber activado la palanca del cambio de régimen y se han puesto a cantar por Quilapayún, elpueblounidojamásserávencido, y por Paco Ibáñez, himnos civiles de una Transición que se quieren cargar. Apenas acabado el recuento, Pablo Iglesias se despojó del ropaje socialdemócrata como un actor que acaba una función agotado del disfraz.
Cargados de adrenalina política han recuperado en unas horas el lenguaje bolivariano, el del proceso constituyente, la unidad popular y los derechos sociales, que en su semántica populista tienen prioridad sobre las libertades individuales. Ada Colau habla de «revolución democrática», un sintagma chavista, y toda la dirigencia se ha lanzado una escalada retórica que recupera la agresividad rupturista enterrada durante la campaña. Han regresado a su identidad fundacional, al discurso antisistema blanqueado por electoralismo táctico, a la dureza dialéctica que sólo Monedero mantenía desembozada durante el período de maniobras de camuflaje.
Sucede con Podemos que su electorado es refractario a las contradicciones y al ocultamiento, simplemente porque no se engaña. La mayoría de sus votantes tiene claro el objetivo estratégico y tolera con pragmático leninismo cualquier sesgo operativo que conduzca a la meta. Si los reclaman en las urnas van a las urnas; si los llaman a la calle irán a la calle. La moderación programática no es más que un giro oportunista, un paso atrás previo al salto adelante. Ahora toca acelerar y en los ayuntamientos, que han conservado la formalidad institucional durante seis meses, va a empezar el demarraje.
La situación poselectoral, con su paisaje borroso y sus contornos de incertidumbre, es propicia para el activismo de los que no dudan. Forjados en la ideología del asalto y en la técnica de las condiciones objetivas, encuentran en la indecisión de la mayoría el clima preciso para el abordaje. Si algo han mostrado durante la campaña es que disponen de organización, disciplina, resistencia y moral de combate. Dueños de las redes sociales, llevan enorme ventaja en la difusión de mensajes. Hicieron la mejor prospectiva y quizá sean ahora los que sepan hacer el mejor análisis.
Además, tienen la llave. Si la investidura de Rajoy fracasa, como parece probable, Iglesias decidirá sobre la de Sánchez. Puede hacerlo presidente para mantenerlo de rehén hasta que le convenga o ponerle un listón insalvable –la autodeterminación catalana– que provoque nuevos comicios en primavera. Sus elecciones no eran las del domingo, sino las próximas, en las que se presentará, sean cuando sean, como el macho alfa de la izquierda. Bloque contra bloque, pueblo contra casta, revolución contra sistema. Este tiempo indeterminado de transiciones, tanteos e intrigas lo va a aprovechar, si los socialistas no saben impedirlo, para limpiar de obstáculos la palestra.
IGNACIO CAMACHO – ABC – 23/12/15
Podemos como tentación
Coincidir con la formación de Pablo Iglesias, tanto en el Gobierno como en la oposición, es una operación de alto riesgo para cualquiera. El presupuesto de todo buen pacto está en la lealtad, en suscitar confianza.
Hace semanas, quizás meses, que en el debate político se habla constantemente de pactos, de los necesarios pactos entre partidos para formar Gobierno. Pero desde el domingo por la noche ya no se trata de hablar sino de actuar. Pactos, claro, como se vaticinaba, pero ¿con quién? O, mejor dicho, ¿entre quiénes? Lo apuntaba Javier Ayuso el lunes en EL PAÍS: “Es la hora de la aritmética, de sumar y restar (…) además de la aritmética es la hora de las ideologías”.
Pero tampoco sirve, en ocasiones, buscar grandes coherencias ideológicas desde el punto de vista tradicional, el eje derechas e izquierdas, una manera de simplificar nuestro complejo panorama político. Hay otras variables, en especial aquellas ideologías que se basan sobre todo en sentimientos y que nos pueden conducir a enfocar los problemas desde las emociones y no desde la razón, que apelan a los ideales del Romanticismo y no a los de la Ilustración. Cualquier país que se decanta por estos senderos acaba descarrilando.
En materia de pactos políticos es decisivo escoger bien a la contraparte. El presupuesto de todo buen pacto está en la lealtad, en estar convencido que el otro no te va a engañar, en suscitar confianza. Me viene a la memoria un pacto político que desde el principio ya se podía intuir que no funcionaría porque carecía del requisito de la lealtad: el acuerdo del PSC con ERC para designar presidente de la Generalitat a Pasqual Maragall con el objetivo de aprobar un nuevo Estatuto de Cataluña. El acuerdo no podía acabar bien porque fue un error desde sus mismos inicios.
¿Por qué un error? Porque el agua y el aceite no se pueden mezclar. Aparentemente podía parecer que habían llegado a un acuerdo en aprobar un estatuto, pero ello no era cierto porque no lo podía ser: ambos partidos tenían lealtades distintas. Los socialistas catalanes creían que un nuevo estatuto podía apaciguar al nacionalismo catalán y los republicanos pretendían crear un conflicto mediante la aprobación del nuevo Estatuto para acelerar la marcha hacia la independencia. No lo digo a balón pasado, algunos ya lo advertimos entonces públicamente e incluso contribuimos a fundar Ciudadanos por ese motivo. Los socialistas eran leales a lo que ingenuamente pensaban que sería una buena solución, lo que ellos denominaban “profundizar la autonomía”, los republicanos eran leales a la independencia, su ideal confesado. Naturalmente ganaron los segundos, siempre en política los astutos vencen a los ilusos.
A corto plazo, Maragall y después Montilla fueron presidentes de la Generalitat. Aparentemente, el acuerdo era una jugada hábil: habían acabado con el pujolismo e impedido que Artur Mas fuera entonces presidente. A largo plazo ya hemos visto lo que ha sucedido: los independentistas son mayoría en el Parlamento de Cataluña y el PSC roza la irrelevancia. Los errores graves, aquellos que afectan a la orientación política general, antes o después se pagan.
Un partido populista dice lo que le conviene para alcanzar el poder y llevar a cabo su agenda.
Creo que el PSOE puede caer en la misma tentación que el PSC de Maragall. También entonces los socialistas catalanes se justificaban diciendo que ERC era de izquierdas y, por tanto, su aliado natural. Pero los republicanos catalanes son, como Podemos, un partido populista, es decir, un partido cuyo objetivo principal es llegar a gobernar, sea como sea, diciendo una cosa y la contraria, para desde allí ser leales a sus ocultos pero verdaderos objetivos. Esquerra decía que su finalidad para formar Gobierno con el PSC era la reforma estatutaria. No era cierto: la reforma del Estatuto era solo un medio, un instrumento, para crear el clima político necesario que les permitiera alcanzar su auténtico objetivo: la independencia de Cataluña. Conseguido el instrumento se pasó a crear el clima para obtener los objetivos tácticos intermedios: que el catalanismo pasara de autonomista a independentista, hundir al PSC, dividir a CiU, disminuir la fuerza de Convergència y dar vuelos a la CUP para así quedar situada ERC en el centro político independentista. Una excelente estrategia.
Tras las elecciones del domingo pasado, el PSOE corre el riesgo de caer en una tentación similar a la del PSC: un pacto de izquierdas creyendo que Podemos es un partido de esa naturaleza. Grave error. Podemos es un partido populista, dice lo que le conviene para su único fin inmediato: alcanzar el poder y desde allí llevar a cabo su agenda oculta, sus objetivos últimos, el primero de los cuales, por cierto, es sustituir al PSOE como referente de la izquierda española. Podemos, como ERC, es leal a sus objetivos, no a sus aliados.
Recordemos. ¿Qué decía Podemos hace tan solo un año y medio? Sus propuestas eran las propias de un partido antisistema, anticapitalista y antiglobalización: no pagar la deuda pública, salir de la UE y del euro, renta básica generalizada, entre otras muchas propuestas, todas legítimas. Pero ahora estas propuestas han cambiado y explícitamente ha efectuado un llamado “giro al centro” en materia económica y social, y se muestra partidario del derecho de autodeterminación.
Este giro social y económico en tan pocos meses, ideológicamente no justificado, ya no es legítimo, algo esconden ahí. En cuanto al derecho de autodeterminación la razón es evidente: era necesario para formar coaliciones electorales con los nacionalistas de Galicia, Cataluña y Comunidad Valenciana, bajo el compromiso de concederles grupo parlamentario propio en el Congreso. Sin olvidar que Pablo Iglesias se ha negado a condenar la situación de los presos políticos en Venezuela, a cuyo régimen han asesorado los dirigentes de Podemos.
Ante un partido de estas características, cabe preguntarse: ¿qué es Podemos? ¿El de antes? ¿El actual? ¿Los tres Podemos autonómicos? ¿Solo el central? ¿Por qué cuatro grupos en el Congreso? ¿Votarán lo mismo? ¿Votarán distinto? ¿Quizás lo que nos aguarda es un futuro Podemos que todavía no sabemos qué pretende? Demasiadas preguntas, demasiadas incógnitas. Todo muy raro. ¿Digno de confianza? En absoluto. Se trata del partido que no sabemos lo que es, ni lo que piensa, ni hacia dónde va.
Ante este panorama, un partido serio como el PSOE deben desconfiar. Que se acuerden de ERC, de su deslealtad con los socialistas catalanes y con el mismo PSOE, que le pregunten a Zapatero. Coincidir con Podemos, tanto en el Gobierno como en la oposición, es una operación de alto riesgo para cualquiera, especialmente para el PSOE, el partido al que quiere sustituir. Mejor que Pedro Sánchez renuncie a liderar el Gobierno si debe pactar con Podemos, no sea que le suceda lo mismo que a Maragall. Las ventajas a corto plazo son muchas veces la ruina futura. Lo sabe bien Sánchez, que no se deje presionar.
Francesc de Carreras es profesor de Derecho Constitucional.. EL PAIS – 23/12/15
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