Por Charles Krauthammer, columnista de The Washington Post (EL MUNDO, 10/03/11)
Numerosas voces en todo el mundo, desde Europa a América pasando por Libia, piden la intervención de EEUU para ayudar a deponer a Gadafi. Sin embargo, por derrocar al ex dictador iraquí Sadam Husein, Washington ha sido denunciado reiteradamente por agresión, engaño, arrogancia e imperialismo.
Estamos ante una extraña inversión moral, teniendo en cuenta que el mal provocado por Sadam pertenecía a un orden de magnitud muy por encima del que por ahora ha causado el tirano libio. Gadafi es un asesino caprichoso; Saddam era uno sistemático. Gadafi también es demasiado inestable y perturbado como para rivalizar con el aparato baazista iraquí, que era un sistema nacional integral de terror, torturas y asesinatos a gran escala. Bajo el régimen de Sadam fueron gaseadas aldeas kurdas enteras para dar lugar a lo que Kanan Makiya denomina «una República del Miedo».
Además, esa brutalidad sistematizada hacía imperecedero a Sadam en un sentido en el que Gadafi no lo es. De hecho, rebeldes libios apenas armados han logrado hacerse con la mitad del país por su cuenta. En Irak, en cambio, no existía ninguna posibilidad de poner fin al régimen sin el terrible mandoble (hicieron falta tres semanas enteras de ataques militares) de Estados Unidos.
No importa lo hipócrita del doble rasero. Ahora que las revoluciones asolan Oriente Próximo y todo hijo de vecino es un converso de la agenda de la libertad de George W. Bush, Irak no es lo único que ha caído en el olvido. También queda olvidado el «realismo» político que con tanto orgullo proclamaba Obama en sus dos primeros años de mandato -el «poder inteligente» frente al presunto idealismo empañado de Bush-.
Empezó con motivo de la primera visita a Asia de la secretaria de Estado Hillary Clinton cuando públicamente restó importancia a los problemas de derechos humanos en China. La Casa Blanca también recortó un 50% los fondos en apoyo a la promoción de la democracia en Egipto. Y recortó hasta en un 70% los destinados a la sociedad civil, los fondos para las organizaciones que, precisamente, ahora nos hacen falta para apoyar la democracia egipcia.
Este nuevo realismo alcanzó su apogeo con las reservas y el retraso de Obama a la hora de manifestar cualquier cosa en apoyo a la Revolución Verde de 2009 en Irán. Por el contrario, el presidente dejaba claro que las negociaciones nucleares con el desacreditado y criminal régimen de los ayatolás (conversaciones que hasta un niño podía ver que no iban a ningún lado) tenían preferencia sobre los revolucionarios demócratas de las calles, hasta el extremo de que los manifestantes de Teherán cantaban «Obama, Obama, o estás con nosotros o con ellos».
Ahora que la revolución se ha extendido de Túnez a Omán, sin embargo, la Administración estadounidense se lanza a ponerse a la altura de la nueva dispensa, reiterando el pilar fundamental de la Doctrina Bush de que los árabes no son ninguna excepción a la sed universal de dignidad y libertad.
Irak, por supuesto, exigió una implicación militar de EEUU mantenida en el tiempo para invertir las fuerzas totalitarias que tratan de asfixiar al nuevo Irak. ¿Pero no es esto lo que se nos está pidiendo que hagamos ahora con la creación de una zona de exclusión aérea sobre Libia? En condiciones de guerra civil activa, tomar el control del espacio aéreo libio exige un compromiso militar en el tiempo.
Bien, se puede afirmar que el precio en sangre y recursos que EEUU pagó para establecer la democracia de Irak fue demasiado elevado. Pero con independencia de la opinión de cada cual sobre esta cuestión, lo innegable es que en Oriente Próximo Irak es hoy la única democracia árabe funcional, con elecciones pluripartidistas y la prensa más libre. Su democracia es frágil e imperfecta -hace sólo unos días las fuerzas de seguridad reprimieron a los manifestantes que exigían mejores servicios públicos-, pero si Egipto estuviera igual de desarrollado políticamente dentro de un año como Irak hoy, nos parecería un gran éxito.
Para los libios, el efecto de la Guerra de Irak es más concreto aún. Al margen del baño de sangre al que se enfrentan, se les ha ahorrado la amenaza del genocidio. Gadafi estaba tan aterrorizado por lo que hicimos a Sadam e Hijos que alcanzó un acuerdo de culpabilidad renunciando a sus armas de destrucción masiva. Para el rebelde en Bengasi, no es una cuestión baladí.
Pero se nos dice incesantemente que Irak envenenó la mentalidad árabe contra EEUU. ¿En serio? ¿Dónde está el antiamericanismo campando a sus anchas por cualquiera de estas revoluciones? Son el presidente de Yemen y el delirante Gadafi los que se despachan contra conspiraciones estadounidenses para gobernar y esclavizar. Los manifestantes de las calles de Egipto, Irán o Libia desean que Washington ayude. No corean lemas pacifistas -¿se acuerda del No más sangre por petróleo de la izquierda estadounidense?-. ¿Por qué iban a hacerlo? EEUU se marcha de Irak sin apropiarse del petróleo, sin haber establecido ninguna base permanente, sin dejar atrás un régimen títere sino una democracia funcional. Esto, tras los comicios de los dedos entintados en unas elecciones libres en Irak vistos por televisión en todas partes, sirve de ejemplo a la región entera.
Facebook y Twitter habrán mediado sin duda en este esfuerzo panárabe (e iraní) por alcanzar la dignidad y la libertad. Pero la Doctrina Bush despejó el terreno.
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