domingo, 10 de septiembre de 2017

UNA SOCIEDAD ENFERMA: LA ESTUPIDEZ DE LA BURGUESÍA CATALANA QUE CULPA A ESPAÑA DE SUS FRACASOS

La indiscreta estupidez de la burguesía catalana

Entre los deportes de riesgo extremo, puenting, escalada, surf, etc. habría que catalogar uno nuevo, quizás el más peligroso de todos: “un catalán votando”. Nadie que conozca Cataluña puede comprender que tan buena gente tenga tan pésimos representantes.

Es el síndrome del pihippy, del burgués antisistema, del millonario de izquierdas que ha hecho su fortuna con prebendas públicas obtenidas precisamente por ese izquierdismo. No hace falta dar nombres, todos sabemos, por ejemplo, quiénes, con ese perfil, controlan los medios de comunicación de Cataluña y algunas cadenas de televisión nacionales.

Es muy cool pasear por el Círculo Ecuestre o por el Real (?) Club de Polo, quejándose de Madrit, soñando con una Cataluña libre, Arcadia feliz, por fin liberada de la rémora de España, su sanguijuela eterna, la tenia que impide su desarrollo.

Así una burguesía que debe su riqueza a la existencia de un arancel que ha protegido siempre sus productos a costa de encarecerlos en el mercado nacional en perjuicio de otras regiones, por ejemplo Valencia, que hubieran prosperado muchísimo más en un marco de libre cambio con el exterior, ha presumido constantemente de que han sido sólo su esfuerzo y su gran habilidad empresarial los creadores del tejido industrial catalán. Son sólo Cataluña y los catalanes los responsables de que exista esa riqueza en esa región.

Todos sabemos que SEAT, por ejemplo, es una empresa creada por catalanes exclusivamente que, con su laboriosidad e ingenio, inventaron el automóvil, que la Barcelona Traction and Power fue la inventora de la electricidad y el modelo de todas las compañías eléctricas del mundo, sobre todo por su seriedad financiera, porque las finanzas catalanas siempre han sido ejemplares, el ejemplo a seguir por todos los sistemas financieros desarrollados, que ven con admiración los ejemplos de Banca Catalana, de Caixa Catalunya y de la existencia de la propia Bolsa de Barcelona, otro caso de envidia de Madrit, culpable de la desaparición del ejemplar Mercado Libre de Valores de Barcelona cuyas estafas y quiebra final debieron ser seguramente obra de no catalanes infiltrados. Y da igual que autores tan poco sospechosos de anticatalanismo como Vicens Vives o Jordi Nadal, de quien tuve el honor de ser alumno, sostengan lo contrario, eso no es cool, mejor olvidarlo.

Porque si hace falta mentir y cambiar la historia pues se hace: el reino de Aragón no existió, Casanovas fue un patriota catalán ejecutado por Blas de Lezo, lo que supuso que Cataluña perdiera su independencia en 1714, Franco conquistó Cataluña a sangre y fuego y los patriotas catalanes la defendieron bravamente hasta el último momento y luego se mostraron como antifranquistas irredentos durante cuarenta años, etc.

El problema es que en la realidad esa burguesía dominante nunca ha sido tan brava, los bravos en Cataluña, desde el Noi del Sucre hasta Durruti, han sido los anarquistas, desde el XIX una fuerza muy importante en esa región, primero de forma revolucionaria, hasta que un imperialista español, jerezano, acabó con ellos entre aplausos, hoy también negados, de esa burguesía; posteriormente consiguiendo batir en toda la línea a las fuerzas regulares del ejercito español en julio de 1936, mérito que les fue reconocido con su exterminio posterior por los comunistas, porque Stalin les tenía el mismo cariño que a los burgueses, quienes a su vez, visto lo visto, empezaron a pensar que igual se habían equivocado de bando en la guerra, lo que permitió por ejemplo que Yagüe entrase en Barcelona desfilando por la Diagonal, sin un tiro ni de paqueo.

Pero ya sabemos que todo eso es mentira, propaganda españolista, una vez más esa burguesía reincide en su absurda querencia y se apoya en los actuales antisistema, les sigue el juego, es cómplice con ellos de todas las ilegalidades habidas y por haber y vuelve a ser su cautiva, en una especie de síndrome de Estocolmo inexplicable porque, ¿de verdad alguien con un mínimo sentido común cree en la viabilidad de una nación independiente catalana regida por los políticos que están ciscándose en todos los principios democráticos y ensuciando con su presencia todas sus instituciones? ¿De verdad se sienten representados por ellos?

Y volverá a pasar lo de siempre: la ilegalidad será derrotada en el juego democrático, pero los anarquistas se lanzarán a la conquista de la calle, viviremos jornadas de fuego y sangre, que nadie lo dude, una horda que deja arrasadas las Ramblas cuando celebra un título de liga del Barcelona incendiará algo más que contenedores de basura, para, finalmente, tras algunos centenares de muertos, asistir a otro desfile triunfal por la Diagonal entre ovaciones. Y vuelta a empezar en ese trágico bucle que es la verdadera historia catalana, la que ni se cuenta ni se explica y por eso estamos condenados a repetirla.




Guruceta 

La excitación que el referendo causa en personas por lo demás sensatas se explica por lo que tiene de revancha

Éste es el referendo de las mil batallas perdidas. El Barça y el catalanismo, que tantas veces se han expresado en un solo clamor, son el mismo río que lleva las frustraciones de tantos y tantos catalanes. Un entremezclado sentimiento de agravio, desde Guruceta hasta 1714, ha servido para cancelar cualquier autocrítica, justificar toda clase de mediocridades y convertir cada derrota en un atraco y vivirla desde una endogámica superioridad moral que ha traído más derrotas y más amargas, como siempre que buscamos culpables ajenos en lugar de entender nuestros errores y aprender de ellos.

La excitación que el prometido referendo causa en personas por lo demás sensatas se explica por lo que tiene de revancha. Con él pretenden ganar en el descuento todo lo que en su vida perdieron. La Guerra Civil, el sesentayocho, no haber llegado nunca a ser más inteligentes que sus padres pese a las infinitas lecciones que les dieron, el penalti de Guruceta, que Franco se les durmiera, el odio a la Iglesia, el desprecio de Dios y ese relativismo de listillo universitario que de muy jóvenes les llenó de orgullo y les vació de dignidad y que ha sido la madre de todos sus naufragios. Hay muchos, muchísimos catalanes entre 40 y 70 años que sangran por estas derrotas vividas o heredadas y que pese a ser de clase alta, o media alta, y a la discrepancia formal con la CUP, embisten con su misma desesperación, con su misma rabia.

Tal vez sea su última oportunidad para resarcirse de su derrota permanente y por eso buscan con la independencia de Cataluña -que hace cinco años que les importa, nunca antes- dar un destino a sus vidas que al final las salve de esa vulgaridad, amorfa y sin esperanza, a la que siempre conduce la arrogancia. Esta pulsión, tan emocional, cocida al fuego humillante de tantísimos fracasos, explica la transversalidad del independentismo y por qué en determinados ambientes de bienestar y orden se llega a coquetear con lo revolucionario. El catalanismo, como el barcelonismo, se basa en un sentimiento de agravio, en una supuesta deuda eterna, en una rabia alimentada de generación en degeneración que en todo te da la razón y que de cualquier culpa te libera. 

La idea de que España nos odia, nos perjudica, nos hace trampas y nos roba ha promovido no sólo un catalanismo sino una sociedad catalana ajena a la autoexigencia, narcisista, autocomplaciente, que está tan persuadida de tener razón que la menor discrepancia la ve como un insulto o como una traición, como el sonido del silbato de Guruceta o los cañones del duque Berwick justo antes de que capitulara Barcelona.

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