No solo se dejó el pellejo allende el Océano, sino que su espada luchó también con brío en el Mare Nostrum (entonces en buena parte en manos del Turco y de los berberiscos) y se fajó con coraje y con extremada gallardía en los terruños de Flandes.
Pero además, este peculiarísimo héroe contribuyó con otra peculiar empresa a la causa de la Monarquía, de España y de los Tercios, pues a él se debe una de las pocas autobiografías de soldados que formaron parte de aquella formidable milicia creada por los Austrias.
¿Nuestro hombre? Alonso de Guillén, más conocido en las industrias de las armas y las letras como Alonso de Contreras, a la sazón, militar, marino y corsario, y escritor.
El nombre de su libro es tan largo como largo es su ingenio: «Vida, nacimiento, padres y crianza del capitán Alonso de Contreras, natural de Madrid Caballero del Orden de San Juan, Comendador de una de sus encomiendas en Castilla», escrita por él mismo, y por subtítulo, «Discurso de mi vida desde que salí a servir al rey, de edad de catorce años, que fue el año de 1597, hasta el fin del año de 1630, por primero de octubre, que comencé esta relación».
El manuscrito original se encuentra hoy en día en la Biblioteca Nacional de España, y fue publicado por primera vez en 1900. Se cuenta que lo escribió por consejo de su buen amigo Lope de Vega.
Alonso nació en la villa de Madrid el 6 de enero de 1582 y llegó al ejército siendo un adolescente con apenas catorce huyendo de una fechoría: había escabellado a un compañero de colegio. Se ve que desde crío no le tembló el pulso. Y así sería su vida que a grandes rasgos ahora reseñamos.
Adolescente en los Tercios
Así que con poco más de catorce primaveras, en septiembre de 1597, ya estaba en Flandescon las tropas del Príncipe Cardenal, Alberto de Austria. No duró mucho en su primer destino, pues enemistado con sus superiores, acabó en Palermo, enrolado en la pequeña armada de Pedro de Toledo, que en aquellas aguas se dedicaba a hostigar a cuanto bajel musulmán se le pusiera a tiro.
Alonso fue algo más que un grumete intrépido, ya que en 1601 se le encargaba ya el mando de una fragata con la que merodeó por las islas griegas buscando otomanos a los que mandar a mejor vida. No le eran extraños en aquella época los líos de faldas que alternaba con sus querencias guerreras. En 1603, ya era alférez de infantería.
Tres años después se casaba con una viuda española. Y su genio volvió a llevarle por el mal camino, pues cuentan las crónicas que la mató cuando descubrió que le era infiel.
Vuelto a Madrid intenta hacer una buena carrera en la Corte. Pero no lo consigue y se retira
a una ermita en Moncayo, donde vivía como un ermitaño hasta que fue reclamado por la justicia como supuesto cabecilla de una rebelión morisca.
Fue considerado inocente, pero en Madrid tenía demasiados enemigos y marchó de nuevo para Flandes donde residió poco tiempo antes de volver al mar, de nuevo al Mediterráneo, con una recomendación de altura bajo el brazo para presentarse ante el Maestre de la Orden de Malta. Por el camino, fue confundido con un espía y acabó en la cárcel. Libre por fin, volvió a hacerse cargo de un barco, mientras seguía con sus pendencias y sus duelos.
Contras los piratas ingleses
Ya estaba en Flandes, ya estaba en América donde se las vio nada más y nada menos que contra el corsario Walter Raleigh, en aguas de Puerto Rico. En 1616, estaba de vuelta en el Mediterráneo dándoles lo suyo a los turcos que pusieron precio a su cabeza. Tiempo después, era nombrado gobernador de una ciudad Italia, L’Aquila, situada al noreste de Roma, donde se le encomendó poner orden, lo que hizo con su eficiencia habitual.
Entre unas y otras, y sin dejar nunca de dar la cara por Dios, por el Rey y por España, en 1630 se retiraba del ejercicio de la guerra. Moría en 1641, pero antes nos dejaba escrita esa autobiografía que nos acerca a la vida de los soldados y marinos españoles de aquella época en la que en España nunca se ponía el sol.
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