Pablo Iglesias quiere el poder, y lo quiere cuanto antes. Y no precisamente para entrar en la componenda, en el reparto, sino para ejercerlo en régimen de monopolio.
Según Junger el combate es en esencia una serie de acciones rápidas y precisas desarrolladas de forma coordinada. Se asemeja más al fútbol que a una refriega entre bandas, donde cada cual pelea por su cuenta. Es coreografía. El grupo que coreografíe mejor sus acciones será el que se imponga. Ese abrir fuego mientras el otro corre delante y luego se detiene y te cubre mientras tú haces avanzar a tu sección, y así sucesivamente, es tan poderosa que, en opinión de Junger, puede superar enormes carencias. Hay una coreografía para cada situación. La hay para el asalto de la playa de Omaha, para desbordar una posición defensiva en Verdún y para salir con vida de una emboscada en el valle de la Drang. De igual modo, hay una coreografía para asaltar el poder en Venezuela, para hacerse con el gobierno en Grecia y para instaurar un régimen populista en España. Tanto en la política como en el combate, la clave de la coreografía es la misma: todos los miembros del equipo deben tomar sus decisiones en pos de un objetivo. No importa la cantidad de efectivos ni sus recursos: quien domine la coreografía atravesará las defensas del adversario como un cuchillo atraviesa la mantequilla.
Podemos está ejecutando su coreografía mientras sus adversarios, desorganizados, huyen en direcciones opuestas.
Esta es la esencia del combate según Junger. Y también la metáfora que mejor se ajusta a nuestro panorama político. Podemos está ejecutando su coreografía mientras sus adversarios, desorganizados, huyen en direcciones opuestas. Sobre el terreno sólo hay un equipo. Los demás están más ocupados salvándose a sí mismos, aunque sea arrastrándose por el fango, que haciendo frente al adversario. No hay comparación posible entre un tipo como Iglesias, un fanático educado desde la más tierna infancia en la revancha y el comunismo (a los 14 años ya pertenecía en cuerpo y alma a las Juventudes Comunistas), y Rajoy o Sánchez, ambos sin pensamiento político, carentes de cualquier cualidad parecida a la valentía. El cuchillo y la mantequilla.
El Poder en régimen de monopolio
Iglesias quiere el poder, y lo quiere cuanto antes. Y no precisamente para entrar en la componenda, en el reparto, sino para ejercerlo en régimen de monopolio; es decir, que todos los poderes, incluido el judicial, se plieguen a su cambiante y oportunista ortodoxia ideológica. Para lograrlo, explotará agravios, utilizará medias verdades y muchas mentiras. Apelará a los sentimientos más nobles en sus soflamas, pero movilizará a la gente con los más bajos. Hará campaña por cualquier causa que suponga adhesiones. Lo mismo que Lenin ofreció tierra a los campesinos (cuando su hoja de ruta era colectivizarla), Iglesias promete una regeneración incompatible con su credo populista. Utiliza un discurso falaz pero atractivo: hay que expulsar del poder a una clase política corrupta y reemplazarla por personas presuntamente bondadosas provenientes del pueblo. Pero es todo mentira.
A pesar de los pantalones vaqueros, del atuendo informal, de las camisas compradas al peso en las grandes superficies, Iglesias poco o nada tiene que ver con el ciudadano medio: ha crecido dentro de una burbuja, al margen del mundo real en el que vive el trabajador por cuenta propia o ajena. Sin embargo, se disfrazará de lo que haga falta y se sumará a cualquier corriente que pueda proporcionarle adeptos, como el nacionalismo, la autodeterminación, el referéndum... Creará discordia, meterá cizaña, buscará que cada cual vea al otro como el enemigo. Y se aprovechará de las libertades para destruirlas.
Las propuestas que Iglesias hace en materia económica están pensadas para seducir a la gente, no para revelar sus verdaderos propósitos.
Inútil apelar a razones económicas
Es inútil apelar a razones económicas para neutralizar a este mesías. Cualquiera con dos dedos de frente sabe que un gobierno suyo acarrearía la ruina, porque no sólo mantendría el clientelismo sino que lo llevaría aún más lejos, favoreciendo a grupos de intereses afines, entre los que se encuentran los líderes, los círculos y bases más fieles. Que la quiebra se produjera de forma gradual o fulminante sería, a lo sumo, cuestión de matices. No hace falta ser un economista neoclásico para afirmarlo, ni siquiera ortodoxo. En realidad, las propuestas que Iglesias hace en materia económica están pensadas para seducir a la gente, para vender la idea de que el maná llegará a todos, no para revelar sus verdaderos propósitos.
Una bota aplastando un rostro humano incesantemente
Con todo, lo más preocupante es que Pablo Iglesias venga dispuesto a pasar por encima de las libertades individuales como una apisonadora, a instaurar un régimen totalitario travestido en paraíso. Odisea pavorosa que Arthur Koestler resumía en estas pocas palabras: “llegué al comunismo como quien se acerca a un manantial de agua fresca y me aparté de él como quien se arrastra fuera de las aguas emponzoñadas de un río donde flotan restos de ciudades inundadas y cadáveres ahogados”.
Ese es el manantial que Pablo Iglesias nos ofrece. Y lo proclama de viva voz y por escrito, con jactancia. Si acaso, se excusa por la rudeza del lenguaje, como ha hecho en fecha reciente ante jueces y fiscales, y promete suavizarlo para que las fuerzas vivas que articulan el Estado no se sientan violentadas, y cooperen con su nuevo orden tal y como han venido haciendo con el viejo.
La separación de poderes, por demás, un anhelo imposible, quedaba donde solía.
"Jamás intervendríamos en algo que es fundamental, que es la separación de poderes”, aseguraba el aguerrido spetsnaz Iglesias, después del revuelo organizado con el documento que Podemos presentó 48 horas antes. Y no mentía. La separación de poderes, por demás, un anhelo imposible, quedaba donde solía: entre tinieblas. Aludía, eso sí, a un inquietante “mecanismo de consenso” con el que se elegirían los cargos del Tribunal Constitucional y del Consejo General del Poder Judicial, entre otros muchos. ¿Querían regeneración?, pues tomen dos tazas. Sin embargo, de la “adhesión” que pedía a jueces y fiscales lo que ha molestado es que, llegado el caso, tendrían que someterse a un solo amo, y no escoger entre dos o tres alternativas como es costumbre en el régimen vigente.
Por lo demás, el sometimiento de “la justicia” a las directrices partidarias no es algo inusual en España. El matiz está en poder elegir entre diferentes ronzales, porque permite negociar contrapartidas. Cosa muy distinta es que pretendan hacerles agachar la cerviz ante un solo amo. Ahí fue cuando sus señorías sintieron el aliento de Iglesias en su nuca. Y es que, con un gobierno de Pablo Iglesias, “si quieren hacerse una idea de cómo será el futuro, imaginen una bota aplastando un rostro humano incesantemente”. Nadie puede predecir el mañana, cierto. Pero la coreografía es perfecta.
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