La batalla de Ceriñola marcó el inicio de la hegemonía española en los campos de batalla durante casi 150 años. Marcó el declive de la caballería pesada como arma fundamental en el campo de batalla, en favor de la infantería. Se podría decir que las tácticas de Gonzalo Fernández de Córdoba, “el Gran Capitán”, se adelantaron cuatro siglos a las del mismísimo Napoleón.
La batalla de Cerignola, el inicio del conflicto
Las discrepancias fronterizas entre franceses y españoles tras la repartición del reino de Nápoles, motivaron la invasión francesa del mismo en 1502. El Gran Capitán, con fuerzas menores, hubo de batirse en una retirada controlada, asediando a los franceses con incursiones nocturnas y emboscadas (aprendidas de su experiencia en la Guerra de Granada), minando la moral francesa, ya que no estaban acostumbrados a ese tipo de guerra.
LA BATALLA DE CERIGNOLA |
La victoria del almirante Juan Lezcano sobre el francés Prijan en la batalla de Otranto, permitió a los españoles reforzarse con lansquenetes alemanes, con los que Gonzalo Fernández inició una novedosa y fulgurante ofensiva en la primavera de 1503. El Gran Capitán ordenó a sus caballeros que transportasen en sus caballos a soldados de infantería para avanzar con mayor rapidez, algo revolucionario en la época ya que atentaba contra el honor de los caballeros, y ante las quejas de los mismos, transportó él mismo a un infante.
Con tan revolucionaria (para la época) acción, el ejército español llegó a la pequeña villa de Ceriñola, en la Apulia italiana, con tiempo suficiente para preparar su defensa ante la inminente llegada del ejército francés. El Gran Capitán, ordenó ordenó cavar un foso y con la tierra extraída levantar un parapeto sobre el que se clavaron afiladas estacas, lo que le permitió situar a sus tropas en una posición fortificada en un enclave elevado, como era el de la villa de Ceriñola.
El Gran Capitán |
El 28 de abril de 1503 se presentó el ejército francés al mando de Luis de Armagnac, conde de Guisa. Contaba con 1.000 hombres de armas (caballeros con armaduras), 2.000 jinetes, 6.000 infantes, 2.000 piqueros y 28 cañones. Gonzalo Fernández alineaba a 600 hombres de armas, 5.000 infantes, 2.000 mercenarios alemanes y 18 cañones, lo que daba una superioridad en caballería y en artillería a los franceses, que se las prometieron muy felices. Sin embargo, el Gran Capitán estaba a punto de revolucionar el arte de la guerra para siempre, con una rapidez sorprendente para la época pues en apenas una hora de combate, la batalla quedó decidida.
Los franceses cargaron con su caballería, provocados por el Gran Capitán que conocía su entusiasmo por ese tipo de maniobras, atrayendolos al alcance de su inferior en número, pero bien posicionada artillería. A medida que la carga francesa se acercaba a las posiciones españolas, éstos cayeron bajo el fuego de los arcabuceros españoles. Al llegar al foso cavado por los españoles, espinado de estacas, trataron desesperadamente de encontrar una vía de entrada a la posición española, mientras eran tiroteados con una cadencia brutal, letal y constante por los arcabuceros españoles, que abatieron al mismísimo Luis de Armagnac, descabezando al mando francés.
Viendo a su caballería en apuros, todo la infantería francesa entró en combate atacando a los españoles, pero nuevamente los arcabuceros diezmaron sin piedad a los infantes en su aproximación, esta vez sin la ayuda de la artillería española, ya que accidentalmente toda la pólvora de los cañones explotó. El Gran Capitán, testigo del incidente, arengó a sus hombres:
Ánimo! ¡Estas son las luminarias de la victoria! ¡En campo fortificado no necesitamos cañones!
Cuando los franceses estaban ya demasiado cerca de la posición española, El Gran Capitán ordenó cambiar a los arcabuceros por los piqueros alemanes, que terminaron de rechazar, frescos como estaban, a los diezmados y confusos franceses, que se retiraron perseguidos por la caballería española, rodeándolos y obligandoles a rendirse.
En apenas una hora de combate, el Gran capitán puso patas arriba toda la estrategia militar de la época, marcando la supremacía continental española durante casi 150 años. La importancia de la infantería, en especial de los arcabuceros, y la fortificación y elección del terreno, pasaron a ser el pilar de cualquier victoria futura, sembrando las bases de la guerra moderna, en las que pequeñas unidades móviles e independientes, aventajaban a los grandes ejércitos agrupados en bloques demasiado numerosos, y que en esencia dieron lugar al concepto de los Tercios españoles, compuestos en tres partes por arcabuceros, rodeleros (infantería ligera armados con espada y rodela) y piqueros.
El camino español |
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