sábado, 27 de febrero de 2016

GRANDES MENTIRAS DEL NACIONALISMO CATALÁN

Quince descabellados mitos del nacionalismo catalán


Es cierto que España, Inglaterra, Francia y compañía tienen en su pasado una infinidad de mitos y de personajes casi mitológicos, como puede ser en el caso español El Cid Campeador, pero el peligro está en el uso político que se da a esos mitos y a si están abiertos o no al análisis histórico. Los catalanes no lo están. El nacionalismo catalán es un fenómeno contemporáneo, surgido del descontento de ciertos sectores dirigentes a finales del siglo XIX con el proyecto de estado-nación español, que se vio obligado a crear una larga lista de mitos cimentados en tres hitos –el periplo medieval de los Condados Catalanes, la unión dinástica entre Castilla y Aragón y la Guerra de Sucesión– para apoyar sus reivindicaciones políticas. Hoy, muchas de esas leyendas siguen vigentes y, pese a la fragilidad de sus argumentos, resultan inaccesibles a los historiadores, que, cuando logran desmontarlas, son acusados de servir a los intereses de España. Ese desdén hacia los investigadores –retratado en la broma de Jordi Pujol: «Yo soy historiador»– hace que los mitos catalanes sean muy infantiles y fáciles de desclasificar.

La rendición no se produjo el 11 de septiembre.

El Parlamento de Cataluña declaró la Diada como fiesta autonómica catalana en 1980 para conmemorar la caída de Barcelona en la Guerra de Sucesión. Sin embargo, Jordi Pujol y su partido cometieron un fallo histórico puesto que la rendición de la ciudad no tuvo lugar el 11 de septiembre, sino poco después del mediodía del día 12. Y, según el historiador Salvador Sanpere y Miquel, «la muerte de la libertades», tal y como la interpretan los independentistas, aconteció dos días después de la entrada de las tropas con la rendición de las banderas a la Armada Real.

La mitificación de Rafael Casanova.

Los actos de la Diada comienzan con una ofrenda floral a Rafael Casanova, conseller en cap durante el asedio de 1714. Un personaje mitificado por los nacionalistas al que algunos historiadores responsabilizan de llevar el asedio a una resistencia «suicida» que causó miles de muertes innecesarias. Su actuación en la batalla tampoco fue muy heroica. Cuando comenzó el asalto final, Casanova estaba durmiendo y, tras acudir a las murallas, fue herido de poca gravedad en el muslo. 

A la caída de la ciudad, el político catalán quemó sus archivos, se hizo pasar por un muerto y delegó la rendición en otro consejero. Tras conseguir la amnistía en 1719, Casanova volvió a España a ejercer como abogado hasta su muerte. Sus familiares reivindican hoy su figura como simplemente un español que apoyó al Rey equivocado.


Pérdida de las libertades catalanas.

Felipe V retiró los fueros cuando tomó la ciudad de Barcelona, que había defendido la causa del archiduque Carlos de Austria en la Guerra de Sucesión. La propaganda nacionalista señala esta decisión como «la muerte de las libertades de Cataluña». No en vano, el hispanista Henry Kamen explica que el concepto moderno de libertad nada tiene que ver con los privilegios administrativos, en el sentido medieval, de los que gozaba esta región de España. Además, el historiador Joaquim Coll recuerda que «no hay prueba de que los Austrias garantizaran un modelo pluriestatal».

Países Catalanes, la tierra prometida.

«A pesar de la tendencia de los historiadores nacionalistas catalanes a retorcer la naturaleza “catalana-aragonesa” de la Corona de Aragón, nunca ha existido nada, en la historia medieval, y mucho menos en los tiempos modernos, que pudiera considerarse ni de lejos un embrión del Estado catalán, excepto en las imaginaciones más románticas y soñadoras», explica en uno de sus trabajos el historiador Enric Ucelay-Da Cal. Frente a la incapacidad para encontrar un germen de nación en la historia de este región española, la mitología romántica acuñó a finales del siglo XIX el término Países Catalanes (o Gran Cataluña). No en vano, lo que comenzó como una simple denominación de carácter lingüístico se convirtió en boca de los nacionalistas en una especie de tierra prometida. Un ente que sirve para justificar, con supuestas raíces en la Edad Media, las actuales reivindicaciones políticas.

El catalán nunca fue la única lengua de Cataluña.

La lengua catalana tuvo su origen en el noroeste peninsular a partir del latín vulgar que introdujeron los romanos. Sugieren algunos filólogos que el sermo rusticus catalán, la primera gran ruptura con el latín, se remonta a entre los siglos VII y VIII. No obstante, pese a su largo recorrido histórico, lo cierto es que el catalán nunca ha sido la única lengua en un territorio, quizás a causa de su lugar geográfico, entregado al bilingüismo. La pluralidad ha sido la regla incluso en los siglos medievales. Entre el  XVI y XVIII, el catalán compartió espacio con el castellano, el latín y el italiano. La unión de las coronas de Castilla y Aragón supuso la adopción del castellano por parte de la mayoría de la aristocracia catalana, sobre todo en las zonas urbanas, aunque entre la población siguió siendo mayoritario el uso del catalán.

La quimera de la nación catalana.

En una entrevista con ABC.es, el historiador Jordi Canal, autor de «Historia Mínima de Cataluña» (Turner, 2015), responde directamente a esta cuestión: ¿Fue Cataluña alguna vez una nación? «Nunca, dado que las naciones son algo muy contemporáneo. Esa es una de las grandes confusiones de la historia de Cataluña: hablar de nación con tanta facilidad. Hay un abuso permanente a la hora de usar conceptos contemporáneos aplicados al pasado. Cuando en las épocas medieval y moderna encontramos el término nación, éste no significa lo que hoy entendemos. Por ejemplo, cuando el cronista Ramón Muntaner se refiere en la Edad Media a nación catalana, debe entenderse como un grupo de personas que hablan la misma lengua. En Cataluña realmente solo podemos hablar de una nación en construcción, o en curso, cuando aparecen los grupos nacionalistas en la última década del siglo XIX. A partir de los años ochenta del siglo XX, se han acometido procesos de renacionalización a los que hoy se aferran las reclamaciones secesionistas».

Wilfredo «El Velloso», el fundador mítico de Cataluña.

La historia del noble Wifredo «El Velloso» ha sido desdibujada por los nacionalistas catalanes para otorgarle un papel protagonista en la mitológica fundación de «la nación catalana». Sin embargo, el último conde de Barcelona designado por un Rey franco simplemente se aprovechó de la crisis del imperio para concentrar el máximo número de títulos, pero desde luego no albergaba ningún sentimiento nacionalista y ni siquiera buscó desvincularse del Imperio carolingio. 

De hecho, el título de conde de Barcelona cayó en sus manos precisamente por tomar partido a favor de Carlos «El Calvo» en contra de la nobleza local. Lo cual no significa que se pueda hablar desde ese momento de una entidad propia y unitaria en la región catalana. En 897, a la muerte de «El Velloso», Wifredo II Borrell se hizo cargo, conjuntamente con sus hermanos Sunifredo y Miró de los condados paternos, reservándose para él el gobierno de los condados principales, Barcelona, Gerona y Osona. No en vano, llegado el momento, Wifredo Borrell viajó a Francia para rendir tributo al nuevo rey, Carlos «El Simple», donde fue investido oficialmente como conde en 899.

La fantasía del Reino de Cataluña o la Corona catalano-aragonesa.

Es demasiado frecuente encontrar en la historiografía catalana el uso, abuso más bien, de términos modernos para definir entidades políticas del pasado que hubieran resultado completamente desconocidos para las personas de la época. En la Edad Media no existen referencias a lo que hoy se llama confederación catalano-aragonesa, ni a reyes de Cataluña-Aragón, ni por supuesto al Reino de Cataluña. Simple y llanamente se usaba Corona de Aragón para definir lo que nació como la unión dinástica entre los titulares de los Condados catalanes y los soberanos del Reino de Aragón.

El controvertido y mitológico origen de la señera.

Como Jordi Canal narra en el mencionado  libro «Historia mínima de Cataluña» (Turner, 2015), en el origen de la señera, posiblemente en el siglo XII, «lo histórico y lo legendario se han fundido con harta frecuencia a la hora de explicar cómo y en qué momento preciso hizo su aparición este emblema». Según la versión más extendida, el Emperador Carlos «El Calvo» (en otras versiones sustituido por Luis «El Piadoso») concedió a su vasallo Wifredo «El Velloso» –titular de los Condados catalanes– un escudo con cuatro barras rojas por su servicio en la guerra contra los normandos. El Emperador mojó los dedos en la herida de guerra de Wilfredo y dibujó cuatro palos en el que hasta entonces había sido su blasón raso dorado. No obstante, ya el primer problema de la leyenda es que tiene lugar a finales del siglo IX, cuando en realidad los emblemas heráldicos sobre escudo aparecen en Europa a partir del siglo XII. 


El medievalista Martín de Riquer Morera apunta así a que es posible que el sacerdote valenciano que escribió esta historia en el siglo XVI, Pedro Antón Beuter, se inspirara en el uso de la sangre para crear escudos de armas en las aventuras de Galaad (caballero de la Mesa Redonda del Rey Arturo) y a que, en todo caso, algunas frases las copió literalmente de un fragmento de «Nobiliario vero» (1492), una obra que detalla el origen de las armas heráldicas del linaje de la familia de los Córdoba. Un copia y pega que sigue sin explicar el verdadero origen de la bandera.

10º Reyes Católicos, el origen de los males de Cataluña.

El reinado de los Reyes Católicos, con la consiguiente unión de las coronas de Aragón y Castilla, es señalado por el nacionalismo catalán como el origen de todos los males de Cataluña. Lo cual sumado a la actuación de la Inquisición, cuya versión moderna recuperaron los Reyes Católicos, sirve de hilo argumental para sostener una versión distorsionada del relato histórico. La propaganda nacionalista argumenta que la castellanización de Cataluña destrozó la economía de la región y atacó su cultura. Es, en suma, el origen y causa del declive de Cataluña según el discurso nacionalista. 

Pero la realidad es que antes de la unión dinástica se dio un periodo de claro declive económico en la ciudad de Barcelona –enclave comercial de la Corona de Aragón y sus territorios en el Mediterráneo–. Entre 1462 y 1472, la ciudad de Valencia alcanzó un mayor desarrollo y superó comercialmente a Barcelona, pero eso no fue responsabilidad de los Reyes Católicos, sino motivada por razones demográficas y por epidemias. Al contrario, Cataluña fue recuperando su pujanza a partir de la segunda mitad del siglo XVI.

11º Los comerciantes catalanes tenían prohibido el acceso a América.

Hasta 1520, muchos puertos españoles tenían libertad de comercio con el Caribe, incluidos los aragoneses, pero posteriormente se creó un monopolio estatal controlado desde Sevilla. El monopolio no fue un privilegio de Castilla frente a la Corona de Aragón, sino de un puerto de la península, Sevilla, elegido por sus condiciones geográficas y sustituido más adelante por el de Cádiz por los mismos motivos. Cientos de catalanes se desplazaron hacia estas ciudades, donde pudieron comerciar libremente desde 1524. 

Cabe mencionar que el monopolio nunca fue excesivamente restrictivo ni siquiera para los comerciantes ingleses, holandeses y franceses. Los comerciantes catalanes, no en vano, estaban poco interesados en América a principios del siglo XVI –lo que explica su escasa presencia–, ya que estaban ocupados tratando de recuperar su posición en los mercados tradicionales, es decir en el Mediterráneo y en Europa del norte. Las cesiones en los mercados africanos, cuya conquista y defensa corría a cargo de las arcas castellanas, contribuyeron a que Barcelona recuperase poco a poco el pulso económico tras la crisis sufrida en el siglo XV.

12º Los catalanes no participaron en ninguna de las gestas militares del Imperio.

En lo que respecta a batallas fuera de sus fronteras durante los siglos XVI y XVII, la participación militar de los catalanes fue muy reducida. Esto es así porque los fueros catalanes prohibían oficialmente servir en el ejército fuera del Principado. Algo que no impidió que hubiera soldados catalanes, como del resto de España, presentes en ciertas campañas como en la de Granada de 1492 y en la guerra de Flandes. Por su parte, en la batalla de Lepanto, aunque no hubo una proporción muy alta de soldados catalanes embarcados en las galeras, sí tuvieron gran relevancia en la contienda dos almirantes procedentes de esta región española. Por un lado, Luis de Requesens –amigo de la infancia de Felipe II y nacido en Barcelona– fue el brazo derecho de don Juan de Austria y el responsable de muchos de los movimientos tácticos de la batalla. A su vez, el noble catalán Juan de Cardona dirigió la flota de vanguardia que inició el coche con los turcos.

13º Castilla como enemiga histórica de Cataluña.

En el origen de la historia común entre Castilla y Cataluña, los habitantes de ambas regiones aparcaron las intermitentes disputas que azotaron los reinos hispánicos durante la Edad Media e inauguraron un tiempo de cooperación mutua en el siglo XVI. Como recuerda el hispanista Henry Kamen, en 1479 la ciudad de Barcelona comunicó a Sevilla, poco después de la unión de coronas: «Ahora somos todos hermanos». Y si bien es cierto que Castilla adquirió un papel preeminente en esta asociación, los datos refrendaban su posición: la población castellana suponía el 80% de España y ocupaba tres cuartas partes del territorio peninsular en el momento de la unión dinástica. Las relaciones de cooperación, como los posibles incidentes, han sido siempre las habituales entre unos territorios  centrales y unos periféricos.

14º La sublevación de Cataluña en 1640.

Los acontecimientos de 1640 son retorcidos por el nacionalismo para presentarlos como una lucha entre Castilla y Cataluña. Nada más lejos de la realidad. A causa de la exigencia de mayor compromiso económico hacia la Monarquía Hispánica y, sobre todo, de su enemistad personal con el virrey, parte de la burguesía y la nobleza catalana auspició en 1640 una revuelta popular contra el ejército real que había acudido a esta región española a combatir a Francia. 

«Los nobles y verdaderos catalanes, a quien tocaba por derecho de fidelidad y de sangre la defensa de la justicia, de la patria y de la honra del Rey, estaban cubiertos de miedo en sus casas sin atreverse a salir», escribió un catalán de la época sobre una revuelta que adquirió un carácter antiseñorial. Asustados por la brutalidad de la revuelta, la oligarquía recurrió a una calamitosa alianza con la Francia del Cardenal Richelieu, que causó graves perjuicios económicos a los campesinos. Luis XIII inundó la administración de franceses y los mercados de productos de su país durante doce años. El final de la Guerra de los Treinta años permitió a Felipe IV recuperar Cataluña, cuya población aplaudió el regreso a España. La experiencia secesionista fue terrible.

15º El segadors, la invención de la tradición.

Los Segadores (en catalán «Els Segadors») es el himno oficial de la comunidad autónoma de Cataluña, cuya letra se basa en un romance popular del siglo XVII sobre la sublevación de 1640, pero que en realidad fue rescata del olvido, como la propia señera, a finales de siglo XIX por el filólogo Manuel Milà i Fontanals en su «Romancerillo catalán» (1882). No en vano, la actual letra fue cambiada en 1899 por Emili Guanyavents, y la música, de Francesc Alió, pudo entonces haberse inspirado en un famoso himno hebreo. En la senda de la invención de tradiciones modernas –tema ampliamente estudiado por Eric Hobsbawm–, un caso curioso en Cataluña también es el baile de la sardana. Mientras que a finales del siglo XIX era desconocido para la mayoría de catalanes, a excepción de en Gerona, con el inicio del siglo XX el emergente nacionalismo se encargó de proclamar que se trataba de un baile histórico con profundas raíces en toda la región


El controvertido y mitológico origen de la señera que reivindican los nacionalistas


El origen de lo que hoy es la bandera oficial de la Comunidad Autónoma de Cataluña –también presente en Valencia, Aragón y Mallorca–, la señera, sigue siendo motivo de una decimonónico controversia, donde algunos nacionalistas han elevado una acreditada leyenda a la categoría de real. Según el mito, el Emperador franco Carlos «El Calvo» dibujó con la sangre de Wifredo «El Velloso» –gran protagonista del relato de la Cataluña ficticia–, herido en combate, cuatro barras rojas en el escudo dorado, pronunciando las célebres palabras: «Estas serán vuestras armas, conde». El relato, sin embargo, está copiada literalmente de un pasaje de la toma de Córdoba por Fernando III, donde se dice que el Rey castellano quiso premiar la valentía de uno de los caballeros empapando los dedos en la sangre del herido y dibujando en su escudo tres franjas rojas.

Como Jordi Canal narra en su nuevo libro «Historia mínima de Cataluña» (Turner, 2015), en el origen de la señera, posiblemente en el siglo XII, «lo histórico y lo legendario se han fundido con harta frecuencia a la hora de explicar cómo y en qué momento preciso hizo su aparición este emblema». Según la versión más extendida, el Emperador Carlos «El Calvo» (en otras versiones sustituido por Luis «El Piadoso») concedió a su vasallo Wifredo «El Velloso» –titular de los Condados catalanes– un escudo con cuatro barras rojas por su servicio en la guerra contra los normandos. El Emperador mojó los dedos en la herida de guerra de Wilfredo y dibujó cuatro palos en el que hasta entonces había sido su blasón raso dorado. No obstante, ya el primer problema de la leyenda es que tiene lugar a finales del siglo IX, cuando en realidad los emblemas heráldicos sobre escudo aparecen en Europa a partir del siglo XII.

Wifredo «El Velloso», el epicentro del relato
La falsa idea de que Wifredo «El Velloso» fue el artífice no ya de la independencia de los condados catalanes –los cuales simplemente pasaron a manos de un mismo linaje bajo su administración– sino del nacimiento de Cataluña fue popularizada durante «la Renaixença», en el siglo XIX, por el dramaturgo Serafí Pitarra, a través de su frase «Fills de Guifré el Pilós, això vol dir catalans» («Hijos de Wifredo el Velloso, esto quiere decir catalanes»). Una lectura con más literatura que historia, como suele ocurrir con los relatos nacidos al abrigo del romanticismo, que también desempolvó la vinculación de Wifredo con el origen de la bandera de las cuatro barras rojas sobre fondo amarillo, citada por primera vez en el siglo XVI. Fue así el sacerdote y teólogo valenciano Pedro Antón Beuter el primero que dio probablemente forma a la leyenda en la «Crónica general de España, y especialmente de Aragón, Cataluña y Valencia», escrita en 1551.

El medievalista Martín de Riquer Morera apunta a que es posible que el sacerdote valenciano se inspirara en el uso de la sangre para crear escudos de armas en las aventuras de Galaad (caballero de la Mesa Redonda del Rey Arturo y uno de los tres que alcanzaron el Grial en las leyendas artúricas) y a que, en todo caso, algunas frases están copiadas literalmente de un fragmento de «Nobiliario vero» (1492), una obra que detalla el origen de las armas heráldicas del linaje de la familia de los Córdoba.



Pocos historiadores han dado así por bueno este relato. La mayoría prefiere remitirse a la primera evidencia documental del emblema, fechada en el año 1150 (siglo XII), tras la unión de los condados catalanes con el reino vecino de Aragón. Esta primera representación muestra a Ramón Berenguer IV montado en caballo con un escudo que contiene varias rayas heráldicas, aunque existen pinturas románicas con el símbolo que podrían remontarse a un tiempo anterior.

Pero más allá de cuál fue la primera prueba documental, la disputa se enfoca en saber si las cuatro barras fueron aportadas por los Condados catalanes o por el Reino de Aragón, cuyas barras de gules en campo de oro podrían proceder de la temprana vinculación del Reino de Aragón con la Santa Sede (el Rojo y el Amarillo eran los colores pontificios en la Edad Media). Así, cabe mencionar que cuando Ramón Berenguer IV se casó con Petronila de Aragón, dando forma a la unión entre catalanes y aragoneses, no pudo titularse rey sino príncipe, puesto que esta dignidad quedaba reservada a su suegro. El hijo del matrimonio, Alfonso II, sí se tituló Rey y heredó la dignidad familiar del Reino de Aragón y sus símbolos, lo cual supondría en principio que el escudo de las cuatro barras procedía de la vía materna, la aragonesa. Con todo, muchas de las teorías que defienden que fue una aportación catalana son igual de ricas en argumentos, haciendo imposible encontrar hoy un punto de coincidencia.

Con el paso de los siglos, la señera cayó en cierto olvido, siendo rescatada como emblema catalanista en torno a 1880 y adquiriendo un tono reivindicativo entonces. En este ejercicio de arqueología de los símbolos, las cuatro barras se impusieron a otras enseñas con tanta o incluso más importancia en la historia de Cataluña. Una de estas era la bandera de San Jorge, una cruz griega roja sobre fondo blanco, que fue adoptada como propia en el pasado por las instituciones barcelonesas e incluso por la Diputación del General. En la rendición de Barcelona de 1714, Francesc de Castellví describe, en «Narraciones históricas desde el año 1700 al 1725», la entrega de las banderas al ejército de Felipe V: «Empezando por las de la Coronela y la antiquísima bandera de Santa Eulalia y acabando por la de San Jorge, que es la que representaba el Principado».

La «estelada» catalana, empleada hoy por los simpatizantes del independentismo, data de inicios del siglo XX y nació de la fusión de las cuatro barras tradicionales con un triángulo estrellado a la izquierda. Un elemento considerado inspirado en las banderas de Cuba y Puerto Rico y diseñado por Albert Ballester. Tras su estancia en Cuba y en Puerto Rico, Vicenç Albert Ballester –activista del partido Unión Catalanista y de otros movimientos e iniciativas de carácter independentista– tomó la idea de añadir un estrella a la bandera llamada a ser el icono del nacionalismo. En ese momento, con las recientes independencias de Cuba y Puerto Rico, la estrella de sus banderas era un referente de la lucha contra el Imperio español. De hecho, el documento más antiguo en el que aparece una «estelada» se titula «What says Catalonia» («Que dice Cataluña»), con fecha del 11 de septiembre de 1918, y es una carta elogiosa hacia EE.UU, considerado «el libertador de Cuba y Puerto Rico» por éstos. El texto, firmado por el Comité Pro Cataluña, fundado dos meses antes del comunicado, pide a «la victoriosa Entente, por el Derecho y la Libertad de los Pueblos, la revisión del Tratado de Utrecht. ¡Viva la Entente! ¡Gloria a Wilson! ¡Justicia!».

Dos décadas después de su creación, la «estelada» fue declarada bandera oficial de la «República Catalana Independiente» en la «Constitución de la Habana», que se escribió y firmó en la capital de Cuba entre 15 de agosto y el 2 de octubre de 1928. Francesc Macià, por aquel entonces fundador del partido «Estat Català» y posteriormente proclamado presidente de la Generalitat, fue uno de los impulsores de esta constitución que reconocía la «estelada» de forma oficial y quien instigó para que se colgara en el balcón del Palacio de la Generalitat cuando el 14 de abril de 1931 se proclamó la República Catalana. No en vano, el estatuto de autonomía de 1979 recogió tras el franquismo que la bandera oficial de la Comunidad de Cataluña es la señera, abandonando el uso de la «estelada» a los grupos políticos secesionistas. Su popularidad, de hecho, se ha extendido solo a partir del siglo XXI.


Wifredo «El Velloso», el fundador mítico de Cataluña para los nacionalistas


Carlos «El Calvo» nombró en el año 878 conde de Barcelona a «El Velloso», siendo el último que fue designado por un Emperador franco. Pero los condados catalanes no adquirieron una entidad independiente ni unitaria tras su muerte, puesto que los hijos del conde se repartieron los títulos y siguieron rindiendo tributo a los francos

Escena legendario en que Carlos «El Calvo» crea con la sangre de Wifredo las 4 barras del condado de Barcelona
La historia del noble Wifredo «El Velloso» ha sido retorcida por los nacionalistas catalanes para otorgarle un papel protagonista en la mitológica fundación de la nación catalana. Sin embargo, Wifredo «El Velloso», el último Conde de Barcelona designado por un Rey franco, simplemente se aprovechó de la crisis del imperio para concentrar el máximo número de títulos, pero desde luego no albergaba ningún sentimiento nacionalista ni siquiera buscó desvincularse del Imperio carolingio. De hecho, el título de conde de Barcelona cayó en sus manos precisamente por tomar partido a favor de Carlos «El Calvo» en contra de la nobleza local. Tampoco es cierto el relato de que la bandera de las cuatro barras rojas sobre fondo amarillo –hoy bandera vinculada a las regiones herederas de la Corona de Aragón– fuera creada por «El Velloso».

Tras el colapso de la Hispania Visigoda –que se extendía por prácticamente toda la Península Ibérica– y la invasión musulmana en el año 718, el Imperio carolingio estableció una marca defensiva como frontera meridional con Al-Ándalus. Esto supuso la ocupación por los francos durante el último cuarto del siglo VIII de las actuales comarcas pirenaicas, de Gerona y, en el 801, de Barcelona. Este antiguo territorio visigodo se organizó políticamente en diferentes condados dependientes directamente del rey franco.

Wifredo «El Velloso», un aliado de Carlos «El Calvo»
Conforme el poder central del Imperio se debilitaba en el siglo X, los condados catalanes, que estaban vertebrados por Barcelona, Gerona y Osona, fueron progresivamente desvinculándose del poder de los francos. En el año 987, el conde Borrell II fue el primero en no prestar juramento al monarca de la dinastía de los Capetos, pero se sometió en vasallaje al poderoso Califato de Córdoba. En este punto, las leyendas nacionalistas sitúan erróneamente al noble Wifredo «El Velloso» –el último conde de Barcelona designado por la monarquía franca– como el artífice, no ya de la independencia de los condados catalanes sino también del nacimiento de Cataluña y sus símbolos.

Como hicieron los cronistas castellanos con «El Cid Campeador», los nacionalistas catalanes recurrieron a un personaje real, que debió gozar de gran importancia en su tiempo pero del que se conocen pocos datos históricos, para moldear su biografía y cubrir los grandes huecos con datos legendarios. Wilfredo pertenecía a un linaje hispanogodo de la región de Carcasona (la mitología catalana fija su nacimiento en la inmediaciones de Prades, en el condado de Conflent, actualmente en el Rosellón francés). En el año 873 heredó el Condado de Urgel tradicionalmente en manos de su familia. Aprovechando la fallida rebelión del Conde de Barcelona Bernardo de Gothia contra Carlos «El Calvo», la fidelidad de Wilfredo hacia el monarca le hizo ganarse como premio el resto de condados. El noble fue el primero en aglutinar a la vez todos los títulos de los condados catalanes, siendo el fundador de la dinastía de la Casa de Barcelona.

Sin embargo, Wifredo «El Velloso», que había recibido los títulos por mediación de los francos, no buscó nunca la independencia de los condados y, por supuesto, no configuró ninguna nación catalana ni nada parecido. Fue con la Capitular de Quierz –promulgada el 14 de junio de 877 por Carlos «El Calvo»– cuando se sembró el auténtico germen de la separación de los condados catalanes del Imperio carolingio. Esta orden real estableció la heredabilidad de los honores otorgados por la corona. Es decir, que a la muerte de Wifredo «el Velloso» sus títulos pasaron a sus hijos sin que fuera necesario que el Emperador del declinante Imperio carolingio eligiera al sucesor.

Lo cual no significa que se pueda hablar desde ese momento de una entidad propia y unitaria en la región catalana. En 897, a la muerte de su padre, Wifredo II Borrell se hizo cargo conjuntamente con sus hermanos Sunifredo y Miró, de los condados paternos, reservándose para él el gobierno de los condados principales, Barcelona, Gerona y Osona. No en vano, llegado el momento Wifredo Borrell viajó a Francia para rendir tributo al nuevo rey, Carlos «El Simple», donde fue investido oficialmente como conde en 899. Hubo que esperar más de un siglo más para ver la completa desvinculación de los condes de Barcelona, que terminaron aglutinando todos los títulos nobiliarios catalanes bajo una misma persona, con respecto la Corona franca.

La falsa leyenda del origen de la bandera
La falsa idea de que Wifredo «El Velloso» fue el artífice no ya de la independencia de los condados catalanes sino del nacimiento de Cataluña fue popularizada durante «la Renaixença», en el siglo XIX, por el dramaturgo Serafí Pitarra, a través de su frase «Fills de Guifré el Pilós, això vol dir catalans» («Hijos de Wifredo el Velloso, esto quiere decir catalanes»). Una lectura con más literatura que historia, como suele ocurrir con los relatos nacidos al abrigo del romanticismo.

Otro mito vinculado a Wifredo es el origen de la bandera de las cuatro barras rojas sobre fondo amarillo, que, en realidad, no fue usada por los Condados hasta la unión con Aragón. Según una leyenda recogida por una crónica castellana de 1492, Wifredo «El Velloso» acudió a ayudar al emperador, posiblemente a Carlos «El Calvo», durante una batalla contra los normandos. El Emperador dibujó con la sangre del noble catalán, herido en combate, cuatro barras rojas en el escudo dorado, pronunciando las célebres palabras: «Estas serán vuestras armas, conde». La historia, sin embargo, está copiada de un pasaje de la toma de Córdoba por Fernando III, donde se dice que el Rey castellano quiso premiar la valentía de uno de los caballeros empapando los dedos en la sangre del herido y dibujando en su escudo tres fajas rojas.
En realidad, el escudo de las cuatro barras probablemente lo empezó a utilizar el conde Ramón Berenguer IV, después de la unión dinástica del condado de Barcelona con el reino de Aragón, siendo el símbolo oficial del linaje a partir de su hijo, el Rey Alfonso II de Aragón.


La Generalitat asegura que la Corona de Aragón nació en Cataluña 


La Corona de Aragón tuvo su origen en un linaje catalán. Así lo indica en su página web oficial la Generalitat, lo que ha sido denunciado por diversas entidades aragonesas, que lo consideran una nueva muestra de «manipulación histórica» por parte del nacionalismo catalán.

La Generalitat adjudica al conde Wifredo (o Guifredo) el Velloso (Guifré el Pilós en catalán) haber sido el germen de la Corona de Aragón, gracias al cual -se indica en la web- se resolvió el problema hereditario en el reino de Aragón y éste pasó de ser un Reino a una Corona.

El linaje de Wifredo el Velloso, publicita la Generalitat, «fue el embrión de la Corona de Aragón, al unir su destino al reino aragonés en virtud de los problemas dinásticos que sufría esta monarquía». Se refiere a los episodios sucesorios ocurridos a la muerte del rey de Aragón Alfonso el Batallador, que murió sin descendencia directa y legó su reino a las órdenes militares. Su testamento no se hizo efectivo y le sucedió como rey su hermano Ramiro II el Monje, quien casó a su hija la reina Petronila con el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV.

Este hecho le sirve a la Generalitat para concluir que el «embrión de la Corona de Aragón» estuvo en Cataluña, en un linaje catalan, el de la casa condal de Barcelona, pese a que los territorios catalanes no tuvieron la consideración de Reino sino de condados que pasaron a incorporarse por vía del matrimonio a la monarquía aragonesa.

Miguel Servet, «catalán universal»
Por otra parte, el «Institut Nova Historia», una fundación privada de la órbita del independentismo catalán, en su página web presenta al científico Miguel Servet (uno de los intelectuales aragoneses de más renombre) como un «catalán universal». Servet nació en Villanueva de Sijena (Huesca), algo que el propio «Institut Nova Historia» reconoce, pero para avalar su tesis del catalanismo del científico asegura que Villanueva de Sijena «es una población catalana de administración aragonesa».

Diversas organizaciones sociales, culturales y políticas de Aragón ya han criticado también estas aseveraciones y piden que se rectifiquen.


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