martes, 5 de diciembre de 2017

AMBROSIO DE SPÍNOLA, UN GENIO MILITAR DE LOS TERCIOS DE ESPAÑA

Ambrosio Spínola fue el genio militar de los Tercios que destrozó las inexpugnables defensas holandesas de Breda. Para muchos el último gran general español del siglo XVII, terminó su vida acorralado y humillado por el valido del rey: el Conde-Duque de Olivares

«Honor y reputación, honor y reputación». Las palabras que balbuceó incesantemente el general Ambrosio de Spínola en su lecho de muerte demuestran las dos premisas que rigieron su existencia. Tan solo habría que añadir un término más a esta pequeña lista para terminar de definirle: España. 

Y es que, el que fuera uno de los últimos grandes generales de los Tercios se dejó la fortuna de su familia, y hasta la vida, para acabar con los enemigos del Imperio allá por Flandes.

 De hecho, su capacidad estratégica le permitió tomar en 1625 Breda, la plaza mejor fortificada de su tiempo y uno de los centros neurálgicos de los rebeldes en plena Guerra de los Treinta Años. Fue, en definitiva, un héroe al que su origen genovés no le impidió abrazar nuestra amada España.

De Ostende a Frisia, sus batallas se contaron casi siempre por victorias gracias a su carácter pragmático (no solía embarcarse en empresas que no viese factibles) y a su maestría a la hora de dirigir a los combatientes. 

Por ello, el popular escritor y periodista Fernando Martínez Laínez (un clásico en lo que a escribir de Tercios se refiere) ha elaborado su nueva novela en torno a su figura. «La senda de los Tercios. Las lanzas» (Ediciones B, 2017), recorre la vida de este general. Un hombre que, a pesar de ser genovés, amó a España como a su patria y a sus líderes como hermanos.

Y todo ello, a pesar de que al final de su vida fue menospreciado y atacado por el Conde-Duque de Olivares, valido de Felipe IV. Un pésimo gobernante que, según explica el autor a ABC, llevó a nuestro país a la ruina: «Era un fantasmón. Hablaba de grandes proyectos que, posteriormente, se demostraban irrealizables». 

El autor afirma, a su vez, que este político fue el representante más claro de una «selección natural a la inversa» acaecida en España desde la muerte de Felipe II. Es decir, la tendencia a que hayan sido «los peores los que hayan actuado políticamente en los momentos de crisis de este país».

Si Spínola viviera le diría que no le falta razón, pues por culpa de las envidias y odios del valido, el que fuera uno de los generales más laureados de los míticos Tercios españoles acabó su vida apartado de la política y marginado por la misma monarquía por la que había combatido durante décadas y a la que había otorgado unas victorias militares incomparables.


A través del mismo Spínola, y junto a Alonso de Montenegro (un soldado ficticio con el que Laínez busca reunir el espíritu de los combatientes españoles de la época) «La senda de los Tercios. Las lanzas» busca recorrer el inicio del ocaso de las «legiones romanas españolas». Unos hombres curtidos que llegaron a dominar Europa a base de pica y arcabuz.

El popular autor también recrea el viaje acaecido en 1629 en el que el militar, ya sesentón, se topó con Diego Velázquez. Un encuentro en el que, según determina el escritor español, el oficial ofreció datos clave al artista para que elaborar el cuadro de «Las lanzas». 

Por si fuera poco, también guarda algunas de las muchas páginas de la obra para narrar las vicisitudes de Federico de Spínola, un héroe olvidado a pesar de ser hermano de Ambrosio y de que tuvo la osadía de querer conquistar Inglaterra. Todo ello, antes de morir «partido en dos» por una bala de cañón.

Los Tercios eran una fuerza de choque al servicio de una política. En ese momento, una Corona que representaba al Estado. El problema es que esa política quebró en el siglo XVII.

Los Tercios cumplieron su cometido hasta que, debido a la política desastrosa que se fue gestando, se quedaron solos y empobrecidos. Poco a poco, empezaron a faltar el dinero y los recursos humanos (hombres que combatieran). Esto sucedió incluso en Castilla, la cantera principal de los Tercios. Esa conjunción, la falta de hombres y de fondos, es lo que finalmente aniquiló a España.

Ambrosio de Spínola fue un personaje muy querido por sus hombres. No pedía nada que no pudiese hacer él mismo. Casi siempre pagaba puntualmente, algo muy difícil en una época donde los retrasos en los sueldos podían ser de años. 

Tampoco se embarcaba en empresas vanas. Así, cuando acometía una tarea, sus soldados sabían que tenían muchas posibilidades de éxito. Todo eso daba mucha moral a la tropa y le granjeó muchas simpatías.

Antes de ser un gran general tenía envidia de su hermano Federico, el aventurero, el héroe. Lo único que le gustaba era la espada, dedicarse a las empresas bélicas. De hecho, planteó de nuevo la conquista de Inglaterra por mar. Era un verdadero militar. Fue uno de los que se dio cuenta de que a Holanda había que vencerla por mar y no por tierra. Toda su obsesión fue conseguir galeras para combatir a los rebeldes. Atacarles donde más le dolía y hacerlo mediante el corso. Por desgracia, murió como le correspondía: una bala de cañón le partió prácticamente en dos.

El caso de Ambrosio de Spínola es muy distinto. Era un patricio genovés destinado a las finanzas y a ganar dinero. Tuvo que seguir otro camino para adquirir esa capacidad militar con la que Federico nació. Él la consiguió a base del estudio, por ejemplo, de la táctica (en la que fue un maestro). Federico no estudió nada.

Está claro que tenían dos personalidades diferentes que se complementaban. Un ejemplo es que, cuando Federico murió, Ambrosio se dio cuenta de que era una locura intentar invadir Inglaterra y se negó a continuar esa empresa. Reconoció que no había medios para ello y que no era posible construir una flota que se midiera a la británica en el Canal de la Mancha.

La falta de dinero de España llevó a Spínola a sufragar su propio ejército con la fortuna de su familia. Spínola era un personaje excepcional en ese sentido. ¿Quién tendría hoy en día arrestos para perder una gran fortuna como la que tenía en la guerra? Y eso, siendo un extranjero, aunque siempre consideró que tenía dos patrias.

Estuvo colmado de honores. Fue Grande de España y le nombraron prácticamente todo lo que podían nombrar desde el punto de vista honorífico. Pero la realidad era que había muchos que le consideraban extranjero.

Además, los genoveses tenían mala fama por entonces. Se les consideraba mercaderes que explotaban y vampirizaban el oro y la plata que llegaba desde América.

Sus victorias militares fueron más que destacables. Sin embargo, la de Breda fue la más determinante.

Breda era una ciudad fortificada rodeada de una serie de posiciones defensivas muy poderosas. Además había zonas pantanosas casi inaccesibles. A parte de ello, había que evitar que se abasteciera mediante barcos.

Además estaba bien defendida. Los enemigos se dividieron en dos fuerzas. Una que se encontraba dentro de la ciudad, dirigida por Justino de Nassau, y otra que atacaba desde el exterior, a las órdenes de Mauricio de Sajonia. El objetivo de ambos era coger entre dos fuegos a Spínola. Por eso era tan difícil mantener el cerco en torno a Breda.

Entre los sitiados había holandeses, pero también ingleses y franceses. Era una tropa curtida, había voluntarios, mercenarios contratados... Una fuerza de varias nacionalidades.

Desde el punto de vista logístico fue una gran hazaña porque hubo que hacer frente a factores como la climatología -fue un invierno durísimo-, a las enfermedades o a la desviación de ríos -Spínola ideó un sistema para canalizar las corrientes a base de barreras para que su ejército se pudiese mantener en la zona-. Como asedio de una gran ciudad fue un modelo casi irrepetible.

Posteriormente creó trincheras a su alrededor para evitar la comunicación de Breda con el exterior. Spínola era un gran admirador de Julio César, que era un líder de espada, pero también de pico y pala. Lo primero que hacían los romanos cuando llegaban a un sitio era cavar trincheras y levantar empalizadas. El genovés siguió esa tradición heredada en principio de las legiones, pero también de los tiempos del Gran Capitán.

Al final, tras 11 meses de asedio, se logró tomar la ciudad. Realmente nadie tenía confianza en que se fuera a tomar Breda. Incluso los oficiales eran escépticos y afirmaban que era una locura. Decían que lo único que iba a generar era un gran gasto de dinero. Casi contra la opinión de la gran mayoría de los oficiales, Spínola se empeñó y lo consiguió.

El problema es que Breda capituló 13 años después de mala manera. Se perdió por la falta de dinero y de recursos y se volvió al punto cero.

Desde el punto de vista militar, y visto con perspectiva, Breda fue una hazaña tremenda que cambió el mundo. Pero fue una gran batalla de una guerra perdida, un episodio brillante de heroísmo de perdedores.

¿Por qué entró en conflicto con el Conde-Duque de Olivares a pesar de todas sus victorias?

Era un personaje muy pragmático. Eso le llevó a chocar con el Conde-Duque de Olivares. Cuando el político empezaba a elaborar planes fantásticos que no tenían posibilidad real de llevarse a cabo, Spínola le cantaba las cuarenta. Le decía que eran entelequias, que los Tercios no podían combatir a ese ritmo porque no había soldados ni armas.

Mientras Olivares elucubraba sin ninguna base real, Spínola buscaba conseguir una paz con Holanda al precio que fuese. Lo hacía porque sabía que aquella guerra se estaba llevando por delante a España.

Hubo un momento en el que Spínola casi se rebeló. Fue cuando, tras volver a España, el Conde-Duque y el Rey le ordenaron regresar a Flandes para seguir combatiendo. Él se negó. Les dijo que no tenía ningún sentido volver si carecía de recursos y les explicó que la situación era desastrosa. Eso se interpretó como una grave falta. En esa disputa estuvo en Madrid muchos meses. Mientras tanto, sus enemigos le fueron minando el terreno. Llegó un momento en el que se hartó de todo. Eso contribuyó a su ruina personal.

Fue entonces cuando conoció a Diego Velázquez. Le conoció porque el rey encargó al pintor que fuera a Italia a adquirir obras de arte para la Corona española. En ese viaje que hizo desde Barcelona coincidió con Spínola, que iba al norte de Italia tras ser designado capitán general en el Milanesado. Por entonces Velázquez se consideraba un funcionario, para él pintar era casi un hobby. Su obsesión era tratar de ascender socialmente en la corte.

Finalmente Spínola murió en 1630 hastiado. Es muy triste como le fueron acorralando hasta casi quitarle el mando en Italia. Murió casi de pena, del propio estrés, de la decepción y el desengaño. Todo ello le llevó a la tumba.

Era casi medieval en algunos aspectos. Un sujeto del renacimiento tardío imbuido todavía de los ideales de la caballería que aparecen en el Quijote. Fue un personaje crepuscular condenado a desaparecer con la historia de su propio país.

Su historia demuestra como grandes figuras españolas han acabado en el basurero, además de vilipendiadas y marginadas. Spínola no fue una excepción, es algo que ha sucedido a una serie interminable de grandes personajes de este país que han terminado de mala manera.

La decadencia de España por culpa de los políticos se inició en el siglo XVII. Empezó una vez muerto Felipe II con los validos y los favoritismos. En ese momento se perdió la conciencia de Estado. Hasta entonces, tanto este monarca como Carlos V se habían rodeado de muy buenos secretarios. Consejeros muy competentes. 

Esa administración era bastante buena, pero se rompió en la época de Felipe III con el Duque de Lerma, un golfo y un corrupto hasta la médula que se quedó con el dinero de media España.

A partir de ese punto se inició la cuesta abajo. Se empezó a elegir a los más corruptos y a los que menos talento tenían.

Desde los tiempos de Felipe III la clase política española ha funcionado como una especie de selección natural a la inversa. Han sido los peores los que, en los momentos críticos de este país, han actuado políticamente. El desastre nacional que hemos vivido en los grandes períodos se explica en base a ello.

En tiempos de Felipe IV esta tendencia se acentuó con el Conde-Duque de Olivares. Un fantasmón que siempre hablaba de grandes proyectos que, posteriormente, se demostraban irrealizables. Además estaba imbuido de una gloria personal que le llevó a la ceguera, a no ver el drama que se estaba desarrollando: el de una España empobrecida, rodeada de enemigo que estaba siendo atacada por muchos frentes y que se iba derrumbando poco a poco.

Esta tendencia a los malos gobiernos es una de las claves que explica la parte tan negativa de nuestra historia. Hemos tenido históricamente muy mala suerte. Ha habido una especie de maldición. Una gran falta de cabezas rectoras, de personas con talento político y con una envergadura suficiente para sacar al país del atolladero.

Esta tendencia se atenuó con los Borbones, pero luego volvió a crecer en la Guerra de la Independencia. En aquellos años estuvimos rodeados de personajes esperpénticos y nefastos. La misma Guerra Civil muestra la incapacidad política de este país.

Fernando Martínez Laínez, autor de «La senda de los Tercios. Las lanzas», explica a ABC cómo fue el auge y la caída de este personaje

MANUEL P. VILLATORO - ABC - 03/10/2017 

LA BATALLA DE ALJUBARROTA EN LA QUE PORTUGAL DERROTÓ A CASTILLA

Cuando en el siglo XVI, antes de que Felipe II anexionara Portugal, un franciscano visitó la corte portuguesa se encontró en medio de la algazara por el aniversario de la batalla de Aljubarrota. El Rey portugués preguntó al español si en Castilla se celebraban también fiestas tales por semejantes vencimientos. «No se hacen, porque son tantas las victorias nuestras, que cada día sería fiesta, y morirían los oficiales [artesanos] de hambre», contestó el franciscano.

Una respuesta conforme a la bravuconería española, pero que escondía el terrible recuerdo que aún pesaba en la memoria castellana por aquella batalla celebrada el 14 de agosto de 1385, con el infausto Juan I como Rey.

Batalla de Aljubarrota, 13 de agosto de 1385 entre las coronas de Portugal y Castilla

A la muerte de Enrique «El Fratricida», el primero de los reyes de la dinastía de los Trastámara, le sucedió en el trono castellano su hijo Juan I de Castilla, que también tuvo que luchar para defender sus derechos al trono frente a los descendientes de Pedro «El Cruel», de la dinastía depuesta. 

Juan fue un continuista del anterior reinado y el artífice de un periodo de maduración institucional para la Corona de Castilla, precisamente, porque los enemigos exteriores acosaban sus fronteras y se hacían fuertes en el país vecino.

Como prueba de ello, en julio de 1380 se firmó en Estremoz un acuerdo secreto que preveía una acción anglo-portuguesa sobre Castilla para sustituir al trastámara por Juan de Lancaster, casado con la hija de Pedro «El Cruel». Afortunadamente para la estabilidad de Castilla, la operación fue un fracaso y, de la enemistad con Portugal, se transitó de golpe a la amistad a través de la boda de Juan y la hija del Rey luso.

Castilla se apropia de la Corona de Castilla
Con la intención de evitar un nuevo desembarco inglés en Portugal, Juan de Castilla reclamó a la muerte del Rey de Portugal los derechos dinásticos de su esposa para establecer un protectorado sobre el reino portugués a partir de 1383. El matrimonio fue reconocido como Rey y Reina de Portugal por la nobleza, con la oposición del pueblo en algunos puntos del país, lo cual encendió una revuelta en Lisboa encabezada por el maestre de Avís. El levantamiento en torno al hermano bastardo del anterior Rey se extendió pronto a Oporto.

En un momento dado la Reina Leonor se distanció de su marido para apaciguar a los revoltosos, lo que dio lugar a una situación confusa en la que convivieron tres poderes en el país vecino: el de Leonor, el de Juan y el del maestre de Avís, proclamado por elementos populares con el título de Defensor del Reino.

Como se explica en el libro «Historia de España de la Edad Media» (Ariel), coordinado por Vicente Ángel Álvarez Palenzuela, Juan exigió en enero de 1384 desde Santarem la entrega de poderes a su esposa, que cuando se negó fue recluida en Tordesillas, como un siglo después lo sería la célebre Juana «La Loca». Así las cosas, Santarem se convirtió en la sede del poder castellano en Portugal, donde acudieron numerosos nobles a jurarle lealtad a Juan, alarmados por las consecuencias de la revuelta popular.

El Monarca decidió marchar, por tierra y por mar, sobre Lisboa para acabar con la revuelta de Avís definitivamente.

La desesperada resistencia de Lisboa y Oporto y la aparición de la peste negra colocaron al ejército castellano al borde del desastre. El 3 de septiembre de 1384, Juan I de Castilla dejó guarniciones en las plazas de sus partidarios, regresó a Castilla y pidió ayuda al Rey de Francia. 

El poder militar de Castilla y el gran número de fortalezas bajo su control siguió manteniendo vivas las esperanzas de victoria. Sin embargo, su ausencia en Portugal fue aprovechada por el Maestre de Avís para que las Corte reunidas en Coimbra le proclamaran como Rey Joao I de Portugal, el 6 de abril de 1385.

Mientras Juan obtenía el apoyo de Francia y Aragón, Joao I ofreció a Inglaterra una alianza militar y el respaldo al candidato Lancaster al trono castellano. De manera que cuando Juan inició una nueva invasión con la intención de reforzar su posición en las distintas guarniciones leales, las tropas de Joao habían crecido ostensiblemente. En mayo de 1385, las tropas castellanas experimentaron un primer tropiezo en Trancoso, pero la flota y el ejército continuaron con sus planes.

Tras una serie de combates infructuosos y una larga travesía en medio del calor de agosto, las tropas castellanas se toparon con el enemigo en una colina cerca de Aljubarrota. En total, los fatigados castellanos sumaban 31.000 hombres, entre ellos 2.000 caballeros franceses, frente a solo 6.000 portugueses, asesorados por mandos ingleses.

La trampa portuguesa
Los portugueses les estaban esperando, aun cuando estaban en inferioridad numérica, porque confiaban en que la altura les daba ventaja. 

Siguiendo el mismo plan con el que los ingleses habían sorprendido a los franceses en las recientes contiendas de la Guerra de los Cien años, la caballería desmontada y la infantería se colocaron en el centro de la línea rodeadas por los flancos de arqueros ingleses, protegidos por varios riachuelos. En la retaguardia, se situó el propio Joao para realizar una posible salida cuando –esperaban los portugueses– los castellanos se estrellaran con su muro defensiva.

El Rey de Castilla también advirtió la dificultad de un ataque frontal contra los portugueses, más cuando sus tropas estaban exhaustas. Sin embargo, sus exploradores encontraron que en la vertiente sur de la colina había un desnivel más suave para realizar un asalto a las líneas lusas. 

Sin pestañear, el ejército portugués invirtió su disposición y se dirigió a la vertiente sur. Los portugueses tuvieron tiempo de construir trincheras y cuevas frente a la línea de infantería.

El combate se trabó con las últimas luces de la tarde del 14 de agosto de 1385. Como habían previsto los lusos, los castellanos atacaron de forma desordenada colina arriba en la clásica carga de la caballería francesa. En lo alto, los atrincherados arqueros ingleses del ejército de Joao, cerca de un centenar, causaron graves estragos a la caballería. La infantería portuguesa se encargó de aniquilar a los restos de la caballería franco castellana.

Todavía en superioridad numérica aplastante, Juan de Castilla hizo avanzar a su infantería. Los arqueros ingleses dieron un paso atrás para que los infantes portugueses organizaran un movimiento envolvente. Sobre las desorientadas huestes castellanas, cayó Nun Alvares Pereira, condestable del reino, para consumar la catástrofe. 

A la puesta del sol, con el día perdido, Juan I de Castilla ordenó una retirada que terminó en desbandada. La cifra de muertos fue dantesca, cerca de 10.000, entre ellos dos hermanos de Nun Alvares Pereira que luchaba con los castellanos y numerosos miembros de la nobleza patria.

Uno de estos caídos fue Pero González de Mendoza, capitán general del ejército castellano, que entregó su caballo al Rey Juan I cuando una flecha portuguesa mató a su montura. El Rey le ordenó que subiera a la grupa para escapar ambos, a lo que González de Mendoza contestó: «Non quiera Dios que las mujeres de Guadalaxara digan que aquí quedan sus fijos e maridos muertos e yo torno allá vivo».

La mayoría de bajas se produjo en esta huida, cuando la retirada castellana derivó en una gran matanza a manos de los soldados y de los lugareños. 

La leyenda de la panadera Brites de Almeida ilustra el odio que se desató entre los locales. Esta mujer, cuya panadería se encontraba a once kilómetros del escenario bélico, halló a siete soldados castellanos (el número varía según la versión) escondidos en el horno del pan y, usando la pala con la que sacaba la comida, los fue matando a golpes según iban saliendo de su improvisado refugio.

Enfermo y agotado, Juan I cabalgó hasta Santarem para reunir a los supervivientes y, tras descender por el Tajo, se reunió con su imponente flota en el estuario del río. En Sevilla evaluó la situación catastrófica. 

Sin recursos económicos ni humanos para continuar la campaña, el Rey dejó caer las fortalezas que mantenía en Portugal e inició una estrategia defensiva para prevenirse de un contraataque inglés. De la pujanza hacia el exterior, se retrocedió otra vez en Castilla al tiempo de las luchas internas.

martes, 7 de noviembre de 2017

«EL PRIVILEGIO CATALÁN» TRES SIGLOS DE ABUSO DE LA BURGUESÍA CATALANA

Tres siglos de abuso de la burguesía catalana

«El privilegio catalán» explica cómo el regionalismo que devino en nacionalismo y ahora en separatismo se vertebró por la voluntad del poder económico

En Nacionalismo español y catalanidad (2017), reveladora aportación histórica en estos años de estomagante hegemonía nacionalista, Joan-Lluís Marfany desmonta el mito de la Renaixença (Renacimiento), kilómetro cero del catalanismo, cuando en 1833 Aribau publica su Oda a la patria. El poema vio la luz en El Vapor, diario en castellano defensor del proteccionismo para la industria catalana, identificada siempre como «industria nacional» (española, claro). 

En su investigación de casi mil páginas, el historiador afirma que los catalanes inventaron el nacionalismo español y combatieron al invasor napoleónico con vivas a Don Pelayo y al Cid; que el castellano era la lengua de ascenso social… 

Tan «incorrectas» afirmaciones hallaron poco eco en los medios de comunicación que subvenciona la Generalitat. Más allá de la «incorrección política» de Marfany, el silencio obedecía a la incapacidad de los historiadores del Régimen nacionalista para desmentir sus documentadas conclusiones.

Moraleja
Bajo la lírica capa de los Juegos Florales y la nostalgia de un pasado «romántico», el regionalismo que devino en nacionalismo y ahora en separatismo se vertebró por la voluntad de poder económico. Así lo ve también Jesús Laínz en El privilegio catalán, compendio de trescientos años de negocio de la burguesía; desde el Decreto de Nueva Planta que ensalzaron Lázaro Dou y Antonio Capmany, ilustres catalanes de las Cortes gaditanas olvidados por la historia oficial secesionista. A partir del demonizado Felipe V, aquel que en palabras de Vicens Vives desescombró «un anquilosado régimen de privilegios y fueros», Cataluña devino en «fábrica de España»; eso sí, con una generosa protección arancelaria legislada desde Madrid.

Cada vez que el librecambismo asomaba en el Diario de Sesiones, el victimismo catalanista ponía a prueba la estabilidad del gobierno español de turno. Laínz jalona esta «crónica del arancel» con citas tan ilustrativas como la de Stendhal. 

En 1839, el autor de La cartuja de Parma fue turista en Barcelona y tomó nota. Los catalanes que admiran el Contrato social y predican «el beneficio de todos», los que se proclaman republicanos de pura cepa, «quieren leyes justas, con la excepción de la ley de aduanas, que debe estar hecha a su antojo… Es preciso que el español de Granada, Málaga o La Coruña no compre los tejidos de algodón ingleses, que son excelentes y cuestan un franco la vara, y se sirva de los tejidos catalanes, muy inferiores y que cuestan tres francos la vara». Opinión similar mantenía otro catalán maldito, Laureano Figuerola, el ministro de Hacienda que inventó la «peseta» -de peça en catalán-.

Cuba colonial
La «contracrónica» de los prodigios catalanistas transcurre en la Cuba colonial: muchos y conocidos apellidos burgueses contrarios a abolir la esclavitud. En el desastre del 98 sitúa Laínz la génesis del secesionismo: «De la noche a la mañana, para muchos catalanes Cuba había pasado de ser la odiada provincia separatista traidora a España a ser el modelo envidiado de la autonomía e incluso de la secesión…». Cubanofilia con la bandera «estelada» que diseñó Vicenç Albert Ballester en 1918.

Las poderosas razones de la burguesía condicionarán la política española del siglo XX: golpe de Primo de Rivera en 1923 con el apoyo de la Lliga para acabar con el anarquismo; el entusiástico manifiesto de apoyo a la sublevación de Franco con la flor y nata del catalanismo desmiente la lectura de la contienda civil como guerra contra Cataluña. Políticos clave del franquismo en todas sus etapas: Aunós, Carceller, Gual Villalbí, López Rodó, Samaranch… 

A modo de colofón, Laínz retrocede un siglo para recordar la célebre frase de Francesc Pujols: los catalanes, por el hecho de serlo, podrán ir por el mundo con todos los gastos pagados. La Cataluña separatista ha interpretado la boutade al pie de la letra.


lunes, 6 de noviembre de 2017

EL COSTE DE LA INDEPENDENCIA DE CATALUÑA

En 1995 la multinacional del embalaje Mondi envió a Alexander Ruckensteiner (Austria, 1966) a Barcelona, para que supervisara la compra de una empresa fabricante de sacos de papel. "Este país es fantástico", me dijo cuando años después lo entrevisté. "Hay profesionales excelentes y grandes oportunidades de negocio". Ruckensteiner hizo sobre todo hincapié en la gente y el estilo de vida. "Vas a un parque y ves cómo los niños corretean mientras los padres toman tranquilamente unas cervezas... No hay un lugar mejor para formar una familia".

Volví a llamarle la semana pasada. Profesionalmente no ha podido irle mejor. En 2007 lanzó la firma de alquiler de trasteros Bluespace y, tras venderla hace tres años con una sustanciosa plusvalía, se ha dedicado a comprar solares y rehabilitar edificios. "Me iba fenomenal y estaba supercontento, pero lo he parado todo". Está asustado con la tensión social. "Yo he tenido equipos en Madrid y Barcelona y se entendían perfectamente. Ahora el trato está muy deteriorado".

"El futuro de Cataluña está menos claro que nunca", coincide Marco Hulsewé (Holanda, 1970). También él recaló de la mano de otra multinacional en una Barcelona "recién instalada en el estrellato mundial después de los mejores juegos olímpicos de la historia", como explicaba en un artículo de Expansión que se ha vuelto viral. Fascinado por la alegría mediterránea, dejó la multinacional, pasó por el IESE, se casó con una violinista de Bilbao, tuvo "tres maravillosas hijas" y "con sudor y perseverancia" ha levantado su propia compañía.

Hoy todo está en el aire. El 4 de octubre, durante una reunión de padres de alumnos, el comentario era unánime: estamos pensando en marcharnos de Barcelona. "Uno", me cuenta, "no se habla con su suegro. Otro, que trabaja en banca, ha sufrido un escrache: 'Votarem, votarem!', le gritaban... Y una madre colombiana que tuvo la osadía de arrancar un cartel de [la organización independentista] Òmnium Cultural de la escalera se encontró con que dos vecinos mayores, que habían sido siempre encantadores, le increpaban: '¡Usted no es de aquí, fuera, no es catalana!" El ejemplo más ilustrativo del brutal desgarramiento es un matrimonio amigo. "La mujer se enteró de que el marido había ido al referéndum del 1-O a escondidas y ella misma acudió casi clandestinamente a la manifestación de Sociedad Civil del día 5".

"La convivencia está rota", le digo.

"Absolutamente", responde.

TRES MOTORES
El martes 10 de octubre, el mismo día que Carles Puigdemont proclamó y suspendió la República de Cataluña, me invitaron a discutir en Espejo Público de Antena 3 las consecuencias de la secesión con Elisenda Paluzie, la decana de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona. Al final, Paluzie no compareció, pero la víspera estuve familiarizándome en Google con sus posiciones. Me llamaron la atención dos artículos. En uno, publicado en El Punt Avui, la decana abogaba por "hacer efectiva la independencia con decretos o leyes inmediatos que supongan el control de la hacienda, territorio e infraestructuras energéticas". Reconocía que era "una vía difícil y dura", pero la situación requería "cirugía de urgencia".

Idéntica determinación reflejaba su intervención en un encuentro sobre la viabilidad de una Cataluña autónoma. Paluzie defendió que se beneficiaría de "un dividendo fiscal de entre 12.000 y 16.000 millones de euros anuales" y que el entorno actual favorecía los movimientos separatistas.

La argumentación de la decana resume bien los tres motores que han impulsado el procés: una política de hechos consumados, unas previsiones económicas llenas de voluntarismo y un aprovechamiento insolidario de las fuerzas de la globalización.

Vamos a analizarlos de atrás adelante, empezando por la insolidaridad.

Tienen toda la razón las catedráticas Núria Bosch y Marta Espasa cuando, en el artículo "La viabilidad económica de una Cataluña independiente", escriben que "en un contexto proteccionista y poco liberalizado", como el previo a la Belle Époque o el posterior a la Primera Guerra Mundial, "pertenecer a un país de grandes dimensiones es una ventaja". En una Europa erizada de fronteras, Cataluña se beneficiaba del mercado peninsular para colocar sus artículos y abastecerse de mano de obra. España le reportaba asimismo una amplia base fiscal y demográfica, con las que financiaba infraestructuras y sostenía un ejército. Desde el punto de vista del bienestar no era el acomodo más eficiente, porque se estaba subsidiando una industria poco competitiva. Como escribe el profesor Juan Velarde, "la realidad catalana era ejemplar" porque el resto de España lo consintió "a costa de sus rentas", aunque es verdad que, en compensación, Hacienda recaudaba y redistribuía parte de la riqueza generada en la región.

Pero en un planeta cada vez más integrado y pacífico, donde se puede vender y contratar libremente a quien se quiera, ¿qué necesidad tiene una región próspera y bien equipada de seguir atada a una nación que no le aporta nada y solo le detrae recursos? "La globalización", razonan Bosch y Espasa, "reduce los costes de la secesión para aquellos territorios que forman parte de estados grandes". Es el caso de la Padania, de Flandes, de Euskadi o de Escocia, cuyo Partido Nacional suscitaba un interés residual hasta que se descubrió petróleo en el mar del Norte.

Aunque todas ellas han elaborado una mitología victimista, están entre las zonas más boyantes del continente. El separatismo contemporáneo no es una reivindicación de pueblos oprimidos, sino una insolidaria revuelta de privilegiados.

LA GRAN ILUSIÓN
Vamos ahora con las previsiones económicas. ¿De dónde sale ese "dividendo fiscal de entre 12.000 y 16.000 millones de euros anuales" que cita Paluzie? Del artículo de Bosch y Espasa también. Tras analizar los números de la Generalitat entre 2006 y 2010, estas investigadoras concluyen que "una Cataluña independiente tendría unos ingresos adicionales de unos 48.000 millones de euros y unos gastos adicionales de unos 36.000 millones. La conjugación de ambas cifras ofrece como resultado neto unos 12.000 millones de ganancia" y, si a esta se le añade "la obtenida por dejar de contribuir a la financiación del déficit presupuestario estatal, llega a ser de más de 16.000 millones", el 8,6% del PIB regional.

Se trata de una cifra cuestionada. Ángel de la Fuente, director de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea), advierte que Bosch y Espasa la obtienen en base al método del flujo monetario, es decir, computando exclusivamente aquellos gastos en los que el dinero llega físicamente a Cataluña. Cuando se emplea el método del flujo de beneficio y se tienen en cuenta las prestaciones generales del Estado que benefician a la comunidad, pero que no se producen físicamente allí (embajadas, bases militares, agencia tributaria, servicios centrales de los ministerios), los 16.000 millones se ven reducidos en 5.000 millones.

Los 11.000 millones restantes siguen siendo una suma nada despreciable, pero Bosch y Espasa están dando por supuesto que todo se mantendrá igual tras la secesión, sin considerar las poderosas turbulencias que inevitablemente desatará. Ellas mismas alertan en el primer párrafo que su trabajo "no pretende ser exhaustivo" y "solo se centra en los factores comerciales y hacendísticos". No hay, en efecto, ni una referencia a la desestabilización que causaría una más que probable salida de la moneda única. De hecho, "parte de la base de que Cataluña estará en la UE, con lo que no tiene sentido hablar de aranceles".

Esto es un poco infantil. La Comisión Europea, que es la intérprete de los Tratados, se ha hartado de repetir que, si Cataluña llegara a emanciparse, debería volver a solicitar la adhesión tanto al euro como a la Unión, un procedimiento que "podría presentar importantes dificultades" y "llevaría un tiempo considerable incluso bajo las condiciones más benignas". Esta doctrina la fijó Romano Prodi en 2004. "Cuando un territorio de un estado miembro deja de formar parte de ese estado, porque se convierte en un estado independiente, los tratados dejarán de aplicarse a ese estado", declaró entonces. José Manuel Barroso no se apartó de esa línea y Jean Claude Juncker repitió palabra por palabra la frase de Prodi en la respuesta que dio a una consulta elevada por la eurodiputada Beatriz Becerra el 7 de julio.

Da igual. Bosch y Espasa entienden que "la imposición de aranceles y otras barreras iría contra los intereses de todas las multinacionales [...] radicadas en Cataluña" y estas no lo consentirán. "Por tanto", rematan, "el único escenario razonable [incluso] en la hipótesis de una Cataluña no integrada en la UE es el mantenimiento del statu quo: la libre circulación de bienes, personas y capitales".

El tono recuerda La gran ilusión, el ensayo en el que el británico Norman Angell demostraba en vísperas de la Primera Guerra Mundial que la difusión del capitalismo había tejido una tupida malla de intereses que hacía inviable cualquier conflicto entre las potencias occidentales. Es posible que sea así en un universo de fríos vulcanianos como el señor Spock, pero en este baqueteado planeta azul las cosas funcionan de otro modo. Incluso la perfectamente civilizada división de Checoslovaquia en 1993 provocó una disrupción en los intercambios. "La República Checa, la región más rica, es la que más perdió con la secesión", escribe el catedrático de Economía de la Complutense Mikel Buesa. "Una parte de sus mercados se desvaneció en poco tiempo".

La explicación de este fenómeno radica en "la existencia de un intenso efecto frontera", como exponen los profesores David Comerford y José Vicente Fernández Mora en "The Gains from Economic Integration". Este estudio evalúa las fricciones que se producen a lo largo de distintas divisorias y demuestra que son mucho menores entre regiones que entre países, incluso después de suprimir por completo las aduanas. Los motivos no están claros, pero la estadística es inequívoca: la relación entre Reino Unido e Irlanda es, por ejemplo, mucho menos fluida que entre Inglaterra y Escocia.

¿Qué pasaría si de repente Cataluña dejara de ser una autonomía y se convirtiera en una república? Comerford y Fernández Mora hacen la siguiente simulación: calculan las resistencias que se dan entre España y Portugal, que es el vecino con el que el trato es más fácil, y se las imputan a Cataluña. El resultado es una "caída brutal" del tráfico de productos y servicios, que se traduciría en una contracción del PIB del 10,4%. Es decir, se comería el dividendo fiscal y casi dos puntos más.

Y nos movemos en el supuesto idílico e irreal de que Cataluña siguiera en la UE. Si encima se le aplicaran la tarifa exterior común y los costes de transacción derivados de la tramitación aduanera, la inspección o la obtención de licencias, los precios de sus exportaciones a España podrían encarecerse hasta un 44,7%, según Buesa.

Es dudoso que en estas circunstancias se mantenga el statu quo en la circulación de bienes, como pretenden Bosch y Espasa.

GOLPE DE ESTADO
Hasta hace unas semanas, la viabilidad económica de una Cataluña independiente era un debate académico. Los expertos elaboraban modelos, los presentaban a congresos y publicaciones y organizaban carreras entre ellos. La principal incógnita era el comportamiento del sistema financiero. Nadie sabía lo que podía pasar, pero la prima de riesgo y la bolsa parecían tranquilas y los independentistas deducían de ello que, llegado el momento, los inversores aceptarían la secesión con normalidad. "El estado catalán se podría financiar fácilmente en los mercados internacionales", decía Bosch tajante en El Nacional.cat en junio. El redactor le acababa de preguntar por las pensiones y, aunque Bosch admitía un desfase entre cotizaciones y prestaciones (unos 3.200 millones, con datos de 2015), siempre podrían apelar a los mercados.

No es nada excepcional. El Tesoro español lleva varias subastas sobreemitiendo títulos para cubrir el déficit de la Seguridad Social. Pero hay una diferencia: mientras la deuda española tiene un grado de inversión medio, la catalana está tres escalones por debajo del bono basura, al nivel de Bangladés, Bolivia y El Salvador.

Bosch cree que es una evaluación coyuntural, "sesgada" por "un sistema de reparto de ingresos donde no nos toca lo que nos tendría que tocar" y que, en cuanto disfruten de la riqueza que les corresponde, ganarán "mucha credibilidad", pero no es precisamente a lo que estamos asistiendo. S&P Global ya ha anunciado que estudia una rebaja de rating.

"Contaban con colocarle la deuda a sus bancos", observa Fernando Fernández, profesor de IE Business School, pero esa posibilidad se esfumó el 5 de octubre, cuando Josep Oliú comunicó al vicepresidente Oriol Junqueras que el Sabadell trasladaba su domicilio social a Alicante.

Y aquello fue solo el pistoletazo de salida. En menos de una semana le seguían Caixabank, el resto de corporaciones que la región tenía en el Ibex y medio millar de pymes. Según confirmaba el decano del Colegio de Registradores de Cataluña a Expansión, las solicitudes de cambio de sede se multiplicaron en los días previos al 1-O y no han remitido desde entonces.

La razón de esta estampida es el primer motor del procés: la política de hechos consumados, la cirugía de urgencia, la vía difícil y dura.

"La ley de desconexión del 6 de septiembre causó verdadero terror y la celebración del referéndum lo multiplicó", sostiene Josep Bou, presidente de la Asociación de Empresarios de Cataluña.

"Asistimos a un golpe de estado", asegura Marco Hulsewé. "¿En qué país de la UE se ha visto que los políticos incumplan la Constitución y que la policía desobedezca a los jueces?"

"Hay una inseguridad jurídica enorme", coincide Bou. "Nadie sabe lo que va a suceder y la inversión se ha parado".

DE LA SARTÉN AL FUEGO
"Algunos economistas de primera línea, como Xavier Sala i Martín, creían que era posible una separación apacible", dice Fernando Fernández, "pero a mí nunca me cupo ninguna duda de que, de consumarse, sería dura". La salida de la eurozona obligará a la Generalitat a elegir entre dos opciones. La primera será mantener la moneda única.

"Recuerdo que Artur Mas le explicó una vez a un embajador del norte de Europa que una república catalana conservaría el euro, igual que Andorra o el Vaticano", cuenta Marco Hulsewé. "Entonces el diplomático le contestó: 'Seguro, siempre que firmen un contrato de distribución de billetes como los que tienen Andorra y el Vaticano con Francia e Italia'. Y añadió: '¿Han firmado ustedes ese contrato? Porque, de lo contrario, no van a tener dinero ni para los cajeros automáticos".

El asesor Juan Ignacio Crespo observaba en El Mundo lo paradójico que sería que la Generalitat se independizara para confiar su política monetaria a "un agente extranjero". Además, con un arreglo de esta naturaleza, se quedaría sin mecanismo cambiario para afrontar una crisis generalizada como la que sacudió a Grecia en 2009, y con el inconveniente añadido "de no poder influir [en el Banco Central Europeo] lo más mínimo".

La segunda opción que tendrá Cataluña será acuñar su propia divisa, pero en ese caso se encontrará con que debe hacer frente a una montaña de pasivos denominados en euros.

"Podría declarar el impago de la deuda externa", dice Torres, "pero ¿qué haría con la interna, con los ahorros depositados en sus bancos? Los tendría que convertir a una nueva moneda mucho más débil".

Es lo que hizo Argentina en 2000. El sistema financiero quebró y los ciudadanos y las empresas vieron cómo su patrimonio se volatilizaba. Sin acceso al crédito y con la inversión y el consumo diezmados, el país se precipitó a una profunda depresión.

ALTERNATIVAS
Impulsado por sus tres motores (la insolidaridad, la imprevisión económica y el desprecio de la legalidad), el procés se dirige hacia la escollera. Y ahora, ¿qué?

En el último Consejo Asesor de Expansión y Actualidad Económica se abordó la reforma del sistema de financiación autonómica y, en un momento dado, le preguntaron al ponente, que era Ángel de la Fuente, si existía alguna contrapartida que pudiera contentar a Cataluña.

El director de Fedea descartó un pacto similar al que disfrutan Euskadi y Navarra, donde recaudan sus propios tributos y negocian luego su contribución al Estado. "Tal y como se ha aplicado, es un modelo profundamente injusto", explicó. "Estos territorios disfrutan de una financiación muy superior a la de los demás. De hecho, el resto del país los subvenciona, a pesar de su elevado nivel de renta".

"Además", continuó, "si extendiéramos el concierto a Cataluña, al día siguiente lo reclamarían Madrid, Baleares y Aragón, con lo que no quedaría nada para repartir... En ninguna federación existe nada parecido".

De la Fuente sí se mostró partidario de corregir el disparatado sistema actual, que es arbitrario e incomprensible. Una autonomía rica como La Rioja se beneficia de un 22% más de recursos que la media, mientras que otras relativamente pobres, como Andalucía, Murcia y Valencia, reciben respectivamente un 2%, un 4% y un 8% menos. La redistribución no perjudica especialmente a los catalanes, que apenas reciben dos puntos porcentuales menos de lo que les correspondería, pero su enmienda "les daría más dinero y, sobre todo, mitigaría la sensación de agravio, porque evitaría que comunidades que aportan muchos menos impuestos acaben con más financiación por habitante que ellos".

"¿Pero alguien cree de verdad que esto se resuelve con más dinero?", apuntó uno de los asistentes después de atender su exposición.

De la Fuente se encogió de hombros mientras esbozaba una elocuente sonrisa.

CONTROL DE DAÑOS
En el Informe trimestral que colgó de su web a finales de septiembre, el Banco de España constataba que algunas de las fuerzas que venían impulsando la expansión del país habían perdido intensidad. La política presupuestaria había adoptado un tono neutral, el petróleo había subido y tampoco se podía contar ya con algunas decisiones de gasto en bienes de consumo duradero y de inversión que, tras posponerse en las fases más agudas de la crisis, se habían disparado en los últimos ejercicios.

Se trataba, sin embargo, de modificaciones modestas, con un impacto menor en la demanda. La "novedad más relevante" era "la apreciación del tipo de cambio del euro en un 8%", pero tampoco aquí se mostraba el Banco de España inquieto, porque se veía contrarrestada por la evolución "más favorable de lo anticipado" de nuestros destinos de exportación.

En suma, la permanencia de las condiciones financieras favorables y la robusta creación de empleo garantizaban el dinamismo del consumo y la inversión y, por ello, el Banco de España preveía una "continuación de la fase expansiva, si bien a un ritmo algo inferior". "Tras crecer un 3,1% este año", escribía, "el PIB avanzará un 2,5%" en 2018.

Este tono de suave optimismo era compartido casi hasta la décima por Funcas. "Nosotros estimábamos un 3,1% y un 2,7%, respectivamente", dice su director de Coyuntura, Raymond Torres.

Ahora habrá que revisar los números. "Solo lo que ha pasado podría restar entre 0,3 y 0,5 puntos al crecimiento nacional", aventura una fuente del mercado. "El 48% de la deuda española y el 45% de las acciones del Ibex están en manos extranjeras. Esto nos hace muy vulnerables a los movimientos de los grandes fondos, cuyos gestores se informan de lo que pasa aquí a través del Financial Times o el Economist. ¿Y qué leen en sus páginas? Que el 80% de los catalanes quiere votar y la única respuesta de Mariano Rajoy ha sido la violencia policial".

"La batalla de los bancos de inversión se libra en los medios internacionales, no en las embajadas", coincide Fernando Fernández. "Tenemos de nuestro lado a los Gobiernos, pero no a los editorialistas, y eso es fatal para la captación de capitales".

Torres cree, no obstante, que "si el conflicto se encauzara, las consecuencias no serían significativas. No ha habido desplazamiento de actividad, la subida de la prima de riesgo ha sido momentánea, incluso el turismo volverá... No se ha producido nada irreversible, las empresas siguen físicamente donde estaban".

Lo más negativo para Torres no es, sin embargo, lo que ha sucedido, sino lo que ha dejado de suceder. "La prórroga de los Presupuestos Generales supone que nos olvidamos de todas las asignaturas pendientes: la fiscal, la educativa, la laboral..."

"El futuro de España depende de nuestra capacidad para exportar", apunta un experto financiero. "Esto requiere dinero y habíamos hecho un esfuerzo enorme para atraerlo, pero la agitación independentista lo ha vuelto a asustar".

"Habíamos logrado rehacernos tras la recesión", explica Fernando Fernández. "Habíamos pasado de ser casi un estado fallido a ser un alumno modélico. La inversión volvía, creábamos más empleo que nadie, los activos apenas descontaban riesgo país, se hablaba de que un español presidiera el Eurogrupo... Cataluña nos ha devuelto a nuestra condición de socio poco fiable".

"España ya ha perdido", coincide la fuente del mercado. "Las agencias no nos suben la calificación, no hay Presupuestos ni vamos a acometer reformas... Teníamos un panorama estupendo, con unos tipos bajos y un barril barato y, de pronto, perdemos de nuevo el foco".

'NEVERENDUM'
"Todos sabían que la independencia era un suicidio", dice Marco Hulsewé, "y lo hemos comprobado las últimas semanas. En Cataluña no queda ni una firma relevante. Hasta Codorníu se ha trasladado a la Rioja. Lo que no entiendo es por qué los empresarios no han abierto la boca hasta el último minuto".

"Han pecado por omisión", admite Josep Bou. "Deberían haber levantado la voz antes, empezando por los bancos. Pero muchos pensaban que era el juego de siempre y que la Generalitat lograría arrancar a Madrid un marco más favorable".

"¿De qué clase?", le pregunto.

"Un concierto como el vasco o el navarro, con el que habrían pagado menos impuestos".

Este cálculo irresponsable, jaleado por la prensa y amparado en la complacencia de un estamento académico que insólitamente no contemplaba otro escenario que no fuera el más favorable, ha abierto heridas que tardarán en cicatrizar, si es que alguna vez se cierran. "Aunque no ocurra nada", dice la fuente del mercado, "muchos inversores creen que las reivindicaciones nacionalistas se replantearán dentro de unos años y que, cuando rebroten, serán más virulentas, porque toda la población habrá sido educada en el odio a España. Abandonar entonces sin fuertes pérdidas será complicado, así que ¿por qué no empezar a planificar ya la retirada?"

Esta amenaza latente es lo que en Canadá llaman el neverendum: la interminable (neverending) convocatoria de referéndums, hasta que salga el sí. Existen numerosos estudios sobre su impacto económico y, aunque en general no ha sido tan lúgubre como algunos analistas han apuntado (ni la inversión ni la renta per cápita ni el desempleo han evolucionado peor en Montreal que en Toronto), ha provocado la marcha de decenas de miles de anglófonos. Este éxodo no es baladí en un mundo donde la principal fuente de riqueza ya no es, como en el siglo XIX, el capital industrial sino el humano.

La espectacular campaña de promoción que supusieron los Juegos de 1992 atrajo a Barcelona a miles de expatriados que, como Ruckensteiner o Hulsewé, aplicaron su talento para generar riqueza aquí y no en otro lado. ¿Qué piensan hacer ahora?

sábado, 4 de noviembre de 2017

EL COMPROMISO DE CASPE O LA HISTORIA ESPAÑOLA QUE NO DEBEMOS OLVIDAR

La concordia se abrió paso en el año 1412 al resolverse el vacío monárquico abierto hacía ya dos años al pasar a mejor vida el rey Martín el Humano sin descendencia directa.

Allá por el siglo XIV, en un apartado rincón de Aragón, alguien con las seseras bien puestas decidió darle un golpe de timón a una situación muy enrocada. Nada que ver con la situación actual, pues el actor principal es corto de entendederas y los secundarios padecen de miopía abisal. Pero lo que sí es un dilema del carajo es no saber si es peor no ver o no poder cerrar los ojos.

En aquel tiempo de nuestra enorme y movidita historia, en la villa aragonesa de Caspe, hacia finales de junio del año 1412, la concordia se abriría paso entre los pueblos al resolverse el vacío monárquico abierto dos años antes al pasar a mejor vida el rey Martín el Humano sin descendencia directa. Ello conseguiría evitar prolongar más allá de lo que la prudencia aconsejaba una situación de difícil encaje antes de entrar en barrena y caer en el proceloso mar de la anarquía y el desorden.

¿Qué había ocurrido exactamente?
Lo normal en aquel entonces era liarse a garrotazos (guerras civiles castellanas, Guerra de los Cien años, etc.), enfrentamientos fratricidas que, sin cesar, en un vaciado angustioso y cíclico enviaban a miles de interfectos al valle del silencio.

Pero la fuerza de la diplomacia siempre tiene sus cartas que jugar y a veces sale triunfante donde solo hay callejones sin salida o eriales ausentes de imaginación. Posiblemente, el infante castellano don Fernando de Trastámara era de todos el más idóneo, el mejor posicionado por el peso de las influencias, por solvencia, y por la brillantez de su ingenio.

Dos aragoneses ejemplares, el jurista Berenguer de Bardaxí, y don Pedro de Luna, más tarde convertido en el Papa Benedicto XIII, con la indispensable colaboración de San Vicente Ferrer, proporcionarían a la Corona de Aragón un nuevo monarca que devolvería la tranquilidad y el orden a los preocupados súbditos de la misma. Se hace necesario recordar en este punto que el reino de Aragón era tan vasto que quizás de haber existido hoy, en él se podrían practicar hasta cinco husos horarios diferentes, pues sus tierras y sus sombras iban desde el extremo oriental del Mediterráneo hasta las áridas tierras castellanas.

Ocurría que en la Corona de Aragón el derecho de sucesión al trono estaba enraizado en la llamada costumbre o razón natural; por lo que, al no existir disposiciones escritas, el testamento real respiraba cómodamente en la tradición de la última voluntad regia y el sentimiento popular asumía de buen grado que lo que el rey decidía estaba bien hecho y punto.

A diferencia de Castilla y Navarra, en la legislación aragonesa no constaba ordenamiento que regulara la sucesión real. Los monarcas recién entronizados eran designados sin más por el mero hecho de ser hijos de, y así, sin más, se daba por suficiente.

En el momento de la muerte del rey Martín el Humano en 1410 sin sucesión directa legítima, eran unos cuantos los aspirantes al trono, y el panorama podría haberse torcido severamente si no hubiera imperado la cordura y el buen hacer de gentes muy hábiles en el campo diplomático.

Hasta la fecha, en los testamentos regios, se hacía constar la persona a la que correspondían los reinos de la Corona. ¿Pero qué convertía a esta situación en tan compleja? El testamento del rey Martín no resolvía el galimatías, pues dejaba como heredero universal a su hijo Martín de Sicilia, muerto antes que él. En fin, que había que empezar a hilar fino.

Para comenzar la criba, Isabel de Aragón, hermana por parte de padre del rey Martín I, fue centrifugada ipso facto por su condición femenina aunque en los mentideros corría el rumor de que tenía variable el humor y eso la hacía inestable para el gobierno.

Ante la complejidad del asunto, el Papa Luna (electo en Aviñón en la estela del cisma) de origen aragonés, decidiría entre bambalinas y con una habilidad incontestable la promoción de la candidatura del Trastámara. Además, los buenos oficios de San Vicente Ferrer (figuraba entre los nueve hombres justos del tribunal), hombre de elevada moralidad relativa (los judíos no eran santo de su devoción), acabarían arrimando el ascua a la sardina.

Finalmente, la sentencia del tribunal se inclinó por Fernando I de Trastámara, entronizando así una nueva dinastía en Aragón. De aquella, los catalanes quedarían decepcionados pues ninguno de sus candidatos conseguiría aceptación. La vida tiene esas cosas, todos pensamos en la lotería pero esta, a veces, es inversa.

El díscolo conde Urgel, candidato que, junto con su mujer Isabel de Aragón tenía ciertos derechos sucesorios, seguiría combatiendo a la desesperada hasta que un 31 de octubre, con una temprana nevada y tras un breve asedio, rendiría su verdad ante el nuevo monarca. Acabaría sus días en el castillo de Játiva en un estado más que deplorable; según las crónicas, al parecer se le había ido “la pinza”.

El Compromiso de Caspe nos revela lo que ocurre cuando las cosas se hacen con criterio y con la voluntad de las partes en sintonía; aunque a veces unas expectativas mal enfocadas se salden con sonadas pataletas. Decía el ínclito filósofo Karl Jaspers que es decisivo para el hombre la forma en que experimenta su fracaso.

ÁLVARO VAN DEN BRULE