La noche del 23 de febrero de 1524, los hombres de Pescara penetraron en las líneas francesas en una maniobra conocida por los españoles como «encamisada» y causaron el caos en el doblemente fortificado campamento de Francisco I
Fernando de Ávalos (Nápoles, 1489) procedía de una familia castellana que había sido desterrada a Valencia primero y a Sicilia después, de modo que era un castellano perdido en la Italia del siglo XV. O lo que es lo mismo: un condottieri con acento español y también con un toque espartano. «Aut cum hoc aut in hoc» («retorna con él o sobre él»), decía la divisa escrita en el escudo que portaba en el campo de batalla, inspirado en aquella frase que las madres espartanas destinaban a sus hijos.
La familia de los Pescara estaba tan bien relacionada en Italia como para que Fernando de Ávalos, el heredero del linaje, fuera prometido a la edad de 6 años con Vittoria Colonna, hija del condotiero Fabrizio Colonna. El matrimonio se celebró el 27 de diciembre de 1509 en Ischia y resultó una historia de amor al más puro estilo renacentista. Los Colonna, de amplia presencia en Nápoles y Roma, estaban aliados con Fernando El Católico, por lo que la unión entre aquellas dos grandes familias italianas reforzaba el poder castellano aragonés en la Península.
Bautizo en Rávena y victoria en Génova
Los Colonna y los Pescara se sumaron al cuadro de oficiales del ejército hispánico que surgió tras la salida del país del imbatido Gran Capitán. En 1511, Julio II convenció a España y Venecia para formar una Liga Santa que defendiera Roma de las tropas de Luis XII de Francia. El Papa consideró que el Gran Capitán sería el general óptimo para la coalición, si bien Fernando se negó y propuso que el candidato fuera el nuevo virrey de Nápoles, Ramón Folch de Cardona, natural de Lérida, que iba a resultar un hombre timorato e incompetente. Fabrizio Colonna, representante papal y suegro de Fernando de Ávalos, reconoció al momento la incompetencia de Cardona y recomendó, en contra de la opinión española de permanecer atrincherados en la batalla de Rávena (1512), que la caballería aliada saliera a luchar contra los franceses.
Cuando a Colonna le fue negado por enésima vez la posibilidad de cargar, el bravo italiano respondió con una grosería antes de partir en una desesperada carga contra los cañones franceses que estaban machacando las trincheras aliadas: «Todos vamos a morir por la vergonzosa obstinación y la malignidad de un marrano». No en vano, la acción de Colonna, al mando de la caballería papal, fue seguida por el resto de unidades de jinetes, entre ellos la dirigida por Pescara.
Fernando de Ávalos, de 22 de años, tuvo una de sus primeras experiencias militares de envergadura en la batalla Rávena. Al igual que su suegro tomó la decisión de cargar por su cuenta al ver que la caballería no tenía ninguna opción si permanecía encerrada. Y al igual que él terminó la jornada prisionero de los franceses en lo que fue la mayor derrota española en el siglo XVI en Italia. En total hubo 11.000 muertos, a pesar de que la infantería española «sostuvo, sin fruncir el ceño, el empuje del bosque ondulante de las lanzas alemanas» (Michelet).
Como narra Pierre de Bourdeille en «Bravuconadas de los españoles», el Marqués de Pescara combatía con denuedo en Rávena, cuando su ayudante, un hombre muy honrado llamado Placidio de Sangro, buscó al marqués y le dijo:
– O caballero valeroso, pues que no es cosa de ánimo varonil, sino de un loco, contrastar tanto tiempo con la fortuna contraria; en tanto que el caballo está sano, y las fuerzas bastan, libraos de la muerte y guardaos para mejor ventura.
– De buen grado obedecería, o siguiera muy fiel este consejo saludable si me persuadierais [de que es] cosa tan honrosa quanto segura; antes quiero yo que me lloren mis amigos muerto con honra, que yo llorar affrentosamente con vida infame en mi casa tantas muertes de tan grandes capitanes –contestó el noble español–.
Durante su cautiverio, Pescara compuso el Discorso dell’amore, dedicado a su esposa, también poetisa. Sin embargo, la intervención de uno de los más destacados generales franceses, el italiano GianGiacomo Trivulzio, que había tomado parte en el concierto de su matrimonio, permitió que en poco tiempo el Marqués de Pescara fuera liberado tras el pago de un rescate de 6.000 ducados y la promesa de no volver a combatir a los franceses en su vida. Algo que por supuesto no iba a cumplir.
Al año siguiente del desastre de Rávena, el español de Nápoles ya estaba combatiendo de nuevo contra los franceses y también con los venecianos, que con la llegada de un nuevo Papa, León X, abandonaron la Liga Santa y su unieron a los galos. Fernando de Ávalos mandó la infantería en la Batalla de La Motta, el 7 de octubre de 1513, contra la República de Venecia en la que los italianos fueron literalmente exterminados debido a la impulsividad de su comandante, Bartolomeo D’Alviano, que en poco tiempo pasó de perseguidor a perseguido.
Desde esta batalla hasta la Batalla de Bicoca, Ávalos estuvo siempre al frente de la infantería española, pero bajo el mando superior de Próspero Colonna, lejano familiar de su esposa. Próspero era arrogante y tenía fama de general conservador, pese a lo cual su veteranía le hacía, a ojos del joven Carlos V, el candidato perfecto para conducir sus tropas en Italia. Durante la campaña por hacerse con Parma en el verano de 1521, Colonna se enemistó gravemente con todos y cada uno de sus oficiales, entre ellos Pescara y el florentino Giovanni de Médici, al que no dudó en retar a un duelo aunque el comandante ya alcanzaba los 70 años.
El anciano no realizó al fin el duelo, del mismo modo que Parma no cayó aquel verano. Lo verdaderamente provechoso de la campaña llegó con la conquista de Milán y de Génova ese mismo año. Como relata Antonio Muñoz Lorente en su excepcional libro «Carlos V a la conquista de Europa» (Nowtilus, 2015), Colonna sacó beneficio de las desavenencias entre la infantería mercenaria suiza, de enorme prestigio hasta entonces, y el comandante francés a su mando para forzar el combate en una posición ventajosa para los españoles. El asunto desembocó en la batalla de Bicocca, una auténtica masacre para los franceses, que perdieron 4.000 hombres y dejaron vía libre a los españoles para asediar Génova. La facilidad con la que los españoles vencieron en Bicocca, de hecho, ha dado lugar a una expresión popular: una bicoca es algo sumamente fácil, o de escaso valor.
Una vez en Génova, Colonna rodeó la ciudad defendida por solo 2.000 mercenarios e inició negociaciones con el dux Ottaviano Fregosa para rendir la laza. En esas estaban cuando Pescara vio una brecha en la muralla y se lanzó dentro sin pensarlo un segundo el 30 de mayo de 1522. Génova fue saqueada a conciencia y sus grandes joyas pasaron a manos de la soldadesca.
Así las cosas, Ávalos viajó a Valladolid a pedir explicaciones al Emperador desairado por su papel como subordinado de Colonna en todas estas campañas. Finalmente, Carlos V persuadió a Ávalos de que volviera a Italia y trabó amistad con el condotiero. En las siguientes operaciones él sería el jefe de las tropas imperiales ante el fuerte oleaje que el nuevo rey francés, Francisco I, traería tras de sí.
La caballería francesa
La gran hazaña militar de Pescara ocurrió, aquí, en la batalla de Pavía (1524). El Rey francés Francisco I a la cabeza de un poderoso ejército de 36.000 hombres atravesó los Alpes y ocupó Milán como respuesta a las derrotas sufridas en Bicoca y Sesia. La ciudad fortificada de Pavía, con una guarnición de 2.000 españoles y 5.000 alemanes al mando de Antonio de Leyva, se cruzó en el triunfante paso francés. La pertinaz resistencia del navarro propició la llegada de 4.000 soldados españoles, 10.000 alemanes, 3.000 italianos y 2.000 jinetes de refuerzo, comandados por el Marqués de Pescara. El problema es que esta fuerza de rescate estaba escasa de víveres y se le adeudaban muchas soldadas, siendo la principal razón por la que Francisco I prefirió mantenerse al acecho escondido detrás de una doble línea de fortificaciones y no movió a sus tropas a pesar de tener de su parte la superioridad numérica.
Ante aquellos que le aconsejaron que se retirara cuanto antes, el Marqués de Pescara, jefe de las fuerzas imperiales, respondió con una bravata dirigido a sus soldados: «Hijos míos, todo el poder del emperador no basta para darnos mañana un solo pan. El único sitio donde podemos encontrarlo en abundancia es en el campamento de los franceses». La noche del 23 de febrero de 1524, los hombres de Pescara penetraron en las líneas francesas en una maniobra conocida por los españoles como «encamisada» debido a que llevaban camisas blancas sobre las armaduras para distinguirse en la noche. En orden oblicuo, el ejército imperial se lanzó sobre los franceses una vez se había abierto una brecha en su red fortificada.
En estado de sobrexcitación, los franceses abandonaron su posición y salieron al encuentro de las tropas imperiales. La abnegada fe en la potencia de su caballería, tan característica en todas sus derrotadas en el siglo XVI, precipitó a los remilgados caballeros franceses –no sin antes dar fuga a la imperial– contra una precisa ráfaga de arcabuceros castellanos, emboscados en una zona boscosa cercana. Ante el derrumbe de la caballería francesa, Antonio de Leyva y los 5.000 infantes de la fortificación de Pavía arremetieron contra el flanco francés. La caballería imperial, reagrupados sus supervivientes, se encargó de aniquilar casi por completo a la caballería pesada francesa.
La magnitud de la humillación estremeció Europa: 10.000 soldados franceses y suizos muertos (incluidos los comandantes: Bonnivet y La Tremoille) y 3.000 prisioneros, entre los cuales se contaba lo más granado de la nobleza: Saluzzo, Montmorency, Enrique de Navarra, y el propio Francisco I. Al igual que el resto de caballeros, el Rey francés había padecido los estragos de los arcabuces españoles y fue capturado por el soldado vasco Juan de Urbieta cuando trataba de zafar su pierna de debajo del moribundo caballo. En un principio, el vasco no supo distinguir la calidad de su botín, pero se refrendó de degollarlo al vislumbrar su cuidada armadura. Por su parte, las pérdidas imperiales no superaron los 500 hombres contando muertos y heridos, entre ellos Pescara con tres heridas.
Leal a España hasta el final
El único punto ciego en la lealtad hacia España de Pescara fue durante una conjura que buscó unificar Italia bajo protección francesa. El héroe militar se consideraba plenamente español, lamentaba su sangre italiana, pero sus amplios contactos en Italia hicieron que de pronto se viera en el epicentro esta conspiración con ciertos remanentes de nacionalismo italiano, si bien el propio Pescara hundió la conjura, revelándosela a Antonio Leiva, capitán navarro al servicio de Carlos V. Según la leyenda, fue Clemente VII quien intrigó para apartar a Pescara de España ofreciéndole la corona de Nápoles, pero la esposa del hispanoitaliano, gran amiga del escultor Miguel Ángel, le aconsejó que rechazara la tentación.
También el Rey de Francia había intentado antes que traicionara a Carlos V tras Pavía, a lo que éste contestó: «No quiera Dios que estas mis canas, nacidas al servicio de mi Rey, las manche yo por todo el oro del mundo».
Poco después de la fallida conjura, Pescara cayó enfermo, probablemente de tifus, cercando a Francisco Sforza en el castillo de Milán. Falleció la noche del 2 al 3 de diciembre de 1525, sin descendientes y dejando huérfano a España del que era entonces su mejor comandante en Italia. Su título pasó a su sobrino Alfonso de Ávalos y San Severino, Marqués del Vasto, también distinguido general imperial, que se convirtió así en VI Marqués de Pescara.
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