domingo, 8 de julio de 2012

LAS CAVERNAS PROGRES ESPAÑOLAS


Suele acusarse a la derecha política de haber claudicado en el ámbito cultural, rindiéndose en el debate de las ideas sin presentar batalla, o presentándola con ineficacia. Esto ha permitido a la izquierda hacerse con las riendas del discurso de la opinión pública, fabricando el mito progresista, que identifica con sus ideas, y desterrando a un Averno insoportable las ideas contrarias. Se ha garantizado así una supremacía que, sin embargo, empieza a resquebrajarse. 

Edurne Uriarte contribuye a ese proceso con un ensayo poderoso que enfrenta a la izquierda al espejo de sus contradicciones. "Desmontando el progresismo" (Gota a Gota) juega con la clásica idea de "las cavernas", ese espacio atrasado y represivo que en el imaginario progre ocuparía la derecha, pero que en realidad habitan sus propios clanes políticos e ideológicos. Y son cuatro, en la perspectiva de la autora: a saber, la caverna terrorista, la caverna pacifista, la caverna identitaria y la caverna radical.


La teoría de las causas


¿Por qué ante los crímenes de la ETA, de Hamás, de Al Qaeda o de las FARC, la izquierda se enfanga siempre en la búsqueda de "las causas"? Fundamentalmente, porque así reparte culpas. Las víctimas lo serían no sólo de quienes les disparan o las destrozan con una bomba, sino también de quienes le darían a los asesinos un cierto pretexto (social, económico, político), y por tanto una cierta legitimidad, al no atender sus requerimientos o no acabar con su supuesto caldo de cultivo. De ahí a propugnar la negociación como mejor instrumento contra el terror, sólo hay un paso que puede llegar tan lejos como vimos durante los mandatos del lelo José Luis Rodríguez Zapatero.

Los hechos, sin embargo, no abonan la tesis progresista. Siguiendo los datos del célebre estudio de Walter Laqueur, la autora recuerda que históricamente no hay una conexión necesaria entre la aparición de grupos terroristas y las situaciones de pobreza, represión o imperialismo que los criminales suelen alegar para justificarse. Uriarte señala algo más: esta equiparación entre quienes practican el terrorismo y quienes luchan contra él se debe a que, en el fondo, buena parte de la izquierda comparte los objetivos de los criminales, aunque repudien -incluso sinceramente- sus métodos. Así que cuando alguien decide romper la baraja y combatir el terrorismo como lo que es, se convierte en una bestia negra para ella, llámeseGeorge W. BushJosé María Aznar o Álvaro Uribe

Que este tipo de contradicciones obedecen a puro interés político (no existe, por tanto, ninguna aversión moral profunda al terrorismo, sólo al carácter pernicioso que sus efectos pueda tener sobre las ideas que les son comunes) se pone de manifiesto con el tratamiento dispensado a Barack Obama tras la eliminación de Osama bin Laden. El discurso del presidente norteamericano al anunciarla, subraya Edurne, es el mismo que podría haber hecho Bush. ¿Alguien cree que la reacción habría sido también la misma?

Frente al terrorismo de ETA, el progresismo muestra un fondo de comprensión con las causas que lo provocan y que deberíamos resolver, en lugar de atacar simplemente sus prácticas y a aquellos que lo sustentan, a los que, por cierto, los demócratas estaríamos obligados a integrar. En su praxis por la lucha por la paz, no es inhabitual la trampa eficaz de preguntar cuál es nuestra preferencia, la guerra o la paz, para justificar cualquier tipo de negociación, impidiendo, si es necesario, la opinión de las víctimas por estupefacientes razones de imparcialidad («si a uno le ponen una bomba, deja de ser imparcial», llegó a escribir Francisco J. Laporta). 

Como suelen argumentar: con el terrorismo hay que negociar siempre, y antes o después habremos de cuestionar el uso de la fuerza. En el conflicto de Oriente Próximo, el progresista también lo tiene claro: toda la culpa es de los judíos, y si Hamas usa la violencia y el terrorismo, «no es más que la otra cara de la moneda del terrorismo de Estado que practica Israel» (perla de la arabista Gemma Martín Muñoz). Poco importa que la teoría de las causas no haya sido confirmada por la historia o que situaciones semejantes no hayan dado lugar a respuestas terroristas en todos los casos: el progresismo ha identificado el mal y no le harán abdicar de tamaño hallazgo. Por demás, un buen progresista apoyará a las FARC colombianas y entenderá como mal inevitable a Al Qaeda, a quienes no considerará como una colección de fanáticos, sino como unos exaltados defensores de su cultura impulsados por las injusticias sociales, los cuales usan indiscriminadamente las guerras de guerrillas como ejercicio romántico de la lucha (la palabra guerrilla posee la carga positiva de quien pelea en pos de una utopía contra el poder). 


En la denuncia contra Estados democráticos que tienen que soportar grupos terroristas como los antedichos, el progresismo siempre contará con los cuentistas de Amnistía Internacional, organización de militantes que han apoyado una y otra vez las falsas denuncias de los terroristas de ETA contra los cuerpos policiales españoles y que no ha sido capaz de elevar ni una sola palabra contra los muertos colaterales de la guerra de Libia, ese conflicto que debe ser considerado una guerra progresista ya que no ha sido declarada por Bush, aunque tenga prácticamente las mismas características que la invasión de Irak. Según los Paul Krugman del mundo, la fuerza militar de Israel contra Hezbolá fortalecía a Hezbolá, pero las bombas aliadas contra Gadafi, en cambio, no fortalecían a Gadafi, sino la democracia y la libertad.

De Irak a Libia, del "no" al "sí" a la guerra: el ridículo

Otrosí en el caso del pacifismo. Uriarte tira de hemeroteca para poner en evidencia a la izquierda con la guerra de Libia, en comparación con la de Irak. Los retruécanos empleados por Almudena GrandesMaruja Torres o los editoriales de El País para amparar contra Muamar el Gadafi lo que se condenaba contra Sadam Hussein producen tanta hilaridad como indignación por su desfachatez. Incluso en datos muy objetivos: se defiende el ataque a Libia porque fue "multilateral", frente al "unilateralismo" de Bush en el ataque a Irak. Lo cierto es que a Bush le respaldaron 49 países, y el ataque contra el gobierno de Trípoli sólo suscitó el apoyo de 14. También recuerda la autora, ante el mantra de "las decisiones legitimadoras de la ONU", que en dicho organismo internacional se sientan los peores sátrapas del mundo, y en algunos casos con derecho de veto.

Bienvenida el islam... en nombre del feminismo

Pero lo que es "caverna en estado puro y con honores en la izquierda" es su protección al islamismo en (¡e incluso por!) su discriminación de la mujer. 

Aborda Uriarte con especial agudeza dos cuestiones referentes a la mujer: el velo y el derecho a ejercer el machismo contra las mujeres de derechas. Para el progresismo más excitable, el velo es un derecho y una libertad individual que vienen a resumir la lucha de una cierta revolución anticapitalista. No deja de ser un trasfondo de miedo y de apuesta ideológica por la creencia del multiculturalismo en el que participa causando perplejidad el propio feminismo socialista, ese que apela a la libertad individual: si usted quiere ser esclavo, ¿por qué no va a poder serlo? Velo sí, pero burka quizá no, aunque sea también un símbolo religioso. La crítica a las líderes femeninas de la derecha es, por parte de todo buen progresista, furiosa: la Thatcher, Esperanza Aguirre o Sarah Palin «actúan como hombres» y, por lo tanto, son masacrables. Es, pues, un libro que no deja indiferente y que no está escrito para ganar amigos.

Ver a feministas defendiendo las prendas de ropa que marcan y producen esa discriminación, resulta tan lamentable como la actitud de los creadores de opinión de la izquierda ante las mujeres de derechas. 


Wendy Doniger, feminista de la Universidad de Chicago, llegó a decir que la mayor "hipocresía" de Sarah Palin "es su pretensión de que es una mujer". La ex candidata a la vicepresidencia y ex gobernadora de Alaska, que debe todo lo que ha conseguido a su esfuerzo, no vale nada, a ojos progresistas, en comparación a Hillary Clinton, que debe todo lo que es al apellido de su marido, a quien perdonó la humillación pública de su infidelidad
Algo parecido sucede con Margaret Thatcher. En 2009, otra progreHarriet Harman, dirigente laborista, publicó una lista de las 16 mujeres que habían cambiado Gran Bretaña... ¡y en esa lista no estaba la única mujer que ha ocupado el 10 de Downing Street! El escándalo fue de tal magnitud que tuvo que rectificar.

Junto a este fanatismo, está el hecho de que la izquierda aplauda la censura social o condena judicial (Oriana FallaciRobert RedekerGeert Wilders) de quienes se oponen a la expansión del islamismo en Europa. O que, ante cualquier ofensa a Mahoma, reaccione contra la libertad de expresión que invoca para ofender a Jesucristo.

Nacionalismo, jamás... salvo en España

No caen en menor contradicción al censurar por "fascista" todo nacionalismo fuera de España (como en de la Liga Norte de Umberto Bossi) y haber sellado en España una alianza con todos y cada uno de los nacionalismos localistas y reduccionistas, apegándose al discurso que atribuye a los nacionalistas la representación de la colectividad incluso donde son minoría. Durante decenios el nacionalismo ha tenido la bula de la izquierda y mantenido el gran bulo de su progresismo. La ideología más reaccionaria recibió la bendición ecuménica de los santones y pasó a ser considerada parte del sacrosanto tabernáculo de las esencias progres. Ser nacionalista , lejos de todo análisis y rigor ideológico, se convertía en España en sinónimo de formar parte del rebaño de las ovejas buenas, de los majos, de los de buen rollo, de los progres. La persecución del franquismo-cierta, atroz y veraz persecución que nadie en su juicio puede negar y que abarcó todos los actos cotidianos y por supuesto a la lengua- se convirtió en la gran coartada para esa bula primero y luego la patente de corso para ser ellos quienes entraran en la espiral de perseguir, prohibir y acosar lo que les viniera en gana. Particularmente y con singular inquina a la lengua común de los españoles.

Hay que dar el combate de las ideas

Todo este cúmulo de incoherencias y trampas ideológicas es posible porque los progresistas no encuentran contestación en "una derecha intelectual minoritaria y más bien apocada y temerosa", que cuenta con escasos medios en televisión y muchos menos postes de radio que la progresía. Eso aumenta la arrogancia e intolerancia de la izquierda, soberbiamente descrita por Edurne Uriarte en las últimas páginas. La simplicidad de la receta progre facilita también su sensación de infalibilidad y superioridad moral. ¿Un ejemplo? Las brutales condenas al Tea Party, contra el que caben todos los adjetivos denigratorios, comparadas con el apoyo a Occupy Wall Street o el 15-M.



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