En 1995 la multinacional del embalaje Mondi envió a Alexander Ruckensteiner (Austria, 1966) a Barcelona, para que supervisara la compra de una empresa fabricante de sacos de papel. "Este país es fantástico", me dijo cuando años después lo entrevisté. "Hay profesionales excelentes y grandes oportunidades de negocio". Ruckensteiner hizo sobre todo hincapié en la gente y el estilo de vida. "Vas a un parque y ves cómo los niños corretean mientras los padres toman tranquilamente unas cervezas... No hay un lugar mejor para formar una familia".
Volví a llamarle la semana pasada. Profesionalmente no ha podido irle mejor. En 2007 lanzó la firma de alquiler de trasteros Bluespace y, tras venderla hace tres años con una sustanciosa plusvalía, se ha dedicado a comprar solares y rehabilitar edificios. "Me iba fenomenal y estaba supercontento, pero lo he parado todo". Está asustado con la tensión social. "Yo he tenido equipos en Madrid y Barcelona y se entendían perfectamente. Ahora el trato está muy deteriorado".
"El futuro de Cataluña está menos claro que nunca", coincide Marco Hulsewé (Holanda, 1970). También él recaló de la mano de otra multinacional en una Barcelona "recién instalada en el estrellato mundial después de los mejores juegos olímpicos de la historia", como explicaba en un artículo de Expansión que se ha vuelto viral. Fascinado por la alegría mediterránea, dejó la multinacional, pasó por el IESE, se casó con una violinista de Bilbao, tuvo "tres maravillosas hijas" y "con sudor y perseverancia" ha levantado su propia compañía.
Hoy todo está en el aire. El 4 de octubre, durante una reunión de padres de alumnos, el comentario era unánime: estamos pensando en marcharnos de Barcelona. "Uno", me cuenta, "no se habla con su suegro. Otro, que trabaja en banca, ha sufrido un escrache: 'Votarem, votarem!', le gritaban... Y una madre colombiana que tuvo la osadía de arrancar un cartel de [la organización independentista] Òmnium Cultural de la escalera se encontró con que dos vecinos mayores, que habían sido siempre encantadores, le increpaban: '¡Usted no es de aquí, fuera, no es catalana!" El ejemplo más ilustrativo del brutal desgarramiento es un matrimonio amigo. "La mujer se enteró de que el marido había ido al referéndum del 1-O a escondidas y ella misma acudió casi clandestinamente a la manifestación de Sociedad Civil del día 5".
"La convivencia está rota", le digo.
"Absolutamente", responde.
TRES MOTORES
El martes 10 de octubre, el mismo día que Carles Puigdemont proclamó y suspendió la República de Cataluña, me invitaron a discutir en Espejo Público de Antena 3 las consecuencias de la secesión con Elisenda Paluzie, la decana de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona. Al final, Paluzie no compareció, pero la víspera estuve familiarizándome en Google con sus posiciones. Me llamaron la atención dos artículos. En uno, publicado en El Punt Avui, la decana abogaba por "hacer efectiva la independencia con decretos o leyes inmediatos que supongan el control de la hacienda, territorio e infraestructuras energéticas". Reconocía que era "una vía difícil y dura", pero la situación requería "cirugía de urgencia".
Idéntica determinación reflejaba su intervención en un encuentro sobre la viabilidad de una Cataluña autónoma. Paluzie defendió que se beneficiaría de "un dividendo fiscal de entre 12.000 y 16.000 millones de euros anuales" y que el entorno actual favorecía los movimientos separatistas.
La argumentación de la decana resume bien los tres motores que han impulsado el procés: una política de hechos consumados, unas previsiones económicas llenas de voluntarismo y un aprovechamiento insolidario de las fuerzas de la globalización.
Vamos a analizarlos de atrás adelante, empezando por la insolidaridad.
Tienen toda la razón las catedráticas Núria Bosch y Marta Espasa cuando, en el artículo "La viabilidad económica de una Cataluña independiente", escriben que "en un contexto proteccionista y poco liberalizado", como el previo a la Belle Époque o el posterior a la Primera Guerra Mundial, "pertenecer a un país de grandes dimensiones es una ventaja". En una Europa erizada de fronteras, Cataluña se beneficiaba del mercado peninsular para colocar sus artículos y abastecerse de mano de obra. España le reportaba asimismo una amplia base fiscal y demográfica, con las que financiaba infraestructuras y sostenía un ejército. Desde el punto de vista del bienestar no era el acomodo más eficiente, porque se estaba subsidiando una industria poco competitiva. Como escribe el profesor Juan Velarde, "la realidad catalana era ejemplar" porque el resto de España lo consintió "a costa de sus rentas", aunque es verdad que, en compensación, Hacienda recaudaba y redistribuía parte de la riqueza generada en la región.
Pero en un planeta cada vez más integrado y pacífico, donde se puede vender y contratar libremente a quien se quiera, ¿qué necesidad tiene una región próspera y bien equipada de seguir atada a una nación que no le aporta nada y solo le detrae recursos? "La globalización", razonan Bosch y Espasa, "reduce los costes de la secesión para aquellos territorios que forman parte de estados grandes". Es el caso de la Padania, de Flandes, de Euskadi o de Escocia, cuyo Partido Nacional suscitaba un interés residual hasta que se descubrió petróleo en el mar del Norte.
Aunque todas ellas han elaborado una mitología victimista, están entre las zonas más boyantes del continente. El separatismo contemporáneo no es una reivindicación de pueblos oprimidos, sino una insolidaria revuelta de privilegiados.
LA GRAN ILUSIÓN
Vamos ahora con las previsiones económicas. ¿De dónde sale ese "dividendo fiscal de entre 12.000 y 16.000 millones de euros anuales" que cita Paluzie? Del artículo de Bosch y Espasa también. Tras analizar los números de la Generalitat entre 2006 y 2010, estas investigadoras concluyen que "una Cataluña independiente tendría unos ingresos adicionales de unos 48.000 millones de euros y unos gastos adicionales de unos 36.000 millones. La conjugación de ambas cifras ofrece como resultado neto unos 12.000 millones de ganancia" y, si a esta se le añade "la obtenida por dejar de contribuir a la financiación del déficit presupuestario estatal, llega a ser de más de 16.000 millones", el 8,6% del PIB regional.
Se trata de una cifra cuestionada. Ángel de la Fuente, director de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea), advierte que Bosch y Espasa la obtienen en base al método del flujo monetario, es decir, computando exclusivamente aquellos gastos en los que el dinero llega físicamente a Cataluña. Cuando se emplea el método del flujo de beneficio y se tienen en cuenta las prestaciones generales del Estado que benefician a la comunidad, pero que no se producen físicamente allí (embajadas, bases militares, agencia tributaria, servicios centrales de los ministerios), los 16.000 millones se ven reducidos en 5.000 millones.
Los 11.000 millones restantes siguen siendo una suma nada despreciable, pero Bosch y Espasa están dando por supuesto que todo se mantendrá igual tras la secesión, sin considerar las poderosas turbulencias que inevitablemente desatará. Ellas mismas alertan en el primer párrafo que su trabajo "no pretende ser exhaustivo" y "solo se centra en los factores comerciales y hacendísticos". No hay, en efecto, ni una referencia a la desestabilización que causaría una más que probable salida de la moneda única. De hecho, "parte de la base de que Cataluña estará en la UE, con lo que no tiene sentido hablar de aranceles".
Esto es un poco infantil. La Comisión Europea, que es la intérprete de los Tratados, se ha hartado de repetir que, si Cataluña llegara a emanciparse, debería volver a solicitar la adhesión tanto al euro como a la Unión, un procedimiento que "podría presentar importantes dificultades" y "llevaría un tiempo considerable incluso bajo las condiciones más benignas". Esta doctrina la fijó Romano Prodi en 2004. "Cuando un territorio de un estado miembro deja de formar parte de ese estado, porque se convierte en un estado independiente, los tratados dejarán de aplicarse a ese estado", declaró entonces. José Manuel Barroso no se apartó de esa línea y Jean Claude Juncker repitió palabra por palabra la frase de Prodi en la respuesta que dio a una consulta elevada por la eurodiputada Beatriz Becerra el 7 de julio.
Da igual. Bosch y Espasa entienden que "la imposición de aranceles y otras barreras iría contra los intereses de todas las multinacionales [...] radicadas en Cataluña" y estas no lo consentirán. "Por tanto", rematan, "el único escenario razonable [incluso] en la hipótesis de una Cataluña no integrada en la UE es el mantenimiento del statu quo: la libre circulación de bienes, personas y capitales".
El tono recuerda La gran ilusión, el ensayo en el que el británico Norman Angell demostraba en vísperas de la Primera Guerra Mundial que la difusión del capitalismo había tejido una tupida malla de intereses que hacía inviable cualquier conflicto entre las potencias occidentales. Es posible que sea así en un universo de fríos vulcanianos como el señor Spock, pero en este baqueteado planeta azul las cosas funcionan de otro modo. Incluso la perfectamente civilizada división de Checoslovaquia en 1993 provocó una disrupción en los intercambios. "La República Checa, la región más rica, es la que más perdió con la secesión", escribe el catedrático de Economía de la Complutense Mikel Buesa. "Una parte de sus mercados se desvaneció en poco tiempo".
La explicación de este fenómeno radica en "la existencia de un intenso efecto frontera", como exponen los profesores David Comerford y José Vicente Fernández Mora en "The Gains from Economic Integration". Este estudio evalúa las fricciones que se producen a lo largo de distintas divisorias y demuestra que son mucho menores entre regiones que entre países, incluso después de suprimir por completo las aduanas. Los motivos no están claros, pero la estadística es inequívoca: la relación entre Reino Unido e Irlanda es, por ejemplo, mucho menos fluida que entre Inglaterra y Escocia.
¿Qué pasaría si de repente Cataluña dejara de ser una autonomía y se convirtiera en una república? Comerford y Fernández Mora hacen la siguiente simulación: calculan las resistencias que se dan entre España y Portugal, que es el vecino con el que el trato es más fácil, y se las imputan a Cataluña. El resultado es una "caída brutal" del tráfico de productos y servicios, que se traduciría en una contracción del PIB del 10,4%. Es decir, se comería el dividendo fiscal y casi dos puntos más.
Y nos movemos en el supuesto idílico e irreal de que Cataluña siguiera en la UE. Si encima se le aplicaran la tarifa exterior común y los costes de transacción derivados de la tramitación aduanera, la inspección o la obtención de licencias, los precios de sus exportaciones a España podrían encarecerse hasta un 44,7%, según Buesa.
Es dudoso que en estas circunstancias se mantenga el statu quo en la circulación de bienes, como pretenden Bosch y Espasa.
GOLPE DE ESTADO
Hasta hace unas semanas, la viabilidad económica de una Cataluña independiente era un debate académico. Los expertos elaboraban modelos, los presentaban a congresos y publicaciones y organizaban carreras entre ellos. La principal incógnita era el comportamiento del sistema financiero. Nadie sabía lo que podía pasar, pero la prima de riesgo y la bolsa parecían tranquilas y los independentistas deducían de ello que, llegado el momento, los inversores aceptarían la secesión con normalidad. "El estado catalán se podría financiar fácilmente en los mercados internacionales", decía Bosch tajante en El Nacional.cat en junio. El redactor le acababa de preguntar por las pensiones y, aunque Bosch admitía un desfase entre cotizaciones y prestaciones (unos 3.200 millones, con datos de 2015), siempre podrían apelar a los mercados.
No es nada excepcional. El Tesoro español lleva varias subastas sobreemitiendo títulos para cubrir el déficit de la Seguridad Social. Pero hay una diferencia: mientras la deuda española tiene un grado de inversión medio, la catalana está tres escalones por debajo del bono basura, al nivel de Bangladés, Bolivia y El Salvador.
Bosch cree que es una evaluación coyuntural, "sesgada" por "un sistema de reparto de ingresos donde no nos toca lo que nos tendría que tocar" y que, en cuanto disfruten de la riqueza que les corresponde, ganarán "mucha credibilidad", pero no es precisamente a lo que estamos asistiendo. S&P Global ya ha anunciado que estudia una rebaja de rating.
"Contaban con colocarle la deuda a sus bancos", observa Fernando Fernández, profesor de IE Business School, pero esa posibilidad se esfumó el 5 de octubre, cuando Josep Oliú comunicó al vicepresidente Oriol Junqueras que el Sabadell trasladaba su domicilio social a Alicante.
Y aquello fue solo el pistoletazo de salida. En menos de una semana le seguían Caixabank, el resto de corporaciones que la región tenía en el Ibex y medio millar de pymes. Según confirmaba el decano del Colegio de Registradores de Cataluña a Expansión, las solicitudes de cambio de sede se multiplicaron en los días previos al 1-O y no han remitido desde entonces.
La razón de esta estampida es el primer motor del procés: la política de hechos consumados, la cirugía de urgencia, la vía difícil y dura.
"La ley de desconexión del 6 de septiembre causó verdadero terror y la celebración del referéndum lo multiplicó", sostiene Josep Bou, presidente de la Asociación de Empresarios de Cataluña.
"Asistimos a un golpe de estado", asegura Marco Hulsewé. "¿En qué país de la UE se ha visto que los políticos incumplan la Constitución y que la policía desobedezca a los jueces?"
"Hay una inseguridad jurídica enorme", coincide Bou. "Nadie sabe lo que va a suceder y la inversión se ha parado".
DE LA SARTÉN AL FUEGO
"Algunos economistas de primera línea, como Xavier Sala i Martín, creían que era posible una separación apacible", dice Fernando Fernández, "pero a mí nunca me cupo ninguna duda de que, de consumarse, sería dura". La salida de la eurozona obligará a la Generalitat a elegir entre dos opciones. La primera será mantener la moneda única.
"Recuerdo que Artur Mas le explicó una vez a un embajador del norte de Europa que una república catalana conservaría el euro, igual que Andorra o el Vaticano", cuenta Marco Hulsewé. "Entonces el diplomático le contestó: 'Seguro, siempre que firmen un contrato de distribución de billetes como los que tienen Andorra y el Vaticano con Francia e Italia'. Y añadió: '¿Han firmado ustedes ese contrato? Porque, de lo contrario, no van a tener dinero ni para los cajeros automáticos".
El asesor Juan Ignacio Crespo observaba en El Mundo lo paradójico que sería que la Generalitat se independizara para confiar su política monetaria a "un agente extranjero". Además, con un arreglo de esta naturaleza, se quedaría sin mecanismo cambiario para afrontar una crisis generalizada como la que sacudió a Grecia en 2009, y con el inconveniente añadido "de no poder influir [en el Banco Central Europeo] lo más mínimo".
La segunda opción que tendrá Cataluña será acuñar su propia divisa, pero en ese caso se encontrará con que debe hacer frente a una montaña de pasivos denominados en euros.
"Podría declarar el impago de la deuda externa", dice Torres, "pero ¿qué haría con la interna, con los ahorros depositados en sus bancos? Los tendría que convertir a una nueva moneda mucho más débil".
Es lo que hizo Argentina en 2000. El sistema financiero quebró y los ciudadanos y las empresas vieron cómo su patrimonio se volatilizaba. Sin acceso al crédito y con la inversión y el consumo diezmados, el país se precipitó a una profunda depresión.
ALTERNATIVAS
Impulsado por sus tres motores (la insolidaridad, la imprevisión económica y el desprecio de la legalidad), el procés se dirige hacia la escollera. Y ahora, ¿qué?
En el último Consejo Asesor de Expansión y Actualidad Económica se abordó la reforma del sistema de financiación autonómica y, en un momento dado, le preguntaron al ponente, que era Ángel de la Fuente, si existía alguna contrapartida que pudiera contentar a Cataluña.
El director de Fedea descartó un pacto similar al que disfrutan Euskadi y Navarra, donde recaudan sus propios tributos y negocian luego su contribución al Estado. "Tal y como se ha aplicado, es un modelo profundamente injusto", explicó. "Estos territorios disfrutan de una financiación muy superior a la de los demás. De hecho, el resto del país los subvenciona, a pesar de su elevado nivel de renta".
"Además", continuó, "si extendiéramos el concierto a Cataluña, al día siguiente lo reclamarían Madrid, Baleares y Aragón, con lo que no quedaría nada para repartir... En ninguna federación existe nada parecido".
De la Fuente sí se mostró partidario de corregir el disparatado sistema actual, que es arbitrario e incomprensible. Una autonomía rica como La Rioja se beneficia de un 22% más de recursos que la media, mientras que otras relativamente pobres, como Andalucía, Murcia y Valencia, reciben respectivamente un 2%, un 4% y un 8% menos. La redistribución no perjudica especialmente a los catalanes, que apenas reciben dos puntos porcentuales menos de lo que les correspondería, pero su enmienda "les daría más dinero y, sobre todo, mitigaría la sensación de agravio, porque evitaría que comunidades que aportan muchos menos impuestos acaben con más financiación por habitante que ellos".
"¿Pero alguien cree de verdad que esto se resuelve con más dinero?", apuntó uno de los asistentes después de atender su exposición.
De la Fuente se encogió de hombros mientras esbozaba una elocuente sonrisa.
CONTROL DE DAÑOS
En el Informe trimestral que colgó de su web a finales de septiembre, el Banco de España constataba que algunas de las fuerzas que venían impulsando la expansión del país habían perdido intensidad. La política presupuestaria había adoptado un tono neutral, el petróleo había subido y tampoco se podía contar ya con algunas decisiones de gasto en bienes de consumo duradero y de inversión que, tras posponerse en las fases más agudas de la crisis, se habían disparado en los últimos ejercicios.
Se trataba, sin embargo, de modificaciones modestas, con un impacto menor en la demanda. La "novedad más relevante" era "la apreciación del tipo de cambio del euro en un 8%", pero tampoco aquí se mostraba el Banco de España inquieto, porque se veía contrarrestada por la evolución "más favorable de lo anticipado" de nuestros destinos de exportación.
En suma, la permanencia de las condiciones financieras favorables y la robusta creación de empleo garantizaban el dinamismo del consumo y la inversión y, por ello, el Banco de España preveía una "continuación de la fase expansiva, si bien a un ritmo algo inferior". "Tras crecer un 3,1% este año", escribía, "el PIB avanzará un 2,5%" en 2018.
Este tono de suave optimismo era compartido casi hasta la décima por Funcas. "Nosotros estimábamos un 3,1% y un 2,7%, respectivamente", dice su director de Coyuntura, Raymond Torres.
Ahora habrá que revisar los números. "Solo lo que ha pasado podría restar entre 0,3 y 0,5 puntos al crecimiento nacional", aventura una fuente del mercado. "El 48% de la deuda española y el 45% de las acciones del Ibex están en manos extranjeras. Esto nos hace muy vulnerables a los movimientos de los grandes fondos, cuyos gestores se informan de lo que pasa aquí a través del Financial Times o el Economist. ¿Y qué leen en sus páginas? Que el 80% de los catalanes quiere votar y la única respuesta de Mariano Rajoy ha sido la violencia policial".
"La batalla de los bancos de inversión se libra en los medios internacionales, no en las embajadas", coincide Fernando Fernández. "Tenemos de nuestro lado a los Gobiernos, pero no a los editorialistas, y eso es fatal para la captación de capitales".
Torres cree, no obstante, que "si el conflicto se encauzara, las consecuencias no serían significativas. No ha habido desplazamiento de actividad, la subida de la prima de riesgo ha sido momentánea, incluso el turismo volverá... No se ha producido nada irreversible, las empresas siguen físicamente donde estaban".
Lo más negativo para Torres no es, sin embargo, lo que ha sucedido, sino lo que ha dejado de suceder. "La prórroga de los Presupuestos Generales supone que nos olvidamos de todas las asignaturas pendientes: la fiscal, la educativa, la laboral..."
"El futuro de España depende de nuestra capacidad para exportar", apunta un experto financiero. "Esto requiere dinero y habíamos hecho un esfuerzo enorme para atraerlo, pero la agitación independentista lo ha vuelto a asustar".
"Habíamos logrado rehacernos tras la recesión", explica Fernando Fernández. "Habíamos pasado de ser casi un estado fallido a ser un alumno modélico. La inversión volvía, creábamos más empleo que nadie, los activos apenas descontaban riesgo país, se hablaba de que un español presidiera el Eurogrupo... Cataluña nos ha devuelto a nuestra condición de socio poco fiable".
"España ya ha perdido", coincide la fuente del mercado. "Las agencias no nos suben la calificación, no hay Presupuestos ni vamos a acometer reformas... Teníamos un panorama estupendo, con unos tipos bajos y un barril barato y, de pronto, perdemos de nuevo el foco".
'NEVERENDUM'
"Todos sabían que la independencia era un suicidio", dice Marco Hulsewé, "y lo hemos comprobado las últimas semanas. En Cataluña no queda ni una firma relevante. Hasta Codorníu se ha trasladado a la Rioja. Lo que no entiendo es por qué los empresarios no han abierto la boca hasta el último minuto".
"Han pecado por omisión", admite Josep Bou. "Deberían haber levantado la voz antes, empezando por los bancos. Pero muchos pensaban que era el juego de siempre y que la Generalitat lograría arrancar a Madrid un marco más favorable".
"¿De qué clase?", le pregunto.
"Un concierto como el vasco o el navarro, con el que habrían pagado menos impuestos".
Este cálculo irresponsable, jaleado por la prensa y amparado en la complacencia de un estamento académico que insólitamente no contemplaba otro escenario que no fuera el más favorable, ha abierto heridas que tardarán en cicatrizar, si es que alguna vez se cierran. "Aunque no ocurra nada", dice la fuente del mercado, "muchos inversores creen que las reivindicaciones nacionalistas se replantearán dentro de unos años y que, cuando rebroten, serán más virulentas, porque toda la población habrá sido educada en el odio a España. Abandonar entonces sin fuertes pérdidas será complicado, así que ¿por qué no empezar a planificar ya la retirada?"
Esta amenaza latente es lo que en Canadá llaman el neverendum: la interminable (neverending) convocatoria de referéndums, hasta que salga el sí. Existen numerosos estudios sobre su impacto económico y, aunque en general no ha sido tan lúgubre como algunos analistas han apuntado (ni la inversión ni la renta per cápita ni el desempleo han evolucionado peor en Montreal que en Toronto), ha provocado la marcha de decenas de miles de anglófonos. Este éxodo no es baladí en un mundo donde la principal fuente de riqueza ya no es, como en el siglo XIX, el capital industrial sino el humano.
La espectacular campaña de promoción que supusieron los Juegos de 1992 atrajo a Barcelona a miles de expatriados que, como Ruckensteiner o Hulsewé, aplicaron su talento para generar riqueza aquí y no en otro lado. ¿Qué piensan hacer ahora?
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