sábado, 15 de octubre de 2016

SOBRE LA FIESTA NACIONAL, NADA DE GENOCIDIO

Nada de genocidio: ¿acaso odiamos a los romanos por habernos invadido?

El decubrimiento de América llevó consigo momentos pudieron ser duros para nuestros abuelos históricos, pero a la postre nos han dejado una historia común

"El código moral del fin del milenio no condena la injusticia, sino el fracaso" –Eduardo Galeano

No fue ni el tsunami de Java, ni la idílica gran ola de Kanagawa pintada a tinta por Hokusai. Ocurrió que un marino intentó buscar un camino más corto hacia Catay y Cipango, y encontró un continente descomunal como quien no quiere la cosa. Lo que iba a ser un intercambio mercantil sosegado y tranquilo, acabó convirtiéndose en una invasión no contemplada y en toda regla.

Hasta aquí, no había más nubes que las que cabalgaban sobre los vientos alisios.

La 'res nullius' en el derecho romano era aquella ley que venía a determinar que la "cosa" era de nadie. Los marinos iban y venían por el mar, jugaban al escondite (sobre todo el inglés), trapicheaban, mercadeaban, asaltaban a los incautos, la mar les jugaba malas pasadas, a veces la circulación era pacífica y otras un lío.

​Negocios jugosos
¿Pero qué ocurría cuando ojo avizor se encontraban con un pedazo de tierra? Que a priori, no sabían si era una isla o un continente.

Eso fue lo que pasó cuando Cristóbal Colón se dio de bruces contra la muralla americana que interfería entre la belicosa Europa y los mercados emergentes del sudeste asiático. India vivía en su eterna mística colmada de la sabiduría de los pobres, y a Japón le faltaba un siglo para abordar el período Edo, quizás, el que mayor grandeza le haya dado.

Los chinos ya habían explorado puntualmente la costa oeste de Ámerica unos años antes y habían aterrizado en varios puntos dejando huellas muy claras sobre su cultura y habilidades. Hay claros rasgos de trazabilidad adeneíca, mas allá de vínculos antropológicos, factorías (en la costa peruana) y fábricas de porcelana (en México). El almirante Zheng He, el famoso eunuco al servicio del tercer Ming, había hecho algunas incursiones sin mayores consecuencias que pequeñas escaramuzas, pues no era su propósito conquistar nada, sino funcionar mercantilmente a la "portuguesa", activando pequeños emporios comerciales que desaparecieron prontamente, e intercambiando espejitos con las poblaciones locales por valores con más proyección. Hasta ahí, en buena medida la situación estaba bajo control.

¿Pero que pasó cuando los españoles tocaron tierra con la idea de que iban a hacer jugosos negocios con mercaderes de largas túnicas y de ojos rasgadosn?Pues que se lió parda.


Cuando llegaron a Guanahani (San Salvador) en el primer viaje de Colón, les fueron a saludar unos señores muy cabreados, con una dentadura limada milimétricamente y unos colmillos que ni un cocodrilo del Nilo. Eran unos caníbales trabucaires que se comían a todo quisque sin poner la mesa y sin esperar formalmente el aperitivo; vamos, unos crápulas.

Entonces, ocurrió lo que en buena ley tenia que ocurrir: que se lió una tangana importante.

Los caníbales de marras, que tenían hambre atrasada, fueron desbordados por unos habilidosos soldados que habían hecho la carrera de armas en la guerra total que los tercios llevaban a cabo en aquella época en defensa de los intereses del rey en Nápoles. Total, que los alegres antropófagos, que se las prometían felices, fueron devorados en un santiamén por los experimentados españoles, mas avezados en las lides de matar o morir, y lo que en principio parecía que iba a ser una entente cordial, acabó como el rosario de la aurora; fatal no, lo siguiente.

Cuando Colón volvió en su segundo viaje fue a visitar a los 39 colegas y un can que habían estado custodiando el fuerte llamado de Navidad, y lo que se encontró fue un osario. Los caribes, que así se llamaban los indios comilones, se habían dado un banquete pantagruélico. El chucho, como no tenía mucha chicha, fue indultado. Bueno, las cosas de la vida son así, o comes o te comen.

Cuando la pasión y la afrenta entraron en vena, los rencores entre los locales y los"invasores" no tenían marcha atrás y fueron a mayores. Bien es cierto que el descubrimiento se produjo por accidente y que la lista de agravios que denostan la Marca España pueden estar fundamentados en la certeza de hechos verídicos. Honestamente, no vamos a mirar para otro lado.

Cuando Hernán Cortés y sus huestes se adentraron en territorio mexicano, el follón que había montado entre los totonacas, los txalcaltecas, los chichimecas y los propios aztecas era de tal magnitud que el estratega español tuvo que poner un poco de orden ante tanto desaguisado. Cuando los aztecas se dieron cuenta de quién era el enemigo de verdad, ya era tarde; la guerra se había recrudecido hasta límites insoportables y no había malos ni buenos, sino que el quid estribaba en cómo dirimir la supervivencia. ¿Genocidio...?

Los mexicanos de hoy son gente afable, generosa, divertida y hospitalaria; puedes hablar con ellos de cualquier cosa mientras no mentes a La Malinche, pero sus antepasados eran la hostia. Cuando les daba un subidón de tensión, se comían los corazones vivos de sus víctimas y luego jugaban al fútbol sala con las cabezas de los caídos en sus "guerras floridas". Vamos, que si nos hubieran invadido estos angelitos a nosotros, Europa entera habría sido una barbacoa o un camposanto.

Fuera del guión
Lamentablemente (o para bien, quien sabe), fuimos nosotros los que nos adelantamos. Sin pretenderlo, tuvimos que gestionar una situación irreversible y la guerra se hizo más natural que nunca. Una desgracia para los afectados, una desgracia para nosotros, porque no estaba previsto en el guión.

Pero la cosa no acaba ahí.

Cuando Pizarro se dejó caer por los actuales países andinos, estos estaban inmersos en una guerra de sucesión fratricida hasta límites insospechados; se merendaban los unos a los otros (los diferentes incanatos) con una alegría que sonrojaba a propios y ajenos. ¿Qué hizo el capitán español? Debilitarlos hasta la extenuación. ¿Genocidio...?

Cuando el reconocido escritor y poeta –y yo añadiría que filósofo–​ Eduardo Galeano, un uruguayo universal y lúcido perito en la cirugía del sufrimiento, escribió su famoso libro en 1971 'Las venas abiertas de América Latina' no le faltaba razón ni elementos de análisis para estructurar esa obra maestra de reivindicación de los aborígenes y de denuncia de los atropellos y agravios –que los hubo sin duda alguna–, en la cual las epidemias, los abusos en las encomiendas, y humillaciones de otra índole, siendo ciertos y no sujetos a negación, hacen de él un libro altamente recomendable para resituar el descubrimiento de América en un contexto mas auténtico, libro que aunque nos ponga a parir, recomiendo por su erudita escritura y detalles inapelables. Pero esto es una parte de la visión de la historia, y por lo tanto, está sujeta a interpretación.

Reitero, no es una historia de buenos y malos; es la historia de un conflicto no deseado, que la accidentalidad de las exploraciones convirtió en una desgracia para todos, los actuantes y las víctimas.

Hoy, otros imperios han sustituido al español y la desgracia se sigue cebando en aquellos países (hoy hermanos), que por su riqueza geológica y estratégica padecen la agresión (¿fertilización mercantil asimétrica?) de las actuales potencias.

Al final, desde mi modesta opinión, no hubo tal genocidio, entendido este como una acción premeditada. Como bien dice el tristemente fallecido Eduardo Galeano, la desgracia se cebó en el continente entero.

¿Odiamos los españoles a los cartagineses, a los romanos, a los árabes o a los franceses por habernos invadido? Pienso que no. Aquellos momentos, con retrospectiva, pudieron ser muy duros para nuestros abuelos históricos en ambos bandos, pero a la postre nos han dejado una historia común.

El paladín mundial de las libertades ha adoquinado en un dramático mosaico el suelo centro y suramericano con las crudas acciones de las bananeras y petroleras, pisotones a los opositores y laureados tiranuelos que rompen la gravedad con el peso de sus medallas; lamentablemente los que hoy apuntan a España como destinataria de sus dardos (en ocasiones teledirigidos con claros intereses sesgados o de distracción); si no hacen algo pronto, acabarán hablando inglés con acento neoyorkino. Hay gente que resulta un poco cansina.

La novela de John Steinbeck 'Al este del Edén' se cierra con la amable palabra hebrea 'timshel', citada en el Génesis, en la que Adán intenta reconfortar a su hijo y le anima a luchar hasta derrotar la maldad que habita en él. Mirémonos todos dentro.

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