SI necesitáramos otro argumento para demostrar que el nacionalismo nubla las mentes, que no lo necesitamos, la propuesta de Oriol Junqueras de paralizar la industria catalana durante una semana sería la prueba definitiva. Se tiene a Junqueras por hombre cultivado y tranquilo. Lo que ha demostrado con su propuesta es una falta de alcances inaudita en alguien que aspira a gobernar un Estado y un temperamento muy parecido al del españolazo que rechaza ampliar el horario de calefacción de su bloque, para que se chinchen sus vecinos, no importándole a él pasar frío, situación más frecuente de lo que se cree. Aunque lo más extravagante es que se atreve a desafiar, no ya al Estado español, algo que hace a diario, sino a Bruselas, como si estuviera convencido de que la buena marcha de la UE depende de la de Cataluña.
Por más absurdo que parezca, sin embargo, no es la primera vez que comportamientos parecidos se dan hoy allí. Sin ir más lejos, el rechazo de la Generalitat de la oferta del Gobierno central a enviar aviones que ayudaran a apagar el incendio declarado en Gerona ilustra hasta qué extremos de cerrazón llega el nacionalismo. Menos mal que la tramontana no sopló fuerte, extendiendo el fuego a toda el área.
No estamos hablando, por tanto, de un hecho aislado ni, menos, de una anécdota. Estamos hablando de la médula del nacionalismo identitario, compuesto de un 95% de pasión y un 5% de razón, aunque los nacionalistas, todos ellos, en su delirio, intentan presentárnoslo como razonable e incluso como posible. En otro caso no se explica que Mas esté gobernando de hecho con Junqueras, e incluso acepte que le marque la hoja de ruta.
Lo más grave de todo, sin embargo, es que este delirio o espejismo, esta sinrazón emocional, se haya contagiado a buena parte de las fuerzas políticas españolas. La primera de ellas, al PSC, que gobernó con ERC en uno de los periodos más desventurados para Cataluña, política y económicamente, dejándola con las arcas vacías, y al PSC con un sonado fracaso electoral. Pero parece que no han aprendido y quieren más, tal vez porque el nacionalismo incluye también cierta dosis de masoquismo.
El PSC ha contagiado la querencia al PSOE de Rubalcaba hay que empezar a distinguir entre sus distintas facciones, que busca desesperadamente una fórmula para encajar españolismo y catalanismo, no encontrando otra que el federalismo más anacrónico y menos práctico, al poderse ser español y catalán de hecho, son lo mismo, pero no ser españolista y catalanista, formas extremas de ambas actitudes y, por tanto, contradictorias. Lo comprobó ayer Rubalcaba al no coincidir más que en dialogar con Duran Lleida, otro que baila en la cuerda floja. Pero ¿de qué?
Para resumir: esto empieza a parecerse a la Corte de los Milagros que nunca ocurrieron ni ocurrirán, aunque todo el mundo, bueno, casi todo, espera que ocurran. Por algo tenemos fama los españoles catalanes incluidos de preferir los milagros a la realidad.
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