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jueves, 14 de abril de 2016

QUÉ ES UN SOCIALISTA?

La mejor definición que he encontrado de socialista es: “Persona que cree que puede decidir mejor qué es bueno para los demás.

Ser socialista se deriva de la arrogancia de pensar que los demás no pueden valerse por sí mismos. Asume que la libertad de decisión es peligrosa para las personas, pues si las dejamos decidir terminarán peor que antes. Entonces el socialista parte de un “complejo de superioridad”: por una razón que no explica, él sabe más de mí que yo mismo.

Sabe mejor qué debo comprar y qué no. Sabe mejor bajo qué condiciones me conviene trabajar y a qué me debo dedicar. Sabe mejor que los consumidores lo que deben consumir y mejor que las empresas cómo deben producir. Y si el socialista da el pasito que lo separa del comunista, sabe mejor quién debe gobernar, qué puede o no puede expresar alguien públicamente y en qué país debo vivir.

El socialismo debe limitar nuestra libertad, porque en esencia la libertad es la facultad de decidir sobre nuestro destino. El socialista se apropia de ese destino.

Pero no solo nos priva de nuestra libertad. Nos priva de la otra cara de la moneda. No hay libertad sin responsabilidad. Si otro decide por mí, me liberan de la responsabilidad sobre las consecuencias de mis decisiones: si elijo mal no asumo los costos de mis decisiones. Equivocarse ya no es mi problema, es problema de los demás, a los que les traslado dicho costo.

Por eso es que los socialistas no hablan de responsabilidad a secas sino de responsabilidad social: el resto de la sociedad está obligada a asumir las consecuencias de mis decisiones, sean buenas o malas.

Pero la responsabilidad social es un sinsentido. Hayek decía que la palabra ‘social’ es una palabra envenenada (una palabra “comadreja”), pues añadida a cualquier otra la convierte en su antónimo: “democracia social” es precisamente la negación del sistema democrático, “derecho social” es justamente un derecho vaciado de la individualidad que le da sentido, “propiedad social” es la ausencia de propiedad. Responsabilidad social es irresponsabilidad pura.

La libertad y la responsabilidad son en esencia individuales. Cuando dejan de serlo se convierten en su antónimo, como ocurre en la Cuba de los hermanos Castro o la Venezuela de Nicolás Maduro.

Así, el socialismo genera un problema moral y un problema práctico.

El problema moral es la expropiación de la dignidad humana al negar la libertad y la responsabilidad. Nos convierte en esclavos del gobernante (socialista) de turno. En eso no se diferencia de otras expresiones de signo ideológico distinto, como el fascismo. La diferencia está solo en los énfasis. No soy digno si no soy libre y no respeto la dignidad de los demás si no soy responsable.

El problema práctico es que destruye todo el sistema de incentivos que genera el progreso. ¿Por qué esforzarme si el resultado del ejercicio libre de una actividad será expropiado por los demás mediante impuestos, prohibiciones, regulaciones? ¿Y por qué ser cuidadoso en decidir si el sistema político o legal me convertirá en irresponsable ante las consecuencias protegiéndome de mis propios errores? ¿Por qué esforzarme en mejorar mi vida si será el Estado el que se encargará de mejorarla?

El socialismo lastra el crecimiento, genera pobreza, retraso, pero, sobre todo, pérdida de dignidad. Curiosamente, en nombre de la libertad, nos priva de ella, pues la confunde con la capacidad de hacer lo que uno quiere sin la responsabilidad de asumir sus consecuencias. Es, por tanto, inherentemente irresponsable. Como decía Frédéric Bastiat, el socialismo no se conforma con que la ley sea justa. Quiere que la ley sea filantrópica. Pero, en realidad, niega la filantropía como acto de desprendimiento y la convierte en una solidaridad forzada por la ley, lo que es una contradicción en términos.

Por eso todos los políticos, sin excepción, son un poco socialistas. A todos les gusta dejarse seducir por el poder de hacer regalos con el patrimonio ajeno. A todos les gusta jugar a ser Robin Hood. El problema es que gobernar no es un juego.

Como decía Churchill, “El socialismo es la filosofía del fracaso, el credo a la ignorancia, la prédica a la envidia. Su virtud inherente es la distribución igualitaria de la miseria”.

*Esta columna fue publicada con anterioridad en el centro de estudios ElCato.org.

Alfredo Bullard es un reconocido arbitrador latinoamericano y autor de "Derecho y economía: El análisis económico de las instituciones legales". Es socio del estudio Bullard Falla y Ezcurra Abogados.

lunes, 4 de abril de 2016

LAS TESIS DE ABRIL, EL FRACASO SOCIALISTA

Hoy se cumplen 99 años de las Tesis de abril, una serie de puntos expuestos por Vladimir Ilich Ulianov, alias Lenin, en un discurso pronunciado en el Palacio Táuride, sede del gobierno provisional ruso, el 4 de abril de 1917. En ellas Lenin propone su plan de gobierno.

Las tesis trataron diferentes áreas, pero lo más importante fue que se estableció cómo Rusia debería ser gobernada en su futuro. Lenin tuvo éxito al persuadir a todos con los argumentos presentados en las tesis y puso los fundamentos ideológicos de la actuación de los bolcheviques, tras su ascenso al poder durante la revolución de octubre.

De modo que hoy se cumplen 99 años de la primera promulgación de lo que luego sería el plan de gobierno de la primera aplicación del socialismo real, en la historia de la humanidad. El lector dirá que hablar del fracaso del socialismo real, en este contexto, no tiene sentido, porque es evidente que el socialismo fracasó. El asunto es que todavía existe quien dice que el problema no es el socialismo teórico, sino su implementación, y que es mera casualidad que todas las puestas en práctica han fracasado. Es decir, por muy increíble que le parezca al lector, el socialismo todavía tiene defensores.

La imposibilidad del socialismo teórico y práctico se documentó en una fecha tan temprana como 1920, es decir tan solo tres años luego del triunfo de la revolución de octubre, de modo que si hubieran prestado atención a Ludwig von Mises, la humanidad se hubiera ahorrado los más de 100 millones de muertos que el comunismo causó durante el siglo XX.

El debate sobre la imposibilidad del socialismo nació con el artículo de Von Mises El cálculo económico en la comunidad socialista, escrito en 1920. El asunto central de la imposibilidad del socialismo consiste en que la propiedad privada y el comercio permiten crear oportunidades de ganancia en el mercado porque existe una necesidad: hay algo que los consumidores desean y no obtienen. El empresario ofrecerá ese producto, gracias a que tiene libertad y medios para lograrlo, y le pondrá un precio que le permita obtener ganancias. Esos precios actúan como señales: otros empresarios se darán cuenta de esas ganancias y competirán por obtenerlas, bajando los precios y beneficiando a todos, cuando en realidad solo querían beneficiarse a sí mismos, debido al conocido mecanismo de la mano invisible.

Esto tiene otra consecuencia: los medios de producción también son propiedad privada. Los recursos, la maquinaria, los trabajadores y, en definitiva, lo necesario para la producción, se trasladará hacia aquellos negocios más lucrativos y, por tanto, más necesarios, puesto que pagarán más por ellos. El uso racional de los recursos y el capital es lo que se denomina cálculo económico: la propiedad privada ha generado la información necesaria, a través del sistema de precios, que permite transmitir las preferencias de los consumidores a los productores.

Mediante la abolición de la propiedad privada y el comercio libre llevada a cabo cuando se implementa el socialismo, desaparece todo incentivo para producir y vender. Sin esos productos a la venta, no existe oferta ni, por tanto, intercambio en el mercado. Sin ese intercambio, no se crean precios en el mercado libre. Sin esos precios, no existe la información que permite conocer los intereses de los consumidores y la forma más eficiente de producir los bienes que consumimos. El socialismo, entendido como propiedad pública de los medios de producción, elimina la posibilidad de generar el conocimiento necesario para que la economía funcione. De hecho, en la antigua URSS los precios oficiales consistían en la aplicación de múltiples fórmulas que tomaban como base los precios de mercado de los “malvados” países capitalistas. Incluso su incapacidad hubiera sido mayor si el capitalismo no le hubiera prestado una de sus mayores creaciones: el conocimiento que produce el mercado. El resultado es la pobreza y la hambruna, mayores cuanto más lejos se lleva el paradigma socialista, como sucedió en la Rusia de Lenin.

De modo que hoy más que nunca debemos recordar, no que el socialismo ha fracasado, sino que siempre fracasará porque es imposible de implementar en la práctica

José Ramón Acosta  |  04 abr 2016

domingo, 17 de noviembre de 2013

NUESTROS SOCIALISTAS Y EL NACIONALISMO CATALÁN

SI necesitáramos otro argumento para demostrar que el nacionalismo nubla las mentes, que no lo necesitamos, la propuesta de Oriol Junqueras de paralizar la industria catalana durante una semana sería la prueba definitiva. Se tiene a Junqueras por hombre cultivado y tranquilo. Lo que ha demostrado con su propuesta es una falta de alcances inaudita en alguien que aspira a gobernar un Estado y un temperamento muy parecido al del españolazo que rechaza ampliar el horario de calefacción de su bloque, para que se chinchen sus vecinos, no importándole a él pasar frío, situación más frecuente de lo que se cree. Aunque lo más extravagante es que se atreve a desafiar, no ya al Estado español, algo que hace a diario, sino a Bruselas, como si estuviera convencido de que la buena marcha de la UE depende de la de Cataluña.

Por más absurdo que parezca, sin embargo, no es la primera vez que comportamientos parecidos se dan hoy allí. Sin ir más lejos, el rechazo de la Generalitat de la oferta del Gobierno central a enviar aviones que ayudaran a apagar el incendio declarado en Gerona ilustra hasta qué extremos de cerrazón llega el nacionalismo. Menos mal que la tramontana no sopló fuerte, extendiendo el fuego a toda el área.

No estamos hablando, por tanto, de un hecho aislado ni, menos, de una anécdota. Estamos hablando de la médula del nacionalismo identitario, compuesto de un 95% de pasión y un 5% de razón, aunque los nacionalistas, todos ellos, en su delirio, intentan presentárnoslo como razonable e incluso como posible. En otro caso no se explica que Mas esté gobernando de hecho con Junqueras, e incluso acepte que le marque la hoja de ruta.

Lo más grave de todo, sin embargo, es que este delirio o espejismo, esta sinrazón emocional, se haya contagiado a buena parte de las fuerzas políticas españolas. La primera de ellas, al PSC, que gobernó con ERC en uno de los periodos más desventurados para Cataluña, política y económicamente, dejándola con las arcas vacías, y al PSC con un sonado fracaso electoral. Pero parece que no han aprendido y quieren más, tal vez porque el nacionalismo incluye también cierta dosis de masoquismo.

El PSC ha contagiado la querencia al PSOE de Rubalcaba –hay que empezar a distinguir entre sus distintas facciones–, que busca desesperadamente una fórmula para encajar españolismo y catalanismo, no encontrando otra que el federalismo más anacrónico y menos práctico, al poderse ser español y catalán –de hecho, son lo mismo–, pero no ser españolista y catalanista, formas extremas de ambas actitudes y, por tanto, contradictorias. Lo comprobó ayer Rubalcaba al no coincidir más que en dialogar con Duran Lleida, otro que baila en la cuerda floja. Pero ¿de qué?

Para resumir: esto empieza a parecerse a la Corte de los Milagros que nunca ocurrieron ni ocurrirán, aunque todo el mundo, bueno, casi todo, espera que ocurran. Por algo tenemos fama los españoles –catalanes incluidos– de preferir los milagros a la realidad.