Hace unas semanas un actor español declaraba que no podía haber intelectuales de derecha porque los intelectuales se caracterizan por cuestionar el poder. Unas declaraciones de prensa no son, desde luego, un ensayo filosófico ni un tratado de teoría política, de manera que no sé muy bien qué es lo que entiende este actor por «intelectuales», por «derecha» y por «poder». Pero la frase de este simpatizante confeso de la izquierda me sugirió que quizá fuera bueno puntualizar algunos de los conceptos que utilizaba en su tajante afirmación.
Podemos recordar que la palabra «intelectual» surgió en el «affaire Dreyfus» para calificar a los escritores que, como Zola, apoyaron al capitán judío injustamente condenado. Pocos años después, Lenin, del que se pueden decir muchas cosas malas, pero no que fuese tonto, durante la Guerra del 14-18 conoce en Zúrich a un joven comunista alemán, de inteligencia portentosa, que se llamaba Willi Münzenberg y al que fichó inmediatamente para trabajar junto a él.
Así, cuando, en 1919, después de haber implantado el comunismo en Rusia, Lenin fundó la Comintern (la Internacional Comunista) para extender el credo comunista por todo el mundo, encomendó a Münzenberg una misión trascendental, que el alemán iba a cumplir de manera más que satisfactoria: lograr que los artistas, escritores, pintores, músicos, cineastas, profesores y todos los que los bolcheviques denominaban «fuerzas del arte y de la cultura» que vivían en Occidente, y a los que empezó a llamar «intelectuales», mostraran su simpatía y su apoyo a la revolución rusa.
No buscaba Münzenberg que esos artistas y escritores abrazaran expresamente la causa del comunismo. Mucho más inteligente, comprendió que eran más útiles para el triunfo del comunismo si lo apoyaban desde fuera, si se convertían en «compañeros de viaje» que alababan los sedicentes logros comunistas y criticaban a los que se oponían al comunismo tildándolos de «reaccionarios».
La labor de Willi Münzenberg en los años veinte y treinta fue portentosa y consiguió que muchísimos «intelectuales» occidentales actuaran como «tontos útiles» del comunismo. La organización de congresos de escritores, la firma de manifiestos y cartas, el lanzamiento de campañas de apoyo a la URSS, los viajes propagandísticos a la Unión Soviética, todo lo utilizó el genial Münzenberg para crear en Occidente un ambiente comprensivo, cuando no claramente favorable, para con el comunismo. Y lo utilizó con tanto éxito que, desde entonces, «intelectual» se convirtió en sinónimo de simpatizante de los diferentes partidos comunistas.
En este sentido, el juicio sintético de nuestro actor metido a pensador político es correcto: un «intelectual», en el sentido que le otorgaron las mentes de Lenin y de Münzenberg, es un compañero de viaje del comunismo, que, junto con el nazismo, ha sido el más liberticida y sanguinario de los sistemas políticos que el hombre ha ideado, y que, sin embargo, sigue siendo considerado como suyo por muchos partidarios de la izquierda, y quizá por este mismo actor.
Lo que ya no está tan claro es que los «intelectuales» en el sentido münzenbergiano hoy se enfrenten al poder. La experiencia española de las últimas décadas demuestra, por el contrario, que esos «intelectuales» han mantenido siempre una obediencia ciega a lo establecido por los mandarines y los gurúes de la izquierda, que se comportan como inquisidores de la secta cuasi religiosa del progresismo. La obediencia al poder constituido en el mundo de lo que llaman la cultura es la seña dominante de estos sedicentes intelectuales españoles. Obediencia que tiene su premio porque ninguno de ellos podrá decir que apoyar al establishment progresista le ha supuesto la menor pérdida en su trabajo o en sus ganancias, sino todo lo contrario.
Por tanto, posiblemente tiene razón nuestro actor cuando identifica «intelectual» con compañero de viaje de la izquierda. Pero no la tiene cuando pretende hacernos creer que esos «intelectuales» llevan en su seno el menor germen de rebeldía frente a lo establecido. Todo lo contrario, lo que les caracteriza es la obediencia, bien remunerada, eso sí, pero obediencia.
P. S. El cuerpo de Willi Münzenberg fue hallado medio descompuesto en un bosque francés en 1940, y todo parece indicar que fue asesinado por orden de Stalin, que no tenía mucha simpatía por este alemán que había sido tan cercano a Lenin.
P. P. S. Otro día hablaremos de los escritores, artistas, profesores e investigadores que sí se oponen hoy al establishment de la izquierda y que están esperando que llegue un Münzenberg que sepa aprovechar el valor con que se enfrentan a ese establishment.
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