lunes, 18 de noviembre de 2013

CASTELNUOVO, LOS TERCIOS ESPAÑOLES RESISTEN EL AVANCE TURCO DE BARBARROJA

Eran apenas 3.000, pero tuvieron en jaque a todo el ejército turco. Por desgracia, el de Castelnuovo no es un episodio que narre una victoria española, pero, por el contrario, si habla de valentía y heroísmo en el campo de batalla. Y es que, en 1.539 y a miles de kilómetros de España -en la actual Herceg Novi (Montenegro)-, un tercio comandado por Francisco de Sarmiento resistió hasta la muerte el asedio de nada menos que 50.000 turcos durante varios días. Aquella jornada, aunque combatir no sirvió para vencer, si permitió iniciar una leyenda que perdura hasta nuestros días.

Sentaba entonces sus reales posaderas en el trono español Carlos I (V del Sacro Imperio Romano Germánico). No pasaba por una buena época la cristiandad, que veía que las aguas del Mediterráneo escapaban a su control por culpa de un turco, el sultán Solimán, quien –junto al conocido pirata y almirante otomano Barbarroja- se había convertido en un molesto inconveniente para media Europa.

Por ello, y debido a las bofetadas constantes del turco por tierra y mar, no pasó mucho tiempo hasta que la cristiandad decidió formar la Santa Liga, una alianza militar mediante la que Carlos I, Venecia, Austria y el papado pretendían devolver a Barbarroja los espadazos que, durante meses, les había dado con su flota. Era el momento de atacar y derramar sangre en contra del Islam.

La Liga al ataque
Corría el año 1.538 cuando al fin, y con el pendón de la Santa Liga hondeando al viento del Mediterráneo, la alianza cristiana pasó a la acción y dirigió sus picas y arcabuces hacia Montenegro. En este territorio, perdido de la mano de Su Majestad Imperial, se ubicaba en la costa una fortaleza –la de Castelnuovo- protegida por una pequeña división turca que, a priori, nada podría hacer ante el poderío de la flota formada por españoles y venecianos.

«(La Santa Liga) se dirigió a Castelnuovo, en el golfo de Cattaro, con el propósito de hacer un desembarco y constituir allí un núcleo de fuerzas que extendiera en aquellas costas el predominio cristiano. El 24 de octubre arribaron a la boca del golfo (…) a 18 millas de Ragusa», explica el historiador Francisco de Laiglesia en su obra «Estudios históricos (1.515-1.555)».

Sabedores de que contaban con superioridad numérica, los aliados se limitaron a bombardear durante horas -desde tierra y galera- las murallas del castillo de Castelnuovo con su artillería. A su vez, pusieron cerco a la fortaleza y bloquearon la entrada a la plaza fuerte para evitar la entrada de víveres. Finalmente, parece que los turcos decidieron no morir por su país pues, al poco tiempo, rindieron la cimitarra a la Santa Alianza.

Sarmiento gobierna Castelnuovo
Con la fortaleza en poder cristiano, a la Santa Liga ya sólo le quedaba dirimir que nación pondría su insignia en las murallas. Esta tarea, como era de esperar, sembró la controversia entre los aliados. Sin embargo, y a pesar de que los venecianos reclamaron para sí la plaza en primer lugar, fueron finalmente los españoles los que tomaron posesión del castillo.

Así pues, los oficiales de Su Majestad Imperial recibieron el honor de quedarse con el lugar, pero también el deber de defenderlo ante el turco (una peligrosa misión pues, entre otras cosas, se hacía casi imposible recibir refuerzos y víveres rápidamente en aquel olvidado paraje del mundo). «(Al final) tomaron posesión de (Castelnuovo) el maestre de campo Francisco Sarmiento (…) y 2.500 españoles, soldados viejos de Lombardía. (…) Además de las fuerzas regulares españolas quedaron también 80 infantes albaneses y 25 jinetes», completa el experto en su obra.

Una vez establecida la guarnición que defendería la plaza, el resto de los soldados de la Santa Liga embarcaron en sus navíos y dejaron tras de sí, y a su suerte, a más de 2.500 de los mejores soldados de los que España disponía -3.000 según el periodista y experto en historia de España Fernando Martínez Laínez-. No lo sabían, pero sería la última vez que verían con vida a aquellos veteranos de los tercios.

Solo y con la responsabilidad de gobernar, Sarmiento recibió una carta en la que se detallaba pormenorizadamente la labor que debía acometer: «Primeramente el dicho maestre de campo (…) ha de hordenar y procurar, quel amistad y buena hermandad, que agora se tiene con los súbditos de (…) la Señoría de Venecia se conserve y aumente. Otrora se ha de procurar (…) buena amistad con los pueblos y gente principal de los cristianos moriacos (…) dando a entender a todos la potencia y benignidad de S.M y de la Santa Liga. Otrosi (…), y en caso que se tenga aviso cierto, si cerca deste lugar hay alguna banda de turcos, y pareciendo que se les puede dar alguna buena mano o encamiçada, y hazer buena presa de ellos ó de sus haziendas y ganados, podrá permitir el dicho maestre de campo que para tal caso puedan salir hasta myil hombres».

Barbarroja se arma
Sin embargo, y mientras los españoles ultimaban los pormenores del gobierno de Castelnuovo, los turcos preparaban sus sables para cobrarse la venganza por la toma de una plaza que, hasta hacía unos meses, estaba en su poder. Así, el calendario marcaba el año 1.539 cuando el conocido pirata y almirante otomano Barbarroja recibió órdenes de izar velas y partir con sus hombres hacia Montenegro.

«La resolución de Solimán de recuperar Castelnuovo como testimonio de su predominio en el Archipiélago Jónico, tuvo inmediata ejecución al comenzar la primavera de 1.539. Barbarroja reunió 200 velas, 150 galeras reales, bien armadas y provistas, y 70 galeotas, fustas y bergantines. Las fuerzas (que reunió) fueron 10.000 turcos y 4.000 jenízaros en la armada, y 30.000 hombres, con la caballería correspondiente», destaca el experto en su texto. Tan sólo unos meses después, las primeras naves se divisaron desde la fortaleza de Castelnuovo.

La suerte estaba echada para los hombres de Sarmiento quienes, sitiados y sin posibilidad de recibir refuerzos, iniciaron los preparativos para defenderse de aquel gran ejército que llamaba a sus puertas. De esta forma, sin nada más en su zurrón que la firme determinación de resistir lo suficiente como para llevarse al máximo número de enemigos a la tumba, los soldados de los tercios afilaron sus armas y limpiaron sus arcabuces dispuestos a librar su última contienda.

Las huestes de Barbarroja pisaron tierra a mediados de julio, aunque en escasa cantidad. Concretamente, desembarcaron unos pocos cientos de turcos con órdenes de reconocer el terreno. Sin embargo, los enemigos no llegaron a terminar su misión pues, haciendo acopio de toda su veteranía, los españoles les devolvieron al mar a base de pica, daga y arcabuz. La primera ofensiva se tradujo así en victoria para los tercios.

Pero la situación cambió rápidamente a los pocos días cuando Barbarroja ordenó bajar de los buques a sus más de 50.000 hombres. Ante la visión de un ejército de tales dimensiones, los españoles decidieron retirarse de los alrededores y establecerse en la fortaleza de Castelnuovo. Serían derrotados, pero venderían caro el resultado de la batalla. Por su parte, los otomanos dispusieron varias piezas de artillería en las colinas cercanas al castillo e iniciaron un bombardeo constante contra los hombres de Sarmiento los cuales, según Laiglesia, recibieron desde entonces varios centenares de balas de unas 100 libras (aproximadamente 45 Kg.).

A lo largo de varias jornadas, los hombres de Sarmiento demostraron su habilidad empuñando armas, pues resistieron, tajo aquí, sablazo allá, todos los intentos otomanos de hacerse con la fortaleza. Por ello, Barbarroja decidió ofrecer una salida honrosa los soldados de los Tercios al considerar que habían combatido con un valor que quedaría rubricado en las páginas de la Historia.

«El Berlebey de la romería, capitán del ejército, escribió a Sarmiento pidiéndole que se rindiese y dejase la tierra a su señor, quien le daría naves para pasar a Apulia con todo lo suyo y sin ningún daño», determina Laiglesia en su obra. En cambio, parece que la oferta no gustó demasiado en la pequeña e irreductible fortaleza, pues Sarmiento, tras reunirse con sus capitanes, envió a un emisario con el siguiente mensaje para Barbarroja: «Quel no se pensaba rendir por cosa alguna; antes pensaba morir con toda la gente defiendo la tierra».

El contenido de la respuesta de Sarmiento se ha ido diluyendo a lo largo de los años pues, a su vez, existe otra versión de la conversación apoyada por escritores y expertos como la que recogen Fernando Martínez Laínez y José María Sánchez de Toca en el libro «Tercios de España. La infantería legendaria»: «Los turcos ofrecieron a la guarnición una rendición honrosa, pero los sitiados les desafiaron a “venir cuando quisiesen”». Sea como fuere, lo único cierto es que aquellos soldados le dieron al pirata con el portalón en sus narices turcas.

La meteorología, en contra
Poco más tuvo que decir Barbarroja, y es que, ante la negativa de rendición, ya sólo esperaba la muerte al tercio de Sarmiento. En los días siguientes se acrecentaron las escaramuzas entre los turcos y los españoles -condenados pero todavía vivos, coleando, y con capacidad para atizar más de un arcabuzazo a sus asaltantes-.

De hecho, bien demostraron los defensores su habilidad en las pequeñas contiendas posteriores pues provocaron cientos de víctimas en el ejército otomano. Tan graves fueron los reveses, que el líder enemigo prohibió combatir cara a cara contra los cristianos hasta nueva orden. Y es que Barbarroja sabía que, si tenía paciencia, su poderosa artillería acabaría minando la moral y las vidas de los de Sarmiento.

Así pues, los turcos se limitaron, en el comienzo de comienzos de agosto, a ahorrar fuerzas y lanzar toda la munición posible sobre el castillo. A su vez, y como las desgracias siempre vienen acompañadas de sus ídem, la meteorología se puso en contra de los españoles al cargar contra ellos con el peor enemigo de la pólvora: la lluvia. Esta, convirtió los letales arcabuces en herramientas casi inservibles.

A sabiendas de la situación en la que se encontraban ya los de Sarmiento, Barbarroja ordenó, en la mañana del 7 de agosto, atacar la fortaleza y a sus últimos 600 defensores. Aquellos hombres eran lo único que quedaba de esos 2.500 valerosos españoles que, a miles de kilómetros de España, estaban dando sus vidas por un país que los había abandonado.

Hasta la muerte
En aquel asalto final, los restos del tercio resistieron espada y pica en mano hasta la extenuación. Sin embargo, la superioridad numérica terminó abrumando a los defensores y les obligó a retroceder y abandonar las defensas de las almenas. Pero lo peor estaba aún por llegar pues, durante un combate frenético, el líder que había mantenido con vida las esperanzas españolas -Sarmiento- fue herido en una de sus piernas primero y, posteriormente, asesinado por los turcos.

Ya sin expectativas, los capitanes y soldados españoles restantes fueron cayendo uno tras otro, siempre con sus armas en la mano, frente a una ingente cantidad de enemigos. Finalmente, la crónica de aquella matanza anunciada había tocado a su fin. Los que no fueron asesinados fueron condenados a galeras.

Una vez terminada la contienda, con los soldados de Barbarroja recuperando aún el resuello, los turcos tuvieron que llevar a cabo la desagradable tarea de detallar las bajas sufridas. Los números, como no podía ser de otra forma, les dejaron perplejos, pues contaron entre 12.000 y 20.000 muertos.

Habían acabado con un tercio español, pero también habían iniciado una leyenda que ha llegado hasta nuestros días. «La gesta impresionó a toda Europa y el hecho heroico fue cantado por muchos poetas de aquel tiempo, aunque hoy día pocos españoles (amnésicos de su propia historia) lo recuerden», determinan, por su parte, Laínez y Sánchez de Toca.

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