Hace tiempo que las élites profesionales e intelectuales claman en vano por una regeneración que salve el sistema
SI no quieren escuchar no será por falta de
voces de advertencia. Hace tiempo que eso que ahora se llama «sociedad
civil» —como si la política no lo fuese, o mejor dicho, porque la
política ha dejado de serlo— se está moviendo para reclamar un proceso
de regeneración institucional, una terapia urgente contra la esclerosis
de nuestra vida pública, que amenaza ya de forma alarmante con el
colapso. No es sólo la wiki izquierda de la agitación callejera o de las
redes sociales, ni las plataformas más o menos radicales desgajadas
como spins off del 15-M; se
trata de foros cívicos, de círculos de estudios, de entidades de
pensamiento, de fundaciones académicas. Las élites profesionales e
intelectuales españolas demandan cada vez con mayor frecuencia una
reflexión activa sobre el bloqueo que atenaza a un régimen desgastado en
el que está a punto de romperse el vínculo esencial de la cohesión
democrática: el que une a los ciudadanos con sus agentes
representativos, llámense partidos, parlamentos, instituciones o
sindicatos.
Los últimos en alzar la voz han sido los
jesuitas, símbolo de la vanguardia intelectual de la Iglesia, a través
de su federación universitaria. La masa crítica de la Compañía se ha
unido al coro de bacantes cívicas que denuncian el envilecimiento moral y
político que se ha apoderado de la vida española hasta dar lugar a una
crisis de régimen. El diagnóstico es exacto y coincide con el de la
mayoría de documentos publicados en los últimos meses por diversos
clubes de opinión: se han podrido las bases de la convivencia, no
funciona el sistema de separación de poderes, la partitocracia está
desarticulada por la corrupción, el fraude fiscal destruye la justicia
redistributiva y la administración se ha vuelto un aparato autónomo al
margen de los intereses generales. Y o la dirigencia del país asume el
compromiso de unas reformas regenerativas o toda la estructura de
libertades construida desde la Transición se vendrá abajo.
Pero la nomenclatura oficial no escucha. Anda
absorbida por su bronca autodestructiva sin entender que se está
aniquilando a sí misma. Falta impulso de liderazgo y visión larga. Los
responsables políticos se consideran ungidos de autosuficiencia y
desprecian las advertencias y los consejos sin entender que se les
escapa la legitimidad a chorros por su propia degradación ética y
funcional. Han perdido la capacidad de prescribir conductas porque han
malversado su autoridad moral, y ahora circulan a rebufo de los
instintos cainitas de una opinión pública dominada por el espectáculo.
El último de sus errores consiste en dilapidar este capital crítico
humanista que clama por una reconstrucción nacional. No saben salir de
su burbuja, obcecados en la pasión del poder. Como si en estas
condiciones de desafección y desconfianza pudiesen mantener el poder
mucho tiempo.
IGNACIO CAMACHO EN ABC
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