Del presunto desvío de comisiones hacia cuentas personales de las familias Mas y Pujol tendrá que ocuparse la justicia. Mientras tanto, presunción de inocencia. Las anunciadas querellas contra periodistas y medios tendrán la virtud, si realmente se presentan, de activar la exceptio veritatis, o prueba de los acusados de calumnia (y, en algunos casos, de injuria) de que sus acusaciones son ciertas. Mientras jueces, fiscales y periodistas de investigación se ocupan de lo suyo, seguimos preguntándonos: ¿Por qué guarda silencio la sociedad catalana? ¿Por qué sólo hablan quienes piensan igual que Artur Mas? En La espiral del silencio, Elisabeth Noelle-Neumann afirma que «la disposición de un individuo a exponer en público su punto de vista varía según la apreciación que hace del reparto de opiniones en su entorno social (
) Estará tanto mejor dispuesto a expresarse quien piensa que su punto de vista es, y seguirá siendo, el punto de vista dominante». Pero también observa: «Si la apreciación del reparto de una opinión está en flagrante contradicción con su efectiva distribución es porque la opinión cuya fuerza se sobrevalora es la que con más frecuencia se expresa en público».
Es el caso de la opinión secesionista en Cataluña: está extraordinariamente sobrevalorada. La concurrencia de varios factores explica el error, y, con él, el mantenimiento de la distancia entre la Cataluña oficial y la Cataluña real, dualidad que alcanza extremos grotescos como consecuencia de la interacción entre un poder público empeñado en la ingeniería social y una sociedad demasiado abierta y compleja para ajustarse al modelo uniforme, bidimensional y antimoderno de la «nación natural». Entre los factores que explican el gran error de apreciación, el error que ha conducido a tantos al silencio, es obligado citar el control de los medios de comunicación privados a través de un caprichoso sistema de concesiones, de un escandaloso sistema de subvenciones, y del uso de la publicidad institucional como premio o castigo. Por su parte, la televisión pública se ha utilizado siempre sin tapujos como aparato de penetración ideológica, por no hablar de sus abusos: desde el desvío de recursos hacia productoras privadas de sus amigos políticos hasta el linchamiento público de personajes incómodos, pasando por una sistemática pedagogía entiespañola.
Por fin, un esquema clientelar premia con prebendas institucionales, académicas o empresariales a los generadores de opinión más favorables a la construcción nacional. Es este un factor especialmente vergonzoso por pervertir (y casi diría que invertir) el rol de los comunicadores, que, se supone, pasa por la crítica y fiscalización del poder y por la búsqueda de la verdad. De acuerdo con esta lógica perversa, el adocenado pasa por original, el paniaguado por independiente, el acomodaticio por audaz, el reaccionario por progresista, el lacayo por rebelde.
Pero cuando la caja está vacía, el poder no puede aplicar la única política que conoce, la del riego intensivo de la mal llamada «sociedad civil» con dinero público. En ese apuro, un grupo cerrado en torno a Mas organiza una gran campaña de marketing emocional que le exonera de sus responsabilidades como gobernante y que persigue el control de todos los recursos desde su origen. Lanzan mentiras tan groseras que ni siquiera aguantan hasta el final de la campaña electoral: es el caso de la fantasiosa permanencia en la Unión Europea de una Cataluña independiente. Los comunicadores del régimen disimulan y, no sin azoro, siguen reclamando por inercia lo que saben una ruina. ¿Hasta cuándo dominarán el espacio público? Lo cuenta La espiral del silencio: hasta que los calladitos detecten que la efectiva distribución de la opinión está en flagrante contradicción con su bonito y oneroso mundo virtual.
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