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domingo, 8 de julio de 2012

NAZBOL, LOS NUEVOS COMUNISTAS-FASCISTAS ¿REALMENTE NUEVOS?

LOS NAZBOL: Su bandera es igual que la de la Alemania nazi, pero han sustituido la esvástica por la hoz y el martillo. Los nacional-bolcheviques forman uno de los grupos más activos y radicales del bloque anti Putin «La Otra Rusia». Al igual que muchos rusos de hoy en día, los del ilegalizado Partido Nacional Bolchevique (PNB) echan de menos la grandeza de la antigua URSS. Como tras la caída del muro de Berlín empezaron a sentir un cosquilleo nacionalista que se hizo con el tiempo extremo, tomaron ideas y estética nazis y soviéticas y se apuntaron a una ideología que nació en los años veinte del siglo pasado.
Los «nazbol», liderados por el escritor «rojipardo» Eduard Limónov, han portado en sus manifestaciones símbolos cristianos ortodoxos y banderas de Corea del Norte. Cuando protestan contra Putin, normalmente levantan el puño firme y en alto, pero de vez en cuando saludan a la romana. Con sus cabezas rapadas muchos de ellos, gritan uno de sus lemas favoritos: «Rusia es todo, el resto no es nada». Radicales hasta la médula, los jóvenes del PNB llegaron a asaltar el Ministerio de Finanzas ruso. Tras un largo proceso de ilegalizaciones y readmisiones por parte de la justicia del país, la Corte Suprema rusa proscribió finalmente la formación liderada por Limónov.
El nacional-bolchevismo tiene entre sus principales ideólogos a Alexander Dugin, que alaba el pasado zarista y estalinista de Rusia y ansía un imperio euroasiático -desde Dublín a Vladivostok y desde el océano Índico hasta el Ártico- gobernado por un régimen «fascista rojo». Dugin defiende un tradicionalismo enfrentado al mundo occidental que capitanean los Estados Unidos, y pide la unión de comunismo, socialismo y fascismo en una nueva ideología anticapitalista, antiliberal y antiindividualista. Los «nazbol» admiran también las figuras del ministro de la Propaganda del III Reich Joseph Goebbels y del líder soviético Iósif Stalin. Uno era de los más rojos entre los nazis y el otro de los más nacionalistas entre los rojos.
Los de Limónov tenían antes en la dirección nazbol.ru su página web, pero esta, como tantas otras vinculadas al PNB, ya no existe. Era un sitio extraño donde se juntaban imágenes y cartelería que llamaban a la insurrección violenta y fotos de chicas jóvenes más o menos vestidas portando metralletas y brazaletes con los símbolos nacional-bolcheviques. A los «nazbol» no les importa la desaparición de sus antiguos sitios web, han nacido otros.

Malas compañías

En el bloque anti Putin Drugaya Rossiya«La Otra Rusia», que tiene como máximos dirigentes a Eduard Limónov y Gari Kaspárov, caben todos los que estén contra Putin. Pero, ¿cómo es posible que en esta coalición se alíen liberales y fuerzas que piden una democracia más transparente y menos corrupta por un lado, y extremistas totalitarios de derecha y de izquierda por otro? «Es un conglomerado diverso y en ocasiones contradictorio, porque pretende representar "todo lo demás"», explica la profesora de Historia Contemporánea de la Universidad Carlos III de Madrid Montserrat Huguet.
Además, puede que todos los que forman parte de «La Otra Rusia» compartan algo más que su rechazo a Putin: el nacionalismo. «Ninguna posición política que aspire a derrotar a Putin puede eludirlo. Hay generaciones aún vivas que han crecido en la propaganda nacionalista soviética, y los rusos son por lo general muy nacionalistas», asegura Huguet. El gobierno ruso coincide en esto con sus detractores «nazbol». «Putin y sus modos “dictatoriales” vienen de la URSS y se adaptan a un mundo globalizado. El nacionalismo que publicita el presidente es eslavizante en extremo, mira hacia oriente y se aísla de los intereses europeos y occidentales», afirma la profesora.
En occidente extraña ver a Gari Kaspárov al lado de Eduard Limónov y los «nazbol», pero puede que tengamos una imagen algo edulcorada del ajedrecista. «Pese a la internacionalización de su figura y la enorme capacidad de empatía que despierta, no hay que olvidar que Kaspárov, el líder tal vez más destacado de “La Otra Rusia”, es un hombre hecho en la URSS», recuerda Huguet. Kaspárov y Putin «se miden en la estrategia, y a los rusos, amantes del ajedrez, les gustan las lizas», afirma.
En opinión de Huguet, el nacional-bolchevismo no es un peligro importante para Europa occidental, pero «otra cosa son las repúblicas en torno a la Rusia europea y en especial asiática, todas ellas con democracias jóvenes y grandes desajustes estructurales». Ante el crecimiento del movimiento «nazbol», la profesora recuerda: «Pese a sus diferencias, algo que sí tuvieron en común los planteamientos políticos del nacionalsocialismo alemán y del comunismo soviético fueron la xenofobia y las acciones de exterminio». «En la Rusia de Putin sólo cabría confiar en un salto adelante del potencial económico del país para desactivar el malestar social y con ello asegurar la quiebra de los extremismos», cree Huguet.

Los «nazbol» en España

En nuestro país, Alternativa Europea (AE) ha sido la formación política más próxima a los postulados nacional-bolcheviques. Incluso mantuvo una alianza con la formación de Eduard Limónov a través del Frente Europeo de Liberación. Los antiguos miembros de AE integran hoy el Movimiento Social Republicano (MSR), partido político neonazi que se dice «nacional-revolucionario» y que forma parte de la Alianza Europea de Movimientos Nacionales, un club ultraderechista al que también pertenecen el Jobbik húngaro, el Partido Nacional Británico y el Frente Nacional francés de los Le Pen, entre otros.
El líder del MSR -y antes de Alternativa Europea- es Juan Antonio Llopart, quien en su artículo Ramiro Ledesma Ramos, ¿un nacional-bolchevique? afirma que «el nacional-bolchevismo es la unión armónica entre las concepciones más radicales de lo nacional y lo social». Y añade: «Los nacional-bolcheviques [alemanes] preferían una alianza o acercamiento con la Rusia soviética, antes que con las democracias occidentales, como Gran Bretaña, hecho que los diferenciaba claramente de los planteamientos de Hitler». El líder del MSR también recoge el punto de vista que al respecto tenía el fundador de las fascistas JONS, Ramiro Ledesma: «El comunismo soviético va convirtiéndose cada vez más en un nacional-comunismo. Stalin está haciendo el viraje de la revolución mundial proletaria de Lenin a la revolución nacional rusa».
Llopart se lleva muy bien con Alexander Dugin, con quien se le puede ver en varias imágenes en su blog personal. También se confiesa seguidor de las ideas de Gregor Strasser, un líder de la facción más obrerista del Partido Nazi que defendía la alianza entre el III Reich y la URSS, y de quien se deshizo Hitler en la conocida como «noche de los cuchillos largos», la purga que acabó con las SA o Sección de Asalto del ala izquierdista del partido.
Esta es la versión de ABC, que parece sorprenderse de la simbiosis, pero yo sigo pensando que eran tan parecidos que en el fondo había pocas cosas que los distinguieran, sólo en algunos matices de la forma.




domingo, 19 de febrero de 2012

EL LIBRO NEGRO SOBRE LAS BARBARIES COMUNISTA Y NAZI

Cuando la venenosa sierpe nazi ideó la Solución Final y decidió ponerla en práctica no tuvo que ir demasiado lejos para aprender cómo borrar de la faz de la Tierra al pueblo judío. Al este, en la Unión Soviética, ya iban casi para dos décadas los devastadores aniquilamientos del Gulag, las hambrunas, la reeducación y los progromos contra los enemigos de Stalin. Ni la vieja guardia bolchevique se libró de aquella demencia asesina.
Los nazis tenían un devastador equipo de arquitectos del terror, Goebbels, Himmler y Heydrich, que habían aprendido de los mejores. Y los mejores estaban en la Lubianka, donde el NKVD (Comisariado del Pueblo) daba lecciones teóricas y prácticas de aniquilación todos los días.
El 22 de julio de 1942 comienza la Gran Operación de Realojamiento, cruel eufemismo para nombrar lo innombrable: el traslado de los judíos a los campos de exterminio. Pronto, media Europa apesta a carne quemada. Y las chimeneas de Auschwitz no descansan. Pero el ángel exterminador de la cruz gamada había empezado su trabajo antes, cuando el 22 de junio de 1941 Alemania invade la URSS. La carnicería comienza: asesinatos en masa, deportaciones, ejecuciones sumarias, toda clase de martirios, fusilamientos, violaciones, ahorcamientos, el manual al completo de la historia universal de la infamia es aplicado por los nibelungos hitlerianos. La principal víctima será la población judía, aunque los efectos más o menos colaterales también se ceben en quienes los defienden e intentan ampararlos y en quienes resisten. Ucrania, Bielorrusia, Lituania, Letonia, Estonia y por supuesto Rusia sufren en carne propia y achicharrada la ira de la maquinaria nazi.

Oídos (y narices) sordos

En 1943, el pestazo a Zyclon B inundaba las cancillerías aliadas, aunque muchos hicieron oídos (o narices) sordos. A pesar de testimonios como este de febrero de 1943, Treblinka: «Tras formar a los niños, el nazi se cogió el martillo que siempre llevaba sujeto al cinto y tras escupirle en la cabeza como habría hecho un carpintero que se dispusiera a golpear un clavo, procedió a asesinar a los niños pegándoles martillazos en el tabique nasal». Pero el científico Albert Einstein sí se conmovió y se dirigió al Comité Judío Antifascista para que estos hechos fueran conocidos. Sin embargo, el testigo de la idea lo recogieron dos prohombres comunistas, los escritores Vasili Grossman e Ilyá Ehrenburg. Grossman había sido corresponsal para el periódico «Estrella Roja» durante la Guerra Patriótica. Y había estado en la liberación de Treblinka, aunque acabaría alejándose del estalinismo y su gran obra, «Vida y destino», no podría verla publicada en vida. Ehrenburg era un bolchevique de primera hora, pero pasó varios años en París porque no le gustaba lo que veía. Sin embargo, sería uno de los hombres de la nefasta presencia del comunismo soviético en nuestra Guerra Civil como corresponsal del «Izvestia» De paso, escribó su homenaje a la República: «No pasarán». Acabaría como uno de los intelectuales más vinculados al régimen.
Vasili e Ilyá recogieron miles de estremecedores testimonios (leer el libro es una experiencia que va más allá de las lágrimas) que debían ser recopilados en el «Libro negro». Lo completaron y llegaron hasta las puertas de la imprenta. Pero allí estaba Stalin. Quien había ideado la primera solución final para los habitantes del archipiélago Gulag no podía permitir que se conocieran las semejanzas entre la escabechina stalinista y la de sus aventajadísimos alumnos nazis.
El libro no se publicó hasta que la hija de Ilyá lo encontró y lo remitió a Jerusalén, donde se editó en 1980. Ahora, toda esta desolación aparece en castellano en edición de Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. Terror en estado puro, del que Grossman y Ehrenburg dan cuenta, con más toneladas de sangre que de tinta, como espeluznados taquígrafos.

COMUNISTAS Y NAZIS, DOS CARAS DE LA MISMA MONEDA

A principios del siglo XXI, en la Europa de las libertades, el nazismo como ideología está prohibido en muchos países mientra el comunismo goza todavía de cierto respeto político y está presente enparlamentos nacionales e incluso en el Parlamento Europeo. En España se han prohibido varias organizacion neonazis y sus miembros han sido condenados a penas de prisión.

¿Tan diferentes son estas ideología? No, nada en absoluto, y cada vez aparecen más historiadores y sociólogos que huyendo del pensamiento dominante se atreven a realizar las analogías necesarias entre dos regímenes asesinos y enemigos de la democracia Si se prohibió el nazismo, no menos prohibido debería estar el comunismo.

A las orillas de la Historia llegan nuevas olas de espanto. Casi ocho décadas han tardado en aparecer los 14 millones de personas que, en tan sólo 12 años, entre 1933 y 1945, Hitler y Stalin asesinaron en una estrecha franja de tierra olvidada por la Historia. Todas ellas fueron víctimas de políticas criminales, no bajas de la II Guerra Mundial. La mayoría eran mujeres, niños y ancianos. Sin armas. Eran ciudadanos de Polonia, Lituania, Letonia, Estonia, Bielorrusia, Ucrania y de la franja occidental de la Rusia soviética. Países asfixiados entre el nacionalsocialismo y el estalinismo, entre Berlín y Moscú, donde vivía la mayoría de los judíos de Europa, donde los planes imperiales de Hitler y Stalin se solaparon, donde la Wehrmacht y el Ejército Rojo se enfrentaron y donde la NKVD soviética y las SS alemanas concentraron sus fuerzas.

Los crímenes de Stalin se asocian con Rusia y los de Hitler con Alemania, pero la zona más mortífera de la Unión Soviética fue su periferia no rusa, mientras que los nazis mataban generalmente fuera de Alemania. "Se suele identificar el horror del siglo XX con los campos de concentración, pero no fue en ellos donde murió la mayor parte de las víctimas de los dos regímenes", explica el historiador Timothy Snyder (EEUU, 1969) enTierras de sangre. Europa entre Hitler y Stalin, ensayo publicado por Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. "Ese malentendido en cuanto a los lugares y a los métodos de los asesinatos en masa nos impide percibir todo el horror del siglo XX", asegura.

Las cifras de la infamia

Esta historia de asesinato político en masa recalca que en los campos de concentración alemanes murieron "en torno a un millón de personas sentenciadas a trabajos forzados". Snyder reconoce que no puede hacerse una distinción exacta entre los campos de concentración y los centros de exterminio, porque también en los campos se ejecutaba o se mataba de hambre a las personas. Pero aún así distingue: en las cámaras de gas, en las zonas de hambre y en los campos de exterminio alemanes "murieron diez millones de personas".

En cuanto al gulag: un millón de vidas truncadas por agotamiento y enfermedades, entre los años señalados. Pero en los campos de exterminio y las zonas de hambre soviéticas murieron seis millones de personas, de las cuales unos cuatro millones perecieron en estas tierras de sangre. "El 90% de los que entraron en el gulag salió con vida. La mayoría de los que entraron en los campos de concentración alemanes también sobrevivió", defiende atrevido Snyder en el libro, para quien hay una diferencia entre "ser sentenciado a un campo y ser sentenciado a muerte, entre el trabajo y el gas,entre la esclavitud y las balas".

¿Por qué aquella barbarie? Hitler no sólo deseaba destruir al pueblo judío por completo, sino devastar Polonia y la Unión Soviética, "exterminar sus clases dominantes y matar a decenas de millones de eslavos". Stalin, en nombre de la defensa y la modernización de la URSS, supervisó la muerte por inanición de millones de personas. "Stalin mataba a sus conciudadanos con tanta eficacia como Hitler eliminaba a ciudadanos de otros países", sentencia el historiador norteamericano.

El hambre fue el método más frecuente de asesinato en masa en los años treinta y cuarenta, "antes que las balas y el gas". La cuarta parte de las 14 millones de víctimas fue asesinada, según Snyder, antes de que empezara la II Guerra Mundial. La inanición, verdadera arma de destrucción masiva. "El hambre es una manifestación terrible del control político. Se requiere una gran cantidad de poder para conducir a un pueblo a la inanición", reconoce el profesor en la Universidad de Yale a Público.

"La Alemania nazi y la Unión Soviética tuvieron ambiciosos proyectos ideológicos que definieron el territorio. Lo que es crucial es que estas dos visiones se superponen en un mismo territorio", reconoce al enfatizar su descubrimiento. Doctorado en Oxford e investido en las universidades de París, Viena, Varsovia y Harvard,Tierras de sangre es la primera traducción al castellano de un estudio de este especialista en la Historia de Europa central y del Este, así como del Holocausto.

El mapa de la muerte

El estudio se detiene en aspectos militares, políticos, económicos, sociales, culturales e intelectuales. Y, por supuesto, geográficos. No una geografía política, sino una geografía de las víctimas. Porque el corazón de la investigación de Snyder es demostrar cómo estas tierras no fueron un territorio político, sino los lugares donde los regímenes más crueles de Europa realizaron su obra más mortífera. Cuando comienza la II Guerra Mundial, los soviéticos ocupan los países bálticos y Polonia oriental; a continuación, los alemanes invaden la URSS, en 1941, es decir, ocupados por segunda vez; y triple ocupación, cuando el poder soviético vuelve en 1944. Una experiencia peligrosa y mortal.

Según sus cálculos, el régimen estalinista asesinó a unos seis millones de personas deliberadamente y el régimen nazi a 11 millones. "Si añadimos a todas estas personas aquellas que perecieron por enfermedad o hambre en los campos de concentración, el número aumenta a alrededor de nueve millones de personas más para los soviéticos y unos 12 millones para los alemanes", aclara el historiador. Naturalmente, a esos números estremecedores hay que sumar la muerte de los militares. "Estas son una responsabilidad alemana", señala Snyder para destacar la liquidación nazi. Curiosamente, esta fue también la parte del mundo más mortífera para los soldados: alrededor de la mitad de las bajas militares de la contienda cayeron allí.

La hambruna de Ucrania encabeza la clasificación de atrocidades del siglo XX. El plan quinquenal 1928-32 había terminado con un saldo de decenas de miles de fusilados y centenares de miles de muertos por agotamiento. Eran trabajadores extenuados, incapaces de cumplir los objetivos marcados por el Gobierno y sus caciques locales, que los exprimían al máximo para hacer méritos ante el comité central del PCUS. En 1933, Stalin dio otra vuelta de tuerca con unas exigencias de entrega de cereales tan grandes que no había explotación que pudiera cumplirlas. Comenzaron entonces las requisas, con los comisarios políticos de cada región apuntando a todo aquel a quien consideraran enemigo del régimen. Muchos campesinos se vieron obligados a entregar las semillas para la siembra de la siguiente campaña, aún a sabiendas de que se estaban condenando.
 
Así fue. Cuenta Snyder que Stalin dictó unas instrucciones rigurosas: el campesino que moría lentamente de hambre era, pese a las apariencias, un saboteador que trabajaba para el capitalismo con el objeto de desprestigiar a la URSS. Una retorcida forma de entender la realidad, pero no tan extraña en Stalin: durante la guerra, dispuso que se tratara como traidores a los soldados soviéticos apresados por los alemanes y que se represaliara a sus familias. No se le puede acusar de incoherencia: cuando su propio hijo cayó prisionero, su nuera fue encarcelada.
 
En las grandes ciudades, Kiev y Járkov sobre todo, los ucranianos morían por miles cada día y los cadáveres se apilaban en la calle, a menudo junto a los lugares donde se formaban las colas para conseguir un mendrugo de pan. En el año maldito de 1933, el mismo en que Hitler llegaba al poder, la esperanza de vida al nacer en Ucrania era de siete años. Snyder ha recogido numerosos testimonios de canibalismo, que se dieron también durante el asedio alemán a Leningrado. Un comunista de la región de Járkov elevó un informe en el que decía que solo se podría cubrir el cupo de carne si utilizaba seres humanos. Al parecer, también existía un mercado negro. Ese año, los tribunales locales condenaron a 2.500 personas por canibalismo.
 
Las hambrunas se extendieron en años siguientes a Kazajastán y Rusia. El censo de población de 1937 contabilizó ocho millones de personas menos de las previstas en esas regiones: era el efecto inevitable de los fallecimientos en masa y de los niños que no habían nacido. Stalin resolvió el problema por la vía más directa: mandó fusilar a los demógrafos que habían hecho el estudio.
 
Al finalizar la década, las matanzas mayores se dieron en otras zonas. En apenas dos años, unos 250.000 soviéticos fueron ejecutados por razones étnicas. La persecución era tan evidente, cuenta Snyder, que un polaco que viviera en Leningrado tenía 34 veces más posibilidades de ser arrestado que un ruso. Otro medio millón de soviéticos fueron pasados por las armas por razones diversas.
 
Escenario del horror también fue Polonia. Durante una sola noche, en febrero de 1940, casi 140.000 polacos fueron sacados de sus casas y conducidos a trenes de mercancías para ser trasladados a Kazajastán o Siberia. En el exterior, la temperatura rozaba los 40 grados bajo cero. El Gobierno soviético quería deshacerse de grupos de ciudadanos que amenazaban el nuevo orden. Y lo consiguió: al llegar a su destino, muchos vagones eran verdaderos almacenes de cadáveres. Antes de desplomarse para siempre, algunos habían logrado escribir unas líneas en trozos de papel que arrojaron por las rendijas de los vagones. Querían que quedara testimonio de su final.
 
Beria, el jefe del Servicio Secreto de la URSS, puso en marcha una operación contra los militares polacos en marzo de ese mismo año. Se hicieron miles de detenciones y había un cupo de ejecuciones: el 97% de los capturados pasó por el pelotón de fusilamiento.

Belzec, Sobibor, Chelmno, Treblinka, Auschwitz y Majdanek, territorios del mal. Lugares en los que se aceleró el exterminio judío a partir de 1941, cuando la guerra no iba como Hitler había imaginado. Y todavía podía haber sido más horrible: la versión original de la "solución final" de Hitler debía tener efecto después de la guerra. Con la victoria, preveía la aniquilación de "30 millones de civiles, que habrían muerto de hambre durante el primer invierno". "El riesgo de asociar esto al mal es que lo deshumanizamos y dejamos de entender lo que los humanos son capaces de hacer", advierte.

No hay que olvidar que la comunista Unión Soviética, a inicios de 1945, llevó la limpieza étnica hasta el propio corazón de Alemania, desplazando a centenares de miles de alemanes capturados a los campos de exterminio comunistas donde murieron más de 600.000 prisioneros alemanes, desplazando también a 6 millones de personas de sus zonas de residencia, a lo que se une la barbarie soviética en la conquista de Alemania con decenas de miles de muertes innecesarias y violaciones de decenas de miles mujeres inocentes por pura venganza, sin que los oficiales comunistas hicieran nada por detener aquella orgía de sangre.

Por si todo esto fuera poco, por si se pensaba que las fotografías y filmaciones de los campos de concentración alemanes eran la cúspide del espanto, Timothy Snyder las califica de "atisbo" del pánico. Porque nadie pudo dar testimonio de las "tierras de sangre". "Las fuerzas británicas y estadounidenses liberaron campos de concentración alemanes como Belsen y Dachau, pero nunca llegaron a ninguno de los centros de exterminio importantes", añade, para señalar que la verdadera dimensión de las matanzas ha tardado en llegar y otras se han perdido. Los crímenes del estalinismo quedaron sin documentar y las fuerzas aliadas "nunca vieron ninguno de los lugares donde los alemanes perpetraron sus masacres". Y, aún así, nadie puede olvidarlos.


LOS NAZIS DE IZQUIERDA, por HERMANN TERSTCH en ABC



¿QUIÉN es más nazi, un nazi o un comunista? Quien plantee así la pregunta no es desde luego un nazi, pero mucho menos un comunista. A ningún seguidor de estas ideologías redentoras y totalitarias le gusta ser comparado con los de la otra. Dicen que son los dos extremos. Tan cercanos. En las sociedades democráticas actuales se ve a diario que la vocación violenta e intimidatoria es la misma entre neonazis que entre los autodenominados «antifascistas». En la historia se ha visto que, salvo en la retórica y los respectivos catecismos, cuando han ejercido el poder han actuado de forma muy similar y con consecuencias letales siempre para los gobernados. El origen socialista del fascismo italiano y el carácter socialista y anticapitalista y antiburgués del partido nazi hitleriano, en su primera fase al menos, alimentan esta polémica. Ahora ha estallado una vez más en Alemania por un twitter de Erika Steinbach, de la CDU y presidenta del Bund der Vertriebenen, (BdV) la federación de organizaciones de alemanes expulsados en 1945. El BdV fue una organización muy poderosa que representaba a millones de alemanes víctimas de la limpieza étnica que se impuso al final de la guerra en los países del Este, que había sido los Estados más castigados por la barbarie del nazismo. Steinbach decía en su twitter del miércoles: «los nazis eran un partido de izquierdas. Partido NacionalSOCIALISTA alemán de los trabajadores alemán». Le ha caído encima el «establishment» de historiadores por lo que ella misma dijo era una provocación. Pero mientras todos coincidían en que los nazis eran por supuesto la extremísima derecha, muchos tenían serias dificultades para explicar esa «clarísima» diferencia. Y vuelve aquí la doble vara de medir del intelectual occidental. Según alguno la diferencia está en el internacionalismo del socialismo comunista mientras el nazismo es nacionalista. ¿Sólo eso? El movimiento comunista está repleto de ejemplos de nacionalismo. Y los nazis fueron muyinternacionalistas en su cooperación con nazis extranjeros, desde Francia hasta el Báltico y Ucrania.
Lo cierto es que en el este de Europa, donde se sufrió el comunismo en toda su brutalidad y crimen sistemático, hay una creciente corriente de opinión que pide a Europa una condena general del comunismo. Que no entiende que en Europa occidental, donde no se ha sufrido el comunismo, se trivialicen los crímenes de esta ideología. Que no sea tratada como el nazismo. Equiparar las dos ideologías ya lo pidieron en su día en una cumbre en el Palacio del Hradshin en Praga decenas de intelectuales convocados por Vaclav Havel allá en 2008. En Europa occidental, la condescendencia —y en gran parte la complicidad— de los intelectuales con los crímenes del comunismo fue un escándalo moral que comenzó en el estalinismo y se prolonga hasta hoy. Un nazi que justifica los crímenes de Hitler o el Holocausto recibe el desprecio, la marginación y, en muchos países y con razón, una persecución penal. El comunista sin embargo puede pregonar las supuestas gestas de Stalin, negar el Gulag y aplaudir el exterminio de pueblos enteros. No parece razonable que así sea. Hoy que izquierda y derecha han perdido significado para casi todo, sigue vigente esa superioridad moral que es una aberración intelectual, la ridícula doble vara de medir de los intelectuales occidentales. Comunismo y nazismo merecen la condena de toda sociedad democrática. Sólo existe una diferencia. Eso sí, es importante. El nazismo perpetró un salto cualitativo en el crimen con su industrialización. El Holocausto es un hecho único, históricamente, filosóficamente. Pero la repulsa al crimen debe ser tan incondicional con una ideología como la otra. Las decenas de millones de muertos de ambas lo exigen.