En dos semanas, los enemigos organizados de la democracia han retrocedido más que nunca
Y van dos. En quince días nos han llegado dos espléndidas noticias políticas para quienes creen en la libertad, en el carácter sagrado de la persona y en la ley. Y nos han llegado nada menos que del subcontinente que menos las genera tradicionalmente que es Latinoamérica.
El 22 de noviembre, en Argentina, el candidato Mauricio Macri daba el golpe de gracia a su rival Daniel Scioli, que intentaba asumir el legado de los Kirchner como presidente de Argentina. La derrota del peronismo en la segunda vuelta fue toda una epifanía para quienes se niegan a creer en el determinismo histórico que condena a ciertas naciones a miserias perpetuas. Absolutamente nada determina, indica o sugiere que los argentinos tengan que sufrir ni pasiones ni organizaciones ni instituciones políticas más infantiles, tóxicas, perversas o tullidas que las demás naciones. Aunque en el último medio siglo, las élites y las masas argentinas hayan pretendido hacernos creer que sí.
Lo mismo cabe decir de Venezuela, como Argentina, bendecida por todas los dones que la Naturaleza puede dar, que también ha sabido convencernos de que la riqueza puede ser la peor maldición para el desarrollo y la convivencia. Dos semanas después de la derrota del peronismo en Argentina, hemos asistido este domingo a la espectacular y dramática caída del chavismo, otra de las peores perversiones del pensamiento político enquistadas todas en Latinoamérica.
En realidad, la perversión es la misma, por mucho que adquieran diversas marcas, según el general y dictador que les dio su impronta. Amalgamados ideológicamente por el marxismo y el antiimperialismo, estos nacionalismos socialistas logran fundir fatuas legitimidades de los espadones del siglo XIX con la doctrina revolucionaria comunista que la Unión Soviética promovió muy especialmente en Latinoamérica a través de su único éxito, Cuba. Contó con la nefasta complicidad política y cultural de la intelectualidad y de la izquierda europea que los ayudó a hacer el daño que ellos no eran capaces de hacer en Europa. La Iglesia católica echó una mano para empeorar las cosas.
Pero estamos de enhorabuena. No hablemos de los desastres que promovieron los activistas de esta ideología en todo el subcontinente. Ni del inmenso dolor, los ríos de sangre y las dictaduras de todo signo que generaron los movimientos, bandas, organizaciones y partidos comunistas que hicieron de Latinoamérica el escenario supremo del asedio revolucionario. Porque tras quince años en permanente expansión gracias al talento y los petrodólares de Hugo Chávez, de los narcodólares y las multinacionales y sus tapaderas organizativas y los presupuestos de países miembros del Foro de Sao Paulo, esa Internacional Comunista para ricos, los movimientos totalitarios en la región encajan el más brutal de los golpes habidos.
Argentina y Venezuela abandonan el club del hampa internacional, del socialismo del siglo XXI. Es la venganza de la razón frente al veneno ideológico populista. Con efectos dramáticos. Imaginen que las FARC sean combatidas por sus hasta ahora socios en ese inmenso portaviones para la droga hacia EE.UU. y Europa en que han convertido a Venezuela los Castro y Chávez y Maduro. Imaginen que Cuba deja de percibir sus 100.000 barriles diarios gratis. Imaginen que salen a la luz génesis y pago de operaciones subversivas y terroristas contra democracias en todo el mundo, desde Líbano a EE.UU., desde Indonesia a España.
En dos semanas, los enemigos organizados de la democracia y la sociedad abierta han retrocedido más que nunca con guerras de insurgencia. Solo con votos e información. Que promueva verdad y sentido común. Si pueden triunfar en Argentina y Venezuela, países acostumbrados a que la riqueza pague la magia, también lo hará en otras sociedades más sobrias que necesitan tanto como ellas un nuevo ciclo de libertad hacia el bienestar y el desarrollo.
Hermann Tertsch - 09/12/2015
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