domingo, 6 de noviembre de 2016

LA GRAN CONSPIRACIÓN

Una teoría ampliamente difundida es la denominada Teoría Conspiratoria de la Sociedad. De acuerdo con ella, los fenómenos sociales, económicos y políticos se explican porque individuos o grupos poderosos se conjuran en las sombras para producir determinados resultados favorables a sus intereses. 

Esta visión es tan antigua como la Humanidad y en su formulación moderna supone la secularización de una superstición religiosa. Los viejos dioses del Olimpo han sido sustituidos por siniestras y ocultas fuerzas opresoras cuya perversidad es responsable de todos los males que vivimos. De los Sabios de Sión al Ibex 35, pasando por la conspiración liberal-judeo-masónica, la izquierda y la derecha populistas han utilizado esos eslóganes para deslegitimar las democracias liberales y la economía de mercado. En España, en los últimos tiempos, un político y un partido han recurrido a la corporatocracia, para narrar su fallida intentona de llegar al poder. De acuerdo con el enfoque sugerido por ese feo neologismo, la formación del gobierno y su funcionamiento estaría en manos de personas controladas por las grandes empresas para adoptar decisiones favorables a ellas en detrimento del pueblo. Esos poderes fácticos decidirían la agenda política nacional debajo de una fachada democrática. Ésta sería la explicación de por qué no ha sido posible articular un gabinete progresista en la vieja Piel de Toro y, llevada al extremo, sería la prueba palpable de por qué las izquierdas no han logrado ganar las elecciones y obtener una mayoría en el Parlamento.

Como cualquier religión, las teorías conspiratorias reposan en última instancia sobre la fe. Resultan impermeables a cualquier evidencia en contra y, por tanto, se autolegitiman al margen de cualquier contraste empírico. Siempre es factible excusarse de los fracasos y frustraciones generadas por los actos propios apelando a las malignas intenciones del diablo, empeñado en preservar el infierno e impedirnos llegar al paraíso populista. Por añadidura, este razonamiento resulta atractivo para mucha gente al dar sentido a fenómenos que de otra forma parecerían incomprensibles. A la hora de la verdad, la corporatocracia es un hábil pretexto para practicar la ingeniería social a gran escala.

Si un pequeño grupo de malvados empresarios manipula el Gobierno en su favor esa misma línea argumental concedería a los defensores de los oprimidos, a los populistas de todos los partidos, la posibilidad de dirigir la economía y la sociedad a su antojo. Cuando se cae en las redes del pensamiento conspiratorio, se acepta la premisa fundamental del social-estatismo, a saber, que es posible para los seres humanos controlar los procesos sociales. Al hacer esto se abren los portillos a una intervención estatal de un alcance inconmensurable; se impugna el papel del mercado como un proceso de descubrimiento, de interacción entre millones de individuos que adoptan sus decisiones mediante la información suministrada por los precios sin seguir las instrucciones de un mando central. Sin embargo, la vida social reviste mayor complejidad. No es sólo banco de pruebas de resistencia entre grupos opuestos sino también de cooperación de éstos dentro de un marco más o menos flexible de instituciones y tradiciones que genera reacciones imprevistas y, en ocasiones, imprevisibles. No todas las actuaciones de los seres humanos son voluntarias o queridas y, por eso, la teoría conspiratoria no tiene consistencia lógica; se derrumba. Equivale a sostener algo falso, que todos los resultados son el efecto de la actuación de gente interesada en producirlos. Esta tesis ignora las consecuencias no deseadas de muchos comportamientos individuales y colectivos. Desde un punto de vista práctico, la influencia política de lo que denominamos el Ibex o, en el sentido amplio, los poderes fácticos se conjuga mal con la realidad. España tiene los tipos del Impuesto de Sociedades más elevados de la OCDE; el gravamen máximo del IRPF se sitúa entre los mayores de esa organización; las regulaciones del mercado laboral restringen la libertad empresarial para contratar y despedir; la CNMC impone sanciones multimillonarias a las empresas que supuestamente incurren en prácticas anticompetitivas. Por otra parte, la corporatocracia no ha servido para frenar las medidas liberalizadoras que han abierto a la competencia mercados antes monopolizados por las grandes corporaciones...¿Dónde se percibe su poder? 

La realidad española muestra lo contrario de lo sostenido por los paladines de la corporatocracia, a saber, la presencia de una perversa y nociva influencia de los poderes públicos sobre las empresas, sobre todo, en aquellas que operan en sectores regulados o cuya cuenta de resultados depende en gran medida de lo decidido por los distintos niveles de la Administración; es decir, de las personas que gestionan la cosa pública: los políticos. En extensos sectores de la economía española, el Estado tiene los instrumentos precisos para proporcionar pérdidas o ganancias a las compañías y los ha usado de manera habitual para conseguir sus fines que, obviamente, no coinciden con los de aquellas ni siempre con el interés general. 

Pero no sólo eso, en España se ha asistido de manera constante a claros intentos por parte de los gobiernos de colocar al frente de empresas privadas o de sociedades con mayoría de capital privado a personalidades próximas a ellos. No ha sido el Ibex quien ha puesto o quitado presidentes del Consejo de Ministros o miembros del Gabinete sino que han sido los partidos gobernantes quienes han situado o pretendido situar a sus amigos o gentes de su confianza a la cabeza de las compañías o en sus máximos órganos ejecutivos con independencia de los deseos de sus propietarios, los accionistas; en muchas ocasiones, con una capacidad profesional y gestora de los elegidos inédita. Por tanto, describir el solar hispano como un símbolo de la corporatocracia resulta cómico. 

El recurso a oscuras conjuras, en especial, cuando éstas se atribuyen al gran capital es una táctica cómoda para aquellos a quienes no les gusta asumir la responsabilidad de sus errores de acción u omisión. Es la vieja y manida historia de buscar un enemigo externo o interno, culpable de todos los males, que siempre y en todos los lugares ha sido el cabeza de turco de las ilusiones pérdidas

EL MUNDO LORENZO B. DE QUIRÓS 06/11/2016 

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