Podemos ha encontrado el punto crítico en que una sociedad está dispuesta a aceptar una descomunal mentira
Acaso no esté lejano el día en que alguien tendrá que estudiar por qué y en qué momento una sociedad de apariencia estable, madura y equilibrada se lanzó por la pendiente autodestructiva del populismo demagógico. Qué clase de factores de psicología colectiva han hecho posible el exponencial crecimiento de una prédica mentirosa hasta convertirla desde la cháchara televisiva en alternativa de poder. Cuándo la plausible voluntad de regeneración de una política colapsada se transformó en un ciego impulso de ruptura revanchista. Cómo seis millones de ciudadanos en su mayoría cultos e informados han podido deslizarse hacia un seguidismo acrítico refractario a toda prueba de contradicción o de contraste.
Porque lo más llamativo del éxito de Podemos es el modo en que sus simpatizantes aceptan sin la menor reticencia la gigantesca impostura de sus líderes, cada vez más desacomplejados en el transformismo ideológico y menos cuidadosos con su coherencia retórica. Si hay algo que Pablo Iglesias y sus compañeros de partido jamás han ocultado es su incendiario discurso rupturista, la inspiración bolivariana de su proyecto y su sesgo de radicalismo autoritario. Cientos de vídeos, miles de páginas escritas por ellos atestiguan el pensamiento extremista que animó su aventura política. El cuajo con que ahora se presentan como moderados patriotas reformistas no se puede explicar ni siquiera desde una inmensa seguridad en sí mismos; es necesario que se sientan también muy convencidos de que su identidad recién adoptada iba a gozar en la opinión pública de una acogida complaciente y hasta sumisa.
Eso no se consigue sólo mediante el dominio carismático de la propaganda y la política-espectáculo. Hace falta una poderosa intuición de las condiciones en que una sociedad o parte de ella está dispuesta a consumir sin reparos una verborrea oportunista. Podemos ha sido capaz de percibir la necesidad social de autoengaño para levantar un relato de falacias y asentarlo como un estado de ánimo, haciendo valer con todo aplomo una descomunal mentira. Ha establecido el diagnóstico ficticio de un país catastrófico y ha propuesto un tratamiento de curanderismo rayano en el pensamiento mágico. Todo ello con la aquiescencia de millones de electores decididos a utilizar su voto como la pedrada nihilista con que lapidar a un sistema al que han sentenciado como culpable de sus males. Lo que les seduce no es tanto el flamante camuflaje edulcorado de Iglesias sino su primigenia condición de macho alfa alzado para liderar una impetuosa catarsis.
Su mayor logro consiste en haber detectado la oportunidad y darle expresión emocional mediante la construcción de un conflicto a medida. Lo describió recientemente la politóloga belga Chantal Mouffe, viuda del teórico posperonista Laclau: España ha alcanzado el punto de crisis democrática perfecto para que cuaje el momento populista.
ABC 19/06/16 IGNACIO CAMACHO
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