Ricardo García Cárcel - ABC - ANIVERSARIO DEL TRATADO DE UTRECHT
El llamado tratado de Utrecht es, en realidad, una suma de tratados bilaterales que empiezan en las conversaciones de La Haya y se deslizan en convenios parciales entre los diversos participantes en la Guerra de Sucesión. El núcleo principal de los múltiples tratados de paz que concurren en Utrecht es el acuerdo entre la monarquía británica y la española que concluyó el 13 de julio de 1713. La introducción de este convenio no podía estar más cargada de buena voluntad: “Habiendo sido servido el Árbitro supremo de todas las cosas ejercitar su divina piedad, inclinando a la solicitud de la paz y concordia los ánimos de los príncipes que hasta aquí han estado agitados con las armas en una guerra que ha llenado de sangre y muerte a casi todo el orbe cristiano... Habrá una paz cristiana y universal y una perpetua y verdadera amistad entre el serenísimo y muy poderoso príncipe Felipe V, rey católico de las Españas y la Serenísima y muy poderosa princesa Ana, reina de la Gran Bretaña...”
Detrás de tan bella retórica, Inglaterra se quedó con Gibraltar y Menorca, con posesiones territoriales en el norte de América y el acceso al comercio atlántico (derecho de asiento, navío de permiso) rompiendo el viejo monopolio español del Atlántico. Era el coste de la asunción británica de Felipe V como rey de España. Los mayores desgarros de la monarquía española van a situarse en Gibraltar, Menorca y la problemática catalana. El 6 de agosto de 1704 la Armada de los Aliados –liderada por Jorge de Hesse Darmstadt, figura principal del autracismo catalán, antiguo virrey de Cataluña, y por el almirante británico Rooke- había tomado Gibraltar.
¿Quién tomó Gibraltar?
¿Se tomó la plaza en nombre de la reina Ana de Inglaterra o del rey Carlos de la España austracista? Berwick en sus memorias se manifestó tajante: “En verano desembarcó en Gibraltar el príncipe de Darmstadt y se apoderó de la plaza, la guarnición era muy endeble y su gobernador un imbécil”.
Según historiadores británicos como Hills, hasta al menos, un año después, los ingleses no se plantearon seriamente quedarse con Gibraltar y entendieron inicialmente la toma de la plaza como un episodio irrelevante en el desarrollo de la guerra.
Fue un conjunto de circunstancias que proyectaron Gibraltar hacia la mirada interesada y a la postre hacia la reivindicación de su posesión por Inglaterra. Gibraltar fue declarada posesión británica en el artículo X del Tratado de Utrecht. Se incluía en el texto la exigencia de respeto a las creencias de la religión católica y que en el supuesto de que Gran Bretaña decidiera enajenar su dominio sobre Gibraltar, España tendría preferencia sobre cualquier otra opción de destino. La plaza nunca se recuperó pese a los intentos de 1727 y 1779-83.
Menorca fue tomada por el almirante británico Leake en julio de 1708. Si en Gibraltar había habido 12000 asaltantes aquí solo 3384. La situación política de Menorca fue ambigua. ¿La soberanía para quién? ¿Para Inglaterra o para la España austracista? Para el inglés, «lo natural»
Inicialmente hubo indefinición al respecto. Ciudadela, para España; Mahón para Inglaterra. A partir de 1712, Menorca era plenamente británica en manos del gobernador Kane. Los propios británicos legitimaban la reivindicación plena de Menorca con el argumento de que “lo que pedimos es tan natural que el mundo entero estima debíamos quedárnoslo y se sorprenderá de nuestra modestia si no deseamos otra cosa”.
El caso «de los catalanes»
El artículo XI del Tratado de Utrecht les otorgó a los ingleses la posesión de Menorca, pese a las reticencias austriacas. Menorca sería británica hasta 1802, con solo dos períodos de excepción: 1756-63 en que sería francesa y 1782-97 en que pertenecería al rey de España.
El Tratado de Utrecht supuso también el planteamiento de lo que los ingleses llamaron “el caso de los catalanes”. En el artículo XIII la reina Ana de Gran Bretaña reivindicó amnistía general para los catalanes implicados en el bando austracista de la guerra y la homologación de los derechos económicos de los catalanes con los castellanos, lo que suponía la libertad de comercio con América. El caso catalán no se resolvió por el radicalismo de una parte de la sociedad catalana que optó por la resistencia épica pero suicida que culminaría el 11 de septiembre de 1714 y por la terquedad de Felipe V: “En cuanto a esos canallas y pillos el rey no le concederá jamás esos privilegios pues no sería rey si lo hiciera”.
Dos consecuencias de Utrecht
El acuerdo de Utrecht tuvo dos resultados principales: el total desmembramiento del gran coloso que había sido durante doscientos años la monarquía hispánica y la apertura de un nuevo sistema europeo caracterizado por el equilibrio continental. ¿Fracaso diplomático español? Fracaso ciertamente político. Como dice el gran diplomático-historiador Miguel Ángel Ochoa Brun: “Cuando los políticos y los guerreros dejan las riendas a los diplomáticos a menudo les dejan un carro sin ruedas o un velero desarbolado que quieren que corra y navegue”
Callejón sin salida en la actualidad
El contencioso de Gibraltar se encuentra hoy en una especie de callejón sin salida, después de que el Gobierno de Mariano Rajoy diera por muerto el Foro Tripartito de Diálogo puesto en marcha por José Luis Rodríguez Zapatero, que situó a los gibraltareños casi al mismo nivel que España y el Reino Unido. Los llanitos han optado por la confrontación con España, con hechos como el hostigamiento a los pesqueros españoles que faenan en torno al Peñón, mientras el Ejecutivo de David Cameron se niega siquiera a hablar con España del asunto de la soberanía.
El llamado tratado de Utrecht es, en realidad, una suma de tratados bilaterales que empiezan en las conversaciones de La Haya y se deslizan en convenios parciales entre los diversos participantes en la Guerra de Sucesión. El núcleo principal de los múltiples tratados de paz que concurren en Utrecht es el acuerdo entre la monarquía británica y la española que concluyó el 13 de julio de 1713. La introducción de este convenio no podía estar más cargada de buena voluntad: “Habiendo sido servido el Árbitro supremo de todas las cosas ejercitar su divina piedad, inclinando a la solicitud de la paz y concordia los ánimos de los príncipes que hasta aquí han estado agitados con las armas en una guerra que ha llenado de sangre y muerte a casi todo el orbe cristiano... Habrá una paz cristiana y universal y una perpetua y verdadera amistad entre el serenísimo y muy poderoso príncipe Felipe V, rey católico de las Españas y la Serenísima y muy poderosa princesa Ana, reina de la Gran Bretaña...”
Detrás de tan bella retórica, Inglaterra se quedó con Gibraltar y Menorca, con posesiones territoriales en el norte de América y el acceso al comercio atlántico (derecho de asiento, navío de permiso) rompiendo el viejo monopolio español del Atlántico. Era el coste de la asunción británica de Felipe V como rey de España. Los mayores desgarros de la monarquía española van a situarse en Gibraltar, Menorca y la problemática catalana. El 6 de agosto de 1704 la Armada de los Aliados –liderada por Jorge de Hesse Darmstadt, figura principal del autracismo catalán, antiguo virrey de Cataluña, y por el almirante británico Rooke- había tomado Gibraltar.
¿Quién tomó Gibraltar?
¿Se tomó la plaza en nombre de la reina Ana de Inglaterra o del rey Carlos de la España austracista? Berwick en sus memorias se manifestó tajante: “En verano desembarcó en Gibraltar el príncipe de Darmstadt y se apoderó de la plaza, la guarnición era muy endeble y su gobernador un imbécil”.
Según historiadores británicos como Hills, hasta al menos, un año después, los ingleses no se plantearon seriamente quedarse con Gibraltar y entendieron inicialmente la toma de la plaza como un episodio irrelevante en el desarrollo de la guerra.
Fue un conjunto de circunstancias que proyectaron Gibraltar hacia la mirada interesada y a la postre hacia la reivindicación de su posesión por Inglaterra. Gibraltar fue declarada posesión británica en el artículo X del Tratado de Utrecht. Se incluía en el texto la exigencia de respeto a las creencias de la religión católica y que en el supuesto de que Gran Bretaña decidiera enajenar su dominio sobre Gibraltar, España tendría preferencia sobre cualquier otra opción de destino. La plaza nunca se recuperó pese a los intentos de 1727 y 1779-83.
Menorca fue tomada por el almirante británico Leake en julio de 1708. Si en Gibraltar había habido 12000 asaltantes aquí solo 3384. La situación política de Menorca fue ambigua. ¿La soberanía para quién? ¿Para Inglaterra o para la España austracista? Para el inglés, «lo natural»
Inicialmente hubo indefinición al respecto. Ciudadela, para España; Mahón para Inglaterra. A partir de 1712, Menorca era plenamente británica en manos del gobernador Kane. Los propios británicos legitimaban la reivindicación plena de Menorca con el argumento de que “lo que pedimos es tan natural que el mundo entero estima debíamos quedárnoslo y se sorprenderá de nuestra modestia si no deseamos otra cosa”.
El caso «de los catalanes»
El artículo XI del Tratado de Utrecht les otorgó a los ingleses la posesión de Menorca, pese a las reticencias austriacas. Menorca sería británica hasta 1802, con solo dos períodos de excepción: 1756-63 en que sería francesa y 1782-97 en que pertenecería al rey de España.
El Tratado de Utrecht supuso también el planteamiento de lo que los ingleses llamaron “el caso de los catalanes”. En el artículo XIII la reina Ana de Gran Bretaña reivindicó amnistía general para los catalanes implicados en el bando austracista de la guerra y la homologación de los derechos económicos de los catalanes con los castellanos, lo que suponía la libertad de comercio con América. El caso catalán no se resolvió por el radicalismo de una parte de la sociedad catalana que optó por la resistencia épica pero suicida que culminaría el 11 de septiembre de 1714 y por la terquedad de Felipe V: “En cuanto a esos canallas y pillos el rey no le concederá jamás esos privilegios pues no sería rey si lo hiciera”.
Dos consecuencias de Utrecht
El acuerdo de Utrecht tuvo dos resultados principales: el total desmembramiento del gran coloso que había sido durante doscientos años la monarquía hispánica y la apertura de un nuevo sistema europeo caracterizado por el equilibrio continental. ¿Fracaso diplomático español? Fracaso ciertamente político. Como dice el gran diplomático-historiador Miguel Ángel Ochoa Brun: “Cuando los políticos y los guerreros dejan las riendas a los diplomáticos a menudo les dejan un carro sin ruedas o un velero desarbolado que quieren que corra y navegue”
Callejón sin salida en la actualidad
El contencioso de Gibraltar se encuentra hoy en una especie de callejón sin salida, después de que el Gobierno de Mariano Rajoy diera por muerto el Foro Tripartito de Diálogo puesto en marcha por José Luis Rodríguez Zapatero, que situó a los gibraltareños casi al mismo nivel que España y el Reino Unido. Los llanitos han optado por la confrontación con España, con hechos como el hostigamiento a los pesqueros españoles que faenan en torno al Peñón, mientras el Ejecutivo de David Cameron se niega siquiera a hablar con España del asunto de la soberanía.
José María Carrascal - ABC- GIBRALTAR, PASADO, PRESENTE Y FUTURO
Hace hoy 300 años se firmó en Utrecht el tratado que, tras el de Westfalia (1648), confirmaba la decadencia española. Una fecha triste por tanto, aunque puede no lo pareciese a los españoles de aquel entonces, que sufrían una década de guerra civil por la sucesión al trono, entre los partidarios del Archiduque Carlos de Austria y los de Felipe de Borbón, lo que convirtió la guerra en continental. Exhaustos todos, se impuso el francés, pero tuvo que pagar por ello, a costa de España y a favor de la auténtica ganadora, Inglaterra, que iniciaba su expansión imperial. Dejando aparte que Gibraltar fue tomado por una escuadra angloholandesa en nombre del pretendiente austriaco al trono español, o sea, arteramente, el Tratado de Utrecht, establecía que la Corona española cedía a la inglesa: —«La plaza de Gibraltar, con su puerto, defensas y fortalezas, sin jurisdicción alguna territorial» —«Sin comunicación alguna con el país circunvecino por parte de tierra». —«En caso de decidir un día dar, vender o enajenar la propiedad de dicha plaza, Inglaterra ofrecería a España la primera opción de recuperarla».
Ninguna de esas condiciones han cumplido los ingleses, que han ocupado la mitad del istmo nunca cedido, han construido allí un aeropuerto, reclaman la mitad de la Bahía de Algeciras, expanden la superficie del Peñón con rellenos y pasan a España cuando les da la gana, como los gibraltareños, que tras vivir 300 años del contrabando, se dedican ahora al lavado de dinero negro. Todos los esfuerzos militares para reconquistar la Roca han sido en vano. Los políticos, infructuosos. Normal: Inglaterra iba para arriba, España, para abajo.
Pero hace cincuenta años hubo suerte o, más bien, milagro. Fue cuando los ingleses ofrecieron a los gibraltareños el derecho a autodeterminarse para esquivar la cláusula que les obligaba a dar a España la primera opción en caso de desprenderse de la Roca, jugada maestra, al usar la descolonización para mantener su colonia. Pero la ONU les dio el alto y, tras una batalla diplomática que duró cuatro años, el 19 de diciembre de 1967, la Asamblea General aprobó una resolución que desmontaba la argucia británica, censuraba el referéndum independentista en la Roca y establecía que Gibraltar tenía que ser descolonizada por negociaciones entrelos gobiernos español y británico, teniendo en cuenta el principio de que «todo intento que destruya parcial o to—talmente la unidad nacional y la integridad territorial de un país es incompatible con los propósitos y principios de la Carta de Naciones Unidas». Que era darle la razón a España, pues a los gibraltareños sólo les concedía que se respetasen sus «intereses», no sus «deseos» como insistieron obstinada e infructuosamente los ingleses.
Pero aquella victoria no condujo a nada. No porque los ingleses, como era de esperar, se atrincheraran en sus posiciones, sino porque los españoles, en vez de hacer lo mismo, volvimos a nuestro deporte favorito: pelearnos entre nosotros. Se cerró y volvió a abrirse la Verja, y, a partir de ahí, cada paso que se dimos fue hacia atrás en vez de hacia delante, con cada ministro de Asuntos Exteriores llevando una política distinta en el contencioso, hasta llegar al caso calamitoso de Moratinos, que aceptó a los gibraltareños como parte de las negociaciones e incluso fue personalmente a la colonia, lo que era una forma de reconocerla. Una especie de «Real Politik», sólo que a la inversa: aceptar la realidad impuesta por el contrario en vez de imponer la nuestra. Menos mal que a aquellas alturas, la ONU defendía nuestros intereses mejor que nuestro gobierno y cuando los gibraltareños, animados por el éxito, se presentaron en su sede para pedir que les sacasen de la lista de colonias, les dijeron que no, que seguirían en ella hasta que se cumpliese la resolución emitida por la Asamblea General sobre el caso.
En un aniversario como el de hoy, las preguntas pertinentes son dos: ¿No resulta anacrónico insistir en el caso Gibraltar? Mi respuesta es: no. Lo realmente anacrónico es que sigan existiendo colonias. Y cuando han desaparecido de todos los continentes, resulta que queda una, en Europa para vergüenza de ésta y de España. Segunda pregunta: ¿Volverá Gibraltar un día a ser español? Depende de los españoles. Pues Gibraltar, con todas sus ventajas, tiene dos inconvenientes aún mayores: la geografía, se trata de un peñón inhóspito, un apéndice de España, de la que depende incluso para el agua de beber. Luego, es un paraíso fiscal, y el mundo ha declarado la guerra a los paraísos fiscales, que están sustrayendo enormes recursos a todos los gobiernos, en medio de una crisis en la que cuenta cada dólar y cada euro. En todas las reuniones internacionales, grandes o pequeñas, el tema de acabar con los paraísos fiscales figura en el orden del día y el cerco sobre ellos es cada vez más estrecho. El que hasta Suiza haya levantado en parte el secreto bancario no puede ser más elocuente. Nadie lo sabe mejor que los gibraltareños, que buscan firmar a la carrera acuerdos fiscales con otros países, pero su dilema es angustioso: si dejan de ser un refugio del dinero evadido de otras haciendas, se quedan sin una de sus mayores fuentes de ingresos. Pero si continúan con más sociedades que habitantes dedicadas a toda clase de operaciones opacas, incluida la droga y el tráfico de armas, se expone a seguir en una lista cada vez más negra y sospechosa.
En último término, sin embargo, todo dependerá de si los españoles hacemos el esfuerzo y los sacrificios necesarios para recuperar la colonia. Sacrificios que empiezan por un plan de desarrollo del Campo de Gibraltar, para que sus habitantes no tengan que depender del contrabando ni de hacer los trabajos más duros en la Roca. ¿Estamos dispuestos a ello? No lo sé. El nuevo ministro de Asuntos Exteriores ha acabado con el funesto Foro Tripartito de Moratinos y prometido mayor firmeza. Pero no bastan las acciones defensivas. Ingleses y gibraltareños están echando el resto, al darse cuenta de que se lo juegan todo. A la chita callando, siguen avanzando, como muestra que hayan conseguido se incluya a Gibraltar en las competiciones de la UEFA y que la Unión Europea acabe de asignar 10,5 millones de euros al Peñón dentro del Programa de Desarrollo Regional. Al tiempo que celebran Utrecht volviendo a acosar a nuestros pesqueros. Así, a balón parado, nos marcan los goles.
Quiero decir que trescientos años después de su entrega ignominiosa, Gibraltar sigue siendo la piedra de toque de España como nación completa y como Estado moderno. Sin acabar de pasar la prueba.
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