Siempre se ha dicho que uno de los principales factores para alzarse con la victoria durante una batalla es la estrategia. Sin embargo, en pocas ocasiones este proverbio ha guardado en su interior tanta verdad como para los españoles, los cuales, durante el reinado de Felipe III, protagonizaron tres batallas en las que hubieran sido aplastados por el enemigo si no hubieran utilizado su tradicional picaresca.
Y es que, durante el Siglo XVII la situación de España, aunque hegemónica en el mundo (pues su territorio se extendía desde las colonias americanas hasta Asia pasando por Europa), era financieramente precaria. Por ello, Felipe III no tuvo más remedio que recurrir a una política pacifista y de alianzas para así no perder en batalla los territorios españoles. Estas dificultades económicas, unidas a la amplitud del territorio español, provocaron que fuera en ocasiones muy dificultoso disponer de un contingente militar suficiente en todos los lugares colonizados. Sin embargo, para suplir la inferioridad numérica ocasional, los soldados se valieron de todo tipo de estratagemas más propias de una película de ciencia ficción que de la realidad.
En la época de Felipe III no habrá un solo año sin algún conflicto bélico. Los años de reinado de este monarca, como pasa con todos los mandatarios, tuvo claros y oscuros pero no fue su época la que nos terminó quitando a los españoles el mundo que poseíamos y con el bolsillo roto tras haber gastado nuestra buena hacienda. Eso lo hicieron otros después. Durante su reinado la todopoderosa España de entonces siguió extendiendo su poder y hegemonía por todo el mundo conocido, pese a lo que dice la historiografía de los últimos cuatro siglos que ha desdibujado su época y la ha llenado de críticas que, todavía, perduran sin ser cuestionadas. De forma simplificada, el imperio global español abarcaba territorios en todos los continentes desde los actuales Estados Unidos hasta la Tierra de Fuego austral, islas y costas desde África hasta el Mar de la China Meridional, territorios en los Mares del Sur y posesiones por toda Europa. Tan vasto era el imperio español que no sólo nunca se ponía el sol en sus territorios, sino que sus diferentes culturas en Europa, América, África, Asia, y Oceanía no se comunicaban entre sí.
Propiciado por el cansancio general de las continuas guerras anteriores en suelo europeo, uno de los logros de Felipe III es que mantuvo la hegemonía imperial española en el mundo durante todo su reinado y, al mismo tiempo, consiguió una relativa paz con todos los antiguos enemigos europeos de España (básicamente, Francia, Inglaterra y Holanda).
El imperio español se pudo mantener durante más de 3 siglos con escasas pérdidas territoriales, salvedad hecha de lo que supuso en 1640 (ya bajo Felipe IV) la sublevación de Portugal, que contó con la ayuda indirecta de una parte de la oligarquía barcelonesa y su peregrina idea independentista. El imperio español era realmente extenso porque en aquella época se necesitaban más de ocho meses para que llegara un mensaje desde España al Perú y había guarniciones españolas en fuertes, todavía hoy tan lejanos entre sí, como el de Santa Teresa en Uruguay o el de Santo Domingo en Taiwán.
Así lo explica el escritor Eduardo Ruiz de Burgos Moreno en su libro «La difícil herencia» (editado por Edaf), en el que analiza varias decenas de contiendas que se produjeron durante el reinado de Felipe III. «A pesar de la mejor voluntad real, las inmensas posesiones españolas se vieron una y otra vez atacadas y, en sólo diez años, obligaron a sus ejércitos a mantener 162 batallas repartidas por todos los confines terrestres», determina en el texto.
EL INTENTO DE INVASIÓN DE JAMAICA
La primera de estas curiosas batallas se sucedió cuando una flota inglesa trató de atacar la posición española situada en Jamaica (en esos momentos propiedad de la familia de Cristóbal Colón). Sin embargo, se encontraron con unos aguerridos defensores acostumbrados a combatir contra piratas, algo muy usual durante el Siglo.XVI. «No es infundado el temor a los ataques de bandoleros marítimos que roban y saquean ciudades y puertos, pues durante años trataron de capturar especialmente las mercancías de los buques de transporte españoles en aguas americanas», establece Ruiz de Burgos
En aquellos años, los piratas suponían un auténtico quebradero de cabeza para los enclaves españoles, a los que acosaban sin tener ningún tipo de piedad. «Especialmente temidos eran los filibusteros franceses, genoveses y portugueses, que hostigaban profundamente a los colonos españoles, víctimas de sus asaltos, saqueos y asesinatos», sentencia Ruiz de Burgos.
Además, en palabras del experto: «En el mar Caribe, un lugar ideal por la abundancia de islas en las que pueden refugiarse, los buques piratas atacaban por lo general desde los apostaderos que tenían en el puerto del Manzanillo en el golfo cubano o desde los puertos de Santa Ana y Guabayara en la Isla de Jamaica».
En cambio, no fueron piratas los que atacaron aquel 24 de enero del año 1600 la actual ciudad de «Spanish Town», sino una flota con una bandera tradicionalmente enemiga de España. «Eran 16 buques ingleses al mando de Christopher Newport», explica el experto. Sin embargo, no distaban mucho de ser filibusteros, pues este capitán había sido formado por Francis Drake, un reconocido corsario anglosajón.
«Afortunadamente para los habitantes de la villa, su llegada había sido apercibida con suficiente antelación (…), dando tiempo a que su gobernador (…) organizara las defensas de la villa con los apenas 200 hombres armados con los que podía contar», añade Ruiz de Burgos.
Para los ingleses, la batalla estaba ganada antes incluso de comenzar. La superioridad de fuerzas era abrumadora, al igual que la potencia de fuego de sus navíos. Sin embargo, había algo con lo que no contaban: el ingenio que los españoles demostraron durante todo el combate. Tan sencilla veían la conquista los ingleses que incluso trataron de convencer a los defensores de que se rindieran antes de comenzar la contienda. «Desembarcaron un emisario enarbolando bandera blanca en una chalupa que se acercaba a la playa (…). Allí, a unos centenares de metros (…), los defensores estaban atrincherados y habían situado un cañón para impedir un posible desembarco (…). A estos españoles, el mando inglés, a través del emisario, les exigió la rendición formal bajo amenaza de pasar a cuchillo a todos los defensores», explica el escritor en el libro
En ese momento, los españoles comenzaron a utilizar sus estratagemas, como bien determina el escritor: «Aprovechándose del entrecortado español que hablaba el enviado inglés, y fingiendo no conocer ninguna otra lengua, los españoles (…) dilataron los tiempos de las respuestas y, así, ganaron un tiempo precioso para preparar mejor la defensa».
Cuando los ingleses se dieron cuenta del engaño, ya era tarde, las defensas estaban listas. Sin embargo, esto no detendría a los asaltantes: «Decidieron atacar y desembarcaron unos 1.500 soldados. Tras reunirse en la playa, donde ya no había españoles, se organizaron en cinco columnas y empezaron a avanzar hacia la villa con la firme intención de conquistarla», añade el experto. Pero los dos centenares de españoles ya habían planeado su siguiente movimiento. Para defenderse, usaron una táctica cuanto menos original. Concretamente, ataron antorchas encendidas a los cuernos de todo el ganado que había en la ciudad, lo que enloqueció a los animales. Posteriormente, los liberaron y los lanzaron contra sus desprevenidos enemigos. «Los ingleses primero oyeron un terrible estruendo, después, vieron ante sí una inmensa polvareda que no llegaban a entender y, finalmente, sufrieron una imprevista embestida de toros y vacas», explica el escritor.
Confundidos y desorientados por las aterrorizadoras bestias, los soldados de la vanguardia inglesa que no fueron arrollados retrocedieron desorganizadamente y se abalanzaron sobre sus camaradas de las filas posteriores. «Como consecuencia se generó una cascada de fugitivos que terminó en una gran huida en desbandada que dejó tras de sí una cincuentena de muertos ingleses por aplastamiento», determina Ruiz de Burgos.
Tras reunirse junto a la costa, descubrieron que sus planes habían dado un giro inesperado. «Para el cuerpo expedicionario del almirante Newport era más que suficiente. Los soldados desistieron de avanzar hacia el interior y sólo querían ser embarcados en sus buques. Sin haber logrado disparar un solo tiro, las pérdidas se les antojaron excesivas. No sabían bien lo que había sucedido, pero convencidos de que a los defensores no se les podía derrotar, (…) se hicieron a la mar y abandonaron definitivamente la isla», finaliza el experto.
EL ASALTO DE HAMMANET EN TÚNEZ
Otra de las contiendas en la que los españoles demostraron su capacidad de improvisación se sucedió el 18 de julio de 1602, en Túnez. Ese día, una flota católica asaltó por sorpresa el puerto de «Hammamet», regentado por piratas turcos. «El ataque corrió a cargo de 350 infantes españoles y caballeros a las órdenes de Malta y de la toscana (…) embarcados en 5 galeras de la escuadra española de Sicilia y 5 fragatas de tres mástiles», añade Ruiz de Burgos.
Sin embargo, los españoles necesitaban tomar la plaza cuanto antes, pues sabían gracias a sus espías que en un breve período de tiempo los turcos recibirían unos considerables refuerzos. En cambio, en lugar de desesperar, decidieron utilizar esa información a su favor en una estratagema más propia de una novela de fantasía que de la realidad. «La vanguardia española llegó al puerto en 5 ligeras falúas (pequeña embarcación destinada al transporte de infantería), de dos velas triangulares y un mástil ligeramente inclinado hacia la proa, como las falúas musulmanas», determina el experto.
En cada una de las embarcaciones el engaño estaba listo. Los españoles cambiaron sus banderas por las turcas y se disfrazaron con turbantes para hacerse pasar por los refuerzos que los defensores esperaban. Además, y para asegurarse de que no se descubriera su trampa, se ordenó a varios soldados que tocasen bendires, crótalos y laúdes, instrumentos usados en la música tradicional árabe. «Así, disfrazados, les resultó sencillo ser confundidos con los turcos que estaban esperando», comenta el escritor.
La mascarada salió a la perfección, y los defensores se creyeron el engaño. «La estrategia española permitió a la escuadra anclar muy cerca de tierra (…) Incluso la guarnición de “Hammamet” salió a recibirlos a la playa acompañada por una gran multitud que se agolpaba sobre el muelle del puerto.», explica Ruiz de Burgos. Lamentablemente para todos ellos no eran los refuerzos que esperaban, sino los barcos cristianos. Fue demasiado tarde cuando se dieron cuenta del grave error que habían cometido.
«Sorprendida la multitud al descubrir el engaño apenas pusieron pie en el muelle los atacantes, huyeron a refugiarse hacia las murallas de la villa. (…) Los despavoridos civiles arrollaron a los soldados de la guarnición, mezclándose entre ellos, lo que produjo caídas y agolpamientos que generaron una mayor confusión», explica el escritor. Para entonces los españoles ya habían descargado una salva de disparos sobre los turcos y les atacaban furiosos espada en mano.
La victoria fue aplastante, concretamente, murió casi medio millar de turcos. «Los atacantes, una vez saqueada y destruida completamente la ciudad, se embarcaron de regreso en dirección a Malta, poco después de avistar que se aproximaban por tierra más de 3.000 jinetes e infantes moros que, a toda prisa pero demasiado tarde, llegaban para auxiliar a los defensores de la villa», sentencia Ruiz de Burgos.
LOS INDIOS DE COLOMBIA
Finalmente, la última parada de este viaje debe hacerse en Colombia, donde la dificultad para transportar tropas españolas provocó que los soldados tuvieran que agudizar el ingenio para sobrevivir. Por aquellos años, los habitantes del lugar (los indios pijaos) trataban de combatir a los españoles usando la guerra de guerrillas, pues sabían que un enfrentamiento en campo abierto contra ellos supondría una estrepitosa derrota.
Por su parte, la táctica de los españoles para defenderse de los continuos ataques de los indios se basaba en edificar pequeñas fortificaciones para reducir al máximo el número de bajas. Uno de estos puestos, el de San Lorenzo de Maitó, defendido por apenas 20 españoles al mando de Diego de Ospina, era de los más castigados de la zona.
Por ello, los defensores decidieron un 16 de mayo de 1607 urdir una curiosa treta para atraer a sus enemigos hacia una trampa. En primer lugar, hicieron correr el falso rumor entre los posibles espías indios de que la mayor parte de la guarnición estaba enferma. A continuación, y una vez cumplida esta parte del plan, alentaron a los enemigos para que les atacasen. «El capitán Pedro Marcham penetró en el páramo de Bulica (…) y encendió una falsa fogata para engañar a los guerreros pijaos, ya que era su señal de convocatoria para el ataque», determina Ruiz de Burgos.
Todo estaba dispuesto, y los indios cayeron en la trampa. Confiados por la falsa información y la señal de ataque, centenares de pijaos acudieron a la batalla al mando de uno de sus reconocidos jefes, Kalar-cá. «Cuando llegaron a la empalizada, los españoles les estaban esperando con sus arcabuces y pistolas cargadas y sus picas en ristre», añade el experto.
«Fue el propio capitán Marcham, junto al soldado Juan Bioho, el que consiguió de un certero arcabuzazo acertar en el pecho de Kalar-cá, que cayó muerto, al igual que muchos de sus guerreros, antes de que los sorprendidos supervivientes indios se dieran a la fuga», explica el escritor. Con esta ingeniosa treta, 20 españoles consiguieron resistir el asalto de centenares de indios.