El politólogo Víctor Lapuente destaca que para Pablo Iglesias la política no es el arte de la persuasión, sino “una guerra de ganadores y perdedores”
El politólogo Víctor Lapuente, profesor en el Instituto para la Calidad de Gobierno en la Universidad de Gotemburgo, publicó en 2015 un ensayo intitulado 'El retorno de los chamanes' (Península) en el que desmonta Podemos y disecciona su estrategia para “tomar el cielo por asalto”.
Los partidos como el de Pablo Iglesias, “no han nacido para reclamar propuestas maduradas a lo largo del tiempo, sino para protagonizar un cambio rápido. Son el fast food de la política. Del Frente Nacional [Francia] a Syriza [Grecia], los partidos del fantasma [populista] que recorre Europa perciben la política como un juego necesariamente de suma cero o negativa: lo que otros ganan, nosotros lo perdemos… y viceversa. La política es una guerra de ganadores y perdedores, donde el arte de la persuasión, del convencimiento del adversario para alcanzar consensos en políticas determinadas, ocupa un valor subordinado. (…) Sin duda, muchos de esos partidos acaban pactando. Por ejemplo, para asegurarse las alcaldías de Madrid y Barcelona, pero no están en la política para pactar políticas públicas”.
Su primera opción es plantear la política “como una batalla épica entre el bien y el mal” y “esperar a que el sistema político implosione para postularse ellos como los purificadores”. De ahí que no pueda extrañar que Iglesias reclame el control de las políticas para “pasar la escoba” contra la corrupción con una Secretaría de Estado que dependa directamente de él. Su creatividad “no son sus políticas, sino sus eslóganes”, como corresponde a un partido nacido en las tertulias televisivas.
“Desde los tiempos de la cruzadas, nada ha resultado tan exitoso para aunar voluntades colectivas en tiempos de crisis como señalar a unos responsables”
Lapuente afirma que “los partidos de la nueva política triunfaron porque entendieron la lección de la historia mejor que nadie. En lugar de ser constructivos y perderse con los detalles de políticas concretas, utilizaron la estrategia negativa: señalar a los culpables. A corto plazo, la ira motiva más que la reflexión”.
El politólogo explica que “desde los tiempos de la cruzadas hasta los fascismos de entreguerras, nada ha resultado tan exitoso para aunar voluntades colectivas en tiempos de crisis como señalar con el dedo a unos responsables: los infieles, los herejes, los protestantes, los judíos, los catalanes (o “Madrit”), la casta… (…) Para aunar apoyos, los dirigentes de estos movimientos deben ser artistas capaces de pintar una gran mayoría muy blanca y una pequeña minoría muy negra. (…) Personificar las causas de nuestros males en grupos estratégicamente escogidos por su pequeño tamaño y su gran visibilidad es electoralmente más rentable en tiempos de crisis que presentar programas concretos”.
Los partidos como Podemos proyectan “su preferencia por el poder fuerte y centralizado no solo de forma externa, sino también interna. Los partidos del fantasma [populista], con muy pocas excepciones, se estructuran de forma muy vertical, con el poder concentrado en unos líderes entre carismáticos y mesiánicos. Marine Le Pen, Tsipras, Farage, Akesson, Iglesias: todos jóvenes pero sobradamente telegénicos. Prometen devolver al pueblo el poder que una casta ha secuestrado. Para conseguirlo, necesitan un amplio margen de maniobra. No se enfrentan a otros partidos políticos parecidos, sino a los intereses fácticos que controlan la política”.
Podemos apuesta por un poder centralizado, con “líderes entre carismáticos y mesiánicos, sobradamente telegénicos”
Además, “tejen un discurso patriótico” en el que lo más llamativo “no es solo que usen la palabra patria, sino el énfasis con que lo hacen”, aprovechando que “patria” es una “palabra políticamente mágica” porque puede llenarse de cualquier contenido. No son internacionalistas, como ha sido la izquierda tradicional, sino que profesan un fuerte “nacionalismo antieuropeísta”.
A la postre, y de ahí su éxito, “el charlatán es un asidero firme en la tempestad: tranquilos, nosotros arreglamos esto”. “En sus distintos disfraces, es tremendamente seductor. Su discurso enamora porque satisface dos necesidades humanas muy básicas: la sed de verdad y la de justicia”.
Pero, para no sesgar el análisis y atender a sus propios errores, los partidos tradicionales debieran tener claro el contexto: “Los terremotos en los sistemas de partidos suelen venir precedidos de cambios en las estructuras económicas que, a menudo, pasan inadvertidos. Es bien sabido que, mientras ocurría la mayor conmoción económica de la historia, la Revolución Industrial, una gran parte de la ciudadanía británica no se daba cuenta. (…) Algo parecido está ocurriendo con la Revolución Tecnológica”. Los partidos como Podemos se nutren electoralmente de los descolgados de los beneficios de la globalización, pero “estas formaciones no habrían prosperado si sus simpatizantes más activos hubiesen carecido de los recursos, tanto económicos como de capital humano, necesarios para convertir un grupo de opinión en un partido político con implantación territorial”.
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