Al norte del parque de Kensington, en Londres, se encuentran los Jardines Italianos, a la vera del Long River, que luego en Hyde Park se convierte en la laguna alargada bautizada como La Serpentina. Aquel jardín es un lujo casi excéntrico, una estirada del Príncipe Alberto, que hace 150 años lo encargó como regalo para su mujer, la Reina Victoria. No falta de nada: mármol de Carrara, piedra de Portland, fuentes de querencia romana, maceteros ornamentales y las mejores flores que resiste cada estación. Como es zona de sufridos turistas y la próstata aprieta, cerca hay unos servicios. Al intentar entrar se descubre que para acceder hay que introducir 20 peniques en la ranura de la barrera. Dentro, un cartel explica que hace un año aquel lavabo público estuvo a punto de ser clausurado, debido al incivismo de los usuarios. Finalmente se decidió hacer la prueba de cobrar una pequeña cantidad. El recinto luce impoluto.
Holland Park, no demasiado lejos, es otro parque londinense. Si no se trata del más bonito de la ciudad debe de ser el segundo, como bien sabe la colección de plutócratas con dacha por allí, del viejo Elton a los pegajosos Beckhamg, pasando por banqueros y glorias televisivas. Los baños de Holland Park son de acceso libre. Y en efecto, están hechos un asco.
Cuento todo lo anterior porque supone una parábola política: lo que es de todos, al final no es de nadie, por eso el comunismo jamás ha funcionado. El ser humano, como bien vio el sombrío pero realista Thomas Hobbes, no es ningún serafín altruista, volcado de manera espontánea en el trabajo desinteresado en nombre del bien común. El hombre se mueve por estímulos prácticos. ¿Por qué funcionan mejor las empresas privadas que las públicas y son más creativas? Pues porque el régimen funcionarial no prima el esfuerzo ni castiga el bajo rendimiento. En el fondo es un modelo comunista. El afán de emulación, la legítima ilusión de ir a más en la vida, es un acicate económico formidable, que se traduce en que los países de economía abierta acaban siendo los que otorgan mejor vida a sus ciudadanos. Por el contrario, la poesía igualitaria comunista, que puede ser conmovedora en el romanticismo de los 18 años, solo se ha traducido en ineficacia, reparto de miseria y dolorosas mermas de las libertades personales. Su absoluto descrédito se completa con que en nombre del comunismo se han cometido algunas de las matanzas más atroces de la historia moderna, como los genocidios y hambrunas de Stalin, Pol Pot y Corea del Norte.
Todos esos ceñudos renovadores españoles que nos dan lecciones para aburrir son de ideología comunista. Tras lo ocurrido en la pasada centuria, declararse comunista debería ser tan oprobioso como declararse nazi o fascista, los otros espantos del siglo (¿o acaso Lenin y Stalin no mataron también a millones de personas?). Algo de vergüenza hay, por eso el comunismo ahora se hace llamar Podemos, Marea, Colau. Pero sigue siendo la misma mercancía averiada, porque se da de bruces con la naturaleza real del ser humano y trata de amaestrarlo coartando su libertad. Así que lo siento, Pablo, pero me temo que eres más antiguo que el candil de carburo.
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