Está para quedarse. El marxismo ha revivido y ha encontrado nuevas vías para ser difundido. No es una cuestión circunstancial de un momento de arrebato. Es una tendencia a largo plazo. Lo que ese fino analista a sueldo del Partido Popular llamó «unos frikis» es un movimiento de largo recorrido. ¿Por qué?
En España, como en otras partes del mundo, hemos tenido dos elementos que han desencadenado este resurgimiento del socialismo marxista. De una parte está la crisis económica desatada en 2008, que ha azotado a muchísimos españoles y ha requerido unos esfuerzos que muchos nunca habían conocido. Y de otra parte está que quienes nunca han sido contemporáneos de regímenes políticos en los que se aplicaba el marxismo creen que la desigualdad económica entre unos y otros es profundamente injusta. ¿Por qué ese puede tener una riqueza que yo no tengo? ¿Por qué yo no puedo ser igual que él? La igualdad forzada ha sido experimentada en el pasado.
En la propia Europa, donde la mitad del continente fue sometido a una rigurosa igualdad de salarios, que equivalía a una igualdad de pobreza. Pero la nueva generación no conoce esa experiencia y no quiere creer que la falta de libertad para crear riqueza implique la pobreza para todos.
Esto también es consecuencia de nuestro lamentable sistema educativo en el que, durante décadas, nadie ha enseñado en los colegios las virtudes del capitalismo y de la creación de riqueza por la iniciativa privada. Hemos permitido una educación controlada por los socialistas que están empeñados en seguir reivindicando una igualdad perversa. Porque la igualdad de oportunidades es exigible. Todos deben poder tener los mismos derechos de educación básica. Todos deben poder ir a la Universidad si tienen la cabeza necesaria para ello, no sólo si tienen el dinero. Pero la igualdad de oportunidades no implica la equiparación de los frutos del esfuerzo de cada uno. Y vivimos en un tiempo en que la desigualdad se ha convertido en un crimen de lesa humanidad. Se niega la evidencia de que la condición humana nos hace a todos diferentes.
Nunca he recibido mayor ración de ataques insultantes en las redes sociales que cuando en un infausto programa de televisión cité a Javier Gomá diciendo que jamás en la historia de la Humanidad ha habido un momento en el que sea menos pernicioso ser pobre. Me cayó la mundial. Porque aunque sea una verdad evidente que cualquier persona que esté en los umbrales de la pobreza –y esos umbrales son hoy más elevados que nunca antes– tiene unos servicios sociales que jamás habían podido imaginarse.
En España tenemos una sanidad universal gratuita que en Estados Unidos simplemente es inexistente. Tenemos unos beneficios de desempleo que cuesta encontrar iguales en la mayor parte de Occidente, gozamos de unos servicios facilitados por nuestros ayuntamientos que no se dan en la mayor parte de los municipios del rico continente americano. Pero todo eso ya se da por descontado. Es una conquista social plenamente asimilada. Hay una nueva generación entre los 20 y los 35 años que cree que tiene derecho a recibir mucho más sin ameritar nada. A la que no se ha educado en la necesidad de hacer esfuerzos para ganarse el pan cada día. Vuelven a creer en que tienen derecho a una generosa ubre del Estado. Es el nuevo auge del marxismo, como certificó la encuesta del CIS del pasado jueves. La realidad de Venezuela no les impedirá soñar con el paraíso.
RAMÓN PÉREZ-MAURA – ABC – 06/02/16
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