Ya tenemos candidato a la investidura. Pedro Sánchez tratará de formar un Gobierno de cambio, de progreso, para entre otras cosas combatir la desigualdad en que ha sumido al país la derecha. Éste es el gran mantra. La lucha contra la desigualdad se ha convertido en el principal objetivo del momento. Pero es un combate que parte de una premisa falsa: que España se ha convertido en uno de los países más desiguales de Europa. Ésta es una mentira que, a fuerza de ser repetida hasta la saciedad, como decía Goebbels, se ha convertido en una verdad indiscutible.
El Instituto Juan de Mariana, que es una entidad rigurosa al mismo tiempo que liberal, acaba de publicar un estudio que refuta las tesis admitidas sin fundamento por la mayoría de la población. Si en lugar de prestar atención sólo a las rentas monetarias, incluyéramos en el análisis del fenómeno el valor de las rentas que los ciudadanos obtienen en especie, como los servicios sanitarios, la educación prácticamente gratuita, la vivienda social o los alquileres imputados, llegaríamos a la conclusión de que nuestro país ocupa una posición más bien intermedia o baja en términos de desigualdad en la UE. Y hemos llegado hasta allí -pues antes gozábamos de una situación de privilegio relativo-, porque la principal causa del aumento coyuntural de la desigualdad durante la crisis ha sido exclusivamente el incremento del desempleo, que ha sido brutal durante la recesión.
EL MUNDO publicó la semana pasada su informe anual sobre Los 200 más ricos de España. Según dice, las grandes fortunas acumularon un 16% más que hace un año, y 74.000 millones más que un lustro atrás. ¿No debería ser un motivo para estar orgullosos que nuestro país produjera tal clase de avance? No. No en España. Nuestros ciudadanos, seducidos por la propaganda masiva y eficaz de la izquierda, han interiorizado la falsa idea de que toda desigualdad es intrínsecamente mala, y que debe ser contrarrestada por una decidida actuación del sector público conducente a redistribuir agresivamente la renta y la riqueza.
Esto es lo que se propone hacer el candidato a la investidura Pedro Sánchez, objetivo para el que contará con el apoyo incondicional del leninista Pablo Iglesias. Pero como el diagnóstico es equivocado, pues España sigue siendo uno de los países europeos con menor desigualdad en términos de riqueza, entre la que acumula el 20% de los más adinerados y el 80% de los más pobres, las soluciones que se van a plantear serán totalmente inconvenientes.
Pasarán por aumentar el gasto público -en sanidad, en educación y demás sinecuras sociales- a fin de elevar una renta en especie que ya es indiscutiblemente generosa. Y en gravar con más impuestos a los que, fruto de su esfuerzo, capacidad e inteligencia están teniendo éxito en la vida. Lo primero agravará el déficit. Los impuestos altos provocarán evasión fiscal, expulsión de la inversión y menor recaudación. Es lo que ocurre cuando la principal guía política es la entronización de la envidia: «que el otro no tenga más que yo -aunque lo merezca-, que todos seamos pobres pero iguales». ¡Qué horror!
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