Un español, vitoriano vasco, tuvo el alto honor en la Historia Militar de batallar como oficial en las dos contiendas que marcarían el devenir de la Europa del siglo XIX: Trafalgar (1805) y Waterloo (1815). De las atlánticas aguas frente a las costas gaditanas, al «plateau» de Mont St. Jean de la Brabante valona. En medio, su liderazgo en plazas como Ciudad Rodrigo o Vitoria en la Guerra de Independencia que la nación española protagonizó contra el bonapartismo. En su haber, la profunda amistad que trabó con Sir Arthur Wellesley, Duque de Wellington.
Fue él. General Álava. Ni napoleones ni wellingtons: ni soldado alguno de sus huestes. Fue él, Miguel Ricardo de Álava y Esquivel (Vitoria, 1772-Barèges, Francia, 1843): capitán de corbeta y segundo comandante del tres puentes «Príncipe de Asturias» en Trafalgar (la batalla que ahogó el poder marítimo a la Francia napoleónica, «aliada» de España) y «mano derecha» del Duque de Wellington en la batalla que daría definitivamente con los huesos del «pequeño corso» en la lejana isla de Santa Elena.
El General Álava procedía de una familia noble y militar de toda la vida. Su tío era el insigne Ignacio María de Álava, segundo al mando de la Marina española en la batalla de Trafalgar donde comandó el «Santa Ana» y a la postre Capitán General de la Armada. «Desde los seis años y durante once más recibió una educación no ya primorosa, sino inusitada para los tiempos que corrían, en el Real Seminario Bascongado de Vitoria; gracias a eso hablaba con gran corrección inglés y francés, así como dominaba las matemáticas y la física, todo lo cual le sería muy necesario para su prevista carrera de marino de guerra», explica el escritor Ildefonso Arenas autor de «Álava en Waterloo» (Ed. Edhasa), novela histórica que será publicada a finales de este mes.
A los nueve años Miguel Ricardo de Álava ingresó como cadete en el regimiento de Infantería de Sevilla, el cual lo mandaba otro de sus tíos, José. Tras su paso por el Ejército, el entonces subteniente Álava, de 17 años, ingresó en la Marina a la cual serviría (como sus tíos Luis e Ignacio) recibiendo su primer grado naval, el de guardiamarina. Múltiples fueron las escaramuzas y batallas en las que participó el joven Álava contra Francia e Inglaterra, países que acosaban en el último tercio del siglo XVIII al viejo Imperio español. Ceuta, el sitio de Toulon e Italia fueron algunos de los escenarios donde sus navíos batallaron. Durante el lustro 1795-1800 se embarcaría junto a su querido tío Ignacio en una vuelta al mundo con Iberoamérica como principal punto de escalas, siendo apresado y posteriormente liberado por los ingleses en su rumbo de vuelta a España.
En 1805, el ya capitán de corbeta acudiría a la batalla de Trafalgar bajo las órdenes del mando de la flota española, Federico Gravina y Napoli. Eran momentos decisivos en una Europa que militarmente hablaba francés. «Su actuación durante la batalla fue sumamente distinguida, tanto que cabe atribuirle una parte significativa del mérito de salvar el buque de 112 cañones "Príncipe de Asturias" (pese a las 150 bajas registradas) y de que no fuera capturado por la fuerza de Sir Cuthbert Collingwood (el verdadero vencedor de Trafalgar). Esto se le reconoció como se reconocen los grandes méritos: dos semanas después fue ascendido a Capitán de Fragata; para los 33 años que tenía, todo un carrerón», recalca el escritor Ildefonso Arenas.
Con la flota franco-española derrotada y el inglés victorioso, España se ve sumida tres años más tarde en una guerra de guerrillas contra el bonapartismo encarnado en la figura del hermano del Sire, José I Bonaparte. Es la Guerra de la Independencia, la Guerra del Francés, precisamente aquella contienda a la que muchos historiadores atribuyen como el origen de la nación española entendida hasta nuestros días en su denominación más popular. ¡Viva la Pepa!
Es en ese momento cuando este vasco alavés, ya retirado del servicio militar y aposentado en sus fincas de la provincia de Álava con el recuerdo del azul y sangre de Trafalgar en su mirada (era diputado «del Común» por su provincia, lo que hoy equivaldría a «defensor del pueblo»), regresa a la llamada del deber patrio... aunque en un principio parece aceptar a José I Bonaparte, llegando a ser incluso representante de la Marina de Guerra en la Junta que elaboró la Constitución de Bayona y que otorgó la Corona de España al hermano de Napoleón. Tampoco se opuso a la derogación de los históricos fueros vascos.
Parecía que las Juntas Generales de Álava aceptaban así a José I, pero finalmente no fue así. Es en este punto cuando Miguel de Álava parte clandestinamente hacia Madrid pare unirse al bando patriota. Calatayud, Tudela o Medellín fueron algunos de los escenarios que tuvieron a Álava en buena lid, bajos las órdenes del general Castaños y del Duque de Alburquerque.
A mediados de 1809, en esta guerra de guerrillas alguien pretende poner orden y concierto: el Duque de Wellington quien se halla en Portugal. Ahí es donde Álava cobra protagonismo para trasladarle las necesidades militares de los junteros. ¿El motivo? Muy simple: el idioma.
«Wellington vivía desesperado, porque no se entendía ni con la Junta de Extremadura, ni con la de Andalucía, ni con la Central, ni con las Cortes de Cádiz, ni con los comandantes de las divisiones españolas, ni con las innumerables partidas de guerrilleros. La principal razón de no entenderse era el idioma. Contaba como intérprete con un oficial irlandés de los Reales Ejércitos, O'Lawlor, que hablaba un castellano académico, pero con eso no bastaba para entenderse no ya con los abruptos acentos de sus nada cultos contrapartes, sino con la peculiar idiosincrasia de sus aliados españoles, los cuales, fieles a la filosofía nacional, iban cada uno a su bola», explica Ildefonso Arenas...Y en esto apareció Álava. Ya coronel.
«A los dos días, como quien dice, Wellington apreció, asombrado, que allá donde participaba Álava cesaban los malentendidos, las grescas y las broncas, de modo que se quedó con él. Como además de hablar un exquisito inglés pertenecía a una clase social parecida a la suya (aristócratas de provincias no muy adinerados; sus modales y su educación, en consecuencia, eran similares), no tardaron en congeniar, de modo que no mucho después, hacia 1811, eran los mejores amigos del mundo. Una amistad que nunca se enfrió, pese a que Álava fue toda su vida un liberal convencido, mientras Wellington era un ultraconservador», destaca el autor de «Álava en Waterloo».
El Duque de Wellington eligió a Álava como su hombre de confianza para el sitio de Ciudad Rodrigo (1811). Más tarde proclamaría la Constitución de 1812 en Madrid. Herido en Dueñas, fue elegido diputado general de Álava. Participó en su tierra, Vitoria, en la batalla del 21 de junio de 1813 contra un José I que huía como alma que lleva el diablo .
El entonces mariscal Álava entró triunfante en su ciudad (en la plaza de la Virgen Blanca se recuerda su figura) evitando saqueos y desmanes para más tarde, siempre junto a Wellington, perseguir a los franceses más allá de los Pirineos. Fernando VII volvía a reinar en una nación que a partir de entonces empezaría a engendrar el mal llamado de «las dos Españas». Nada sería igual.
«Álava era un liberal convencido, pero no un exaltado defensor de la Pepa. De hecho, cuando en 1820 se rehabilitó la constitución Álava figuraba en el bando de los doceañistas (partidarios de aplicarla con sensatez y moderación), contrario a los veinteañistas (a cuyo lado los jacobinos de Robespierre habrían pasado por hermanitas de los pobres). Álava, que llegó a presidir las Cortes, jamás varió su postura en favor de la serenidad y la prudencia, lo cual le costó un par de exilios (además del principal, el de 1823 a 1833)».
Pero volvamos al tablero de ajedrez que se había convertido la Europa de 1815. Napoléon había vuelto de su primer exilio en la isla de Elba y se propone restablecer la «grandeur» de Francia. Wellington requeriría de los servicios de Álava para la cita de Waterloo.
«A mediados de mayo de 1815 el Rey Fernando VII, a requerimiento de Wellington, ordenó a Álava, por entonces embajador en los Países Bajos con residencia en Bruselas, un par de cosas: (1), que le representase ante su exiliada majestad Luis XVIII, refugiado en Gante, y (2) que actuara como su comisionado (hoy se diría «agregado») en el Ejército del duque de Ciudad Rodrigo (Fernando VII siempre se refirió a Wellington como «duque de Ciudad Rodrigo»), cuyo nombre oficial era «Army of the Low Countries» y cuyo cuartel general también estaba en Bruselas. Álava, de hecho, llevaba haciendo eso mismo desde hace un mes, aunque por su cuenta y especulando con que Fernando VII acabaría por conceder lo que Wellington le pedía una y otra vez por medio del embajador en Madrid (su hermano Henry). Con eso Álava pasó a incorporarse de un modo oficial al reducido Estado Mayor de Wellington».
Aquí es de señalar que el ejército de Wellington difería bastante de los restantes ejércitos europeos, donde bajo el comandante supremo había un jefe de estado mayor y un intendente general. Wellington sólo tenía un intendente general («Quartermaster General»), que hasta el 1 de junio fue Sir Hudson Lowe (pasó a la historia como carcelero de Napoleón en Santa Elena) y desde ahí Sir William Howe de Lancey. «Ahora, si bien oficialmente no tenía un "jefe de estado mayor", extraoficialmente sí que lo tenía: Don Miguel de Álava», aclara el escritor Ildefonso Arenas.
Hay multitud de documentación, en su mayoría británica, que señala la presencia de Álava junto a Wellington ya en la noche previa a la batalla (la del 17 al 18 de junio de 1815), así como durante la misma y, cuando todo acabó, cenando solos en la posada Jean de Nivelles, Waterloo. «Álava estuvo todo el tiempo junto a Wellington (y junto a Álava el capitán español Nicolás de Miniussir, su "aide-de-camp"; pese a que llegó a ser Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos es otro gran desconocido de la historia), actuando como lo que de veras era hasta más o menos las cinco de la tarde; a esa hora De Lancey fue alcanzado por una bala de cañón y dejó de actuar como intendente general, pasando a ser sustituido por Álava. Aquí se debe tener en cuenta, por si alguien piensa que esto es una "licencia literaria", que Wellington inició la batalla con un "staff"' compuesto de un intendente general (De Lancey), un secretario militar (Lord FitzRoy Somerset), ocho "aides-de-camp" (Gordon, Canning, Lord March, Percy, Fremantle, Hill, Cathcart y el Prinz Nassau-Usingen) y cuatro "agregados" (Álava por España, Müffling por Prusia, Pozzo di Borgo por Rusia y Vincent por Austria); al acabar sólo quedaban él, Álava, Müffling y dos aides-de-camp, Percy y Fremantle».
«Álava no sólo hizo de intendente general accidental por ser el de mayor capacidad y experiencia, sino porque no quedaba en el "staff" de Wellington ningún oficial de suficiente "seniority" para poder desempeñar la función (Álava era todo un teniente general de los Reales Ejércitos; su graduación era equivalente a la de un "full general" inglés, y en la línea de Wellington sólo había uno de ese rango, Sir Rowland Hill, el cual, tras caer el Prins van Oranje, mandaba los Army Corps I y II; de ningún modo habría podido actuar de Quartermaster General», detalla con toda la minuciosidad posible nuestro experto en Don Miguel de Álava.
Así pues, «durante la segunda mitad de la batalla Álava fue el Nº 2 del ejército de Wellington. Nadie discutió su autoridad. Todo el mundo le sabía muy vinculado a Wellington y, por otra parte, allí, en el plateau de Mont St Jean, no hizo nada que no hubiera hecho dos años antes, el día de Vitoria».
Posteriormete Miguel de Álava fue embajador en Francia (1815, 1835), diputado por Álava (1821), presidente de las Cortes (1822), embajador en el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda (1834, 1838), senador (prócer) (1834, 1836), ministro de Marina (1835) y presidente del Consejo de Ministros (1835).
Entre sus múltiples condecoraciones y honores, Álava tuvo siempre a gala la de Caballero Comendador extraordinario de la Orden del Baño (10 de octubre de 1815), para premiar «mis servicios bajo las órdenes del Duque de Wellington durante la Guerra de España y también a mi conducta distinguida en la batalla de Waterloo». Aquella «Guerra de España» -la de Independencia, 1808-1814- en la que por una vez la nación llamada España se unió en una sola dirección.
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