La crisis económica y el descrédito ganado a pulso por algunos políticos constituye el caldo de cultivo idóneo para los extremismos. Esta «tormenta» está propiciando el avance en Europa de una extrema derecha xenófoba y «populista» que reclama que se atienda primero «a los de casa». Pero España parece aún impermeable. ¿El motivo? La falta de «oferta política estatal de este signo», según el historiador Xavier Casals. Aunque la ultraderecha española sigue viva, está fragmentada, es marginal y se divide entre la vieja derecha franquista y nuevas versiones más modernizadas.
Llaman a la unidad de España, a la expulsión de los inmigrantes, al patriotismo de la nación. La mayoría rehúsa ser considerados como grupos de extrema derecha, o incluso simplemente de derechas —algunos visiblemente ofendidos—. Dicen estar al margen de cualquier ideología, o hasta por encima de ella. Esta última característica es la que distingue a la vieja derecha española de sus versiones más modernas.
La ultraderecha nostálgica, que sigue vinculada a los movimientos ultraderechistas de entreguerrras, que recuerda con añoranza las dictaduras nazi y franquista y que pretende restablecer el pasado, no es hoy más que pequeños grupos marginales.
La derecha de la «vieja escuela»
«Marginal, trasnochada, arcaica y copada por confidentes del Estado». Así es como definió para ABC Ricardo Sáenz de Ynestrillas a la ultraderecha española actual. Aunque asegura que jamás se consideró de extrema derecha, ha militado en muchas formaciones que, como reconoce, «eran y son extrema derecha». Es el caso de Fuerza Nueva o la Alianza por la Unidad Nacional. Lejos de aquellos tiempos en que llegó incluso a ingresar a prisión, ahora se dedica a arremeter contra nuevos grupos como España 2000, Plataforma por Cataluña y otros no tan nuevos, «neonazis disfrazados de socialpatriotas».
Casals explica que el franquismo «congeló el discurso de los años treinta» y evitó que evolucionara como en el resto de Europa. Además, ese discurso era claramente contrario a la España de la transición: «Cuando los españoles miraban al futuro, la ultraderecha franquista lo hacía hacia el pasado», apunta el historiador. «Tras las elecciones de 1982, hubo una clara ausencia de liderazgos claros. Solo Blas Piñar, entre el 79 y el 82, logró colar a la ultraderecha en el parlamento», añade.
Llaman a la unidad de España, a la expulsión de los inmigrantes, al patriotismo de la nación. La mayoría rehúsa ser considerados como grupos de extrema derecha, o incluso simplemente de derechas —algunos visiblemente ofendidos—. Dicen estar al margen de cualquier ideología, o hasta por encima de ella. Esta última característica es la que distingue a la vieja derecha española de sus versiones más modernas.
La ultraderecha nostálgica, que sigue vinculada a los movimientos ultraderechistas de entreguerrras, que recuerda con añoranza las dictaduras nazi y franquista y que pretende restablecer el pasado, no es hoy más que pequeños grupos marginales.
La derecha de la «vieja escuela»
«Marginal, trasnochada, arcaica y copada por confidentes del Estado». Así es como definió para ABC Ricardo Sáenz de Ynestrillas a la ultraderecha española actual. Aunque asegura que jamás se consideró de extrema derecha, ha militado en muchas formaciones que, como reconoce, «eran y son extrema derecha». Es el caso de Fuerza Nueva o la Alianza por la Unidad Nacional. Lejos de aquellos tiempos en que llegó incluso a ingresar a prisión, ahora se dedica a arremeter contra nuevos grupos como España 2000, Plataforma por Cataluña y otros no tan nuevos, «neonazis disfrazados de socialpatriotas».
Casals explica que el franquismo «congeló el discurso de los años treinta» y evitó que evolucionara como en el resto de Europa. Además, ese discurso era claramente contrario a la España de la transición: «Cuando los españoles miraban al futuro, la ultraderecha franquista lo hacía hacia el pasado», apunta el historiador. «Tras las elecciones de 1982, hubo una clara ausencia de liderazgos claros. Solo Blas Piñar, entre el 79 y el 82, logró colar a la ultraderecha en el parlamento», añade.
Uno de esos grupos nostálgicos del Franquismo es Infonacional. El creador de la página web aseguró a ABC que no le importa cómo los llamen, están hartos de «una democracia corrupta que no funciona y de que España no sea una, ni grande, ni libre». Admite que resucitarían «al Caudillo» y cree que «la gente tiene miedo a decir que es de derechas». Su plataforma fue una de las que, durante las dos huelgas generales de 2012, difundieron carteles que cambiaban el «huelga general» por un «vuelva, general».
El nuevo discurso populista
Casals distingue entre dos ciclos de «populismo español». El primero ligado a la abundancia económica y el segundo, a la escasez. Los años noventa fueron una época de populismo protestatario y antielitista en la que personalidades como Jesús Gil o Mario Conde dibujaron el perfil de hombres hechos a sí mismos, emprendedores y «pretendidamente perseguidos y acosados por un 'establishment' que se sentía amenazado con su ascenso». El eslogan era «Todos a por todas» y reflejaba las posibilidades de promoción generalizadas en una época de grandes oportunidades.
El segundo ciclo fue opuesto. La escasez generada por la crisis ha levantado entre el discurso populista el estandarte contrario: «repartir lo poco que hay en la caja común siguiendo criterios de prioridad o preferencia nacional».
Ese «¡Los autóctonos primero!» es precisamente el discurso que gobierna parte de Europa y que han abrazado los candidatos de la ultraderecha europea. En España aún no ha logrado presencia en las urnas, más allá de ganar representación en algún consistorio. El fuerte bipartidismo que componen PP y PSOE dificulta la aparición de alternativas políticas, sean del signo que sean, por lo que sus opciones se limitan al nivel local y a la periferia.
Son populistas porque buscan denominaciones inclusivas o aluden a valores. Buscan la transversalidad y huyen de situarse en la izquierda o la derecha. Se venden como antielitistas, como representantes del pueblo que se oponen a una elite que ha secuestrado la voluntad nacional y que además es la que favorece la inmigración. Su electorado, según apunta Casals, es «nihilista» y en él está sobrerrepresentado el voto «masculino, obrero, juvenil y con bajo nivel de estudios».
Esa «eventual derecha populista» de la que habla Casals encuentra a sus principales representantes en Plataforma por Cataluña, el partido de Josep Anglada, y en España 2000, en Valencia.
Plataforma por Cataluña (PxC) apareció en el panorama político en los comicios locales de 2003. Logró entonces 4 ediles, con un 0,4% de los votos. Pero su progresión ha sido continua y en las elecciones locales de 2007 se hizo con 17 ediles, hasta los 67 de 2011. El caso de España2000 es similar, aunque menos notable. Pasó de 2 ediles en 2007 a cuatro en 2011. El propio Anglada explicaba el pasado mayo a ABC que su formación no es «ni de derecha ni de izquierdas, sino una plataforma del sentido común al servicio del ciudadano». Anglada afirmaba que su electorado no viene de la derecha «sino del desencanto». El líder de PxC se vanagloria de que el atractivo de su partido sea «defender primero a los de casa, defender a los autóctonos de la invasión de los últimos años», aunque también dijo tener un «amplio programa» y trabajar para «denunciar la corrupción política».
El eslogan del partido es «Primero los de casa» y sus postulados antiinmigración han sido tachados por muchos como xenófobos. Cuando se le pregunta por ello, Anglada responde: «Si fuésemos racistas, la Ley de Partidos nos habría ilegalizado. Respetamos a los inmigrantes, pero en este país no cabemos todos», sentencia. Para Ynestrillas, Anglada es un «farsante populista» y un «hipócrita». El líder de España 2000, José Luis Roberto —con lemas como «los españoles primero» o «Ni uno más. Con seis millones de parados, sobran seis millones de inmigrantes»— sencillamente le parece «un mafioso valenciano».
«Una hormiga friki y trasnochada»
La extrema derecha existe en España, pero no está organizada como partido. Casals cree que el Partido Popular tiene y ha tenido una «habilidad notable» para adaptarse y ocupar el espectro del centro derecha español. Ynestrillas habla de grupos que en su fuero interno votan al PP, y que tratan de presionarlo para que se escore más a la derecha, «aunque son como una hormiga friki, trasnochada y egocéntrica, presionando a un elefante».
El presidente de la ONG Movimiento contra la Intolerancia, Esteban Ibarra, cree que se ha iniciado un proceso similar al de otros países europeos y, si no se toman medidas y la crisis sigue «cebándose con los desamparados, crecerán los radicalismos». «Son grupos agresivos y violentos, que se hacen notar en las calles y aunque no tienen presencia en instituciones, sí en el más de un millón de páginas web neofascistas que circulan por la red», indicó a ABC. Para Ibarra, el «público objetivo» de estos grupos son jóvenes que abandonaron el colegio para trabajar en la construcción, alentados por el acceso a grandes salarios. «Les intoxican tachando al inmigrante de culpable. Es una demagogia fácil y simplona» indica.
Casals cree que estamos ante una situación política imprevisible. «El PP sufre desgaste y el PSOE, estancamiento. Y no hay alternativas a nivel estatal», explica. Para cambiar las incertidumbres por certezas habrá que esperar. Al menos, hasta que pase la «tormenta».
Ver las otras dos entradas: aquí y aquí
Casals distingue entre dos ciclos de «populismo español». El primero ligado a la abundancia económica y el segundo, a la escasez. Los años noventa fueron una época de populismo protestatario y antielitista en la que personalidades como Jesús Gil o Mario Conde dibujaron el perfil de hombres hechos a sí mismos, emprendedores y «pretendidamente perseguidos y acosados por un 'establishment' que se sentía amenazado con su ascenso». El eslogan era «Todos a por todas» y reflejaba las posibilidades de promoción generalizadas en una época de grandes oportunidades.
El segundo ciclo fue opuesto. La escasez generada por la crisis ha levantado entre el discurso populista el estandarte contrario: «repartir lo poco que hay en la caja común siguiendo criterios de prioridad o preferencia nacional».
Ese «¡Los autóctonos primero!» es precisamente el discurso que gobierna parte de Europa y que han abrazado los candidatos de la ultraderecha europea. En España aún no ha logrado presencia en las urnas, más allá de ganar representación en algún consistorio. El fuerte bipartidismo que componen PP y PSOE dificulta la aparición de alternativas políticas, sean del signo que sean, por lo que sus opciones se limitan al nivel local y a la periferia.
Son populistas porque buscan denominaciones inclusivas o aluden a valores. Buscan la transversalidad y huyen de situarse en la izquierda o la derecha. Se venden como antielitistas, como representantes del pueblo que se oponen a una elite que ha secuestrado la voluntad nacional y que además es la que favorece la inmigración. Su electorado, según apunta Casals, es «nihilista» y en él está sobrerrepresentado el voto «masculino, obrero, juvenil y con bajo nivel de estudios».
Esa «eventual derecha populista» de la que habla Casals encuentra a sus principales representantes en Plataforma por Cataluña, el partido de Josep Anglada, y en España 2000, en Valencia.
Plataforma por Cataluña (PxC) apareció en el panorama político en los comicios locales de 2003. Logró entonces 4 ediles, con un 0,4% de los votos. Pero su progresión ha sido continua y en las elecciones locales de 2007 se hizo con 17 ediles, hasta los 67 de 2011. El caso de España2000 es similar, aunque menos notable. Pasó de 2 ediles en 2007 a cuatro en 2011. El propio Anglada explicaba el pasado mayo a ABC que su formación no es «ni de derecha ni de izquierdas, sino una plataforma del sentido común al servicio del ciudadano». Anglada afirmaba que su electorado no viene de la derecha «sino del desencanto». El líder de PxC se vanagloria de que el atractivo de su partido sea «defender primero a los de casa, defender a los autóctonos de la invasión de los últimos años», aunque también dijo tener un «amplio programa» y trabajar para «denunciar la corrupción política».
El eslogan del partido es «Primero los de casa» y sus postulados antiinmigración han sido tachados por muchos como xenófobos. Cuando se le pregunta por ello, Anglada responde: «Si fuésemos racistas, la Ley de Partidos nos habría ilegalizado. Respetamos a los inmigrantes, pero en este país no cabemos todos», sentencia. Para Ynestrillas, Anglada es un «farsante populista» y un «hipócrita». El líder de España 2000, José Luis Roberto —con lemas como «los españoles primero» o «Ni uno más. Con seis millones de parados, sobran seis millones de inmigrantes»— sencillamente le parece «un mafioso valenciano».
«Una hormiga friki y trasnochada»
La extrema derecha existe en España, pero no está organizada como partido. Casals cree que el Partido Popular tiene y ha tenido una «habilidad notable» para adaptarse y ocupar el espectro del centro derecha español. Ynestrillas habla de grupos que en su fuero interno votan al PP, y que tratan de presionarlo para que se escore más a la derecha, «aunque son como una hormiga friki, trasnochada y egocéntrica, presionando a un elefante».
El presidente de la ONG Movimiento contra la Intolerancia, Esteban Ibarra, cree que se ha iniciado un proceso similar al de otros países europeos y, si no se toman medidas y la crisis sigue «cebándose con los desamparados, crecerán los radicalismos». «Son grupos agresivos y violentos, que se hacen notar en las calles y aunque no tienen presencia en instituciones, sí en el más de un millón de páginas web neofascistas que circulan por la red», indicó a ABC. Para Ibarra, el «público objetivo» de estos grupos son jóvenes que abandonaron el colegio para trabajar en la construcción, alentados por el acceso a grandes salarios. «Les intoxican tachando al inmigrante de culpable. Es una demagogia fácil y simplona» indica.
Casals cree que estamos ante una situación política imprevisible. «El PP sufre desgaste y el PSOE, estancamiento. Y no hay alternativas a nivel estatal», explica. Para cambiar las incertidumbres por certezas habrá que esperar. Al menos, hasta que pase la «tormenta».
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