domingo, 2 de febrero de 2014

AQUÍ YACE EL SOCIALISMO EUROPEO

POR GUY SORMAN, ABC 26.01.2014

La historia contemporánea da la razón a estos liberales; el milagro liberal en Europa es haber instaurado la paz en el continente, una relativa prosperidad y una relativa igualdad, aceptando a los hombres tal y como son, buenos y malos, y todos diferentes. Dudo que una Europa socialista lo hubiese logrado.

EL último jefe de Estado en Europa que todavía se declaraba socialista, en su versión marxista no revisada, dejó de serlo formalmente el pasado 13 de enero. De palabra al menos. Pero en la política, las palabras cuentan tanto como los actos. François Hollande, al declararse socialdemócrata y ya no socialista, puso fin a una larga excepción francesa. Y es que solo en Francia el Partido Socialista se ha negado siempre a abandonar su pasado marxista y su alianza preferencial con el Partido Comunista, a diferencia de los partidos socialistas españoles, italianos, alemanes o escandinavos. ¿A qué se debía esta excepción francesa? Desde hace dos siglos, la izquierda en Francia se considera la heredera de la Revolución de 1789, que todavía se percibe y se enseña bajo un prisma positivo. Por tanto, era necesario que los socialistas pretendiesen ser revolucionarios para encontrar en la historia nacional una legitimidad incuestionable. Hasta el golpe de timón de François Hollande, todos los dirigentes socialistas franceses han pretendido siempre querer rematar la obra republicana e igualitaria de la Revolución, sin guillotina, si fuese posible, pero con cierta violencia, si fuese necesario.

Una vez descifrado, el hecho de cruzar el umbral simbólico que separa el socialismo de la socialdemocracia equivale a aceptar la economía de mercado como el final de la historia económica (en el sentido de Hegel o de Francis Fukuyama). De modo que los empresarios privados, enemigos de antaño («El sistema financiero es mi enemigo», declaraba Hollande cuando era candidato a la presidencia), pasan a convertirse, de la noche a la mañana, en unos socios a los que el presidente francés propone un «Pacto de responsabilidad». Tras estas palabras grandilocuentes, habrá que pasar evidentemente a los hechos. Eso no quita para que esta declaración de principios pueda compararse al famoso golpe de timón de los socialistas alemanes en el congreso de Bad Godesberg en 1950, y me veo tentado a concluir que los socialistas franceses se han convertido, por fin, en socialistas normales, reconciliados con la realidad.

Por otra parte, lo único que doblegó a François Hollande fue la realidad: la URSS fue, según Stalin, el comunismo en un solo país, pero, en la época europea, Hollande ha entendido que el socialismo en un solo país condenaba a Francia al declive e incluso al ridículo. Por tanto, el Partido Socialista francés ha necesitado dos años de aprendizaje para descubrir que el Estado no crea riqueza, ni empleo, ya que solo los empresarios lo logran. Eso es lo que un tal Jean-Baptiste Say, el primer profesor de Economía de la universidad francesa, había escrito ya en 1803. François Hollande, que ignoro si ha leído o no a Jean-Baptiste Say (se enseña poco en Francia y es más conocido en EE.UU), se refirió implícitamente a él en su conferencia del golpe de timón porque admitió que la «oferta» de los empresarios era la única locomotora del crecimiento, lo que se llama universalmente «la Ley de Say». Al presidente francés solo le falta recorrer los últimos metros para admitir que en la economía de mercado, la estabilidad de las reglas conduce con más seguridad al crecimiento que el hecho de modificar sin cesar el sistema fiscal y el Derecho.

¿Qué les queda a los socialistas desde el momento en que renuncian a sustituir el capitalismo por una economía planificada y estatalizada? ¿Hacer que reinen la justicia y la igualdad mediante la redistribución parcial de las rentas y el acceso generalizado a la educación? Sin duda, pero los partidos de derechas comparten esta misma ambición recurriendo a los mismos recursos de la fiscalidad y la escuela. A falta de querer destruir el capitalismo, a la izquierda solo le queda atacar lo que considera que es la moral burguesa, la cultura clásica y la herencia judeocristiana. Ser de izquierdas es posicionarse en contra de todo eso. François Hollande lo demuestra: aunque adopta la economía de mercado, sigue siendo de izquierdas porque, hasta el momento, la única decisión emblemática de su reinado ha sido la legalización del matrimonio homosexual. Emblemática y simbólica porque, tras una gran agitación y unas concentraciones populares masivas, solo se han casado 7.000 parejas homosexuales en Francia. ¿Se reducirá la socialdemocracia francesa y europea a la legislación sobre el matrimonio homosexual? 

Actualmente es el caso de Francia, pero es demasiado reductor porque los libertarios que no son de izquierdas estiman que el Estado no debería inmiscuirse en absoluto en el matrimonio, al considerar que se trata de un acto puramente privado. Para redefinir la izquierda, es conveniente dejar atrás lo anecdótico y ver las cosas desde una perspectiva histórica. En realidad, el socialismo y la socialdemocracia no son más que unos momentos provisionales en la historia de la izquierda. La izquierda existía antes que el socialismo: en el Siglo de las Luces en España y en Francia, la izquierda se definía como contraposición al absolutismo de los monarcas y de las iglesias. Por tanto, en el futuro, después de que el socialismo haya quedado enterrado definitivamente por el principio de realidad, la izquierda como filosofía y actitud resurgirá con unas nuevas denominaciones.

Ser de izquierdas siempre consistirá en considerar que se puede cambiar la naturaleza humana, mediante la educación, como pensaba Jean-Jacques Rousseau, o mediante la obligación, como lo hacía Mao Zedong, para construir una sociedad nueva y necesariamente mejor. Mientras que ser de derechas, como lo expresaron los liberales de España y Francia ya en el siglo XVIII, es intentar mejorar la sociedad aceptando al hombre tal y como es. La historia contemporánea da la razón a estos liberales; el milagro liberal en Europa, porque Europa es una construcción esencialmente liberal, es haber instaurado la paz en el continente, una relativa prosperidad y una relativa igualdad, aceptando a los hombres tal y como son, buenos y malos, y todos diferentes. Dudo que una Europa socialista lo hubiese logrado.


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