Los socialistas pueden someterse a Iglesias o pueden enfrentarse a él en unas nuevas elecciones, para intentar confinarlo en ese arrabal de marginalidad en el que hasta ahora siempre han conseguido confinar a otros líderes comunistas. Pero a Pablo Iglesias le tienen miedo porque cree en unos principios que aplica a rajatabla.
Y el problema no es que los principios de Pablo Iglesias sean erróneos, nefastos o destructivos; el problema es que enfrente no tiene más que gente pusilánime, o bien aprovechateguis aspaventeros, que han aparcado sus principios (si es que alguna vez los tuvieron) y se guían sólo por intereses. Este posibilismo complaciente y acomodaticio, que ha guiado durante décadas el llamado «consenso», es más pernicioso que el presunto odio de Iglesias, que a fin de cuentas es el moho nacido de la podredumbre del posibilismo. Tal vez Iglesias odie, como pretenden sus detractores; pero la tragedia verdadera es que enfrente no tiene, ni a derecha ni a izquierda, a nadie que ame.
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