Cuando, animado por la gran movilización popular del Onze de setembre, Artur Más, el pasado 25 de septiembre, disolvió el Parlament y convocó las elecciones autonómicas del 25-M cabía sospechar que guardaba un as en la manga. Nadie, en su sano juicio, instalado en una confortable posición parlamentaria y en medio de una crisis económica brutal corta una legislatura por la mitad y, bajo el palio del independentismo, se lanza a una aventura electoral sin la “seguridad” – las urnas las carga el diablo – de mejorar su posición. Pero no, eran salvas y no disparos.
Mariano Rajoy, cuya finura en el análisis, en el que le ayudan Pedro Arriola, Álvaro Nadal y Javier Moragas, nunca ha sido notable, dijo que a Mas le faltaron “agallas” para enfrentarse con la crisis; pero, de verdad, lo que le faltó al líder catalán fue información. La testosterona no cotiza intelectualmente. Es ahora un 25 por ciento más débil que hace dos meses.
Aunque, tras el 25-N, dos tercios del nuevo Parlamento de Cataluña tenga ADN marcadamente soberanista, y ello sirva al “derecho a decidir” que pregona Mas, visto desde CíU el resultado ha sido calamitoso. El ayuntamiento electoral entre la histórica UCD y la CDC que inventó Jordi Pujol consiguió en las autonómicas del 28 de noviembre de 2.010 nada menos que 62 escaños. Ahora se queda con 50, ¿tanto ruido para tan pocas nueces? Pretendía mejorar su posición en los seis escaños que le darían la mayoría absoluta y ha conseguido 12 menos de los que tenía.
Dicen sus hagiógrafos que Artur Mas es un hombre de vida sencilla que encuentra su mayor gozo en la lectura de tres clásicos franceses, Baudelaire, Verlaine y Victor Hugo. No está mal, pero como decía el autor de Los Miserables, “la melancolía es la felicidad de estar triste”. Pues mira que bien. El hombre que, con gran deslealtad constitucional y en clara traición a la Ley que le convirtió en presidente de la Generalitat, quiere un Estat Catalá “dentro de Europa” y fuera de España – un imposible metafísico – abunda en la alegría melancólica. Que la Virgen de Montserrat se la conserve.
Era previsible, pero no estaba previsto, un resultado de ese corte y magnitud. Se explica, un poco, por el seny de un porcentaje de la población catalana que, aún con fervor identitario, no quiere aventuras que puedan comprometer la situación de bienestar que vive Cataluña, por encima de la media de la UE y, un mucho, por el incremento del número de votantes. El record participativo que se registra en esta ocasión – el 70 por ciento – ha movilizado el sentido común.
Los resultados del PSC, 20, la franquicia catalana del PSOE, aunque se mantiene como el segundo partido de la Cámara son para meditar. Pasar de 28 escaños a 20 es casi tan difícil como lo contrario y es un síntoma indiscutible de que la espiral declinante que anima al socialismo español desde que José Luis Rodríguez Zapatero se hizo cargo de la Secretaría General del partido. Alfredo Pérez Rubalcaba, que fue su lugarteniente y es ahora su sucesor, no ha posido, o sabido, enmendar la situación y, como dicen los castizos centralistas, “deben hacérselo mirar”.
La fortaleza con la que renace ERC, 21, el tercer grupo del Parlament, forma parte de la debilidad de CíU. Ezquerra, que ha duplicado su representación con respecto al 2.010, es, como su propio nombre indica, un partido a la izquierda del de Mas y ello hace difícil un pacto presupuestario a la baja como el que el que necesitará el nuevo Govern. El “precio” obligará al president a radicalizar su postura frente al anunciado referéndum, o consulta al pueblo catalán, que le llevó al desatino que ahora padece.
Lo del PP, 19, que será la cuarta entre las fuerzas del Parlament, era previsible. Incrementa en uno su número de diputados, pero sin que ello quiera decir mucho. En Cataluña funcionan mejor los argumentos que las descalificaciones y la inoportuna y poco concreta denuncia sobre la corrupción de los máximos nombres de CíU que – ¿casualmente? – ha coincidido con la campaña electoral ha debido perjudicar, más que favorecer, al partido de la gaviota. El modelo de líder burgués y conservador que el PP debiera exhibir en Cataluña no concuerda con el “estilo” de la ruidosa candidata que, mientras cambia su entorno, se mantiene en los parámetros de hace un par de años.
Ciutadans, 9, es el vencedor moral de los comicios. Ha multiplicado por tres su representación anterior y un grupo parlamentario de 9 diputados, radicales y decididos como son los de este grupo, puede hacer incómoda la vida parlamentaria de Mas, un líder que en su primera aparición pública tras conocer los resultados de la jornada, ha vuelto a evindenciar su incapacidad para la autocrítica; lo que, por otra parte, es la moda al uso en la vida política nacional. C’s grita siempre “libertad” y eso no sobra en el momento presente en el que toda España, y más todavía Cataluña, parecen haber prescindido de los valores morales clásicos que alimentan la democracia verdadera, no la partitocracia que aquí consumimos como sucedáneo.
Lo demás es viruta, desperdicios obtenidos en la construcción de unos comicios innecesarios de los que no sabemos a ciencia cierta la razón por la que fueron convocados y que, en otras latitudes, exigirían explicaciones al vencedor más hondas de las que, en faena de alíño, explicitó Mas en la noche electoral. El que buscaba reforzar su representación para abordar nuevas metas políticas, independentistas, ha visto decrecer en votos y escaños la que tenía. Todo seguirá igual, pero con una clase política crecientemente distanciada de la ciudadania. Aquí nadie paga por sus errores.
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