El populismo asociado a los batasunos para blanquear el relato posterrorista. Estrategia de deslegitimación del sistema.
Como el ruido de la investidura había opacado la salida de prisión de Arnaldo Otegi, alguna lumbrera pensó llevarlo al debate en la tribuna de invitados. Al final prevaleció un mínimo de cordura y la provocación filoetarra tendrá que esperar ocasión más propicia. Pero pronto asistiremos a la consagración de la penúltima impostura del conglomerado batasuno y sus flamantes amigos de la izquierda radical española: la operación Mandela. La presentación como un héroe y un mártir de quien no ha sido más –así lo recoge la sentencia– que el jefe del brazo civil de la ETA. Un terrorista en comisión de servicios.
Ese movimiento en ciernes para convertirlo en candidato a lendakari, a expensas de que se aclare el alcance de su inhabilitación para ejercer cargos públicos, constituye un desafío moral y político a la democracia porque pretende blanquear el relato del fin de la violencia. La novedad del caso es que colaboran en el tradicional empeño del radicalismo vasco nuevos aliados que buscan la rescritura del posterrorismo: los independentistas catalanes, los anarcosecesionistas de las CUP y, cómo no, los líderes de la franquicia chavista en lógica empatía con quien se ha declarado simpatizante bolivariano.
Esos líderes que consideraban a ETA pionera en el descubrimiento de que la Transición fue una farsa celebran ahora la excarcelación de Otegi como un preso de conciencia. Nada raro si se tiene en cuenta que Zapatero lo declaró «hombre de paz» y que el propio juez que lo procesó por reconstruir Batasuna pedía hace seis meses su salida del talego. A eso se le llama una crisis de arrepentimiento.
Esta coalición propagandística entraña más peligro que la tradicional matraca batasuna porque se enmarca en el discurso creciente de la deslegitimación del sistema. El soberanismo tiende a presentar al Estado como una especie de dictadura camuflada que oprime los derechos de los pueblos, y el populismo leninista se asocia a esa reivindicación articulando una narrativa histórica ficticia del proceso democrático y de su resistencia a la coacción sangrienta. Lo que está en juego es, pues, el sentido mismo de la lucha antiterrorista que venció a la banda armada; no sólo la dignidad y la memoria de las víctimas ni la propia dimensión de la justicia sino el largo sacrificio de un país sometido a una estrategia de sufrimiento autoritario.
Y esa batalla no se puede perder, y menos por desatención o desidia. Nadie frena a los líderes de Podemos cuando retuercen el pasado para reclamar la legitimidad republicana, ni cuando publicitan un relato siniestro y denigrante de la etapa constitucional, ni cuando bosquejan el cuadro nihilista de la España contemporánea. Pero la guerra contra el terrorismo es casi un hecho fundacional del sistema de libertades. Renunciar a la custodia moral de ese legado equivale a permitir la malversación de un holocausto.
IGNACIO CAMACHO – ABC – 05/03/16
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