jueves, 22 de noviembre de 2012

LOS ROSTROS DEL FEDERALISMO


“Una sociedad de sociedades”: así definía Montesquieu el federalismo, un sistema bajo el que viven en la actualidad cientos de millones de personas. Sin embargo, su indiscutible preponderancia va unida a una enorme disparidad. Para arrojar luz sobre la naturaleza constitucional de los federalismos realmente existentes, Roberto Blanco centra su obra, la primera de este género que se escribe en español, en los sistemas paradigmáticos de Estados Unidos, Suiza, Australia, Canadá, Argentina, México, Brasil, Rusia, Alemania, Austria, Bélgica y España. Tras conceptualizar el federalismo y examinar su nacimiento y expansión, aborda los elementos definidores del Estado federal: la naturaleza de sus Constituciones, la organización de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, la distribución de competencias entre federación y entes federados, y la evolución del federalismo desde el dualismo hasta la cooperación. El libro se cierra con un epílogo en donde, de la mano de la contraposición entre federalismo y nacionalismo, se analizan algunas de las peculiaridades del caso español.

El CulturalEl problema que se plantea desde el principio afecta no ya sólo al plano metodológico sino al núcleo del fenómeno, su propia conceptuación: qué entendemos por federalismo, dónde está su especificidad, cuáles son sus rasgos esenciales. Si consideramos, como se dice en las páginas iniciales, que federales son los países más extensos del globo -de Rusia a Australia, pasando por la India-, algunos de los más prósperos -de Alemania a Estados Unidos-, algunas de las potencias emergentes (Brasil), pero también muchos de los países más atrasados o conflictivos (de Irak a Etiopía), no tenemos más remedio que concluir que el federalismo es un fenómeno plural hasta el punto de que buscar un auténtico nexo común entre todos los Estados que se acogen a esa denominación no es más que un ejercicio estéril. Tanto es así que, con buen criterio, Blanco reduce a doce países su foco de atención, para realizar un cuidadoso estudio comparado de la teoría y la práctica federal, principalmente en América y en Europa, los continentes que albergan las naciones más maduras, políticamente hablando, y por tanto las que resultan más relevantes en un análisis constitucionalista. 

El examen teórico parte de Montesquieu, un autor que adjudicaba al principio federal la compatibilidad armoniosa entre unión política y respeto a la pluralidad, usando la fórmula de société de sociétés. En terminología más actual, se concede que el federalismo se distingue por conjugar autogobierno y gobierno compartido (Elazar). Por decirlo con claridad, el Estado federal trata de combinar unidad y diversidad. El problema estriba en el modo concreto en que esto se lleva a cabo en Estados no sólo diferentes en su nivel de desarrollo, sino en su historia, su cultura y composición étnica. Ésta es la razón por la que Blanco desciende rápidamente de los principios teóricos al reconocimiento de los Estados federales realmente existentes, para desmenuzar y comparar los más variados aspectos, desde los orígenes mismos del proceso federal (con grandes diferencias según las latitudes) hasta el modo en que se reparten y comparten poderes, deteniéndose en ese periplo en el impacto federal en los ejecutivos nacionales, el bicameralismo, los sistemas de distribución competencial, las asimetrías o los elementos de financiación, por citar tan sólo algunos de los epígrafes que integran los seis densos capítulos de la obra. 

En el epílogo, como antes adelantábamos, se confirma el protagonismo de España, considerada por el autor un Estado federal “en todo menos en el nombre”. Mientras que los países federales más exitosos han respetado la diversidad para fortalecer su unidad -sus instituciones centrales-, Blanco considera que el proceso político español ha circulado en sentido contrario, debilitando al Estado común en beneficio de unos partidos y grupos de presión que sólo contemplan sus intereses particularistas. Como Canadá y Bélgica, concluye Blanco, España tiene un problema que el federalismo sensu stricto no puede resolver, porque es un problema de deslealtad de nacionalismos disgregadores

«Cuanto más se da de comer al nacionalismo, más hambre tiene»
-¿Existen nexos comunes a todo federalismo?
-Bajo la denominación general de federalismo se esconden realidades plurales y que son distintas. Todos tienen un elemento fundamental, ya que todos cuentan con autogobierno más gobierno compartido. Pero cuando uno acerca la lupa a los Estados federales comprueba que son productos de la historia de cada país, de las características geográficas o de la población. Hay un elemento común y diferencias sustanciales. La preocupación que me lleva a escribir el libro es situar a España dentro de este mapa. Partimos de que es un sistema federal y justificamos esa tesis.

-¿Funciona mejor un sistema federal por agregación o por desagregación?
-En sentido estricto los Estados federales lo son por agregación. Es una técnica para construir Estados, no para descentralizarlos. En el caso de los federalismos por desagregación, cuyos paradigmas son España y Bélgica, es una técnica que se utiliza para descentralizar un Estado que existe. En estos federalismos hay una diferencia importante, la preocupación por esta descentralización.

-¿Nacionalismo y federalismo son antagónicos?
-Son antitéticos. El federalismo trata de hacer compatible la diversidad con la unidad. Es decir, tenemos diferencias pero queremos permanecer unidos. El nacionalismo aspira a otra cosa, a tener un Estado. No hay ningún nacionalismo que no aspire a eso. Aspira a lo contrario del federalismo, a romper ese Estado y crear otros nuevos. En España reina una confusión que es conveniente desvelar, porque oímos la reivindicación federal en boca de personas que utilizan este nombre en vano. El plan Ibarretxe no tenía nada de federal.

-Recoge en el libro que el Consejo de Estado alertó de que el traspaso de competencias a las autonomías ha llegado a su límite.
-Y lo hizo antes de que se llevase a cabo el Estatuto de Cataluña en un dictamen de una extraordinaria rigurosidad. En él se dice que hemos llegado probablemente al límite de la descentralización competencial, y todo lo que sea pasar de aquí, posiblemente va a suponer una ruptura del modelo constitucional. Y eso es lo que ocurre en Cataluña, con un Estatuto que es un disparate político.

-¿Hay que devolver competencias?
-Es difícil pensar en una devolución de competencias sin una reforma general del Estado. El problema no es tanto la devolución de competencias sino tener una cartera de derechos fundamentales que sea igual en todo el territorio. No es razonable que haya distintas carteras sanitarias y en temas fundamentales como educación deberíamos redefinir el modelo.

-Afirma que el problema nacional se complica cada vez más. ¿Hasta qué punto?
-Es como el monstruo al que cuanto más se le da de comer, más le crece la barriga y más hambre tiene. Países como Italia admiran profundamente el caso español, pero no entienden algo. Y es que a medida que hemos ido descentralizando los nacionalistas no solo no están contentos, sino que el umbral de reivindicación aumenta.

-¿Y cómo acabará?
-De no girar el Partido Socialista de Cataluña, antes o después tendremos un problema serio. El PSOE ha pasado de ser uno de los partidos fundamentales en la construcción del Estado autonómico, con Felipe González, a uno de los partidos fundamentales en la demolición del Estado autonómico.

-¿En qué situación se queda el nacionalismo gallego?
-La fragmentación es para el nacionalismo gallego una catástrofe, que ha sido fruto, de una parte, de quien controla el Bloque, para entender los cambios del país. De manera inmediata van a tener un problema, porque si se presentan separados será un desastre electoral.


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