En aquellos tiempos en los que con sangre, sudor y lágrimas manteníamos un imperio en las cuatro esquinas del mundo, a menudo no era fácil discernir entre el uso de la pluma y el uso de la espada. Nuestros literatos tiraban con igual maestría del recado de escribir que del recado de matar o por lo menos malferir. Héroes en el campo de batalla y paladines sobre el papel fueron primero Garcilaso de la Vega y Francisco de Aldana, bravísimos capitanes imperiales, y también apostaron por Dios, por el Rey y por España Lope de Vega, Calderón, Cervantes, con su pensamiento y con su sable, o con su ingenio para el espionaje como Quevedo. Y muchos otros que supieron hacer convivir arcabuces y endecasílabos.
Vayamos pues con otro de estos hombres entregados a la literatura y a la causa imperial.
Se llamaba Don Alonso de Ercilla y Zúñiga, y además de pelear en Chile, escribió «La Araucana», gigantesco poema épico sobre la conquista de aquel país. Don Alonso, de buena familia y ligado a la nobleza, nació en Madrid, un 7 de agosto de 1533. Huérfano desde que tenía un año, su madre pudo introducirlo en la Corte como paje del futuro rey Felipe II, al que acompañaría en varios de sus viajes de juventud por Europa.
Pero pronto sentiría la llamada de mayores aventuras y proezas, por lo que en 1555 se embarcaba camino del Perú a las órdenes del maestre Jerónimo de Alderete. Dos años después llegaba a Chile, siendo entonces su capitán el nuevo gobernador del país andino,García Hurtado de Mendoza. Pronto empezaron los durísimos combates con los indígenas araucanos (también conocidos como mapuches), dispuestos a defender su tierra con todas sus energías. El propio Ercilla dejó constancia en «La Araucana» de que no era, precisamente, de los que solían ir en retaguardia: «Aquí llegó, donde otro no ha llegado, / don Alonso de Ercilla, que el primero / en un pequeño barco deslastrado, / con solos diez pasó el desaguadero / el año de cincuenta y ocho entrado / sobre mil y quinientos, por Hebrero, / a las dos de la tarde, el postrer día, / volviendo a la dejada compañía».
Don Alonso luchó bravamente en las cruentas batallas de Millarupe, Quiapo y Lagunillas, y se cuenta que fue incluso testigo de la muerte del cacique indígena Caupolicán, uno de los protagonistas de «La Araucana». Las crónicas, o las leyendas, también cuenta que Ercilla un mal día se vio envuelto en una trifulca con un compañero de armas, Juan de Pineda, y que entrambos habían de finiquitarse si no hubiese mediado el gobernador García Hurtado de Mendoza, quien mandó prenderlos y que como era hombre airado y de ánimo fulminante ordenó su ejecución. La gente pidió que la condena no se cumpliera, pero el gobernador se mantenía en su decisión. Aquí sí que cabe creer en la leyenda que cuenta que dos mujeres, una india y una española, se colaron en la habitación de García de Mendoza y tras muchos ruegos y súplicas le persuadieron de que perdonara a Pineda y a Ercilla.
Y así fue, aunque Don Alonso sería desterrado al Perú, de donde regresaría a España. En nuestro país, se casó con doña María de Bazán y fue nombrado gentilhombre de la Corte y Caballero de la Orden de Santiago. Vivió tranquilamente, dedicado a la escritura de La Araucana (dedicada a Felipe II), hasta su muerte en 1594.
Gran poema épico
«La Araucana», compuesta en octavas reales, dividida en tres partes con treinta y siete cantos, es el primer gran poema en forma clásica sobre nuestros hechos en América, escrita muchas veces en el campo de batalla, a pie de tierra.
Así lo contaba el propio Ercilla en su prólogo: «... muchas veces en cuero por falta de papel, y en pedazos de cartas, algunos tan pequeños que apenas cabían seis versos, que no me costó después poco trabajo juntarlos; y por esto, y por la humildad con que va la obra, como criada en tan pobres pañales; acompañándola el celo y la intención con que se hizo, espero será parte para poder sufrir quien la leyere las faltas que lleva...».
Desde su aparición, fue un libro de notable éxito, que por ejemplo dejó impresionado a don Miguel de Cervantes, otro patriota con la pluma y con la espada.
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