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sábado, 22 de octubre de 2016

PABLO IGLESIAS INCITA A UNA RADICALIDAD QUE DESEMBOCA EN VIOLENCIA

El radicalismo de Iglesias empuja a Podemos fuera del sistema

La reacción oportunista y demagógica tras la protesta de varios inmigrantes en el Centro de Internamiento para Extranjeros (CIE) de Aluche, y la justificación del injustificable boicot violento a Felipe González en la Autónoma, son dos muestras de la nueva estrategia que Pablo Iglesias quiere imprimir en Podemos. Decidido a volver a la agitación en las calles y a ganar presencia en el espacio público para intentar contrarrestar el perfil tan bajo que la formación tiene en las instituciones, especialmente en el Parlamento, Iglesias ha impuesto la radicalización del discurso entre los suyos y un incremento de la movilización, como si en vez de un partido con sentido de la responsabilidad Podemos siguiera siendo una suma de círculos y movimientos sociales de todo pelaje. 

En este sentido, resulta especialmente grave que sus dirigentes alienten la convocatoria Rodea el Congreso, promovida por una plataforma radical que pretende boicotear la presumible investidura de Rajoy la próxima semana. Algunos responsables de la formación morada pretenden sumarse a un acto que, antes que nada, es ilegal.

Hemos asistido en los últimos meses a un duro pulso entre Iglesias y Errejón, su número dos, que de momento gana el primero. Resultan antagónicos en su visión sobre cómo «asaltar los cielos». Iglesias es el claro exponente de una concepción de la política radical y maniquea que se muestra tan cómodo en el ámbito asambleario como inflexible y descolocado en el institucional, donde se requiere capacidad para llegar a acuerdos con los adversarios. Errejón, por su parte, ha demostrado mayor flexibilidad y quiere que Podemos transite hacia la política real, imprimiendo un cierto pragmatismo. Ambos representan la dicotomía entre la calle y las instituciones que monopoliza los interminables debates en el seno de la formación. 

El bochornoso espectáculo que están protagonizando pablistas y errejonistas en su batalla campal para hacerse con el control de la formación en Madrid es el mejor ejemplo de hasta qué punto son posiciones irreconciliables.

Hay que decirlo con claridad. Iglesias está actuando con enorme irresponsabilidad, llevando a Podemos a un callejón sin salida, por cuanto su estrategia le resta cada vez más posibilidades de ejercer ningún papel serio en un sistema de partidos. Y ello pagando el precio de decepcionar las ilusiones de una buena parte de los millones de españoles que han confiado en la formación en las anteriores citas electorales, hastiados por una situación de crisis, escándalos de corrupción y anquilosamiento institucional que tanto han minado el crédito de los partidos tradicionales. De hecho, Iglesias aboga en realidad por una huida hacia adelante. Intenta recuperar protagonismo en la algarada callejera y en la movilización de los más desencantados para esconder así un fracaso político evidente. No olvidemos que el 26-J Podemos perdió más de un millón de votos respecto a los obtenidos en diciembre. Fue la candidatura más castigada por unos ciudadanos a los que les bastaron unos meses para rechazar la radicalidad y el frentismo de Iglesias en el Congreso.

Aunque creemos que está abocada al fracaso, esta estrategia de deslizamiento hacia posiciones cada vez más demagógicas, que incluye la justificación de actitudes tan violentas como las de la Autónoma, o el sempiterno empeño en arrojar toda clase de sospechas sobre los cuerpos de Seguridad, a corto plazo sí puede enrarecer el clima social. Ahí está sin ir más lejos la incitación de Iglesias a las organizaciones sociales para fomentar sus protestas y convocar una huelga general si finalmente se desbloquea la situación política y se forma un nuevo Gobierno del PP. Un auténtico despropósito que le afearon los principales sindicatos. Con responsabilidad, UGT y CCOO negaron haber barajado algo así y le dejaron claro a Iglesias que "no se convocan huelgas o paros contra partidos o personas, sino contra políticas concretas". Iglesias repite que no quiere que el suyo sea un partido más. Pero al final la impresión es que realmente no sabe actuar como se espera de una formación que ha sido votada por millones de ciudadanos.

22/10/2016 El Mundo

IGLESIAS CONTRA LA PRENSA

En víspera de participar en el SIE de Huesca en una sesión sobre credibilidad en el periodismo, un buen diálogo con Ramón Besa y David Espinar sobre los usos informativos en las fronteras de la política y el fútbol, alguien me envió un whatsapp:-Tú en Las Torres, y Pablo Iglesias en el Teatro del Barrio pidiendo periodistas militantes. 

Lo de Las Torres merecería otro artículo. En Huesca, localidad de 50.000 habitantes, hay tres restaurantes con estrella Michelin, y sin los delirios del star system. También Bistro Tatau, casi una barra de bar, y Lillas Pastias, paraíso de la trufa, en el edificio modernista del viejo Casino, fachada de un territorio propicio para el arte de cocyna, por el amor a la tradición. Huesca es otra de esas ciudades desconocidas en la calma provincial de la periferia. Pero esto queda para otro artículo. 

Lo de Iglesias contra la prensa era previsible. El número uno de Podemos, tras elevar un poco más la peana de su liderazgo, trata de generar tensión bajo la lógica de la democracia postfactual: la realidad no importa; todo está sometido al discurso estratégico del partido. Así que, obviamente, tampoco interesa el periodismo, puesto que, con sus debilidades, de momento resiste como correa de transmisión con la realidad. De ahí el Elogio del Panfleto entonado por Iglesias. Del mismo modo que Trump miente impúdicamente sobre el desempleo o el sistema electoral para construir su mensaje emocional, a Iglesias le interesa el agit-prop parea agitar a su clientela

Los periodistas, los fact-checkers, son incómodos. Así va esto. 



Podemos defiende las protestas de la Universidad pero sin que se les pueda acusar de defender las protestas de la Universidad. Se escandalizan de que estos hechos sean calificados de violentos aunque sean violentos. Esa es la lógica postfactual: montar el discurso ajenos a la responsabilidad de la verdad. Se financian en Venezuela, pero no se les puede mencionar Venezuela. No importan los CIE, sino el relato que construyen con los CIE. ¿O dónde están las iniciativas parlamentarias de Podemos? Lo suyo son las performances

Politizar el dolor es la estrategia enunciada por él mismo sin despeinarse. Inspirar miedo. En definitiva, las emociones mandan en la democracia postfactual. Y en el discurso populista del sistema secuestrado por las élites, tienen sentido los ataques a la prensa como extensión del poder al servicio del establishment. Eso encaja en la crisis de la mediación, uno de los factores destacados por el politólogo Arias Maldonado en su brillante ensayo Para comprender el populismo. Podemos antepone las redes horizontales de opinión contra las estructuras de conocimiento. Fuera expertos y analistas, viva Twitter. Una vez que la realidad se convierte en material perturbador, hay que evitarla. El populismo es territorio de consignas sentimentales huyendo de la complejidad. De ahí su elogio del planfleto en el Teatro del Barrio reclamando periodistas militantes al servicio de la causa, propagandistas. 

Lejos de asumir la centralidad del periodismo en la cultura democrática, por supuesto con sentido crítico, es más útil la demonización de la prensa integrándola en la desconfianza hacia las élites. Para las almas ávidas de conspiraciones siempre será tentador creer que en la sombra maquinan los poderes del Estado con los Amos de las Rotativas junto el Ibex y lo que haga falta, también la Triple A, la Corona, el sancta sanctorum de la Gran Banca, el Club Bilderberg, el Real Madrid y Doña Manolita. Así ya han llegado a sumar cinco millones de votos, y por qué no más.

TEODORO LEÓN GROSS 22/10/2016 El Mundo